II. Desde el Alcázar a la Cuesta de la Vega

Las cercanías del antiguo Alcázar, y aun las del moderno Palacio hasta nuestros días, presentaban por todas partes un aspecto muy poco digno, ciertamente, de la grandeza y decoro propios de la mansión Real. En vano Carlos V y Felipe II, a costa de crecidos sacrificios, habían adquirido considerable extensión de terreno, que Be llamó el Campo del Rey, a la parte de Occidente, desde la montaña que hoy se llama del Príncipe Pío, hasta el rio Manzanares y cuesta de la Vega, y más allá, la inmensa posesión de la Casa de Campo, comprada a los herederos de D. Fadrique de Vargas, en 1558; en vano emprendieron obras considerables, desmontes y plantíos en toda aquella extensión, y muy especialmente en el trozo que media entre Palacio y el rio, convertido por ellos en el ameno Parque, que luego fue destruido injustamente, hasta que le hemos visto reaparecer de nuevo más brillante en el reinado actual. En vano hicieron desaparecer algunos huertos y casuchos, así como también la parroquia de San Miguel de la Sagra, que estaba delante de la puerta principal del Alcázar, y que se derribó y trasladó a otro sitio, con el objeto de dejar desembarazada aquélla y regularizar la explanada que hoy es plaza principal de Palacio.

Todo lo que consiguieron fue hacerle algo más accesible por este lado y formar aquella plaza, cerrándola con un cuartelillo para la tropa y el edificio de las Caballerizas Reales (Armería), quedando abierta por la parte occidental, hasta que en tiempo de José Napoleón se hizo la balaustrada de piedra que la limita y decora.

Por lo que hace a los demás frentes del Alcázar, permanecieron poco menos ahogados que en un principio, con los barrancos, precipicios, huertas, conventos y callejuelas de que nos ocuparemos a su tiempo.

Siguiendo, por ahora, en nuestro paseo mental, la dirección de la antigua muralla hasta la puerta de la Vega, tropezamos, en primer lugar, con el ya citado edificio (aun existente) de la Armería Real, mandado construir por Felipe II con destino a caballerizas; sobre cuya obra le escribía el mismo Felipe a su arquitecto Gaspar Vega, desde Bruselas, en fecha 15 de Febrero de 1559, diciendo, entre otras cosas, lo siguiente: «El tejado de las caballerizas de Madrid queremos sea también de pizarra, y de la facción de los de por acá; haréis se prevenga la materia para ello… y porque en el dicho cuarto ha de haber mucha gente y paja y otras cosas peligrosas para el fuego, será bien que el primero y segundo suelo sean todos de bóveda, sin que en dichos suelos haya obra de madera, sino puertas y ventanas, y así lo ordenamos». Y efectivamente, se verificó de este modo y cubrió con un alto caballete apuntado, empizarrado y escalonado en forma de piñón a los costados, al gusto flamenco. De este edificio, que ocupaba además, con sus accesorios por una prolongación y figura bastante irregulares, gran parte de lo que hoy es plazuela de la Armería, sólo se conserva el cuerpo principal frente al Palacio, y que en su piso alto encierra el inmenso salón de 227 pies de largo por 32 de ancho que ocupa el magnífico Museo de la Armería Real, mandado trasladar a él desde Valladolid por el mismo monarca Felipe II, el año siguiente de su terminación (1565)[48].

En cuanto al grandioso arco unido al mismo edificio, y que sirve de ingreso a la plaza de Palacio, aunque parece formar parte de la primitiva construcción, no fue así; pues consta que dicho arco fue obra del tiempo de la minoría de Carlos II, mientras la privanza de D. Fernando de Valenzuela con la Reina Gobernadora; así es que no está señalado en el plano de 1550, como que aun no existía.

Durante la dominación francesa se derribó muy oportunamente la prolongación lateral de este edificio, destinada a caballerizas y pajares, y que ocupaba, como queda dicho, casi todo el espacio que es hoy plazuela de la Armería, juntamente con las manzanas de casas, números 444 y 46, que se levantaban e interponían entre dicho arco y la cuesta de la Vega, formando las callejuelas de Pomar, de Santa Ana la Vieja y del Postigo, que hoy no existen.

Sólo quedó en pié, enfrente a la Armería, la antigua casa llamada de Pajes de S. M., por haber sido destinada luego a este colegio Real, pero que en lo antiguo perteneció a la familia y mayorazgo de los Guevaras, habiendo sido labrada en el siglo XVI por D. Felipe de Guevara, señor de la casa de este apellido, gentil-hombre del Emperador, muy valiente capitán y erudito anticuario, autor de los Comentarios de la Pintura y de otras obras.

