Apéndice Número 8º

En el texto de nuestra obrita, hablando del origen de los nombres de algunas calles y sitios de Madrid, hemos citado varias veces el nombre del poeta madrileño D. Nicolás Fernández de Moratín, y por lo tanto, y por ser poquísimo conocida y no estar inserta en la colección de sus poesías, nos parece oportuno insertar aquí la composición poética de aquel autor a que aludimos.

Es un discurso o elegía, como él la denomina, que leyó en la junta general de la Sociedad Económica Matritense en 24 de Diciembre de 1779 (cuatro meses antes de su fallecimiento), con motivo de la solemne distribución de premios a las discípulas de las cuatro escuelas patrióticas sostenidas en esta villa por la Sociedad; y aprovechando esta ocasión el buen Flumisbo Tliermodonciaco[223], que nunca dejaba escapar ninguna de encomiar a Madrid, se dejó llevar de su entusiasmo patrio y de su imaginación apasionada y poética, y consignó en el curso de su peroración todas las tradiciones, todas las consejas más o menos vulgares de las antigüedades u orígenes de esta villa, explicándolas a su modo con notas que él mismo puso con igual criterio.

Ni dichos recuerdos tradicionales, ni su expresión poética, ni sus notas, valen gran cosa, ni prueban más que el afecto de Moratin a su patria; pero creemos no se verá con disgusto en esta ocasión la parte principal que entresacamos de dicha larguísima elegía y que hace referencia al asunto de nuestros paseos.

Después del introito, en que encarece la solemnidad del acto de la distribución de los premios, verificada en las salas del Ayuntamiento, con asistencia del Cardenal de Lorenzana, el presidente Conde de Campománes, el corregidor Armona y otros ilustres personajes, llega a tratar de las niñas madrileñas premiadas por sus labores, y continúa:

No creeré que eran ninfas de otra tierra

Las que hicieron los dioses animales,

Y a las diosas con celos cruda guerra;

Sino nacidas junto a los umbrales[224]

Que el rey León de Armenia un tiempo habita,

Con pozos de agua dulce y pedernales;

Donde reina el esmero y exquisita

Discreción y lindeza cortesana,

Con fuerza que arrebata y precipita.

No hechizos dieron en la edad anciana

Las de Tiro y Sidon[225] más halagüeños,

Ni hoy belleza de Persia o georgiana.

Si esto juzgáis de la pasión empeños,

Confesadlo, extranjeros, abrasados

Al volcan de los ojos madrileños.

Mas tales dotes, aunque no negados,

No admiran tanto al carpetano rio

Como el verlos tan bien aprovechados.

Pues sin virtud es todo desvario;

¿Ni de qué sirve cuanto acopia el cielo

En los mortales con influjo pío?

La virtud, el trabajo y patrio celo

Movieron a las niñas inocentes

A la contienda y laborioso duelo;

Vinieron de los barrios diferentes

De Mantua, emperatriz de entrambos mundos,

Pieina augusta y señora de las gentes.

Vinieron con semblantes pudibundos

Las que habitan el austro, donde[226] lava

Los pies el agua de árboles fecundos.

Ninguna de éstas fue del ocio esclava;

Y antes que suba a la piadosa escuela,

Diestra en tejer cordones, los acaba.

Ni las que miran de justar la tela

Faltan, ni las que están hacia los juegos[227]

De Rufina y Campillo de Manuela.

Desde allí hasta la Cuesta de los Ciegos,

Y la calle[228] a quien dieron nombradla,

Perdida Rodas, fugitivos griegos.

Las que el cristal del Ave de María

Beben muy puro en misteriosa[229] fuente,

Las de la nueva y vieja Morería.

También vosotras, que el Salitre[230] ardiente

Veis destilar en el reciente hornillo

Y los baños de fábrica reciente.

De la huerta del Bayo y del Cerrillo

Vienen, y del corral de las Naranjas,

Y del moro Alamin[231], y hoy Alamillo.

Estas saben tejer flecos y franjas,

Obra morisca, y saben que el juzgado

Suyo allí estuvo, entre el arroyo y zanjas.

Tú, Labrador[232] divino, que has sacado

De la Almudena el agua a maravilla,

Como el trigo en su cubo reservado:

Enviaste de tu calle y la Vistilla

Niñas honestas, en virtud iguales,

Y de los Torrejones[233] de la Villa.

Ni holgaron con el fresco en sus portales

Las que de San Cebrian la antigua[234] ermita

Buscan en torno y no hallan las señales.

Ni del ciego Alcorán ven la mezquita[235],

Que ya el Apóstol Principe mejora,

Ni del maese Hazan[236] la obra exquisita.

También llegaron a la primer hora

Las del cerrillo[237] de la Cruz, que atruena

Con ridicula farsa, que desdora.

Y de la plazoleta donde suena

Solo el nombre de Ángel[238], que es segura

Menos que aire la fábrica no buena.

