XV. El Hospital y las Huertas

El importante trozo de la nueva población comprendido entre las calles baja de Atocha, del León y del Prado, que vino a incorporarse al antiguo Madrid ya mediado el siglo XVI, encierra muchos objetos dignos, muchos establecimientos religiosos y benéficos, muchos interesantes y poéticos recuerdos, que merecen ser aquí consignados.

La plazuela de Antón Martín, en cuyo sitio estaba la puerta llamada de Vallecas (que se abrió cuando la incorporación de los arrabales a la nueva villa), por su situación central respecto de las diversas calles nuevas que allí se fueron formando, vino a convertirse en una especie de carrefour o encrucijada muy semejante a la Puerta del Sol, a la plazuela de Santo Domingo o la de Lavapiés; y aunque continuación y principio de ambos trozos alto y bajo de la calle de Atocha, recibió el nombre especial de Plazuela de Antón Martín, por el venerable hermano de este nombre, compañero y discípulo de San Juan de Dios, que por entonces (en 1552) fundó en aquel sitio, a la sazón extramuros de la villa, el famoso hospital para enfermos de mal venéreo, que aun se conserva, servido por los religiosos de la misma Orden hospitalaria, y es considerado como uno de los generales que corren a cargo del ramo de Beneficencia. Es establecimiento muy importante y bien servido, y su iglesia, construida a mediados del siglo XVII, y reedificada en el último, es de buena forma, y encierra notables esculturas modernas, entre otras los dos pasos del Ecce-homo y los Azotes, que salen en la procesión del Viernes Santo.

Casi enfrente de esta casa religiosa, y en la misma plazuela de Antón Martín, está el otro hospital e iglesia llamada de Monserrat, para los naturales de la antigua corona de Aragón, fundado primero, en 1616, en una casa de campo sita en el barrio de Lavapiés (donde ahora están las escuelas pías de San Fernando), que cedió para ello don Gaspar Pons, y fue trasladado al sitio que hoy ocupa, en 1652, bajo el patrocinio del Rey y del Consejo de Aragón. La iglesia construida entonces es buena y tiene dos hermosas capillas, dedicada una a Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, y otra a la de los Desamparados de Valencia, servidas por sus respectivas cofradías de naturales de aquellos reinos; y a los mismos está destinado el hospital, que en el día creemos tenga escaso uso.

En este hospital (aunque sin duda en el sitio primitivo de Lavapiés) fue sepultado de limosna, en 28 de Julio de 1631, el distinguido autor dramático D. Guillen de Castro, caballero del hábito de Santiago, cuya agitada vida, altivez y travesura le hicieron descuidar los intereses materiales y condujeron a espirar en las camas de aquel asilo, a pesar de su extraordinaria y merecida fama como poeta, y de contar con la protección y amistad de los magnates y de los esclarecidos ingenios de su época[148].

Alzábase en medio de esta plazuela la caprichosa fuente construida a principios del siglo pasado por el arquitecto D. Pedro Rivera, que había quedado, juntamente con la portada del Hospicio, como tipo o emblema del gusto churrigueresco, y que como tal, y página del arte (aunque en una de sus más lastimosas aberraciones), merecía ser conservada con mayor razón que otros monumentos posteriores de igual clase, y que más que como páginas del arte pueden ser considerados como otros tantos borrones echados en él; pero a nuestros ediles de estos últimos años pareció conveniente quitar aquel estorbo, y ha sido al fin derribada.

La calle de Atocha, después de la plazuela, continúa por el camino y humilladero que conducía a aquel antiquísimo y venerando santuario, y en el cual había varias ermitas, dedicadas a San Cebrián, San Sebastián, Santa Catalina, San Juan Evangelista, Santa Polonia, hacia los sitios donde hoy corren las calles de estos nombres, y más adelante el Santo Cristo de la Oliva y San Blas, cerca de Atocha. Los principales edificios de esta calle continuaron siendo siempre hospitales y recogimientos, y aun hoy se conservan varios de ellos, que vamos a señalar.

