IV. Introducción

* En 1865 Gaston Paris resumía de forma tajante: «L’Espagne n’a pas eu d’épopée. D’habiles critiques ont demontré ce fait et en ont donné les raisons; nous n’avons pas à y revenir ici». [1] Y, sin embargo, por entonces se conocían ya los dos únicos poemas que han llegado hasta nosotros más o menos completos en forma métrica, el Mío Cid y el Rodrigo; pero Ferdinand Wolf había visto en ellos sólo un desdichado e imposible esfuerzo por aclimatar en España un género poético que le era totalmente extraño, la epopeya francesa. [2] Sólo en 1874 Milà i Fontanals probó que esos dos poemas no eran intento aislado y fallido de adaptación de un género literario traspirenaico, sino simplemente las únicas muestras sobrevivientes de una poesía heróico-popular que durante siglos gozó de éxito en Castilla y cuyos temas histórico-dramáticos podían ser reconstruidos gracias a los resúmenes que de ellos conserva la historiografía medieval. [3]

Para descubrir y restaurar el viejo edificio de la épica española, hubo, pues, que desescombrar previamente las venerables ruinas que de ella que­daban en las Crónicas. La empresa no era fácil; la moderna filología, ante la enmarañada selva de manuscritos cronísticos que las bibliotecas públicas y particulares le proporcionaban, tuvo que hacerse la misma contrariada ob­servación que en el s. XVI Gonzalo Fernández de Oviedo: «en todas las que andan por España que General Historia se llaman, no hallo una que conforme con otra». [4] No obstante, dentro aún del s. XIX (en publicaciones de 1896-1898) [5] el joven Menéndez Pidal acometió, con éxito indudable, la tarea de desembrollar la compleja genealogía de las Crónicas medievales, apartando del hacinamiento en que yacían los tipos más notables que de ellas existieron y explicando sus caracteres y algo de su contenido. Apoyándose en el tronco y ramas de este su árbol genealógico de las Crónicas, Menéndez Pidal desarrolló paralelamente su reconstrucción de la frondosa historia de la poesía épica castellana. [6]

Medio siglo después de reconstruido el árbol genealógico de las Crónicas, los conocimientos en este campo de la erudición filológica permanecían estacionarios [7] (pese a los interrogantes que había abierto Babbitt en su estudio sobre la Crónica de veinte reyes). [8] Y, consecuentemente, estacionaria permanecía también la imagen de la poesía épica entrevista a través de las reliquias conservadas en las Crónicas. De tan desesperanzadora inmovilidad vino a sacar a los estudios cronísticos la obra de Lindley Cintra en 1951. [9] Con sus hallazgos, la actividad refundidora que dio lugar a los principales tipos de Crónica General quedó encerrada entre límites temporales mucho más estrechos que los supuestos por Menéndez Pidal, toda vez que las cróni­cas de Castilla y de veinte reyes anteceden, no siguen, a la Crónica de 1344[10]

Siguiendo los pasos de Cintra, y contando con el estudio de las fuentes de la Primera crónica incluido en la edición 1955 de Menéndez Pidal, [11] acometí en los años 1958-60 el estudio de la Estoria de España alfonsí volvien­do al punto de partida, los manuscritos, la «selva selvaggia e aspra e forte». Hoy día, a medio camino en mi peregrinar por las trochas recién abiertas, creo ya posible mostrar alguna que otra pista desbrozada conducente hacia nuevos derroteros. [12] Y, como es natural, una vez sometida a renovación la historia de la génesis y estructura de las Crónicas Generales, comienzan a decantarse nuevas conclusiones respecto a la epopeya.

* Comunicación al congreso de la Modern Language Association, Chicago, III., 1961 (leída el 29-XII-61). Convenientemente expandida y adicionada con notas se publicó en la Hispanic Review, XXXI (1963), 195-215 y 291-306 con el título: «Crónicas generales y cantares de gesta. El Mio Cid de Alfonso X y el del Pseudo Ben-Alfaraŷ».