Las de la fuente[239] que condujo el cura

De Colmenar, se ofrecen placenteras,

Y de la calle[6] que pbr tesón dura.

Y de la de las Conchas[241] o Veneras,

Con su casa hospital de peregrinos,

Pues no hay vagas hipócritas romeras.

El profundo arenal[242], que dio caminos

Al agua y dio llanuras, que no había,

Tragando en sí los cerros convecinos,

Es ya calle que niñas mil envia,

Y es casa[243] de doncellas laboriosas

La que lo fue de vil manceberia.

Dos calles[244] remitieron presurosas

De sus Pueblas las castas inocencias,

Y tres cavas[245] sus hijas oficiosas.

Y el pretil y escarpadas eminencias

Del Castillo[246] y Estudio, porque el moro

Te llamó, ¡oh Maderit! Madre de Ciencias,

Presentaron sus niñas con decoro,

Que se admiran de oir en su barriada

Cómo retumba el cóncavo sonoro;

Y es que allí la alcazaba torreada

Un tiempo fue del moro, y el cristiano

Con minas[247], silos, cuevas y escapada,

Que duran a pesar del tiempo cano,

Y cuatro torres[248] en la casa antigua,

Obra Real a estilo castellano.

Moslema[249] tuvo habitación contigua,

Sabio astrólogo moro, en Magerito,

Que los hados futuros averigua.

Entre cercas de fuego en tal distrito

Al Rey[250] hallaron los embajadores

Sobre un león, con ánimo inaudito.

Y por el aire y situación mejores

Luego en la torre[251] de Hércules, robusto

Palacio deja que el dragón[252] explores.

Y Carlos Quinto, emperador augusto,

La dio su nombre, y el que vive y viva

Desde ella manda ccn imperio justo.

Decidiendo con rayo o con oliva

De la suerte del orbe, y los mortales

Al universo que en su apoyo estriba.

Las que junto a las termas[253] minerales

Que tuvo Magerit antiguamente

Con pilas de fogosos pedernales,

Viven, dejaron el metal luciente,

¡Oh calle[254] rica! que del trasmierano

Herrera ves la Segoviana puente.

Y vinieron también del altozano,

Que fue Campo del Rey y su Armería

Y del portón de Balnadú[255] africano.

No las detuvo la alta valentía

Del gran palacio, ni la nueva[256] puerta

De Castilla, sus fuentes y ancha vía.

Ni el justo elogio dejará encubierta

La virtud de vosotras, que habitando

Junto al Pozacho[257] trabajáis alerta;

Ni la que ve que ya no están manando

Los Caños del Peral, antiguamente

De Perailo, queda en ocio blando;

O las que labran junto la eminente

Atalaya deshecha, que a su calle

Nombran de Espejo[258] equivocadamente.

Ni a las que aparta el legamoso valle

De Leganitos con su alcantarilla

Ya llana[259], teman que mi verso calle.

¡Oh monte espeso de la ursaria villa.

Quinta del rey don Pedro, donde yace[260]

La luz del candilejo de Sevilla!

Tu gran barriada, que añadir le place

Al Segundo Filipo en anchurosas

Calles que forma y mil cruceros hace,

Envió niñas honestas y hacendosas,

Que hacia el Ártico Polo están mirando

Al Dragón enroscado[261] entre las Osas.

Ni dejarán mis versos de ir loando

Las que, hechas las hazañas de su casa,

De Maravillas[262] vienen en fiel bando,

Y del Barquillo, término[263] que pasa

De Vicálvaro al tuyo, que algún dia

¡Oh patria humilde! en tierra fuiste escasa.

Aguardad, que ya va la musa mia

A celebrar las de la Red[264], en donde

El ganado en un tiempo se vendia.

Ni en silencio pasarte corresponde,

Gran[265]) calle, andén de Olivo jebuseo,

Que hoy tanta regia máquina le esconde.

Tus hijas llegan con feliz deseo,

Que ven venir el sol del claro Oriente,

Las damas de los toros y el paseo.

Ningún precepto hará que yo no cuente

A las que suben de la Redondilla[266],

De mil ninfas verjel antiguamente;

Porque en el tiempo que ensanchó la villa,

Y fundó el monesterio[267], edificado

Del rio al paso en la juncosa orilla,

El Cuarto Enrique en el antiguo

Prado Hizo ruar las damas muy galanas,

Y allí su caballero amartelado;

Ellos en potros y ellas en lozanas

Mulas con sus gualdrapas, andariegas,

Y con sillas, jinetas y rudanas.

Mas aunque ¡oh tiempo! todo lo trasiegas,

No evitarás por mí ser alabadas

Las de otras calles, cuyo autor no niegas:

De Jácome de Trezzo[268] y las barriadas

De Juanelo, del de Alba, del Bastero,

De las Urosas y las Maldonadas.

Muchas vienen también del Mentidero[269]

De las damas, plazuela de Moriana,

Heras de San Martín, que fue primero.