En la acera izquierda, y casa número 117 moderno, se colocó en 1609 un recogimiento de niños y niñas huérfanos, llamado de Nuestra Señora de los Desamparados, que existía anteriormente en Santa Isabel, labrándose entonces, de orden del Rey, la casa e iglesia que hoy tienen, y destinándose en ella una habitación para mujeres enfermas e impedidas, llamadas vulgarmente las carracas, y otra para casa de maternidad. También estaba unida a él la reclusión de mujeres a quienes sus parientes hacían retirar, y era conocida por la de San Nicolás de Bari. Hoy se halla destinada esta casa a Hospital de hombres incurables, bajo el título de Nuestra Señora del Carmen, fundado en 10 de Octubre de 1852. Inmediato a este edificio, en el número 115 de la misma acera, está el Beaterio de hermanas de la Orden Tercera, llamado de San José, y en él quedó establecida, en 1837, la primera sala de asilo o escuela de párvulos, fundada por la Sociedad filantrópica para propagar y mejorar la educación del pueblo. Casi enfrente de esta casa, esquina a la calle de San Eugenio, en la que después ocuparon las oficinas de la Junta de Beneficencia, y hoy está un recogimiento de mujeres, fundado por la señora Vizcondesa de Jorbalan, estaba antes el hospital de convalecientes, reunido en nuestros días al general. Bastante mas abajo, en la acera opuesta, frente ya al Hospital general, se hallaba el convento de clérigos agonizantes, bajo la advocación de Santa Rosalía, fundado por el Marqués de Santiago, en 1720, que quedó suprimido como todos los de regulares, y demolido después, fue construida en su lugar una casa particular.

Termina esta hermosa calle el inmenso edificio moderno del Hospital general, en que han venido a refundirse todos o casi todos los particulares, antiguos y modernos, que existían en Madrid.

El origen de aquéllos, o más bien, la primera reunión en uno común de los diversos que con distintas denominaciones existían desde muy antiguo en Madrid, fue disposición del rey D. Felipe II, y tuvo efecto por los años de 1581, colocándolos entonces en el edificio situado entre la calle del Prado y Carrera de San Jerónimo, que fue después convento de Santa Catalina, y hoy, derribado, ha sido sustituido por las casas del mismo nombre. A él vinieron a reunirse el del Campo del Rey; el de San Ginés; el del Amor de Dios, en la misma calle; el de la Pasión, cerca de San Millan; el de Convalecientes, de la calle Ancha de San Bernardo; el de la Paz, en la calle del mismo nombre, y otros; pero a pocos años de verificada esta reunión, y habiéndose hecho sentir necesariamente la incapacidad de aquel edificio, se trasladó el Hospital general al sitio en que hoy se encuentra, donde se hallaba establecido un Albergue para los mendigos, que habilitado en la forma conveniente, pasó a ser hospital general (de hombres), y ocuparon los enfermos en 1603; pocos años después se fabricó, también contiguo, un edificio para hospital de la Pasión (de mujeres) en las casas que habían sido de D. Luis Gaitan de Ayala, y ambos hospitales generales, con la protección de los reyes y la especial del Consejo de Castilla, y sostenidos con las subvenciones y arbitrios concedidos sobre las representaciones de comedias, impuestos municipales y rurales, y con las limosnas y mandas piadosas, siguieron en cierto estado de prosperidad, hasta que en principios del siglo pasado, en tiempo de las guerras de sucesión, vinieron a una espantosa decadencia; pero la magnanimidad del rey don Fernando el VI consiguió levantar de su postración este piadoso instituto, a costa de enormes sacrificios, donaciones y mercedes. Su sucesor el gran Carlos III emprendió, bajo la dirección del ingeniero D. José Hermosilla, la obra colosal del nuevo Hospital general, que después continuó bajo la dirección de D. Francisco Sabatini, y que sería verdaderamente asombrosa si hubiera llegado a terminarse.

Hoy corre la dirección y administración de este inmenso establecimiento a cargo de la Junta de Beneficencia, y el servicio al de los profesores falcultativos, de las hermanas de la Caridad y de la congregación fundada por el venerable hermano Bernardino de Obregón[149], y es la mejor posible en un establecimiento vasto y complicado, en que entran próximamente cada año más de 18.000 enfermos de ambos sexos, y que exige un presupuesto anual de tres millones de reales, contando únicamente con un ingreso fijo de poco más de la mitad.

Contiguo al vasto edificio del general, en el que ocupaba antes el ya dicho hospital de la Pasión, se sustituyó en 1798 el Colegio de Cirugía de San Carlos, que tan alto renombre llegó a adquirir en la ciencia, y que después, por el plan general de estudios, ha quedado formando parte de la Universidad Central con el título de Facultad de Medicina, habiéndose construido hace pocos años un edificio suntuoso sobre la extensa superficie de 205.705 pies, con espaciosos salones, cátedras, anfiteatros de disección, gabinetes anatómicos y biblioteca.

