Escena octava

Secretaría particular de Su Excelencia. Olor de brevas habanas, malos cuadros, lujo aparente y provinciano. La estancia tiene un recuerdo partido por medio, de oficina y sala de círculo con timba. De repente el grillo del teléfono se orina en el gran regazo burocrático. Y DIEGUITO GARCÍA —Don Diego del Corral, en la Revista de Tribunales y Estrados— pega tres brincos y se planta la trompetilla en la oreja.

DIEGUITO

¿Con quién hablo?

………………………….

Ya he transmitido la orden para que se le ponga en libertad.

………………………….

¡De nada! ¡De nada!

………………………….

¡Un alcohólico!

………………………….

Sí… Conozco su obra.

………………………….

¡Una desgracia!

………………………….

No podrá ser. ¡Aquí estamos sin un cuarto!

………………………….

Se lo diré. Tomo nota.

………………………….

¡De nada! ¡De nada!

MAX ESTRELLA aparece en la puerta, pálido, arañado, la corbata torcida, la expresión altanera y alocada. Detrás, abotonándose los calzones, aparece EL UJIER.

EL UJIER

Deténgase usted, caballero.

MAX

No me ponga usted la mano encima.

EL UJIER

Salga usted sin hacer desacato.

MAX

Anúncieme usted al Ministro.

EL UJIER

No está visible.

MAX

¡Ah! Es usted un gran lógico. Pero estará audible.

EL UJIER

Retírese, caballero. Éstas no son horas de audiencia.

MAX

Anúncieme usted.

EL UJIER

Es la orden… Y no vale ponerse pelmazo, caballero.

DIEGUITO

Fernández, deje usted a ese caballero que pase.

MAX

¡Al fin doy con un indígena civilizado!

DIEGUITO

Amigo Mala-Estrella, usted perdonará que sólo un momento me ponga a sus órdenes. Me habló por usted la Redacción de El Popular. Allí le quieren a usted. A usted le quieren y le admiran en todas partes. Usted me deja mandado aquí y donde sea. No me olvide… ¡Quién sabe!… Yo tengo la nostalgia del periodismo… Pienso hacer algo… Hace tiempo acaricio la idea de una hoja volandera, un periódico ligero, festivo, espuma de champaña, fuego de virutas. Cuento con usted. Adiós, maestro. ¡Deploro que la ocasión de conocernos haya venido de suceso tan desagradable!

MAX

De eso vengo a protestar. ¡Tienen ustedes una policía reclutada entre la canalla más canalla!

DIEGUITO

Hay de todo, maestro.

MAX

No discutamos. Quiero que el Ministro me oiga, y al mismo tiempo darle las gracias por mi libertad.

DIEGUITO

El Señor Ministro no sabe nada.

MAX

Lo sabrá por mí.

DIEGUITO

El Señor Ministro ahora trabaja. Sin embargo, voy a entrar.

MAX

Y yo con usted.

DIEGUITO

¡Imposible!

MAX

¡Daré un escándalo!

DIEGUITO

¡Está usted loco!

MAX

Loco de verme desconocido y negado. El Ministro es amigo mío, amigo de los tiempos heroicos. ¡Quiero oírle decir que no me conoce! ¡Paco! ¡Paco!

DIEGUITO

Le anunciaré a usted.

MAX

Yo me basto. ¡Paco! ¡Paco! ¡Soy un espectro del pasado!

Su Excelencia abre la puerta de su despacho y asoma en mangas de camisa, la bragueta desabrochada, el chaleco suelto, y los quevedos pendientes de un cordón, como dos ojos absurdos bailándole sobre la panza.

EL MINISTRO

¿Qué escándalo es éste, Dieguito?

DIEGUITO

Señor Ministro, no he podido evitarlo.

MAX

¡Un amigo de los tiempos heroicos! ¡No me reconoces, Paco! ¡Tanto me ha cambiado la vida! ¡No me reconoces! ¡Soy Máximo Estrella!

EL MINISTRO

¡ Claro! ¡Claro! ¡Claro! ¿Pero estás ciego?

MAX

Como Homero y como Belisario.

EL MINISTRO

Una ceguera accidental, supongo…

MAX

Definitiva e irrevocable. Es el regalo de Venus.

