VII. El arrabal de San Martín

El objeto más notable que nos sale al paso y afecta a la imaginación de este antiguo distrito, y uno también de los dos primeros que presidieron, puede decirse, a su formación, es el Real monasterio de monjas de Santo Domingo, situado al pie de la cuesta del mismo nombre, monumento venerable y de la más alta importancia en la historia religiosa, política y artística de Madrid.

Dicen los coronistas matritenses que el Patriarca Santo Domingo de Guzmán, que se hallaba en Francia en 1217 haciendo la guerra a los albigenses, envió a Madrid algunos religiosos, bajo la dirección de otro del mismo nombre, para que hiciesen fundaciones; los cuales obtuvieron del concejo de Madrid, con aquel objeto, un sitio extramuros di la villa, cerca de la puerta de Balnadú y, considerables limosnas y donaciones de los piadosos vecinos de Madrid, y, en su consecuencia, dieron principio a la fundación del convento; pero habiendo venido a Madrid al año siguiente el mismo Santo Domingo, y pareciéndole poco conveniente que sus frailes tuviesen tanta hacienda y rentas, determinó establecer en la indicada casa un monasterio de monjas, y trasladar a otro sitio a los religiosos, como así lo verificó, recogiendo un número de doncellas, a quienes vistió el mismo Santo el hábito y dio la profesión, y dejando enteramente a beneficio de ellas todos los bienes que ya poseía el monasterio. Continuaron las monjas su construcción, que estuvo concluida en breve tiempo, y aun se guarda en este convento la carta original de Santo Domingo, dirigida a las mismas, en contestación al aviso que le dirigieron de estar concluida la obra. Desde entonces los monarcas, los magnates, el concejo y los vecinos de Madrid manifestaron su devoción y simpatía hacia aquella santa casa, dotándola de privilegios especialísimos y cuantiosas donaciones, entre las cuales es notable la que les hizo el santo rey D. Fernando III, de la extendida huerta, que llegaba hasta las inmediaciones del Alcázar y se llamaba de la Reina, y después de la Priora.

En esta casa vivieron y profesaron algunas personas de sangre Real, y en ella yacían los restos del rey D. Pedro de Castilla, los de su hijo el infante D. Juan, y su nieta doña Constanza, priora que fue del mismo convento; y también estuvieron los del desgraciado príncipe D. Carlos, hijo de Felipe II, antes de ser trasladados al Escorial; eran objetos del mayor interés histórico y artístico dichos sepulcros, hoy destruidos, a excepción del de la priora doña Constanza y la estatua mutilada del rey D. Pedro, que se conservan. También existió hasta pocos años ha el elegante coro, obra del insigne Juan de Herrera, la espaciosa iglesia de dos naves, sus buenos cuadros y la antiquísima pila en que fue bautizado Santo Domingo de Guzmán, que se halla metida en otra de plata, y sirve para bautizar a las personas Reales, a cuyo efecto es conducida, en las ocasiones, a la capilla Real. Antiguamente, la portada de la iglesia formaba rinconada mirando a Palacio, pero hace muchos años fue cubierta esta portada y fachada del convento con unas casas, y la entrada a la iglesia era lateral, formada por un pórtico, que fue reconstruido a fines del siglo pasado. En el portal de dichas casas contiguas y en el de la portería del convento se veían hasta hace pocos años dos lápidas muy antiguas, y que debieron estar en otro sitio anteriormente, en las que se leían las palabras que, según la tradición, pronunció al morir el clérigo asesinado por el rey D. Pedro, y aparecido al mismo en las sombras de la noche, al pasar por delante de este convento. En esta santa casa fueron recogidas por las religiosas las principales señoras de la villa durante los encarnizados disturbios ocasionados por la guerra de las Comunidades, cuyos partidarios pegaron fuego al convento, que estuvo a punto de desaparecer. En los claustros de este convento fue donde D. Lope Barrientes, obispo de Cuenca y fraile de Santo Domingo, quemó, de orden del rey D. Juan el II, todos los libros o escritos del famoso D. Enrique de Villena, maestre de Calatrava, que falleció en Madrid por entonces; varón eminente en ciencias y en literatura, y a quien la opinión vulgar tenía por mágico y hechicero, aunque es de presumir que fuera en razón de que se adelantó a su siglo en grandes conocimientos científicos. Hay quien cree que no todas las obras de este ilustre varón perecieron en el incendio; pero a nosotros no ha llegado más que una poco importante, titulada El Arte cisoria o del cuchillo. De todos modos, el proceder de D. Lope Barrientos ha merecido la condenación de todos los amantes de la ciencia, y, en su tiempo mismo, le lamentó muy amargamente el insigne Juan de Mena, haciendo el elogio más cumplido del ilustre astrónomo, filósofo y poeta[92].

