X. El arrabal de Santa Cruz

El trozo de arrabal denominado así por su inmediación a dicha parroquia comprendía hasta la puerta de Vallecas, situada donde hoy la plazuela de Antón Martín en la calle de Atocha, y desde allí, por su costado izquierdo, a la plazuela del Matute y calle del Lobo, hasta salir a la Carrera de San Jerónimo y Puerta del Sol, volviendo al punto de partida por la subida de Santa Cruz. El otro trozo de arrabal a la derecha de la calle de Atocha, desde la puerta de Vallecas hasta la de la Latina (aunque comprendido en el mismo arrabal), le consideraremos independientemente en el siguiente paseo, con el título del Arrabal de San Millán.

La iglesia parroquial de Santa Cruz quieren los historiadores que fuese primero ermita y luego beneficio rural con derecho parroquial desde el tiempo de los árabes, en la hipótesis (poco probable, a nuestro entender) de estar entonces poblados de caserío aquellos sitios extramuros. Mas lo que se sabe de cierto es que después de la conquista por las armas cristianas, y a medida que la población se iba extendiendo en dirección al antiquísimo y venerando santuario de Atocha, la parroquialidad de Santa Cruz vino a ser la más extensa de la nueva villa, como que llegaba, según queda dicho, a las puertas del Sol, de Antón Martín y de la Latina, hasta mediados del siglo XVI, en que se fundó la de San Sebastián, que dividió con aquélla su extensa feligresía.

El templo antiguo de Santa Cruz puede decirse que no existía ya, pues a consecuencia de dos incendios, padecidos en 1620 y en 1763, fue necesario reedificarle en 1767, por cierto con poco gusto y ostentación. La torre, sin embargo, era anterior, aunque no la primitiva que hubo en esta parroquia, y era llamada la atalaya de la corte, así como la de San Salvador la atalaya de la villa. Aquélla fue derribada por ruinosa en 1632, y se emprendió la obra de la nueva a costa del Ayuntamiento y de los vecinos de la parroquia, la cual no llegó, sin embargo, a verse terminada hasta 1680, según más por menor se expresa en el excelente artículo Madrid del Diccionario del señor Madoz[114]. La altura de esta torre era de 144 pies, y bailándose en sitio bastante elevado, descollaba sobre todas las demás de la población, aunque por su forma cuadrada, sencilla y sin ornato alguno, era por otro lado un objeto poco digno de fijar la atención del viajero que se acercaba a la capital. En esta parroquia existían las piadosas y antiguas congregaciones de la Caridad y de la Paz, que asisten a los reos de muerte desde el momento que entran en la capilla de la cárcel, les acompañan al suplicio y cuidan de su enterramiento, el cual Be verificaba antiguamente en esta parroquia el de los degollados, en San Miguel el de los dados garrote, y en San Gines el de los ahorcados; celebrábanse misas en la capilla de dichas congregaciones por el alma de aquellos desgraciados en el momento en que se les notificaba la sentencia, desde cuyo día se levantaba en la esquina de la plazuela un altar con el crucifijo que había de acompañarles al suplicio, fijándose a la puerta de la iglesia la tablilla de indulgencias concedidas a los fieles asistentes a aquellos sufragios.

También antes (y todavía lo hemos alcanzado a ver) se recogían el sábado de Ramos por las mismas cofradías las cabezas y miembros de dichos ajusticiados, que solían exponerse en los caminos públicos, y eran colocados, antes de darles sepultura, en el mismo cajón o altar portátil de la plazuela; espectáculo, por cierto, bien repugnante, que, por fortuna, ha desaparecido de nuestras costumbres.

En la bajada de Santa Cruz, o sea calle denominada de los Esparteros, en una rinconada que formaban las accesorias del convento de San Felipe el Real, hubo antiguamente un recogimiento de donadas con el nombre de San Esteban, que le quedó luego al solar o plazoleta, que más adelante se apellidó también de los Pájaros, y hoy forma el ingreso de la nueva calle rota hasta la de la Paz, que lleva el nombre del inolvidable corregidor Marqués de Pontejos, así como la plazoleta formada a su término, donde se ha trasladado la fuente de la Puerta del Sol y colocádose en ella el busto de aquel benemérito funcionario.

