IV. Desde Puerta de Moros a Puerta Cerrada

Después de abrir la entrada meridional de la villa en Puerta de Moros, continuaba luego la muralla en dirección del Norte, por entre lo que después fue, y es todavía, calle de la Cava Baja y la del Almendro, hasta salir por detrás de la embocadura de la del Nuncio, al sitio que hoy conserva el nombre de Puerta Cerrada, en que se ve colocada la cruz de piedra, sin duda en conmemoración de haber sido éste el límite de Madrid por aquel lado y el punto mismo que ocupó la antigua puerta. Esta Cava de San Francisco y la de San Miguel, que la continúa, han conservado, bajo la forma de calles, su nombre morisco, y no eran otra cosa que el barranco y alcantarilla que venía corriendo al pie de la muralla desde las Vistillas, y que dio su nombre primitivo a la calle hoy llamada de Don Pedro, y antes de la Alcantarilla. Delante de esta puerta murada que ahora nos ocupa había su puente levadizo para salvar el foso o cava.

La entrada de Madrid por este lado (según el maestro Juan López de Hoyos, que la conoció, pues fue derribadla en el siglo XVI) era angosta y recta al principio, haciendo luego dos revueltas, de suerte que ni los que salían podían ver a los que entraban, ni éstos a los de fuera. Llamáronla en lo antiguo la Puerta de la Culebra, por tener esculpida encima de ella aquella célebre culebra o dragón, que a tantos comentarios ha dado lugar sobre su origen, atribuyéndole algunos de los analistas madrileños nada menos que a los griegos, fundadores, según ellos, de la villa, a quien dejaron como blasón este emblema, que solían llevar en sus banderas. Así lo afirma con la mayor seriedad el mismo honrado madrileño maestro López de Hoyos, en cuya casa de los Estudios de la villa (de que ya anteriormente hicimos mención) se conservó, al derribo de la puerta, la piedra en que estaba esculpida dicha culebra, que copió después en su obra del Recibimiento de D.ª Ana de Austria, y que reproducida exactamente de dicha obra, hallarán nuestros lectores en el Apéndice[68]. Después del de la Culebra, el nombre con que fue conocida esta entrada fue el de Puerta Cerrada, por haberlo estado largo tiempo, para evitar las fechorías de la gente facinerosa, que, según Quintana, «escondíanse allí, y robaban y capeaban a los que entraban y salían por ella, sucediendo muchas desgracias con ocasión de un peligroso paso que había a la salida de ella en una puentecilla para pasar la cava, que era muy honda»; pero poblándose después el arrabal hacia lo que es hoy calle de Toledo y de Atocha, hubo necesidad de volver a abrir la puerta para la más fácil comunicación, hasta que, como ya queda dicho, fue demolida en 1569.

Por último, y antes de emprender nuestro paseo por el interior del trozo comprendido entre ambas puertas de Moros y Cerrada, y en el que estamparemos los datos y noticias que aun se conservan y hayamos podido allegar, relativos a esta antigua parte de la población, habremos de decir que, para fijar el rumbo que llevaba el lienzo de muralla entre las casas de la Cava Baja y calle del Almendro, hemos tenido en estos últimos años dos tan positivos, como es haber visto al descubierto uno de los cubos de dicha muralla, con motivo del derribo y reconstrucción de la casa número 28 de la primera, y posteriormente otro más allá en el número 31, última casa de la secunda. Ademas, notoriamente está sostenido en el murallón anticuo el vetusto edificio llamado Posada del Dragon de la Villa, que da a una de las rinconadas de la inconcebible calle del Almendro, cuyas tortuosidades laberínticas debían, por cierto, desaparecer en gran parte, rompiendo fácil salida a la Cava Baja por la parte más estrecha de la irregularísima manzana 150, una de las más extensas de Madrid[69].

Todavía continuaban en este distrito las muchas propiedades de la ilustre familia de los Vargas, de quien, y las de Lujan, Mendoza, Laso, Sandoval y demás conexionadas con ella, llegó a ser todo aquel caserío, además de las propiedades rurales del término de Madrid. En dicha calle del Almendro, y bajo su número 6 moderno, está la casa propia de los marqueses de Villanueva de la Sagra, que en lo antiguo fue casa de labor perteneciente a Ivan de Vargas, rico hacendado madrileño del siglo XI, cujas propiedades labraba San Isidro, y en ella se ve convertida en capilla una estancia baja, donde, según tradición, acostumbraba encerrar el ganado de la labranza.