EL MINISTRO

Válgate Dios. ¿Y cómo no te has acordado de venir a verme antes de ahora? Apenas leo tu firma en los periódicos.

MAX

¡Vivo olvidado! Tú has sido un vidente dejando las letras por hacernos felices gobernando. Paco, las letras no dan para comer. ¡Las letras son colorín, pingajo y hambre!

EL MINISTRO

Las letras, ciertamente, no tienen la consideración que debieran, pero son ya un valor que se cotiza. Amigo MAX, yo voy a continuar trabajando. A este pollo le dejas una nota de lo que deseas… Llegas ya un poco tarde.

MAX

Llego en mi hora. No vengo a pedir nada. Vengo a exigir una satisfacción y un castigo. Soy ciego, me llaman poeta, vivo de hacer versos y vivo miserable. Estás pensando que soy un borracho. ¡Afortunadamente! Si no fuese un borracho ya me hubiera pegado un tiro. ¡Paco, tus sicarios no tienen derecho a escupirme y abofetearme, y vengo a pedir un castigo para esa turba de miserables, y un desagravio a la Diosa Minerva!

EL MINISTRO

Amigo MAX, yo no estoy enterado de nada. ¿Qué ha pasado, Dieguito?

DIEGUITO

Como hay un poco de tumulto callejero, y no se consienten grupos, y estaba algo excitado el maestro…

MAX

He sido injustamente detenido, inquisitorialmente torturado. En las muñecas tengo las señales.

EL MINISTRO

¿Qué parte han dado los guardias, Dieguito?

DIEGUITO

En puridad, lo que acabo de resumir al Señor Ministro.

MAX

¡Pues es mentira! He sido detenido por la arbitrariedad de un legionario, a quien pregunté, ingenuo, si sabía los cuatro dialectos griegos.

EL MINISTRO

Real y verdaderamente la pregunta es arbitraria. ¡Suponerle a un guardia tan altas Humanidades!

MAX

Era un teniente.

EL MINISTRO

Como si fuese un Capitán General. ¡No estás sin ninguna culpa! ¡Eres siempre el mismo calvatrueno! ¡Para ti no pasan los años! ¡Ay, cómo envidio tu eterno buen humor!

MAX

¡Para mí, siempre es de noche! Hace un año que estoy ciego. Dicto y mi mujer escribe, pero no es posible.

EL MINISTRO

¿Tu mujer es francesa?

MAX

Una santa del Cielo, que escribe el español con una ortografía del Infierno. Tengo que dictarle letra por letra. Las ideas se me desvanecen. ¡Un tormento! Si hubiera pan en mi casa, maldito si me apenaba la ceguera. El ciego se entera mejor de las cosas del mundo, los ojos son unos ilusionados embusteros. ¡Adiós, Paco! Conste que no he venido a pedirte ningún favor. Max Estrella no es el pobrete molesto.

EL MINISTRO

Espera, no te vayas, Máximo. Ya que has venido, hablemos. Tú resucitas toda una época de mi vida, acaso la mejor. ¡Oué lejana! Estudiábamos juntos. Vivíais en la calle del Recuerdo. Tenías una hermana. De tu hermana anduve yo enamorado. ¡Por ella hice versos!

MAX

¡Calle del Recuerdo,

Ventana de Helena,

La niña morena

Que asomada vi!

¡Calle del Recuerdo

Rondalla de tuna,

Y escala de luna

Que en ella prendí!

EL MINISTRO

¡Qué memoria la tuya! ¡Me dejas maravillado! ¿Qué fue de tu hermana?

MAX

Entró en un convento.

EL MINISTRO

¿Y tu hermano Alex?

MAX

¡Murió!

EL MINISTRO

¿Y los otros? ¡Erais muchos!

MAX

¡Creo que todos han muerto!

EL MINISTRO

¡No has cambiado!… MAX, yo no quiero herir tu delicadeza, pero en tanto dure aquí, puedo darte un sueldo.

MAX

¡Gracias!

EL MINISTRO

¿Aceptas?

MAX

¡Qué remedio!

EL MINISTRO

Tome usted nota, Dieguito. ¿Dónde vives, MAX?

MAX

Dispóngase usted a escribir largo, joven maestro: —Bastardillos, veintitrés, duplicado, Escalera interior, Guardilla B—. Nota. Si en este laberinto hiciese falta un hilo para guiarse, no se le pida a la portera, porque muerde.