La calle de la Paz tomó el nombre de un hospital que fundó en ella doña Isabel de Valois o de la Paz, tercera esposa de Felipe II, en que se veneraba la imagen de Nuestra Señora bajo la misma advocación que hoy hemos dicho que se halla en la parroquia de Santa Cruz. Dicho hospital estuvo en el terreno de la casa que después sirvió de aduana, y en que hoy está la Bolsa de Comercio.

La irregular calle (malamente llamada plazuela) de la Leña, así como la inmediata y principal de las Carretas, quieren decir que tomaron estos nombres, a su formación o regularizacion en principios del siglo XVI, por el recuerdo reciente de las barricadas de leña y carreterías formadas en aquellos sitios para su defensa por los comuneros venidos de Segovia, que en unión con los de Madrid, ofrecieron tan porfiada resistencia a las huestes del Emperador. En la rinconada de dicha plazuela de la Leña se labró, a mediados del siglo XVII, dicha casa Aduana, que sirvió para este objeto hasta que en 1769 hizo construir Carlos III el nuevo y magnífico edificio de la calle de Alcalá, recibiendo aquél desde entonces diversos destinos, ya para archivos públicos, ya de cuartel de voluntarios realistas, ya de Escuela de Caminos y Canales, hasta que en 1850 le ocupó la Junta, Tribunal y Bolsa de Comercio, que ha construido en este solar su edificio propio.

La calle de Carretas, hoy una de las principales de la villa, ofrece pocos recuerdos y carece de monumentos históricos. Los edificios públicos que la decoran, tales como la casa de la extinguida Compañía de Filipinas, la de la Imprenta Nacional y la de Correos (hoy Ministerio de la Gobernación) son modernos, y en los solares que ocupan existieron anteriormente multitud de mezquinos casuchos, propios de un arrabal. Baste decir que la parte de manzana que se segregó de las 205 y 206) para formar aislada la que constituye el edificio de Correos, construido en el reinado de Carlos III, comprendía treinta y cuatro casas particulares, que Turrón compradas para derribarlas y dar lugar a la nueva construcción.

El caserío general de esta calle es igualmente moderno y muy renovado, y sus apreciadísimas tiendas estuvieron exclusivamente dedicadas hasta hace pocos años al comercio de librería, y antes al gremio de broqueleros, con cuyos nombres de comercio fue también sucesivamente conocida esta calle; así como las contiguas callejuelas, estrecha y ancha de los Majaderitos, tomaron aquel ridículo título del mazo que usaban los bati-hojas o tiradores de oro que ocupaban dicha calle, y solían apellidar el majadero o majaderito. Posteriormente fueron habitadas por los famosos guitarreros de Madrid, y otros oficios no menos alegres y divertidos, hasta que; renovado en nuestros días su caserío, y continuada una de ellas con el derribo del convento de la Victoria, han recibido los nombres de Cádiz, de Barcelona, y de Espoz y Mina, y más elegantes comercios y habitadores[115].

Aquel famoso convento, que con su iglesia, huerta y tahona ocupaba gran parte de la manzana 207, y ha dado lugar con su derribo, en 1836, a la formación de dicha hermosa calle de Espoz y Mina, al ensanche de la de la Victoria y a la construcción entre ambas de las manzanas de casas de los señores Mariátegui y Maten, pasaje o galería cubierta y otros varios edificios, había sido fundado en aquel sitio (confín entonces de la población) por el padre fray Juan de la Victoria, provincial de los mínimos de San Francisco de Paula, con la protección del rey D. Felipe II, y en el mismo año de 1561, en que trasladó a Madrid la corte. Era muy poco notable bajo el aspecto artístico, y sólo bajo el religioso, por la gran devoción de los madrileños a la venerable imagen de Nuestra Señora de la Soledad, obra famosa ejecutada en madera con ciertas misteriosas condiciones por el célebre escultor Gaspar Becerra, y que fue copiada de un cuadro que facilitó para ello la reina doña Isabel de la Paz; esta sagrada imagen tenía su capilla propia contigua a la iglesia, y hoy se halla en San Isidro el Real, y es la misma que sale en la solemne procesión del Viernes Santo.

