XI. El arrabal de San Millán

Ya hemos dicho que el arrabal, y por consiguiente, la segunda ampliación, se extendían por la banda meridional desde la calle de Atocha y plazuela de Antón Martín hasta la esquina de la plazuela de la Cebada, donde se abrió otro portillo, y que se incorporaba luego en la puerta de Moros con el caserío antiguo.

Entre dichas calles principales de Atocha y de la Magdalena se rompieron las traviesas apellidadas de Cañizares, de las Urosas y de Relatores. En la primera (que también se llamó del Olivar, como hoy su continuación) sólo hay que hacer mención del Oratorio de la Congregación del Santísimo Sacramento, fundada en la Trinidad en 1608, y que luego estuvo en la iglesia de la Magdalena, hasta que en 1647 labró esta iglesia y casa para sus juntas y ejercicios. Antes de construirse esta iglesia perteneció el solar a un N. Cañizares, que no sabemos si sería acaso Felipe de Cañizares, padre de D. Luis, hijo de Madrid, que tomó el hábito en el convento de la Victoria y después fue obispo de Filipinas. El edificio es bien pobre y modesto; pero la congregación es notable, no sólo por sus ejercicios piadosos, sino por haber pertenecido a ella insignes varones en la política y en las letras; viéndose en sus registros (que por esta razón han sido muy consultados) los nombres y firmas de Cervantes, Lope, Calderón, Montalbán, Solís y otros grandes escritores del siglo XVII.

La calle de las Urosas tomó su nombre del apellido de una ilustre familia, a quien pertenecían en los principios del siglo XVI varias casas en ella, vera la principal la que hace esquina y vuelve a la calle de Atocha, por donde tiene su entrada, con el número 2 antiguo y 18 moderno de la manzana 157, y las que estaban contiguas, donde después se construyó el teatro del Instituto, la frontera número 26 viejo y 3 nuevo de la manzana 156, y alguna otra. En una de ellas (no podemos decir en cuál, sino que era calle y casa de las Urosas) vivió, y murió en 1639, e ilustre y desdichado poeta dramático D. Juan Ruiz de Alarcón (el de las jorobas), relator que fue del Consejo de las Indias, que fue sepultado, como Lope de Vega, en la parroquia de San Sebastián.

Del título de calle de los Relatores, con que es conocida la inmediata, ignoramos el origen, a no ser su proximidad al tribunal de la sala de Alcaldes. La de la Magdalena tomó el nombre de las accesorias del convento de monjas de aquella advocación, de que ya hemos hecho referencia, y es una hermosa calle, que ostenta muy buenos edificios del siglo pasado y del presente, distinguiéndose entre los primeros el señalado con el número 12 nuevo de la manzana 9, que es la elegante casa de los Marqueses de Perales, y fue labrada a principios del siglo pasado con cierta grandiosidad, aunque con el gusto caprichoso en su ornato (especialmente en la portada) que distinguía al arquitecto D. Pedro Ribera y los de su escuela. En la misma manzana 9, a la esquina de la calle de Lavapiés, hay otra gran casa (probablemente de la misma época), que sirvió para la Dirección general de Pósitos y otras oficinas; y en la acera de enfrente, con vuelta a la calle de las Urosas, están las sólidas y espaciosas conocidas por de las Memorias de Aitona, que son, sin disputa, de las mejores construcciones particulares de Madrid en el siglo anterior.

La irregular manzana 142, que ocupaba por entero el convento de la Merced y sus dependencias, en el sitio que después de la demolición de dicho convento es conocido con el nombre de Plaza del Progreso, comprendía un espacio de 65.000 pies, y formaba a sus costados las estrechas calles de los Remedios, de la Merced y de Cosme de Medicis, que han desaparecido también con aquel extenso edificio, fundado por la Orden de Mercenarios calzados en 1564[122].

Su iglesia era notable por su espaciosidad y el mérito de los frescos de sus bóvedas, por lo suntuoso del culto y la gran devoción de los madrileños a la imagen de Nuestra Señora de los Remedios, que se veneraba en una de sus capillas, y a la del mercenario San Ramón Nonnato, que después pasaron, la primera a Santo Tomas, y la segunda a San Cayetano.