EL MINISTRO

¡Cómo te envidio el humor!

MAX

El mundo es mío, todo me sonríe, soy un hombre sin penas.

EL MINISTRO

¡Te envidio!

MAX

¡Paco, no seas majadero!

EL MINISTRO

MAX, todos los meses te llevarán el haber a tu casa. ¡Ahora, adiós! ¡Dame un abrazo!

MAX

Toma un dedo, y no te enternezcas.

EL MINISTRO

¡Adiós, Genio y Desorden!

MAX

Conste que he venido a pedir un desagravio para mi dignidad, y un castigo para unos canallas. Conste que no alcanzo ninguna de las dos cosas, y que me das dinero, y que lo acepto porque soy un canalla. No me estaba permitido irme del mundo sin haber tocado alguna vez el fondo de los Reptiles. ¡Me he ganado los brazos de Su Excelencia!

MÁXIMO ESTRELLA, con los brazos abiertos en cruz, la cabeza erguida, los ojos parados, trágicos en su ciega quietud, avanza como un fantasma. Su Excelencia, tripudo, repintado, mantecoso, responde con un arranque de cómico viejo, en el buen melodrama francés. Se abrazan los dos. Su Excelencia, al separarse, tiene una lágrima detenida en los párpados. Estrecha la mano del bohemio, y deja en ella algunos billetes.

EL MINISTRO

¡Adiós! ¡Adiós! Créeme que no olvidaré este momento.

MAX

¡Adiós, Paco! ¡Gracias en nombre de dos pobres mujeres!

Su Excelencia toca un timbre. EL UJIER acude soñoliento. MÁXIMO ESTRELLA, tanteando con el palo, va derecho hacia el fondo de la estancia, donde hay un balcón.

EL MINISTRO

Fernández, acompañe usted a ese caballero, y déjele en un coche.

MAX

Seguramente que me espera en la puerta mi perro.

EL UJIER

Quien le espera a usted es un sujeto de edad, en la antesala.

MAX

Don Latino de Hispalis: Mi perro.

EL UJIER toma de la manga al bohemio. Con aire torpón le saca del despacho, y guipa al soslayo el gesto de Su Excelencia. Aquel gesto manido de actor de carácter en la gran escena del reconocimiento.

EL MINISTRO

¡Querido Dieguito, ahí tiene usted un hombre a quien le ha faltado el resorte de la voluntad! Lo tuvo todo, figura, palabra, gracejo. Su charla cambiaba de colores como las llamas de un ponche.

DIEGUITO

¡Qué imagen soberbia!

EL MINISTRO

¡Sin duda, era el que más valía entre los de mi tiempo!

DIEGUITO

Pues véalo usted ahora en medio del arroyo, oliendo a aguardiente, y saludando en francés a las proxenetas.

EL MINISTRO

¡Veinte años! ¡Una vida! ¡E, inopinadamente, reaparece ese espectro de la bohemia! Yo me salvé del desastre renunciando al goce de hacer versos. Dieguito, usted de esto no sabe nada, porque usted no ha nacido poeta.

DIEGUITO

¡Lagarto! ¡Lagarto!

EL MINISTRO

¡Ay, Dieguito, usted no alcanzará nunca lo que son ilusión y bohemia! Usted ha nacido institucionista, usted no es un renegado del mundo del ensueño. ¡Yo, sí!

DIEGUITO

¿Lo lamenta usted, Don Francisco?

EL MINISTRO

Creo que lo lamento.

DIEGUITO

¿El Excelentísimo Señor Ministro de la Gobernación, se cambiaría por el poeta Mala-Estrella?

EL MINISTRO

¡Ya se ha puesto la toga y los vuelillos el Señor Licenciado Don Diego del Corral! Suspenda un momento el interrogatorio su señoría, y vaya pensando cómo se justifican las pesetas que hemos de darle a Máximo Estrella.

DIEGUITO

Las tomaremos de los fondos de Policía.

EL MINISTRO

¡Eironeia!

Su Excelencia se hunde en una poltrona, ante la chimenea que aventa sobre la alfombra una claridad trémula. Enciende un cigarro con sortija, y pide La Gaceta. Cabálgase los lentes, le pasa la vista, se hace un gorro, y se duerme.

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