Entre el modesto camino que, flanqueado a la derecha por el ya citado convento de la Victoria y algún pobre caserío, y por su izquierda por las tapias del hospital del Buen Suceso y algunos huertos o posesiones rurales, contiguas a los olivares y caños de Alcalá, y la espléndida calle que, con el nombre de Carrera de San Jerónimo, conduce hoy desde el sitio central y más animado de la corte a su primero y magnífico paseo, y al Sitio Real del Buen Retiro, median siglos de distancia, animados por muchas generaciones, sucesos y peripecias históricas, de que nos haremos cargo cuando, después de haberle considerado hoy como límite de la antigua villa, regresemos al centro de la nueva en la tercera y última ampliación.

Dijimos antes que los historiadores que nos dejaron ligeramente indicados los términos del arrabal, apuntando la dirección que llevaba la tapia o cerca que suponen (y que por cierto no creemos existiese en este sitio), no indican con precisión su marcha desde la Puerta del Sol en dirección a San Jerónimo, diciendo sólo que a cierta altura de este camino torcía en escuadra a buscar la línea recta de la plazuela de Antón Martín, lo cual, caso de ser cierto, podría ser entre las calles del Lobo y del Baño en Dirección a la plazuela del Matute. Pero tenemos motivos para sospechar que no existió semejante cerca sin solución de continuidad, entre la Puerta del Sol y la de Antón Martín, o que acaso sería sólo en los primeros tiempos Je la ampliación, y muy provisional y pasajera; pues no se hace mención de ella en los títulos y documentos del siglo XVI, sino que consta ya la existencia de todas aquellas calles y de muchos de sus edificios; y que la verdadera entrada de Madrid era abierta hacia donde ahora está la iglesia de los Italianos, sin puerta que limitase la extensión del arrabal. Esta se fue verificando constante aunque lentamente y prescindiendo de cualquier obstáculo que le saliese al paso, y que evidentemente no existía va a mediados del siglo XVI cuando se estableció en Madrid la corte. Por lo tanto, y porque así conviene a la claridad material de la narración, seguiremos en nuestro paseo esa línea recta, suponiendo límite de ella dicha Carrera (entonces poco poblada), y comprendiendo sólo las calles a la derecha, entre la misma y la de Atocha, hasta Antón Martín.

Las primeras que se ofrecen al paso son las tituladas del Lobo, del Príncipe y de la Cruz, las cuales nos traen simultáneamente a la imaginación el recuerdo de las primeras representaciones escénicas en nuestra villa de Madrid, que con tanta copia de erudición y de crítica reseñó don Casiano Pellicer en su conocida obra titulada Tratado histórico de la comedio y del histrionismo de España[116].

El origen indudable de la representación de comedias en Madrid fue el privilegio concedido a las cofradías de la Sagrada Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y la de la Soledad, que había fundado la Casa de expósitos, para que pudiesen dar a su beneficio dichas representaciones en las casas o sitios que señalasen. En su consecuencia, la primera, o de la Pasión, señaló para este objeto un corral que tenía en la calle del Sol (¿Puerta?), otro en la del Príncipe, propio de Isabel Pacheco, y otro en la misma calle, perteneciente a N. Burguillos, cuyo último corral se aplicó después a sí la cofradía de la Soledad; y consta que el miércoles 5 de Mayo de 1568 entró a representar en el de la Pacheco el comediante Alonso Velázquez, y posteriormente en ambos por convenio de dichas cofradías. En 1574, un comediante italiano, llamado Alberto Ganosa, autor o cabeza de una Compañía que representaba farsas y hacía juegos de manos y volatines, contrató con las cofradías para que se le cubriese con tejados dicho corral (excepto el patio, que quedó siempre al descubierto), y aquéllos alquilaron y adornaron para las otras compañías un nuevo corral en la calle del Lobo, en la casa que pertenecía a Cristóbal de la Puente, hasta que más adelante las mismas cofradías fabricaron ya sus coliseos propios, el uno en la calle de la Cruz, en 1579, y el otro cu la del Príncipe, en 1582, cesando entonces y deshaciendo el de la calle del Lobo.