Otros muchos recuerdos históricos, religiosos y artísticos, pudiéramos añadir a este notabilísimo monasterio; pero preferimos remitir al lector a la interesante Memoria histórica y descriptiva que de él publicó en 1850, D. J. M. de Eguren[93].

Contiguo a este monasterio, en la misma manzana 404, se hallaba el otro de religiosas franciscas de Santa María de los Ángeles; y tanto lo estaba, que con motivo de un grande incendio, ocurrido en 1617, se salvaron en el de Santo Domingo las religiosas de aquél con sólo romper una tapia medianera. Dicho convento y su iglesia, que habían sido fundados en 1564 por D.ª Leonor de Mascareñas, que vino a Castilla con la emperatriz D.ª Isabel, y fue aya del rey D. Felipe II y del príncipe D. Carlos, era poco notable en su forma artística. En él se aposentó la Santa Madre Teresa de Jesús en alguna de las ocasiones en que permaneció en esta villa, según expresa ella misma, y en otras en el monasterio de las Descalzas Reales. Este convento de los Ángeles fue demolido hacia 1838, alzándose hoy en su solar y en el de la inmediata huerta de Santo Domingo varias casas particulares.

Enfrente del convento de Santo Domingo el Real, y en la cuesta del mismo título, existían hasta poco ha varias casas principales de alguna importancia histórica; las primeras, con el número 1 antiguo y 7 moderno, fueron propias del mayorazgo que fundó el contador Francisco Garnica a fines del siglo XVI, y posee hoy el Sr. Duque de Granada, vizconde de Zolina. Una parte de dichas casas (donde se alzaba un torreón en que, según tradición, no sabemos hasta qué punto fundada, estuvo también preso algún tiempo el famoso secretario de Felipe II, Antonio Pérez) ha sido derribada y reconstruida de nueva planta en estos últimos años.

En la contigua vivió el famoso cardenal Portocarrero[94], arzobispo de Toledo, que tanta influencia tuvo en la política del Gabinete español en el último reinado de los monarcas austríacos, y a quien se atribuye el famoso testamento de Carlos II, que llamó al trono español a la familia de los Borbones; fue hijo del Conde de Palma, y murió en Roma en 1730. La otra es la señalada con el número 1 antiguo y 2 moderno, con su entrada por la antigua calle de la Puebla (hoy del Fomento), y que hoy poseen y habitan los Sres. Duques de Frías, como Marqueses de Villena y Condes de Oropesa. En la inmediata ya citada, y que hoy se está derribando, vivía el de este último título, Presidente de Castilla y ministro en tiempos del mismo monarca Carlos II, y fue asaltada y saqueada por el populacho en la famosa asonada de 1609, conocida por el motín del pan, que ocasionó la caída de aquel magnate.

A espaldas de dicho monasterio de Santo Domingo, y entre él y el de San Martín, se forman varias callejuelas y plazoletas, algunas suprimidas hoy, otras regularizadas y ensanchadas con las nuevas construcciones; si bien por la mayor parte conservan sus antiguos nombres de Bajada de los Ángeles, plazuela de los Trujillos, calle de las Conchas, de la Sartén, de las Veneras, de la Ternera, del Postigo, de la Bodega de San Martín, de la Flora y plazuela de Navalón.