En ella era también notable el elegante sepulcro del tercer Marqués del Valle, D. Fernando Cortés, y su esposa doña María de la Cerda, nietos de Hernán Cortés y patronos de esta iglesia, que se alzaban en el crucero al lado de la Epístola con sus bustos de piedra. El convento era famoso, más que por su material construcción, por las personas ilustres en santidad y en ciencia que en él vistieron el hábito de la milicia redentora de cautivos, cuyas obras impresas y manuscritas se conservaban en su copiosa biblioteca; entre otras, la Crónica de la Orden, escrita por el reverendo padre maestro fray Gabriel Tellez, bien conocido en la república literaria bajo el nombre de Tirso de Molina, hijo de Madrid y religioso de esta casa. En ella visitamos en 18301a modesta celda de aquel gran poeta dramático, y tratando de inquirir algunas noticias de su vida y escritos, supimos que habían sido anteriormente reunidas por el Excmo. e Ilmo. general que fue de la Orden, fray Manuel Martínez, que murió de obispo de Málaga Lacia 1832, y entre cuyos papeles deben obrar[123].

Este convento fue de los que más tuvieron que sufrir en la sacrílega asonada de 17 de Julio de 1834, pereciendo en ella algunos de los indefensos religiosos.

La calle de Barrionuevo o del Barrio Nuevo (como se la apellida en documentos antiguos de la casa del mayorazgo de Vera Ordoñez, que era en la calle de Atocha, que hace esquina a la del Barrionuevo, en la isla del colegio de Santo Tomás) comprendía también el trozo primero de ]a que hoy es conocida con el de la Concepción Jerónima, hasta su salida a la calle de Atocha. La casa más notable de dicho trozo por su importancia y extensión, que ocupa nada menos que 28.362 pies superficiales, es la señalada con el número 31 antiguo y 7 nuevo de la manzana 158, y es conocida por la casa de Tineo, y también de Mar quina, por haberla habitado en 1808 el célebre corregidor de Madrid D. José Marquina, que fue uno de los blancos de la ira popular en el levantamiento del pueblo contra el privado Godoy y sus parciales en 10 de Marzo de aquel año. Hoy pertenece al Marqués de Montesacro. En la calle propia de Barrionuevo, la única antigua está señalada con el número 24 antiguo y 12 nuevo, y perteneció al vínculo de los marqueses de Lara.

El otro trozo de calle propia de la Concepción Jerónima tomó su nombre del antiguo monasterio de monjas jerónimas de la Concepción de Nuestra Señora, fundado en 1504 por la célebre doña Beatriz Galindo, llamada la Latina, camarera mayor y maestra de la reina doña Isabel la Católica, quien le colocó primero contiguo al hospital que ella y su marido Francisco Ramírez, general dé artillería de los Reyes Católicos, habían fundado esquina de la plaza de la Cebada; hasta que, a consecuencia de un reñido pleito con el guardián de San Francisco, se vio precisada a trasladar las monjas a las casas propias del mayorazgo de su marido, construyéndolas el nuevo convento en el sitio en que hoy está, en 1509. En la iglesia del mismo, y a los lados del altar mayor, se ven los sepulcros de mármol con las estatuas de ambos ilustres fundadores, que yacen en esta casa[124]. Contigua a ella, y con frente al otro lienzo de la plazoleta, se alza todavía (aunque elegantemente reformada en estos últimos años) la casa principal de los Ramírez y Saavedras, que perteneció en el siglo XVII a la Condesa del Castellar, y por sucesión a los Duques de Rivas, cuyo titular, el ilustre poeta Sr. D. Ángel Saavedra Ramírez y Baquedano, la poseyó y habitó después hasta su muerte en 1861.

En la acera frontera de esta calle se alzaba, hasta los últimos años, el funesto edificio que, construido a principios del siglo pasado para Casa y oratorio de clérigos misioneros titulados del Salvador, vino después a servir de cárcel pública, apellidada de Corte, como ampliación del edificio contiguo de que ya tratamos, y que lleva aquel título, pasando después los padres a ocupar la casa del Noviciado de los jesuitas, en la calle Ancha de San Bernardo, a la extinción de dicha compañía en 1767. Un tomo entero no bastaría a consignar los recuerdos lúgubres u ominosos de esta funesta mansión durante la última mitad del siglo anterior y primera del presente, en que ha servido de encierro a tantos célebres bandidos o malhechores, y en que también vio penetrar por sus ignominiosas puertas, a consecuencia de los disturbios y conmociones políticas de 1814 y 1823, a tantos ilustres proscriptos, injusta e indecorosamente confundidos con aquellos grandes criminales. Cuando eran conducidos a expiar en el patíbulo su delito o su desdicha, el fúnebre acompañamiento los esperaba a la mezquina puertecilla que salia a la callejuela del costado, que llevaba el nombre nefando del Verdugo (hoy de Santo Tomás), formando antítesis con el del Salvador, que apellidaron a la otra paralela. Hoy, por fortuna, ha dejado de existir aquel edificio, y dado lugar en su solar a la construcción de una nueva manzana de casas y una calle entre ella y la de la Audiencia, trasladándose la carcelería a la casa llamada del Saladero. Con este motivo también se ha trasladado el sitio de las ejecuciones, que antes era en la plazuela de la Cebada y puerta de Toledo, a otro más cercano a la misma cárcel.