Según las escrituras de compra de dichos solares, consta que el primero (el de la Cruz) «alindaba con el horno de Antonio Ventero y con el solar de Antonio González Labrador, y por delante la calle pública que dicen de la Cruz, donde es la cárcel que dicen de la Corona, en la parroquia de Santa Cruz, y que fue comprado en 550 ducados; y el segundo, o del Príncipe, propio del doctor Álava de Ibarra, médico de Felipe II, «eran dos casas y corrales contiguos al mencionado de la Pacheca, y tenían por linderos casas de Catalina Villanueva, de Lope de Vergara y del contador Pedro Calderón, y por delante la dicha calle principal del Príncipe», y fueron vendidas en 800 ducados. En éste se principiaron las representaciones en 21 de Setiembre de 1583, y en el de la Cruz habían empezado anteriormente en 29 de Noviembre de 1578.

La afición de los madrileños a las representaciones escénicas, y los productos de los corrales (que este nombre conservaron), utilizados por las cofradías para los santos objetos de su instituto fueron tales, que lo que en los primeros años representaba un beneficio líquido de 140 a 200 rs. por representación, luego de construidos los nuevos coliseos (cuyo sitio vemos que compraron las cofradías por sólo 1.350 ducados), llegó al punto de arrendarse por cuatro años (desde 1629 a 1633) en la enorme suma de 114.400 ducados, que distribuían entre sí los diversos hospitales y hospicios, hasta que en 1638 se encargó de los teatros la villa de Madrid, consignando a aquellos establecimientos varios censos y subvenciones, que han venido disfrutando hasta el día.

Poco podemos añadir a las infinitas y curiosas investigaciones que sobre este asunto consignaron los eruditos Sres. Armona y Pellicer en sus ya citadas obras, y únicamente diremos que, por el registro de los títulos antiguos, vemos que el corral arrendado en la calle del Lobo y casa propia de Cristóbal de la Puente estaba en la señalada con el número 23 viejo y 9 nuevo de dicha calle, y manzana 218, poseída por el dicho la Puente, y que hoy pertenece al Sr. D. Vicente Pereda. La casa de Isabel de Pacheco, en la calle del Príncipe, donde estaba el famoso corral apellidado de la Pacheca, ya liemos dicho que era contigua a la comprada por las cofradías al doctor Álava de Ibarra para la construcción del nuevo coliseo, y quedó incluida en éste, así como también lo fue después otra, propia de D. Rodrigo de Herrera, que tenía una ventana que daba al corral, cuando la villa de Madrid reedificó y agrandó el teatro en 1745, hasta darle el espacio de 11.594 pies que hoy tiene, y sobre el cual se volvió a reedificar en 1806 bajo los planes y dirección del arquitecto Villanueva, por haberse quemado el anterior[117].

El otro de la calle de la Cruz (llamado así por un cerrillo que hubo antiguamente en aquel sitio, sobre que estaba colocada una cruz) fue también reedificado bajo las trazas, dirección y mal gusto del arquitecto D. Pedro de Ribera, en 1737 (no según el plan ya indicado de Jubara y Rodríguez), y es el mismo que acaba de derribarse para continuar la nueva calle de Espoz y Mina.

Los recuerdos histórico-literarios de aquellos antiguos corrales o coliseos nos llevarían muy lejos, y son, por lo demás, bastante conocidos; sólo diremos que en ambos indistintamente brillaron en su tiempo (al paso que en los suntuosos de Buen Retiro, de Palacio y de los sitios del Pardo y de la Zarzuela) las populares musas de Lope de Vega, Tirso, Moreto y Calderón; que el primero solía dar preferencia al de la Cruz, y también el monarca Felipe IV, tan aficionado a este espectáculo, que solía asistir de incógnito a él, entrando por la plazuela del Ángel y casa contigua (y que fue luego incorporada al mismo teatro), en la cual, según nuestras noticias, vivió el célebre poeta D. Jerónimo Villaizan[118]. Don Rodrigo Calderón, el Duque de Lerma y otros magnates preferían, por el contrario, asistir al del Príncipe, donde tenían aposento con celosía. En el primer coliseo representaba la famosa María Calderón (madre de D. Juan José de Austria) y las no menos célebres Amarilis (María de Córdova) y Antandra (Antonia Granados); las posteriores celebridades escénicas María Ladrenant y María del Bosario Fernández (la Tirana) representaron casi siempre en el Príncipe. En cuanto al recuerdo moderno de los bandos de Chorizos y Polacos, con cuyos nombres se designó a ambos teatros del Príncipe y de la Cruz a fines del siglo pasado, es demasiado conocido para que haya necesidad de reproducirle. Las preciosas comedias modernas de Moratin, tituladas El Viejo y la Niña y El Café, se representaron en el Príncipe, y las de El Barón, La Mogigata y El Sí de las Niñas, en el de la Cruz. Los eminentes actores Rita Luna e Isidoro Maiquez trabajaron en un principio en ambos (aunque nunca llegaron a reunirse en la escena), pero últimamente aquélla se fijó en la Cruz y éste lo hizo exclusivamente en el Príncipe, que supo convertir desde principio del siglo actual en el favorito del público madrileño.