Poco es lo que ofrecen de notable estas escondidas calles; sin embargo, alguna cosa queda todavía del antiguo caserío, por ejemplo, de las tres o cuatro casas que forman la plazoleta de Santa Catalina de los Donados, la señalada con el número 1 nuevo, que tiene su entrada por dicha plazuela y costanilla de los Ángeles, con vuelta también a la calle de la Priora y de los Caños, es la que fundó y en que vivió el famoso licenciado D. García de Barrionuevo y Peralta, del consejo del Emperador y tronco de la familia de los Barrionuevos, tan considerada en esta villa, así como él lo fue por su extremada grandeza, liberalidad y virtudes; llevó el título de primer Marqués de Cusano, y aun hoy la poseen sus descendientes en este título; fundó para sus hijos otros mayorazgos, labrando para ellos, no sólo estas casas, sino otras dos de que más adelante haremos mención; instituyó varias memorias y obras pías en la capilla propia de su apellido, en la parroquia de San Gines, donde yace sepultado.

Enfrente de esta casa, en la misma plazuela y calle de Santa Catalina, están las otras, que fueron de Pedro Fernández Lorca, secretario y tesorero de los reyes D. Juan el II y D. Enrique IV, y convertidas por él, en 1460, en albergue u hospicio para doce hombres honrados, a quienes la demasiada edad quitó la fuerza para ganar el sustento; vestían unas becas o caperuzas de paño pardo, y llamáronlos los donados; pero en el día creemos que no existan ya en comunidad, ni bajo las reglas que les prescribió el fundador[95]. Estas casas debieron ser tan notables en su tiempo, que hay quien asegura que en ella se hospeda ron varias personas Reales, y aun el mismo emperador Carlos V. La manzana 401, entre la calle de los Donados y la casa de Barrionuevo, estaba formada hasta hace pocos años, en que ha sido derribada para construirla de nueva planta, la propia del apellido de Olivares, familia de esclarecida nobleza en Madrid, fundada por don Gabriel de Olivares. La del frente de la plazuela (reconstruida también) pertenecía, a principios del siglo XVII, a las familias de Espínola y Pedrosa, y luego al Marqués de Vega, Al principio de la inmediata calle de la Flora, esquina y con vuelta ala de la Bodega de San Martín, había otra casa antigua señalada hoy con el número 1 moderno, que, según los registros de sus títulos, perteneció nada menos que a D. Álvaro de Luna; pero aunque bastante vieja, no creemos fuera del siglo XV, contemporánea de aquel célebre privado de D. Juan el Segundo[96].

En el trozo de calle de la Sartén comprendido entre la bajada de los Angeles y la calle de las Veneras existió hasta hace muy pocos años, que ha sido reedificada, señalada con los números 10 antiguo y 7 moderno, la casa conocida por de las Conchas, que ha dado nombre a este trozo de calle. Dicha casa fue de Diego de Alfaro, a fines del siglo XVI, y no sabemos si él mismo o alguno de bus sucesores fue el que hizo construir en ella, y con ocasión de haber hecho una peregrinación a Tierra Santa, una capilla u oratorio, y decoró o revistió su fachada con multitud de conchas; de que hoy se ha conservado en la renovación de la casa una sola sobre cada balcón.

En la casa que forma la esquina entre las calles de las Veneras y los Angeles vivió y murió el famoso poeta Cañizares, a mediados del siglo anterior[97]. El callejón de la Ternera, que desde la de la Sartén sale a la de los Preciados, sólo tiene un recuerdo histórico moderno, y es la gloriosa muerte del héroe D. Luis Daoiz, ocurrida en Dos de Mayo de 1808 en la casa en que habitaba, y a donde fue trasladado, herido mortalmente en defensa del parque de artillería. En su fachada se ha colocado una lápida conmemorativa.

A la entrada de la calle del Postigo de San Martín por la plazuela de las Descalzas está, aun perfectamente conservada, la casa que fue del secretario Alonso Muriel y Valdivieso (es la señalada con el número 1 antiguo y 8 moderno de la manzana 395). Dícese que es obra del famoso arquitecto del Escorial Juan de Herrera, y cuando no lo dijera la tradición, lo declararía la severidad y corrección de su estilo y gusto propio, que se revela hasta en las obras menos importantes de aquel insigne arquitecto.