La manzana frontera a esta plazuela, y señalada con el número 442, estaba formada por las casas de los mayorazgos de Ramírez, condes de Bornos (derribada hace pocos años, así como las de los Mudarras y Herreras), y las de los Duques de Medina de Rioseco, que se incendiaron y demolieron a principios del siglo XVII. En el solar que ocupó después toda la manzana 443 la moderna y llamada del Platero[49] existió en lo antiguo el palacio de los Duques de Alburqueque, que acaso fue fundado y habitado por el célebre privado D. Beltran de la Cueva, primero de aquel título, si bien más adelante, en la callo Mayor, existe aun hoy otra casa que fue de los mismos mayorazgo.^;, pero que no creemos existiera ya en tiempos de Enrique IV.

Contigua al edificio moderno de la casa del Platero y al opuesto lado de la mezquina callejuela llamada de Malpica, se alzó la antiquísima casa (hoy derribada también) de los marqueses de este título y de Poyar, que en lo antiguo perteneció a la familia de los Bozmedianos, que desempeñaron los elevados cargos de secretarios o ministros del Emperador y de su hijo Felipe II; siendo tradición que el primero de aquellos monarcas paró más de una vez en Madrid en las casas del secretario Juan de Bozmediano (aunque la principal de esta familia y a que pueda referirse aquella estancia no era ésta, sino la que se alzaba en el solar que hoy ocupa la de los Consejos, frente a Santa María).

En esta de Malpica nació, en 1548, la heroica y desgraciada D.ª Juana Coello y Bozmediano, esposa del secretario de Felipe II, Antonio Pérez, que, no contenta con facilitar la evasión de su marido de la rigorosa prisión en que estaba, y atraerse por esta causa las más inhumanas persecuciones, hizo grandes viajes por mar y tierra en su seguimiento y defensa, fue modelo de amor conyugal, de valor y fortaleza. Esta casa debió ser la última de Madrid por aquel lado y estaba unida a la primitiva muralla, que bajaba por detrás de ella y de la cuesta llamada de Ramón, a volver por el Pretil de los Consejos a la calle Mayor.

La casa contigua de los Duques de Osuna y Benavente, que se ve después a la bajada, debió construirse sobre las ruinas de la primitiva muralla, y aun sospechamos que la otra casa más abajo, conocida también por la chica de Osuna, fuera en gran parte la misma fábrica en que estaba colocado el hospital de San Lázaro, destinado a la cura de leprosos, y que dio nombre al callejón contiguo, que aun conserva.

La puerta única de Madrid por aquel lado era la de la Vega, pues no existía todavía la de Segovia, ni el trozo de calle que va al puente, ni éste tampoco, que fueron obras todas del siglo XVI. Dicha puerta de la Vega, o Alvega, que interrumpía la fortísima muralla, vera, según se concibe del Plano, de entrada angosta y estaba debajo de una fuerte torre, tenía dos estancias; en el centro de la de adentro había dos escaleras, a cada lado la suya, por donde se subía a lo alto; en la de afuera había, en el punto del alto, un agujero, donde había oculta una gran pesa de hierro, que en tiempo de guerra dejaban caer con violencia sobre el enemigo que intentase penetrar; en medio de las dos estancias aparecían las puertas, guarnecidas por una gran hoja de hierro y muy fuerte clavazón.

Pero este edificio y trozo de muralla desapareció hace dos siglos por lo menos, y ni siquiera el portillo que lo sustituyó más arriba, y se renovó en el último, existe ya, aunque sí lo hemos alcanzado a ver todavía con bu efigie de piedra en lo alfo de él, representando la imagen de Nuestra Señora de la Almudena, patrona de Madrid, que fue hallada, según la tradición, en un cubo de esta muralla, cerca del Almudin o Albóndiga de los moros; habiendo permanecido oculta en él, según se cree, desde que lo fue por los fieles en tiempo de la invasión, durante trescientos setenta y tres años, que al decir de los autores duró en Madrid la dominación sarracena, hasta el 9; de Noviembre de 1083, en que fue hallada por el mismo Rey conquistador, como así lo expresaba la inscripción puesta en el nuevo arco o puerta, construida en 1708 y derribada en nuestros días.