No puede ser exacta la observación de que la calle del Príncipe recibiese este nombre con motivo del nacimiento en Madrid del príncipe D. Felipe (después Felipe III), ocurrido el 14 de Abril de 1578, ni aun los de sus dos hermanos anteriores, que murieron sin llegar a reinar, D. Fernando y D. Diego, que también habían nacido en Madrid en 1571 y 1575; porque ya vimos que anteriormente, en 1568, se apellidaba ya calle del Príncipe la del corral de Pacheca; creemos, por lo tanto, que dicho nombre pudo dársele con alusión al príncipe D. Felipe II, jurado en San Jerónimo en 1528, en cuya época pudo abrirse dicha calle. Con esto queda también contestada la opinión de algunos, que han supuesto referirse el nombre de la misma al príncipe de Fez y de Marruecos, Muley Neque, que no vino a España ni recibió el bautismo hasta 1593, tomando el nombre de D. Felipe de África o de Austria, y es más conocido con el de El Príncipe Negro. Este personaje vivió efectivamente en dicha calle, en la casa que fue de Ruy López de Vega (que es la que da vuelta a la calle de las Huertas y hoy está reedificada por su dueño, el Duque de Santoña, y lleva el número 40 nuevo). El sobrescrito de la carta de que habla el inmortal autor del Quijote en la Adjunta al Parnaso dice: «Al Sr. Miguel de Cervantes Saavedra, en la calle de las Huertas, frontero de las casas donde solía vivir el Príncipe de Marruecos», es decir, que pudo habitar aquel ingenio, en las señaladas ahora con los números 6 al 10 nuevo de dicha calle. Algo más abajo, y conduciendo desde la calle del Príncipe a la plazuela de Antón Martín, está la plazoleta llamada del Matute, cuyo nombre hay motivo para creer que le quedó por la razón de que en ella y las huertas inmediatas a la puerta de Vallecas se preparaban los contrabandos o matutes.

Hasta el tiempo de la dominación francesa, en los primeros años de este siglo, existió, formando la mayor parte de la manzana 215 y prolongando las calles del Prado, de la Gorguera y de la Lechuga, el convento e iglesia de religiosas carmelitas descalzas de Santa Ana, fundado por San Juan de la Cruz en 1586, en cuyo solar se formó, en 1810, la Plazuela de Santa Ana, con árboles y una fuente en medio, en que fue colocada la estatua en bronce de Carlos V, que existe en la galería de escultura del Museo[119].

Por este mismo tiempo creemos que se construyó, bajo la dirección del arquitecto D. Silvestre Pérez, la bella casa-palacio propia de los Condes del Montijo y de Teba, esquina a dicha plazuela y a la del Ángel, sobre casas que fueron anteriormente de los condes de Baños y de D. Pedro Velasco de Bracamonte. La plazuela del Ángel, al frente de dicha casa, estuvo antes ocupada por una manzana aislada con el oratorio y casa de padres de San Felipe Neri, hasta que a la extinción de los Jesuitas, en 1769, pasaron, como ya dijimos, a la casa profesa de aquéllos, en la calle de Bordadores, y se demolió la suya, que daba lugar, entre la calle del Prado y la de las Huertas, a otra callejuela llamada del Beso.

La otra elegante casa de los Condes de Tepa, frontera a la de Montijo, con entradas también por las calles de San Sebastián y de Atocha, es uno de los mejores edificios particulares de principios de este siglo, y creemos fue, como el palacio de Villahermosa, obra del arquitecto don Antonio López Aguado.

