Escena decimocuarta

Un patio en el cementerio del Este. La tarde fría. El viento adusto. La luz de la tarde, sobre los muros de lápidas, tiene una aridez agresiva. Dos sepultureros apisonan la tierra de una fosa. Un momento suspenden la tarea: Sacan lumbre del yesquero, y las colillas de tras la oreja. Fuman sentados al pie del hoyo.

UN SEPULTURERO

Ese sujeto era un hombre de pluma.

OTRO SEPULTURERO

¡Pobre entierro ha tenido!

UN SEPULTURERO

Los papeles lo ponen por hombre de mérito.

OTRO SEPULTURERO

En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza. En España se premia todo lo malo.

UN SEPULTURERO

¡No hay que poner las cosas tan negras!

OTRO SEPULTURERO

¡Ahí tienes al Pollo del Arete!

UN SEPULTURERO

¿Y ése qué ha sacado?

OTRO SEPULTURERO

Pasarlo como un rey siendo un malasangre. Míralo, disfrutando a la viuda de un concejal.

UN SEPULTURERO

Di un ladrón del Ayuntamiento.

OTRO SEPULTURERO

Ponlo por dicho. ¿Te parece que una mujer de posición se chifle así por un tal sujeto?

UN SEPULTURERO

Cegueras. Es propio del sexo.

OTRO SEPULTURERO

¡Ahí tienes el mérito que triunfa! ¡Y para todo la misma ley!

UN SEPULTURERO

¿Tú conoces a la sujeta? ¿Es buena mujer?

OTRO SEPULTURERO

Una mujer en carnes. ¡Al andar, unas nalgas que le tiemblan! ¡Buena!

UN SEPULTURERO

¡Releche con la suerte de ese gatera!

Por una calle de lápidas y cruces, vienen paseando y dialogando dos sombras rezagadas, dos amigos en el cortejo fúnebre de MÁXIMO ESTRELLA. Hablan en voz baja y caminan lentos, parecen almas imbuidas del respeto religioso de la muerte. El uno, viejo caballero con la barba toda de nieve, y capa española sobre los hombros, es el céltico MARQUÉS DE BRADOMÍN. El otro es el índico y profundo RUBÉN DARÍO.

RUBÉN

¡Es pavorosamente significativo que al cabo de tantos años nos hayamos encontrado en un cementerio!

EL MARQUÉS

En el Campo Santo. Bajo ese nombre adquiere una significación distinta nuestro encuentro, querido Rubén.

RUBÉN

Es verdad. Ni cementerio ni necrópolis. Son nombres de una frialdad triste y horrible, como estudiar Gramática. Marqués, ¿qué emoción tiene para usted necrópolis?

EL MARQUÉS

La de una pedantería académica.

RUBÉN

Necrópolis, para mí es como el fin de todo, dice lo irreparable y lo horrible, el perecer sin esperanza en el cuarto de un Hotel. ¿Y Campo Santo? Campo Santo tiene una lámpara.

EL MARQUÉS

Tiene una cúpula dorada. Bajo ella resuena religiosamente el terrible clarín extraordinario, querido Rubén.

RUBÉN

Marqués, la muerte muchas veces sería amable si no existiese el terror de lo incierto. ¡Yo hubiera sido feliz hace tres mil años en Atenas!

EL MARQUÉS

Yo no cambio mi bautismo de cristiano por la sonrisa de un cínico griego. Yo espero ser eterno por mis pecados.

RUBÉN

¡Admirable!

EL MARQUÉS

En Grecia quizá fuese la vida más serena que la vida nuestra…

RUBÉN

¡Solamente aquellos hombres han sabido divinizarla!

EL MARQUÉS

Nosotros divinizamos la muerte. No es más que un instante la vida, la única verdad es la muerte… Y de las muertes, yo prefiero la muerte cristiana.

RUBÉN

¡Admirable filosofía de hidalgo español! ¡Admirable! ¡Marqués, no hablemos más de Ella!

Callan y caminan en silencio. LOS SEPULTUREROS, acabada de apisonar la tierra, uno tras otro beben a chorro de un mismo botijo. Sobre el muro de lápidas blancas, las dos figuras acentúan su contorno negro. RUBÉN DARÍO y EL MARQUÉS DE BRADOMÍN se detienen ante la mancha oscura de la tierra removida.

RUBÉN

Marqués, ¿cómo ha llegado usted a ser amigo de Máximo Estrella?

EL MARQUÉS

MAX era hijo de un capitán carlista que murió a mi lado en la guerra. ¿Él contaba otra cosa?

RUBÉN

Contaba que ustedes se habían batido juntos en una revolución, allá en Méjico.

EL MARQUÉS

¡Qué fantasía! MAX nació treinta años después de mi viaje a Méjico. ¿Sabe usted la edad que yo tengo? Me falta muy poco para llevar un siglo a cuestas. Pronto acabaré, querido poeta. RUBÉN

¡Usted es eterno, Marqués!

EL MARQUÉS

¡Eso me temo, pero paciencia!

Las sombras negras de LOS SEPULTUREROS —al hombro las azadas lucientes— se acercan por la calle de tumbas. Se acercan.

EL MARQUÉS

¿Serán filósofos, como los de Ofelia?

RUBÉN

¿Ha conocido usted alguna Ofelia, Marqués?