La iglesia parroquial de San Martín, que estaba frente a esta calle, y formaba parte de la manzana 392, ocupada toda ella por el célebre monasterio de monjes benitos, avanzaba bastante hasta dicha calle del Postigo, cuadrando y regularizando la plazuela de las Descalzas. Esta iglesia parroquial era obra de los primeros años del siglo XVII, y su capilla mayor fue dotada y labrada a expensas del ya dicho Alonso Muriel, secretario de cámara de Felipe III, en cuyo presbiterio yacía, en un suntuoso panteón, juntamente con su esposa D.ª Catalina Medina. También existían en dicha iglesia otros sepulcros notables del contador y tesorero de Carlos V, Alonso Gutierrez, dueño que fue de la casa donde luego estuvo el Monte de Piedad; del Patriarca de las Indias y Gobernador del Consejo Sr. Figueroa, del insigne escritor P. maestro Fray Martín Sarmiento, y del célebre general de marina don Jorge Juan[98]. Era además notable este templo por sus suntuosas capillas, sus devotas imágenes y sus ricas alhajas y pinturas; pero fue demolido por los franceses, y no ha vuelto a ser reconstruido, quedando todavía descampado el solar que ocupaba. En cuanto al convento contiguo, que después de la exclaustración de los monjes fue sucesivamente destinado a las oficinas del Gobierno político, Diputación provincial, Bolsa y Tribunal de Comercio, Junta de Sanidad y cuartel de la Guardia civil, nada más hay que decir sino que al fin fue derribado hace pocos años, y construídose en él el nuevo edificio destinado a Monte de Piedad y Caja de Ahorros y magníficas casas particulares.

La plazuela de las Descalzas, centro del antiguo arrabal de San Martín, era aún en los primeros años de este siglo un reflejo fiel, una página intacta de la corte de la dinastía austríaca, del Madrid del siglo XVII. Formada por uno de sus costados por la dicha iglesia de San Martín, que tenía su pórtico y entrada principal frente al Postigo, y de la casa, ya citada, del secretario Muriel, ocupaba, como en el día, todo su frente meridional la severa fachada del monasterio de señoras Descalzas Reales, y la linda portada de su iglesia, construida según el estilo clásico del siglo XVI. Un arco y pasadizo de comunicación unía esta fachada con la casa que formó el otro frente de la plazuela y que ocupaba el Monte de Piedad y Caja de Ahorros, severo edificio, que fue del tesorero Alonso Gutiérrez, y que mereció el honor de ser habitado por el emperador Carlos V, y en el que dejó a la Emperatriz y a su hijo Felipe II al partir para la jornada de Túnez. Hoy se halla derribado y reducido a solar. Más allá de este arco se alcanzaba a divisar, y existe todavía, otro notable edificio, obra del arquitecto Monegro, destinado a habitación de los Capellanes y a Casa de Miserircordia para doce sacerdotes pobres, y cerraba, por último, la plazuela al lienzo Norte con las casas del Marqués de Mejorada y del Duque de Lerma, sustituidas más tarde por la grande y sólida del Marqués de Villena, que hace esquina y vuelve a la bajada de San Martín. Todos aquellos edificios, no sólo por su gusto especial y el orden de su construcción y ornato, sino también por su severo aspecto y tostado colorido, revelaban su fecha y trasladaban fielmente la imaginación del espectador a la época gloriosa de su fundación. Pero vinieron los franceses y echaron abajo (sin pretexto alguno) la iglesia parroquial de San Martín, y no sabemos si también el arco de comunicación entre el convento de las Descalzas y la casa del Monte, si bien pudo ser suprimido anteriormente, con motivo de haber recibido esta casa su nuevo destino. Vino después la Revolución y la exclaustración de los monjes de San Martín, y se apoderó el Gobierno de este monasterio; colocó en él sus oficinas y dependencias, y a pretexto de mejorar su aspecto, desmochó sus torrecillas, varió el orden de sus ventanas y envolvió sus lienzos en el obligado colorete beurre fraise, que tan en moda estaba en las modernas casas de Madrid. Las contiguas a las Descalzas, y que formaban parte del mismo monasterio, vendidas después, o destinadas a las oficinas de la Hacienda, fueron también recompuestas y revocadas; hasta el secular Monte de Piedad tuvo precisión de seguir el movimiento regenerador impreso por la opinión pública de los gacetilleros y los apremios y multas de las autoridades; así como igualmente la Casa de Misericordia, que había dado en manos de particulares y convertídose en compañía mercantil, imprenta, teatro y salones de baile, tuvo que elevarse a la altura del siglo, y vestir de moda y cubrir sus arrugas con el consabido colorete; con lo cual, y la graciosa fuente colocada en el centro de la plazuela, y a donde vino a refugiarse la estatua de la mitológica deidad que, con el prosaico nombre de la Mari-blanca, reinaba sobre los aguadores de la Puerta del Sol y fue lanzada de aquel sitio, quedó completamente civilizada y secularizada aquella levítica plazuela. Salvóse, empero, hasta el día, su clásico y religioso frente meridional, con la fachada de la iglesia y monasterio de las Descalzas Reales, si bien es de temer que no dure mucho tiempo en aquel traje discordante, habiéndose encargado ya las gacetillas de excitar el celo de la Autoridad para que los pase una buena mano de ocre y almagre, o por lo menos que lave sus sillares con ceniza o porcelana, como se ha hecho con la cárcel de Corte, el Ayuntamiento, los Consejos y otros bellos edificios antiguos, quitándoles su austeridad y gusto característico. Se ha revocado, por fortuna, con inteligencia, y guardando analogía con su construcción.