La iglesia parroquial de San Sebastián, tan poco notable bajo el aspecto artístico, como importante por su extendida y rica feligresía, ya dijimos que compartió ésta con la de Santa Cruz, cuando se construyó en 1550, tomando la advocación de aquel santo mártir, por una ermita dedicada al mismo que hubo más abajo, bacía la plazuela de Antón Martín. El cementerio contiguo a esta parroquia, que da a la calle de las Huertas y a la ya mencionada de San Sebastián (antes llamada del Viento) era uno de los padrones más ignominiosos de la policía del antiguo Madrid; y así permaneció hasta la construcción de los cementerios extramuros, en tiempo de los franceses. Recordamos haber escuchado a nuestros padres la nauseabunda relación de las famosas mondas o extracción de cadáveres que se verificaban periódicamente, en una de las cuales fueron extraídos de la bóveda, confundidos y arrumbados, los preciosos restos del gran Lope de Vega, que yacían sepultados en ella en el segundo nicho del tercer orden, no de la Orden Tercera, como dice algún documento, donde buscándole nosotros hace pocos años con el difunto cura de aquella parroquia, Sr. Quijana, hallamos la lápida que dice estar enterrada en aquel nicho la señora doña N. Ramiro y Arcayo, hermana del vicario que fue de Madrid.

Este lamentable descuido, esta criminal profanación ((pie nos priva ahora de mostrar a los extranjeros el sepulcro del Fénix de los ingenios) se cometía ya en el siglo XIX o a fines del anterior, a la faz de una corte ilustrada y culta, y delante cabalmente de los distinguidos literatos y famosos poetas restauradores de las letras españolas, de los Moratines e Iriartes, Avalas y Cadalsos, Cerdas, Ríos, Ortegas, Llagunos, Meléndez y otros varios, y de los extranjeros Signorelli, Conti, Pizzi, Bernascone, etc., los cuales en el último cuarto del siglo anterior habían establecido una especie de liceo o academia privada en una sala de la Fonda de San Sebastián, en la casa contigua a dicho cementerio (porque entonces no existía todavía la del Conde de Tepa); apreciable reunión, que duró en todo su esplendor hasta que, desapareciendo poco a poco sus insignes fundadores, degeneró en manos de la medianía o del pedantismo. Y es evidente que el insigne Moratín, hijo, se refirió a ella y a sus principales concurrentes, Cornelia, Cladera, Guerrero, Salauueva, Nifo y otros pseudo-poetas de la época, en la deliciosa sátira dramática titulada La Comedia nueva, en que los retrató, como pudiera decirse, con pelos y señales, bajo los nombre de don Eleuterio, D. Hermógenes y D. Serapio, y hasta fijó la escena en el mismo café del entresuelo, haciendo figurar en ella al mozo llamado Agapito y emblematizando en él la buena fe del vulgo sandio e ignorante, bajo el gráfico nombre de Pipi.

La arteria principal de este trozo de la población comprendido entre Santa Cruz y Antón Martín fue desde los principios la calle de Atocha, una de las más importantes de la nueva villa, encerrando, además de su notable caserío, varios edificios religiosos y civiles muy señalados de los siglos XVI y XVII.

Entre los primeros descuella el extenso convento e iglesia que fue de los padres trinitarios calzados, cuya traza dio de su propia mano Felipe II, señalando él mismo el sitio que ocupa, que con sus accesorios comprende nada menos que 108.646 pies. Su construcción, que principió hacia los años de 1547, corrió a cargo del arquitecto Gaspar Ordoñez. De la iglesia (que era muy espaciosa y decorada) no puede juzgarse ya, por las notables alteraciones y cortes que se la han dado en estos últimos años, y conforme a los nuevos destinos que recibió este edificio después de la exclaustración en 1836. Convertida primero en teatro y salones de la sociedad llamada del Instituto español, luego para las Exposiciones de pinturas y para el Conservatorio de Artes, hoy está en gran parte ocupada por éste, y otra parte sirve de ingreso al claustro y escalera principal. Estos permanecen todavía en su estado primitivo, y por su buena forma y gusto recuerdan, especialmente la escalera, al monasterio del Escorial. El espacioso convento, que ya en tiempo de la dominación francesa y algunos años después sirvió de Biblioteca Real, fue destinado después a reunir en él la gran colección de cuadros recogidos de las iglesias y conventos de la provincia y otros, bajo el título de Museo Nacional, y hoy, sin suprimirse del todo aquél, le ocupan simultáneamente, y por cierto con extraña amalgama, las oficinas del Ministerio de Fomento; habiéndose hecho necesarias para ello costosas obras de reparación y distribución, así en el interior como en la fachada del edificio, que, por efecto de ellas, ofrece hoy un aspecto bastante anómalo entre su antiguo y nuevo destino. También se ha suprimido la verja que cerraba la espaciosa lonja delantera, quedando, empero, en posesión de sus muros el comercio de librería, que desde tiempo inmemorial la ocupaba, así como las inolvidables Gradas de San Felipe.