El recuerdo de esta milagrosa imagen, y su inmediación, nos lleva naturalmente a la vecina iglesia parroquial de Santa María, matriz de la villa, donde original se conserva y venera todavía dicha imagen. La fundación de esta iglesia es tan remota, que está envuelta en la mayor oscuridad. Hay quien la supone nada menos que del tiempo de los romanos, asegurando ser en ella donde se predicó por primera vez el Evangelio en Madrid, y añadiendo que después fue colegiata de canónigos reglares; otros la señalan origen en tiempo de los monarcas godos, aunque no fijan precisamente la época; pero unos y otros convienen en que sirvió de mezquita a los moros, y fue purificada y consagrada después de la restauración por el rey D. Alfonso el VI. Posteriormente, en varias ocasiones se trató de sustituir este templo, venerable por su antigüedad e historia, aunque mezquino en su forma y dimensiones, por una catedral o colegiata digna de la capital del reino, y aun obtenidas las bulas al efecto en el reinado de Felipe IV, se sentó solemnemente la primera piedra para esta nueva construcción, en la plazoleta que se forma detrás del templo actual[50].

Pero el respeto y veneración que éste inspiraba fue siempre causa de no llevarse a cabo el pensamiento, contentándose sólo con reparar y adornar el antiguo, aunque de una manera bien pobre por cierto. Su interior tampoco ofrece grandes objetos de alabanza (aunque fue restaurado en lo posible a fines del siglo anterior por el célebre arquitecto D. Ventura Rodríguez), siendo lo más notable la capilla de los Bozmedianos, que da frente a la entrada principal y fue construida por aquella ilustre familia, que ya hemos dicho que tenía casas allí cerca a mediados del siglo XVI[51].

Frente a la iglesia de Santa María, y donde se eleva hoy el hermoso palacio conocido por los Consejos, mandado construir en los primeros años del siglo XVII por D. Cristóbal Gómez de Sandoval y doña María Padilla, duques de Uceda, ministro aquél y mayordomo mayor del rey D. Felipe III, e hijo del famoso Duque de Lerma, favorito del mismo monarca, se alzaban antes dichas casas principales de los Porras, Bozmedianos y otras familias nobles, cuyos edificios debieron ser tan considerables, que en uno de ellos moró D. Juan de Austria, el vencedor de Lepanto, los ministros y secretarios del Emperador, y aún este último, en algunas ocasiones, y fueron derribados para la construcción del ya citado palacio de los Duques de Uceda a principios del siglo XVII: encomendada su construcción al arquitecto Juan Gómez de Mora, dejó en él consignado su severo gusto artístico, así como el dueño su esplendidez y opulencia, bien que a costa de muchas y acerbas sátiras disparadas con este motivo por parte del cáustico Conde de Villamediana y otros poetas de su tiempo. En este palacio vivió después el valido de Felipe IV, D. Luis Méndez de Haro, marqués del Carpio, y más adelante la reina viuda doña Mariana de Austria, al regreso de su destierro de Toledo, y en el mismo falleció en 16 de Mayo de 1676. Adquirido después por el Estado, en el reinado de Felipe V, en 1747, fueron colocados en él los Consejos Supremos de Castilla e Indias, de Ordenes y de Hacienda, la Contaduría mayor y Tesorería general, hasta que, extinguidos aquellos tribunales, se hallan hoy establecidos en él el Consejo de Estado y la Capitanía general.

Como al frente de la embocadura de la calle del Factor por la Real de la Almudena (hoy plazuela de los Consejos), e interrumpiendo la muralla primitiva que se cree haber existido en Madrid, se alzaba la otra de las dos puertas, únicas que debió contar el primitivo recinto de esta villa, y que fue conocida después con el nombre de Arco de Santa María. Este famoso arco (único testimonio que quedaba ya hace tres siglos de aquel estrechísimo recinto) fue derribado en 1569, en ocasión de la entrada de la reina doña Ana de Austria, esposa de Felipe II, y para ensanchar el paso.