NOTAS

 


  1. G. Paris, Histoire poétique de Charlemagne, I, París, 1865, comienza con esas palabras el capítulo X (p. 203 de la reedición de 1905).
  2. F. Wolf, Studien zur Geschichte der spanischen und portugiesischen Nationalliteratur, Berlín, 1859 (en que reúne trabajos anteriores), pp. 304-554 (principalmente, p. 405); F. Wolf y C. Hofmann, Primavera y flor de romances, I, Berlín, 1856, pp. xiii y lxxv.
  3. M. Milà y Fontanais, De la poesía heróico-popular castellana, Barcelona, 1874 (reeditado en 1959 por M. de Riquer y J. Molas).
  4. Cf. R. Menéndez Pidal, Cantar de M.C.1, I (1908), p. 125.
  5. Como consecuencia de su estudio lingüístico del Mio Cid (presentado al concurso abierto en 1892-1893 por la Academia Española; premiado en 1895) y con el fin de preparar su Poema del Cid, nueva edición, Madrid, 1898, R. Menéndez Pidal emprendió el examen de la materia épica cidiana presente en las Crónicas medievales: «El P. C. y las Crón.» (1898), pp. 435-469. Simultánea­mente completaba Ley. Inf. Lara (1896), en que estudia y clasifica unos 60 códices cronísticos, y el catálogo Crón. Generales (1898).
  6. Que algún tiempo después divulgaría en sus «Lectures» de 1909 en la Johns Hopkins University, Baltimore, recogidas en el libro L’épopée cast. (1910).
  7. En los decenios siguientes la historia restaurada de la epopeya española pudo irse comple­tando con nuevas precisiones, pero Menéndez Pidal no necesitó alterar las líneas esenciales de su reconstrucción de 1896-1898. Representan interesantes eslabones en el desarrollo de su pensamiento sobre las Crónicas y la Epopeya los trabajos: Cantar de M.C. (1908-1911); L’épopée cast. (1910); «El Romanz del i. García» (1911); Poe.M.C. (1913); Crón. General-Discurso (1916); Crón. generales3 (1918); «Sobre la traducción portuguesa de la Crónica General de España de 1344», RFE, VIII (1921), 391-399; «Relatos poét.» (1923), pp. 329-372; Poes. Jugl. (1924); «Ley. Condesa Traidora» (1930), 11-33; Ley. Inf. Lara2 (1934), adiciones; el libro misceláneo Hist. y Epop. (1934); Cantar de M.C.2 (1944-46); Reliquias1 (1951) (obra en que se manifiesta ya la influencia de los estudios de Cintra).
  8. Th. Babbitt, CVR Latin Sources (1936); libro precedido por los artículos: «Once Reyes» (1934), y «Twelfth-Century Epic Forms» (1935). Desgraciadamente, Babbitt prescindió en sus estudios comparativos del importante testimonio que aportan la Crónica General que editó Ocampo en el s. XVI y la Crónica de Castilla; y, por otra parte, malgastó su energía en tratar de resolver problemas inexistentes, al dejar de lado en la comparación de la Crónica de veinte reyes con la Primera crónica general los manuscritos de esta última obra, conformándose con la edición Menéndez Pidal del manuscrito «regio» E2 (el cual, en buena parte de su extensión, es una versión retocada y retóricamente amplificada).
  9. L. F. Lindley Cintra, Crón.1344 (1951).
  10. Cintra determinó claramente la posición que ocupa en la historia de la historiografía peninsular la famosa Crónica de 1344, a que Menéndez Pidal concedió tanto valor por creerla punto de arranque de las grandes refundiciones sufridas por la Estoria de España alfonsí a lo largo de la Edad Media. Lejos de ser la «Segunda crónica general», sabemos hoy (gracias a Cintra) que representa el más distante esfuerzo historial, respecto a la obra de Alfonso X, dentro del género de las Crónicas Generales: obra de un portugués, el famoso conde de Barcelos don Pedro (autor del Livro das Linhagens), tiene como fuente básica una Versión gallego-portuguesa de la Crónica general compuesta de un fragmento de la versión «regia» de la Primera crónica (desde Ramiro I hasta Vermudo III) seguido de la Crónica de Castilla en su integridad; la Crónica de veinte reyes parece hallarse entre las fuentes secundarias utilizadas por don Pedro.
  11. R. Menéndez Pidal, Primera crón.1 (1955).
  12. D. Catalán, De Alfonso X (1962) y «El taller alfonsí» (1963) [reed. en el cap. II de la presente obra].

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