Sería largo enumerar los varones distinguidos en virtud y en ciencia que albergó desde su fundación esta religiosa casa, sobresaliendo entre los primeros el Beato Simón de Rojas (cuyo cuerpo se veneraba en ella y hoy se baila en la iglesia de Santa Cruz), y entre los segundos, el célebre predicador y literato del siglo pasado Padre Hortensio Paravicino[120]. De ella salieron también, en el mes de Mayo de 1580, los padres redentores Fray Juan Gil y Fray Antonio de la Bella, que rescataron al inmortal CERVANTES, cautivo en Argel, cuya partida de rescate se conservaba en su archivo santo Tomás.

El otro notabilísimo edificio religioso, a un extremo de este trozo de calle, es la iglesia y convento de Santo Tomás, que fue de los religiosos dominicos, establecido en aquel sitio a instancia de Fray Diego de Chaves, confesor de Felipe II, por los años de 1583, erigiendo esta casa en priorato, y desmembrándola entonces de la de Atocha. La iglesia antigua pereció en un incendio en 1652, y en 1656 se concluyó la nueva, aunque la capilla, mayor y media naranja eran posteriores, obra del célebre y extravagante D. José Churriguera y sus hijos D. Jerónimo y D. Nicolás, quienes la ejecutaron con tan escaso acierto, que a poco de haber sido terminada la cúpula, en 1726, se desplomó con estrépito, cabalmente en un día en que, con motivo del jubileo del año Santo, estaba llena de gente, por lo que quedaron sepultadas en sus ruinas más de ochenta personas[121]. A pesar de estos contratiempos, que fueron remediados con nuevas reparaciones, y no obstante el mal gusto de dichos arquitectos, que quedó consignado en los adornos interiores, y singularmente en la portada de la iglesia, esto templo, por su espaciosidad y grandeza, era de las más notables de Madrid, y muy particularmente por las solemnes funciones religiosas que en él se celebraban, entre las cuales ocupa el primer lugar la magnifica de la octava de Pascua de Resurrección, en que despliega un aparato incomparable la congregación de la Guardia y oración del Santísimo Sacramento. De esta iglesia salia también el Viernes Santo la procesión del Santo Entierro. El convento era muy espacioso, y en él tuvieron establecidas los frailes dominicos las cátedras públicas de filosofía y teología escolástica y moral, que permanecieron abiertas hasta la extinción de los regulares. De esta famosa casa de padres predicadores solía salir, en los pasados tiempos, la ostentosa comitiva de los Autos de fe, con los pendones y cruces del Santo Oficio; y por una anomalía bien extraña, en aquellos mismos religiosos claustros, donde en los siglos pasados se entonaba el terrible Exurge, Domine, et judica causam tuam, resonaron en el presente, por los años 22 y 23, los furibundos ecos de la célebre sociedad demagógica titulada la Landaburiana; y más adelante fueron teñidos con la sangre inocente de sus inofensivos moradores, en la trágica jornada de 17 de Julio de 1834. Convertido después dicho convento en cuartel de la Milicia Nacional, sirvió también de prisión, en Octubre de 1841, al desventurado general D. Diego León, Conde de Belascoain, y otros compañeros de infortunio, que salieron de el para perecer en el patíbulo. Este convento, ocupado por el Tribunal Supremo de la Guerra y Capitanía general, después de haberlo sido por el Consejo del mismo ramo, ha sido demolido últimamente.

El monasterio de religiosas agustinas de la Magdalena, fundado por el mismo tiempo, estaba en el otro trozo de la calle de Atocha, al número 30 nuevo y sitio que hoy ocupan las casas nuevas del Sr. Ceriola; era poco notable bajo el aspecto artístico, y fue demolida hacia 1837.