La casa que hace esquina y vuelve a la calle del. Nuncio, hoy palacio y tribunal de la Nunciatura Apostólica, perteneció también a la familia de Vargas, y por casamiento de una señora de esta familia (D.ª Inés de Vargas Carvajal y Trejo, bisnieta del licenciado Francisco de Vargas) con el célebre ministro D. Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias, llegó por esta razón a ser propiedad de aquel desdichado valido. En la manzana inmediata, entre dichas calles del Almendro y del Nuncio, y la antigua de la Parra (hoy costanilla de San Pedro), dando frente a la puerta de la antiquísima parroquia de esta advocación, se ve otra casa principal, de sólida construcción y regular forma, conocida por la casa de Santisteban, apoyada por uno de sus costados en el pretil a que da su nombre. Este importante edificio, que lleva uno de los títulos del célebre condestable D. Álvaro de Luna y de su hijo D. Juan, nacido en Madrid en 1435, y hoy posee el Sr. Duque de Medinaceli y de Santisteban, debe también tener su historia, que no nos ha sido posible averiguar. Anteriormente tuvo, según Quintana, una torre muy grande, que hoy no existe.

La parroquia de San Pedro, matriz de aquella feligresía, cuya fundación en este sitio se atribuye al rey don Alfonso XI, a principios del siglo XIV, en acción de gracias por la toma de Algeciras, existió, según se cree, anteriormente, algo más arriba, en dirección de Puerta Cerrada; y en efecto, en algunos documentos se habla de San Pedro el Viejo, para distinguirle, sin duda, del posterior. El templo es pequeño, pobre y mezquino en su forma y decoración, y ofrece muy pocos objetos de curiosidad, si no es su misma sencillez y antigüedad, en que, sin duda alguna, lleva ventaja a los demás existentes en Madrid; pues las otras parroquias primitivas, o desaparecieron ya, o han sido renovadas en su mayor parte. Hay también en él algunos enterramientos notables de varios individuos de la familia madrileña de los Lujanes, en su capilla propia, al lado del Evangelio. Esta iglesia forma independiente la manzana 152. En su cuadrada y sencilla torre existía, y no sabemos si existe aún, la famosa campana de San Pedro, que durante siglos fue para los sacristanes de esta parroquia un verdadero tesoro, pues los labradores de la tierra les contribuían con un seguro tributo para que no se descuidasen en tocar a nublado, para conjurarle.

La manzana contigua 132, entre la calle llamada Sin Puertas y la calle de Segovia, la forma también exclusivamente la casa que hoy pertenece al señor Marqués de Javalquinto, príncipe de Anglona, y anteriormente fue de los condes de Benavente y también de la familia de los Vargas y Sandoval; considerable edificio, notable también por el jardín que tiene contiguo, fundado sobre fuertes murallones entre la plazuela de la Paja y la calle de Segovia, y resultando dicho pensil, por el desnivel del terreno, a la altura del piso principal de la casa.

Al lado opuesto de la calle de Segovia, y enfrente del breve distrito que acabamos de recorrer, hay, entre la plazoleta de la Cruz Verde y la de Puerta Cerrada, otro pequeño laberinto de callejuelas, placetas y costanillas, llamadas del Rollo, del Conde, de San Javier, del Cordón y de San Justo (antes de Tentetieso, con alusión, sin duda, a su rápido desnivel), las cuales, siguiendo el caprichoso rumbo de las manzanas de casas, y ascendiendo con trabajoso pavimento, convertido tal cual vez en escalones, van a ganar la pequeña altura en que está fundada la calle del Sacramento, que corre desde la plazuela de Puerta Cerrada a la casa de los Consejos.

Esta calle, la primera y tal vez única del Madrid antiguo, que iba por terreno llano en una regular extensión, debió estar formada, en sus principios, por un caserío insignificante o de escasa importancia, que desapareció, sin dejar rastro alguno de su existencia, para dar lugar a otras construcciones más importantes, hechas en los siglos XVI y XVII, con destino a casas principales de algunas familias de la nobleza, y de ellas quedan aún en pie las de los Coallas, después de los marqueses de San Juan (que hoy posee el señor Marqués de Bélgida), con frente a Puerta Cerrada; la de Alfaro, número 1, manzana 178, al frente de la plazuela del Cordón, con los costados a la calle del mismo nombre y a la costanilla de San Justo, y la del señor Marqués de Revillagijedo, esquina a la misma plazoleta.