Los Fúcares de Genova[270] y la anciana

Permisión de los Francos, y de Oriente

La Abada horrenda o elefante indiana,

Dan a sus calles nombre permanente,

Que hoy le afirman las niñas sus vecinas

Con el de los Octoes[271] juntamente.

Y las que llenan alcarrazas finas

De agua en Puerta Cerrada y de Toledo

En la calle, San Juan y Cuatro Esquinas.

Suplid, señores, que olvidar no puedo

De Atocha la ancha entrada, y la pequeña

Calle del Niño, en que vivió Quevedo.

Ni la oculta plazuela[272], cuya leña

Allí trajeron mil carreterías,

Como el nombre en la calle nos lo enseña.

Los comuneros y turbados días

Por aquí vieron de la villa el foso

Contra la rebelión y tropelías;

Después, siguiendo el tiempo belicoso,

El gremio la ocupó de broqueleros[273];

Ya no usamos adorno tan honroso.

Las madres, que habitando en los cruceros

De la Puerta del Sol ven el gentío,

Estruendo y confusión de forasteros,

No dejaron criar a su albedrío

Sus hijas, que labores divertidas

Hoy de aspirar al premio tienen brío.

No seréis en mis versos omitidas

Las que de Santa Cruz en clara fuente

Laváis manos en lana entretenidas.

Hubo aquí gran laguna antiguamente

De Lujan, del Vicario aquí la audiencia,

Hoy la torre soberbia y eminente.

Del alto capitel y la eminencia

Se ven llegar las niñas sin castigo,

Se admira sin los años la prudencia.

Desde el piadoso[274] albergue del mendigo

Al altillo de Losa, y hasta donde

Gil Imon[275] de la ilota abrió postigo.

Y en fin, la muchedumbre que se esconde

En esta regia Babilonia hispana,

Al superior influjo corresponde.

El blando lino, la preciosa lana,

Que al refino Melendez[276] fue tarea,

Y en Segovia amarró[277] la flota indiana;

La hebra que al espadar más hermosea,

Dada al desgargolar de los viciosos

Cañamares, que huelen a ajedrea,

Fueron los materiales; con ansiosos

Impulsos, y una y otra lo arrebata,

Pone el copo con actos bulliciosos.

La seña espera a su deseo grata,

Y en sendos tornos que en la sala había

El ímpetu de todas se desata.

Allí se ve el afán y la porfía,

La noble emulación, y volteando

Los rodetes sonar con armonía.

La mano, el pié, la vista, el dedo blando,

El brazo, el pecho casto y anhelante,

Sin tregua ni descanso trabajando;

Cual enjambre de abejas susurrante

Que en la fuente[278] Locaya a las riberas

Del Arlas[279] liba el toronjil fragante.

No hay doncella laconia a quien pudieras

Comparar su virtud hilando lana,

Que en púrpura dos veces la tiñeras.

Así serian en la edad anciana

Del buen Gracián[280] Ramírez ambas hijas,

Que amparó la de Atocha Soberana.

Ellas insisten al trabajo fijas

Con tesón incansable porfiado,

Acusando las horas de prolijas.

Quien al brazo español ha sindicado

De lento, admire, y su opinión desmienta,

O a otra cansa lo achaque, si ha acertado;

Que ya mi tropa femenil contenta

Dio fin a la carrera comenzada,

Y intrépida, aunque honesta, se presenta;

De amantes curadores escoltada,

Viene con su labor por la corona

Tan dignamente en tal edad ganada.

De la ancha plaza el término abandona,

De doña Nucía el pozo[281] atrás dejando,

Que de Isidro los méritos pregona.

El gremio virginal camina entrando

Ya por la puerta de Guadalfajara,

Por do entró Alfonso[282] a hollar el moro bando.

No fue mayor la grita y algazara,

Cuando a su Rey sirviendo generoso,

Entró a alzar el pendón en su almenara,

Y a ser primer alcaide[283] valeroso

Con Babieca y Tizona relumbrante

Rodrigo de Vivar, el Victorioso.

La hermosura pueril sigue adelante;

La preciosa arte de la platería

La rinde al paso el oro y el diamante.

Llegan al atrio, en que[284] se reunía

El Reino en Cortes, y se amenazaba

Al bárbaro poder de Andalucía.

Torre[285] que vio la majestad esclava,

Dejan ¡oh patria! y suben al asiento

Donde el concurso amplísimo esperaba.

Osténtase el magnífico aposento

En el alcázar[286] de Madrid la Ursaria,

Que terrones[287] de fuego es su cimiento, etc.

Aquí, pintando el acto de la distribución de premios, concluye con lisonjeras alabanzas al Rey, a la sociedad y a los magnates que lo presenciaban.

FIN

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El antiguo Madrid, 1861 by Ramón de Mesonero Romanos is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial 4.0 International License, except where otherwise noted.

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