Al extremo de este trozo de calle, a su salida a la plazuela de Antón Martín, con vuelta ala de Matute, fundó también Felipe II, en 1581, el colegio Real de Nuestra Señora de Loreto, para niñas pobres, cuya iglesia no se concluyó hasta 1654, venerándose en su altar mayor la imagen de Nuestra Señora de Loreto, traída de Roma por un religioso en 1587; Felipe IV convirtió este colegio en casa de educación de señoritas huérfanas.

Entre los edificios civiles de la calle de Atocha merece la preferencia el que fue conocido con el nombre de la Cárcel de Corte, y que más recientemente se llamó Palacio de la Audiencia, y antes Sala de alcaldes de Casa y Corte; pues la carcelería, que al principio estuvo, sin duda, destinada para los nobles y sujetos distinguidos, se relegó después para toda clase de presos al edificio contiguo, que daba a la calle de la Concepción Jerónima, y que fue antes Oratorio y casa de padres del Salvador; a pesar de ello, quedó en la portada del palacio la inscripción: Reinando la majestad de Felipe IV, año de 1634, con acuerdo del Consejo, se fabricó esta cárcel de Corte para comodidad y seguridad de lo presos.

Este edificio, obra del Marqués Crescenci, es uno de los pocos buenos de aquella época que quedan en Madrid. La escalera principal, colocada entre ambos patios, es elegante y aun magnifica, y éstos ofrecen hoy, despojados de los tabiques y vidrieras que antes las afeaban, una bella perspectiva, ostentando en sus centros respectivamente las estatuas de Cristóbal Colon y Sebastián Elcano. La fachada que da a la plazuela de Provincia es severa y majestuosa, y en el año último se ha repuesto al fin la torrecilla y chapitel que se quemó en el siglo pasado. Delante de este palacio, y enfrente de la calle de Atocha, estaba la fuente llamada también de Provincia (acaso la única que quedaba ya de construcción del siglo XVII, hasta que ha sido demolida), con alusión a la cual, y a la de la suprimida plazuela de la Villa, decía Tirso de Molina, en un romance al río Manzanares:

«Fuentes tenéis que imitar,

Que han ganado con sus cuerpos,

Como damas cortesanas,

Sitios en Madrid soberbios;

Adornadas de oro y perlas

Visitan plazas y templos;

Y ya son dos escribanas,

Que aquí hasta el agua anda en pleitos.

No sé yo por qué se entonan,

Que no ha mucho que se vieron

Por las calles de Madrid

A la vergüenza en jumentos».

El caserío particular de dicha calle es generalmente moderno, y destinado a habitación de la clase media y acomodada, que ya en el siglo anterior empezó a abrirse camino y a figurar dignamente al lado de la nobleza de origen; y aunque muchas de dichas casas, por su esplendidez y grandeza, no temerían la comparación con los antiguos caserones llamados palacios de la aristocracia nobiliaria, y aun les aventajan notablemente en comodidad y buen gusto, no lucen, sin embargo, sobre su puerta

«Grabado en berroqueña un ancho escudo»,

ni por la condición de sus moradores, ni por la fecha de su construcción, representan recuerdos históricos dignos de ser aquí consignados.

El único entre estos suntuosos edificios modernos, y que emblematiza, puede decirse, al Madrid de la clase media, industrial y mercantil, es la elegante casa construida en 1791 por la opulenta Compañía de los cinco Gremios Mayores, para sus oficinas, y hoy posee y ocupa El Banco de España, por compra que hizo de ella, en 1845, en la respetable suma de 3.350.000 rs. Este edificio, por su solidez y buen gusto, es uno de los primeros de Madrid moderno, y honra sobremanera a su arquitecto y director D. José Ballina; era lástima que por hallarse incorporado a la parte occidental con las demás casas de la manzana, no la formaba independiente, careciendo por aquel lado de fachada; pero pocos años ha se ha realizado esta mejora por el Banco de España, rompiendo una nueva calle frente a la de la Paz, y dando a todo el edificio la suntuosidad e independencia que requería. Esta calle, acotada con verjas, se convirtió en un lindo jardín.

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El antiguo Madrid, 1861 by Ramón de Mesonero Romanos is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial 4.0 International License, except where otherwise noted.

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