Descuella sobre todas ellas, por su importancia material e histórica, la construida a principios del siglo XVI por el cardenal Fray Francisco Jiménez de Cisneros, arzobispo de Toledo y regente que fue del reino, que está situada a la acera derecha de dicha calle con accesorias a la plazuela de la Villa, formando independiente la manzana 180. A la predilección y cariño que siempre tuvo y se plació en demostrar a la villa de Madrid aquel insigne hombre de Estado, debió ésta, no sólo el distinguido honor de servirle de residencia casi todo el tiempo que tuvo a su cargo la gobernación del reino, dándola cierto carácter de corte, que después continuó el Emperador, y de que la revistió, por último, su hijo Felipe II, sino que quiso vincular en ella su casa y familia, fundando aquel suntuoso palacio y amayorazgándolo en cabeza de su sobrino D. Benito Cisneros, hijo de su hermano D. Juan, cuyos sucesores, enlazados después con las familias de los Guzmanes y Ladrón de Guevara, pasaron a éstos la propiedad de dichos mayorazgos, que hoy representa el señor Marqués de Montealegre, conde de Oñate, aunque en el siglo pasado compró a censo esta casa la Real Hacienda, para colocar en ella el Supremo Consejo de la Guerra, y hoy es de propiedad particular[70]. La circunstancia de tener un largo balcón corrido por toda su fachada a la calle del Sacramento ha dado origen, sin duda, a la creencia vulgar de ser aquel a que el Cardenal Regente hizo asomar a los Grandes para enseñarles la artillería; pero esta aserción no tiene fundamento alguno, pues ni dicho balcón daba ya vista al campo, y sí a la parte más poblada entonces de la villa, ni acaso existía todavía aquel palacio, ni, en fin, aunque existiese, se aposentó en él el Regente del reino, y sí, como dijimos, en el de don Pedro Laso de Castilla, contiguo a la parroquia de San Andrés, adonde es de presumir que tuvo lugar aquella dramática escena. La casa de Cisneros es también célebre por haber servido de rigorosa prisión, donde sufrió la inhumana tortura en que estuvo próximo a espirar, el famoso secretario de Felipe II, Antonio Pérez, quien, con auxilio de su esposa, la heroica doña Juana Coello y Bozmediano, logró escaparse de ella en la noche del Miércoles Santo, 18 de Marzo de 1590, marchando a sublevar en su favor al reino de Aragón, y ocasionándola famosa guerra que acabó con los fueros de aquel reino.

Este desdichado ministro no sufrió, sin embargo, toda su larga prisión de más de once años en aquella casa, sino que anteriormente estuvo detenido en la de su propia habitación, que era la contigua, llamada del Cordón, propiedad de la familia Arias Dávila, condes de Puñonrostro, la misma que ha sido demolida hace pocos años por su estado ruinoso, y que, en su tiempo, era suntuosa y estaba magníficamente decorada por la orgullosa esplendidez de aquel arrogante ministro. De ella también intentó escaparse, descolgándose al efecto por la tribuna que comunicaba a la iglesia inmediata de San Justo, de donde fue extraído en el acto por la justicia y conducido a la fortaleza de Turegano, y luego, según se dice, al castillo de Villaviciosa, hasta que, más adelante, le trajeron a la casa de Cisneros.

La iglesia parroquial de San Justo (a la que se incorporó la de San Miguel, demolida en los principios de este siglo) es de antiquísima fundación; pero el templo actual es moderno y fue construido, en el pasado siglo, sobre el mismo sitio que ocupaba el antiguo, a expensas del infante D. Luis; siendo lástima que la estrechez de la calle en que está situado no permita la vista a su elegante fachada convexa, con dos torres laterales y de una considerable elevación.

El otro templo que ennoblece esta calle, a su final, ya en la plazuela de los Consejos, es el del convento de monjas del Sacramento, fundado en los principios del siglo XVII, por la piedad y grandeza del duque de Uceda, D. Cristóbal Gómez de Sandoval, el mismo que construyó el suntuoso palacio de los Consejos; si bien el templo actual es más moderno, de mediados del siglo anterior, y de buena forma y proporciones[71]. También cedió el mismo fundador al propio convento, y formaron parte de la fundación, las grandes casas contiguas, llamadas del Sacramento, hasta la esquina de la callo del Rollo. Por último, el palacio arzobispal, sito al otro extremo de la misma calle, a su salida a Puerta Cerrada, es un edificio también moderno, construido en el siglo pasado, durante, los arzobispados de los señores infante D. Luis y Lorenzana, que no ofrece, por lo tanto, más recuerdos históricos que los de haber espirado en él los últimos arzobispos cardenales de Borbón, Inguanzo, Bonel y Orbe y Alameda (Fr. Cirilo).

Se ve, por lo dicho, que la expresada calle está compuesta exclusivamente de templos, palacios o casas principales de la nobleza madrileña, y que ha llegado hasta, nosotros con su aspecto severo y sus pretensiones heráldicas, sin que ni una sola tienda de comercio, símbolo de la animación y movimiento de la moderna villa, haya venido todavía a interrumpir aquel grave continente de sus fachadas austeras y monótonas. Su inmediación a la casa de los Consejos y Tribunales superiores, su apartamiento del bullicio mercantil y cortesano, y la espaciosidad y clásica distribución de aquellos vetustos caserones, les hicieron muy propios para albergar, después de la nobleza del siglo XVII, a la alta magistratura del siguiente y el actual; y muchos nombres, célebres en aquélla, y señalados en los fastos de nuestro foro, figuraron en la calle del Sacramento, tales como los Macanazes, Rodas, Tovares, Campománes y otros muchos, hasta los últimos gobernadores de Castilla, Martínez de Villela y Puig-Samper, que en ella vivieron y murieron.

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El antiguo Madrid, 1861 by Ramón de Mesonero Romanos is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial 4.0 International License, except where otherwise noted.

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