La otra calle, a espaldas de esta de la Concepción, que desemboca, como ella, en la de Toledo, se llamó en su principio de la Compañía, por el colegio imperial de los jesuitas, cuyas accesorias dan a ella; a la extinción de éstos tomó el nombre de San Isidro, como el grandioso templo de aquéllos; posteriormente, y aunque no de oficio, ha sido conocida vulgarmente por la calle del Burro, cuyo título cambió bruscamente por el del héroe de Villalar, Padilla, hacia el año 40, y después, volviendo a sus primeros amores, ha sido confirmada con el nombre de la Colegiata[125]. Su paralela, la del Duque de Alba, toma igualmente su título de la casa antigua de dicho personaje, que existe todavía, aunque completamente reedificada, señalada con el número 1 antiguo y 15 moderno de la manzana 14, y que tiene la enorme extensión de 52.000 pies de sitio, y vuelve a la ralle de los Estudios y de Juanelo. En esta casa, además de sus ilustres e históricos dueños en los siglos XVI y XVII, habitó, según la tradición, a la parte que da a la calle de Juanelo, la insigne doctora Santa Teresa de Jesús, en una de las ocasiones en que vino a Madrid para entablar sus fundaciones. En nuestros tiempos también es memorable por haber vivido en ella el famoso ministro D. Francisco Tadeo Calomarde durante la década de 1823 al 33, que por antonomasia lleva su nombre.

La calle de Toledo, en su primer trozo, como continuación del centro mercantil de la Plaza Mayor, compuesta, en lo general, de un caserío reducido y aprovechado por las habitaciones y tiendas de los mercaderes, ofrece ya poco interés histórico y menos objetos artísticos. Comprende, sin embargo, dos de la más alta importancia bajo aquel aspecto y el religioso, cuales son el Colegio imperial de la Compañía de Jesús, y su magnífico templo, hoy colegiata, de San Isidro el Real, y el monasterio de religiosas y hospital de la Latina. El primero de aquéllos ocupa una buena parte de la manzana 143, con su fachada principal a las calles de Toledo y de los Estudios. Trae su origen de la fundación hecha en el reinado de Felipe II, por cuya religiosidad y munificencia se construyó en 1567, y en el mismo sitio que ocupa el actual, un templo bajo la advocación de San Pedro y San Pablo, que fue demolido en 1603, cuando la emperatriz doña María, hija del César Carlos V, aceptó el patronato de esta casa, que por esta razón llevó el título de Imperial, para dar principio a la erección del suntuoso templo actual, bajo los planes y dirección de un padre jesuita llamado Francisco Bautista, que comenzó en 1626 y quedó terminado en 1651. Por su grandiosidad y elegancia artística esta hermosa iglesia es sin disputa la primera y más digna de la capital; y así que, a la extinción de los padres jesuitas, el rey Carlos III dispuso dedicarla al Santo Patrono de Madrid, trasladando a ella sus venerables reliquias, dotándola de una espléndida capilla Real, y disponiendo obras de consideración y elegante ornato en el referido templo, que desde entonces ha sido considerado como colegiata, a falta de la catedral de que carece la corte.

No es de este lugar, ni propio de nuestras escasas pretensiones, el emprender la descripción artística (que, por otra parte, está ya bien hecha en distintas obras) de este magnífico templo y de la multitud de objetos apreciabilísimos de bellas artes que le engrandecen. Limitados al recuerdo histórico, sólo consignaremos el hecho de que esta santa iglesia, por su capacidad e importancia y por su dedicación al Patrono de Madrid, ha sido escogida con preferencia para las grandes solemnidades religiosas de la corte y de la villa, para las exequias de los monarcas, los aniversarios nacionales y las rogativas públicas, mereciendo una cita especial los honores fúnebres tributados anualmente en ella, con grande ostentación, a las víctimas del 2 de Mayo de 1808, cuyos restos gloriosos se guardaron en sus bóvedas desde 1814 hasta 1841, en que fueron trasladados al monumento nacional del Prado.