EL MARQUÉS

En la edad del pavo todas las niñas son Ofelias. Era muy pava aquella criatura, querido Rubén. ¡Y el príncipe, como todos los príncipes, un babieca!

RUBÉN

¿No ama usted al divino William?

EL MARQUÉS

En el tiempo de mis veleidades literarias, lo elegí por maestro. ¡Es admirable! Con un filósofo tímido y una niña boba en fuerza de inocencia, ha realizado el prodigio de crear la más bella tragedia. Querido Rubén, Hamlet y Ofelia, en nuestra dramática española, serían dos tipos regocijados. ¡Un tímido y una niña boba! ¡Lo que hubieran hecho los gloriosos hermanos Quintero!

RUBÉN

Todos tenemos algo de Hamletos.

EL MARQUÉS

Usted, que aún galantea. Yo, con mi carga de años, estoy más próximo a ser la calavera de Yorik.

UN SEPULTURERO

Caballeros, si ustedes buscan la salida, vengan con nosotros. Se va a cerrar.

EL MARQUÉS

Rubén, ¿qué le parece a usted quedarnos dentro?

RUBÉN

¡Horrible!

EL MARQUÉS

Pues entonces sigamos a estos dos.

RUBÉN

Marqués, ¿quiere usted que mañana volvamos para poner una cruz sobre la sepultura de nuestro amigo?

EL MARQUÉS

¡Mañana! Mañana habremos los dos olvidado ese cristiano propósito.

RUBÉN

¡Acaso!

En silencio y retardándose, siguen por el camino de LOS SEPULTUREROS, que, al revolver los ángulos de las calles de tumbas, se detienen a esperarlos.

EL MARQUÉS

Los años no me permiten caminar más de prisa.

UN SEPULTURERO

No se excuse usted, caballero.

EL MARQUÉS

Pocos me faltan para el siglo.

OTRO SEPULTURERO

¡Ya habrá usted visto entierros!

EL MARQUÉS

Si no sois muy antiguos en el oficio, probablemente más que vosotros. ¿Y se muere mucha gente esta temporada?

UN SEPULTURERO

No falta faena. Niños y viejos.

OTRO SEPULTURERO

La caída de la hoja siempre trae lo suyo.

EL MARQUÉS

¿A vosotros os pagan por entierro?

UN SEPULTURERO

Nos pagan un jornal de tres pesetas, caiga lo que caiga. Hoy, a como está la vida, ni para mal comer. Alguna otra cosa se saca. Total, miseria.

OTRO SEPULTURERO

En todo va la suerte. Eso lo primero.

UN SEPULTURERO

Hay familias que al perder un miembro, por cuidarle de la sepultura, pagan uno o dos o medio. Hay quien ofrece y no paga. Las más de las familias pagan los primeros meses. Y lo que es el año, de ciento, una. ¡Dura poco la pena!

EL MARQUÉS

¿No habéis conocido ninguna viuda inconsolable?

UN SEPULTURERO

¡Ninguna! Pero pudiera haberla.

EL MARQUÉS

¿Ni siquiera habéis oído hablar de Artemisa y Mausoleo?

UN SEPULTURERO

Por mi parte, ni la menor cosa.

OTRO SEPULTURERO

Vienen a ser tantas las parentelas que concurren a estos lugares, que no es fácil conocerlas a todas.

Caminan muy despacio. RUBÉN, meditabundo, escribe alguna palabra en el sobre de una carta. Llegan a la puerta, rechina la verja negra. EL MARQUÉS, benevolente, saca de la capa su mano de marfil y reparte entre los enterradores algún dinero.

EL MARQUÉS

No sabéis mitología, pero sois dos filósofos estoicos. Que sigáis viendo muchos entierros.

UN SEPULTURERO

Lo que usted ordene. ¡Muy agradecido!

OTRO SEPULTURERO

Igualmente. Para servir a usted, caballero.

Quitándose las gorras, saludan y se alejan. EL MARQUÉS DE BRADOMÍN, con una sonrisa, se arrebuja en la capa. RUBÉN DARÍO conserva siempre en la mano el sobre de la carta donde ha escrito escasos renglones. Y dejando el socaire de unas bardas, se acerca a la puerta del cementerio el coche del viejo MARQUÉS.

EL MARQUÉS

¿Son versos, Rubén? ¿Quiere usted leérmelos?

RUBÉN

Cuando los haya depurado. Todavía son un monstruo.

EL MARQUÉS

Querido Rubén, los versos debieran publicarse con todo su proceso, desde lo que usted llama monstruo hasta la manera definitiva. Tendrían entonces un valor como las Pruebas de aguafuerte. ¿Pero usted no quiere leérmelos?

RUBÉN

Mañana, Marqués.

EL MARQUÉS

Ante mis años y a la Puerta de un cementerio, no se debe pronunciar la palabra mañana. En fin, montemos en el coche, que aún hemos de visitar a un bandolero. Quiero que usted me ayude a venderle a un editor el manuscrito de mis Memorias. Necesito dinero. Estoy completamente arruinado desde que tuve la mala idea de recogerme a mi Pazo de Bradomín. ¡No me han arruinado las mujeres, con haberlas amado tanto, y me arruina la agricultura!

RUBÉN

¡Admirable!

EL MARQUÉS

Mis Memorias se publicarán después de mi muerte. Voy a venderlas como si vendiese el esqueleto. Ayudémonos.

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