De este celebérrimo monasterio de religiosas franciscas, apellidado de las Descalzas Reales, por ser fundación de la princesa doña Juana, hija del emperador Carlos Y y madre del desgraciado rey D. Sebastián, de Portugal, nada podemos decir aquí que no sea harto conocido; y sólo nos limitaremos a expresar que fue construido, en 1559, por el arquitecto Antonio Sillero, sobre la misma área que ocupaba un palacio antiguo, y acaso aprovechó, para el murallón que mira al Postigo, una parte de la construcción antigua.

De la de este palacio, que se hace remontar por algunos al reinado de D. Juan II, y por otros nada menos que al de Alfonso VI, el Conquistador, diciendo que en él se celebraron las primeras Cortes del Reino en Madrid, en 1339, no tenemos más noticias que la de que dicha Serenísima princesa doña Juana de Austria, siendo viuda del príncipe D. Juan de Portugal, y Gobernadora de estos reinos de España, que había nacido en este mismo palacio, del que era propietaria, le trasformó en convento para las religiosas de Santa Clara, que trajo de Gandía San Francisco de Borja, e ingresaron en este monasterio en 1558. En su preciosa iglesia, renovada, a mediados del siglo pasado, por el arquitecto D. Diego Villanueva, se conservaba aún, hasta hace pocos años, el célebre altar mayor, obra del famoso arquitecto, escultor y pintor Gaspar Becerra. En una preciosa capilla de mármol, al lado de la Epístola, está el sepulcro de la piadosa fundadora, sobre el cual se ve su estatua de rodillas, obra de Pompeyo Leoni. En el coro está también su hermana, la emperatriz de Alemania doña María, que vivió y murió en esta santa casa, en la que la acompañó, como religiosa profesa, su hija doña Margarita y otras varias personas Reales.

También fue sepultada provisionalmente en esta iglesia, en 4 de Noviembre de 1567, la reina doña Isabel de Volois, tercera esposa de Felipe II, celebrándose en la misma, con este motivo, las solemnísimas exequias que describe prolijamente el maestro Juan López de Hoyos en el libro especial, tantas veces citado, que consagró a este objeto; y como este libro sea hoy tan raro, y curiosas las noticias que, a vuelta de la minuciosa descripción del túmulo y solemnidad religiosa, da aquel autor contemporáneo de la fundación y traza de este insigne monasterio[99], entresacamos de ella los párrafos que aun hoy puedan interesar al lector[100].