«Era (según el maestro Juan López de Hoyos, docto madrileño, que escribió una obra muy curiosa para describir aquella solemnidad) una torre caballero fortísima, de pedernal, y estaba tan fuerte, que con grandísima dificultad muchos artífices con grandes instrumentos no podían desencajar la cantería, que entendieron que no era pequeño argumento de su antigüedad». Estas son las palabras únicas que estampó el maestro Hoyos, referentes a dicha puerta o arco de Santa María; y las reproducimos íntegras (tomándolas del ejemplar rarísimo, acaso único, de dicha obra que existe en Madrid y tenemos a la vista), para denunciar la inexactitud con que el licenciado Quintana atribuyó al maestro López de Hoyos la peregrina especie de que en los cimientos de dicho arco se hallaron unas láminas de metal, en las cuales estaba escrito (no dice en qué lengua) que aquella muralla y puerta se habían hecho en tiempo de Nahucodonosor; de lo cual deduce el mismo Quintana, y dedujeron otros cronistas matritenses, el paso de aquel famoso guerrero por esta villa; aunque, con permiso del licenciado historiador, nos atreveremos a dudar que haya tenido el honor de albergarle en sus muros, a no ser baje la forma del Bruto de Babilonia, en la antigua comedia de este título, o en estos últimos años en la ópera de Verdi exhibido por la personalidad de Ferri o de Ronconi. Sobre el derribo de esta torre o puerta se construyó por entonces otro arco más grande, que se llamó de la Almudena y fue también derribado posteriormente.

El elegante edificio que da frente al de los Consejos y que ha renovado su dueño el señor Duque de Abrantes, perteneció antes a la familia de los Cuevas y Pachecos, y forma en el día por uno de sus costados, y formaba ya en el siglo XVI, la estrecha callejuela del Camarín de Santa María (hoy de la Almudena); en ella tuvo lucrar el alevoso asesinato del secretario de D. Juan de Austria, Juan de Escobedo, mandado ejecutar por orden de Felipe II y por el intermedio de su ministro Antonio Pérez[52].

Detrás de esta casa, formando escuadra y parte de la manzana, se mira aun en pie la que fue propiedad de Ruy Gómez de Silva, duque de Pastrana, mayordomo y favorito de Felipe II, y de su mujer, la célebre doña Ana de Mendoza y la Cerda, princesa de Éboli, que tanto influjo ejerció en el ánimo de aquel austero monarca, y cuya infidelidad y relación amorosa con el célebre Antonio Pérez, ya citado, fue, sin duda, causa de la trágica muerte de Juan Escobedo y de la horrible persecución suscitada por la venganza del Rey contra su infiel privado. Aun se veía también en el costado de la izquierda de Santa María, que da frente a esta casa, la pequeña puerta en cuyo quicio es fama que el burlado y vengativo Monarca asistió embozado a ver tomar el coche al objeto de su cariño, la noche misma que partía para ser conducida por orden suya a la torre de Pinto. La casa pertenece hoy al colegio de niñas de Leganés, y es la señalada con el número 4 nuevo[53].

A espaldas de esta casa, y formando con ella la manzana 440, que sube al pretil, y por donde corría la supuesta muralla del primer recinto que hoy nos ocupa, estuvieron en el siglo XVI las casas del Factor Fernán López de Ocampo (que dio nombre a la calle), a la esquina de la del Viento. La 437, 38 y 39, que formaban las calles y plazuela de Rebeque y de Noblejas, de San Gil y del Tufo, fueron derribadas por los franceses, y reconstruidas modernamente bajo otra forma. En ellas estaban las suntuosas casas o palacio de los Borjas, que habitó el Marqués de Lombay y Duque de Gandía San Francisco de Borja; en la misma nació su primogénito y heredero, y posteriormente el famoso poeta príncipe de Esquilache[54]. Después esta casa, y la plazuela en que estaba situada, se llamó de Rebegue, por corrupción del nombre del embajador de Holanda Mr. Rohek, que la habitó largos años. Allí estaban también las casas de los condes de Noblejas, de los Espinosas, Guevaras, Zarates, Granados, Barrionuevos y otros ilustres apellidos, y finalmente, formaba la manzana 434 a la izquierda, que subía al pretil de Palacio, el convento e iglesia de San Gil, fundado por Felipe III, adelantando bastante a la plaza principal de Palacio, hacia el nuevo arco, según se ve en el antiguo plano, con lo que quedaba esta plaza bastante irregular. Nada de esto existe ya, y todo fue derribado por los franceses, como lo fueron asimismo varias otras manzanas de casas más allá de este recinto, y en lo que hoy es plaza de Oriente, de que nos ocuparemos cuando la serie de nuestros paseos en la primera ampliación de Madrid nos traigan de nuevo a estos sitios.

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El antiguo Madrid, 1861 by Ramón de Mesonero Romanos is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial 4.0 International License, except where otherwise noted.

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