En dichas religiosas bóvedas yacen también las cenizas de multitud de varones célebres por su santidad, dignidad o ciencia, tales como el Padre Diego Laynez, general que fue de los jesuitas, compañero de San Ignacio de Loyola, y uno de los que asistieron al santo Concilio de Trento, el cual renunció las mitras de Florencia y de Pisa, el capelo y hasta la misma tiara, que tuvo probabilidad de obtener. El otro santo y sapientísimo padre jesuita, Juan Eusebio Nieremberg, autor de infinitas obras[126], y otros muchos hijos de esta insigne casa, que figuraron dignamente en la república literaria, en los siglos XVI y XVII, y no les acompañan en ella las de los celebérrimos padres Isla, Andrés y otras lumbreras de este último siglo, por haber muerto en tierra extraña, a consecuencia de la expulsión general de los padres de la Compañía. Pero brillan al lado de aquéllos los monumentos fúnebres que guardan los restos de otras muchas personas de grande importancia política y literaria, como los del célebre diplomático y autor D. Diego da Saavedra Fajardo, que estuvieron anteriormente en la iglesia de Recoletos, los del príncipe de Esquilache D. Francisco de Borja y Aragón, insigne poeta del siglo XVII y nieto de San Francisco de Borja, y los del príncipe Muley Xeque, hijo del Rey de Marruecos, que se convirtió a la fe cristiana y fue bautizado con el nombre de D. Felipe de África, más conocido por el del Príncipe Negro[127].

En el espacioso convento contiguo se establecieron, en el reinado de Felipe IV, los Estudios Reales con diferentes cátedras, encomendadas a los padres de la Compañía, cesando entonces los que la villa de Madrid sostenía en la calle del Estudio, de que ya hablamos anteriormente. Estas cátedras fueron ampliadas, a la extinción de la Compañía, por el rey D. Carlos III, y hoy forman uno de los dos institutos de la Universidad Central. También merece especial mención la rica biblioteca pública, que sigue inmediatamente en importancia a la Nacional. concepción

El otro edificio religioso que antes citamos, el monasterio de la Concepción Francisca, fundado por doña Beatriz Galindo, y destinado a estas religiosas, en 1512, y su templo propio, son objetos poco dignos de atención bajo el aspecto artístico. No así el Hospital contiguo, llamado de la Latina, como fundación de la misma señora y su marido, el general D. Francisco Ramírez, cuya fábrica, obra cíe Hazan, moro, merece especial atención, notablemente en la portada y escalera, únicos objetos que acaso quedan ya en Madrid de aquel gasto que predominó muchos años después de la expulsión de los árabes y precedió al Renacimiento.

De este hospital fue rector el licenciado Jerónimo Quintana, natural de esta villa, uno de aquellos varones que emplean toda su vida en beneficio de la patria, y Madrid le debe la fundación de la venerable Congregación de sacerdotes naturales de esta villa y la Historia de su antigüedad y grandeza, que es la más completa, hasta ahora, de este pueblo. Falleció en la misma casa del hospital, en 10-14.

Frente a este hospital estaba, por aquellos tiempos, la antigua ermita de San Millan, hasta que, en 1591, haciéndose sentir la necesidad de una nueva parroquia aneja a la de San Justo, por la considerable extensión que había tomado el caserío hacia aquella parte, lo dispuso así el cura de dicha parroquia; para lo cual, saliendo una tarde con el Santísimo para un enfermo, se entró a su vuelta en ella y le colocó en el sagrario. Posteriormente se labró una nueva iglesia en lugar de la ermita; pero quedó reducida a cenizas en 1720, y levantada de nuevo a los dos años, fue erigida al fin en parroquia independiente, en 1806[128].

Por entre esta iglesia y la de la Latina abría la tapia a la calle de Toledo su último portillo, y luego, por la derecha del sitio que es hoy plazuela de la Cebada, y entonces dehesa de la Encomienda, corría a incorporarse con la antigua muralla en Puerta de Moros.

Así terminaba la segunda ampliación de Madrid; porque el caserío exterior, inmediato al antiguo convento de San Francisco, y que existía ya, no fue comprendido en ella y quedó todavía considerado como arrabal.

Y aquí hacemos un alto en nuestros paseos por los circuitos anteriores, para continuarlos por el recinto actual (1860) en la última ampliación.

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El antiguo Madrid, 1861 by Ramón de Mesonero Romanos is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial 4.0 International License, except where otherwise noted.

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