La fundación de este monasterio fue hecha con una magnificencia verdaderamente regia, pues no sólo fue dotada con el mismo y su huerta contigua[101], sino con el resto de la manzana que ocupa y da vuelta a las calles de Capellanes, de Preciados y del Postigo, en un espacio de más de 133.000 pies de terreno, con más la Casa de Misericordia para habitación y hospital de capellanes y dependientes, con 57.000 pies, y las que hoy son del Monte de Piedad, con unos 12.000. Su abadesa era y es considerada como Grande de España; su clerecía se componía de un capellán mayor, quince titulares, seis de altar, un maestro de ceremonias y tres sacristanes presbíteros; tenía su capilla de música y celebraba el culto con suma pompa y ornato. Hoy, con las reformas políticas, ha perdido gran parte de aquellos bienes y ha decaído mucho de su antigua magnificencia.

La casa del Monte de Piedad, adquirida por la villa de Madrid, a principios del siglo XVII, para hacer de ella servicio a S. M., fue donada por D. Felipe V, en los primeros años del siglo XVIII, al piadoso establecimiento del Monte, fundado en 1700 por el capellán D. Francisco Piquer, con tan asombroso resultado[102].

El resto de las calles de este distrito o arrabal ofrece poco interés. La plazoleta que se forma al fin de dicha calle de Capellanes lleva el título de Celenque, y anteriormente de Don Juan de Córdoba, por estar en ella en lo antiguo las casas del mayorazgo que poseyó y habitó, en tiempo del rey D. Enrique IV y de los Reyes Católicos, D. Juan de Córdoba y Zelenque, alcaide de la Casa Real del Pardo. La calle de Peregrinos, hoy de Tetuán, tomó su nombre del hospital de Caballeros de San Gines, trasladado a ella desde el otro lado del Arenal. Del estrechísimo y tortuoso callejón que comunicaba entre la de la Zarza y la Puerta del Sol, y llevaba el título de callejón del Cofre o de Cofreros (des Bahutiers), ya se hace expresa mención en la novela de Gil Blas de Santillana, por vivir en ella el señor Mateo Meléndez, mercader de paños de Segovia, a quien vino recomendado el mismo Gil Blas. Ambas calles han desaparecido para el ensanche de la Puerta del Sol. La calle de los Preciados, en fin, que limitaba este arrabal desde las inmediaciones de la puerta de Santo Domingo o la del Sol, no sabemos por qué razón lleva este título, aunque creemos sea el apellido de una familia habitante en ella, y nos parece que con motivo de su completa renovación y ensanche actual, y de la importancia que adquiere, debía cambiar aquel insignificante título por uno más glorioso y digno. Pocos son los recuerdos ni objetos históricos que nos ofrecía su caserío aun antes de derribarlo, pues casi todo él era también moderno. En una de sus casas, señalada con el número 74, se ve una lápida sobre la que, en relieve, está representado el ilustre y desgraciado general D. José María Torrijos, que nació en ella y fue arcabuceado en Málaga, en 1831, por haber intentado restablecer la Constitución[103]. Últimamente, la casa que terminaba esta calle con vuelta a la Puerta del Sol y calle del Carmen fue, hasta el siglo pasado, Casa Real de expósitos, hospital e iglesia de la Inclusa, fundada por la cofradía de la Soledad, en 1567, hasta que se trasladó dicho establecimiento a la calle del Mesón de Paredes. Esta casa, renovada en el siglo último, aunque labrada anteriormente por la cofradía en el sitio en que había otras varias, y reducida después a habitaciones particulares y tiendas de comercio, ha sido derribada, así como las manzanas contiguas, en 1854 y siguientes, para el ensanche de la Puerta del Sol.

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El antiguo Madrid, 1861 by Ramón de Mesonero Romanos is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial 4.0 International License, except where otherwise noted.

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