Las calles traviesas entre la de Atocha y San Juan (que también sale al Prado desde la plazuela de Antón Martín) son las denominadas hoy Costanilla de los Desamparados, del Fúcar, de San Pedro, de la Leche y de la Alameda, de Ceniceros (antes de la Redondilla), del Gobernador y de la Verónica, y ofrecen poco interés histórico ni material. El objeto más notable, aunque moderno, que se presenta ya al final de ellas, digno de especial mención, es la Real Fábrica Platería, elegante edificio y establecimiento fundado por el gran Carlos III para premiar el mérito y aprovechar la laboriosidad y conocimientos de D. Antonio Martínez, natural de Huesca de Aragón, bajo cuya dirección dispuso crear en ella uno de los establecimientos fabriles más importantes y adelantados del reino. El edificio, concluido en 1792, es de los más elegantes y bellos de Madrid; su fachada principal, de orden dórico, enriquecida con un lindo pórtico y columnata; la extensión del gran taller, y la distribución, orden y comodidad de las demás dependencias, acreditaban el buen gusto del arquitecto. Eran igualmente magnificas las máquinas que servían para la elaboración, y los primorosos objetos de arte construidos desde el principio en esta Real fábrica son demasiado conocidos y apreciados en toda España. Hoy no existe como tal.

La calle del Fúcar, llamada con más propiedad de los Fúcares, tomó este nombre de los famosos hermanos y opulentos contratistas flamencos en el siglo XVI (los Fuggaers), cuyas casas de campo estaban allí, creemos eme donde ahora la manzana 250, al número 9 antiguo y 15 moderno, en el inmenso espacio, descampado hoy, aunque cercado, que se extiende entre la dicha calle y la costanilla, terreno malamente desaprovechado, conocido por el Corralón de los Desamparados, que podría utilizarse construyendo en él un extenso mercado, que tanta falta hace en aquellos barrios.

Entre la calle de San Juan y la del León hasta la del Prado está la parte más interesante del distrito por su caserío, y también por los recuerdos históricos y literarios que a él van unidos. Empezando a recorrerle por la calle del León, que le limita en su parte alta, y que (sea dicho de paso) es una de las más rectas y elegantes de Madrid, hallamos en ella un caserío nuevo, levantado de pocos años a esta parte, y un bello y suntuoso edificio, titulado el Nuevo Rezado, que es el principal ornamento de dicha calle, y fue obra, según creemos, del célebre arquitecto Villanueva, en los últimos años del siglo pasado; perteneció a los monjes Jerónimos del Escorial, que tenian el privilegio de la impresión de los libros del rezo divino, y hoy al Real Patrimonio, que le cedió después para habitación del Patriarca de las Indias, y últimamente para colocar en ella la Academia de la Historia y su preciosa biblioteca. Frente de él, con entrada por la calle de las Huertas, hay otro gracioso edificio, también moderno, construido para las juntas y oficinas del Honrado Concejo de la Mesta, a que hoy ha sustituido la Asociación general de ganaderos del reino.

Prescindiremos, pues, de este aspecto moderno, para considerar la calle antigua, que desde un principio, o por lo menos desde el siglo XVII, viene designada ya (no sabemos por qué motivo) con el título del León. A su entrada por la calle del Prado, hasta la de Francos y Cantaranas, se ensanchaba entonces algún tanto, formando una plazoleta, que era conocida con el nombre del Mentidero de los representantes, sin duda por ser el punto de reunión de cómicos y aficionados, como después la plazuela de Santa Ana. Con este nombre vemos designado este sitio en el gran plano de Texeira en 1656, en los escritos de Quevedo, Lope, Rojas, Villamediana y otros, y en el testamento del obispo del Cuzco D. Manuel de Mollinedo y Ángulo, que expresamente dice que «tenía en Madrid la casa de sus padres en la calle del León, al Mentidero de los representantes». Todas aquellas cercanías están impregnadas, por decirlo así, de la memoria de los antiguos autores y actores dramáticos que vivieron en ellas o las frecuentaron: cuya frecuencia se explica naturalmente por la inmediación de los antiguos corrales de la Pacheco, y de Burguillos, en la calle del Príncipe, y de Cristóbal de la Puente, en la del Lobo, de que ya tratamos en su capítulo.

Acaso contribuyó a ello también otra circunstancia de carácter religioso, de que hace mención el erudito Pellicer en su Tratado histórico de la comedia y del histrionismo en España. Dice, pues, que la actriz Catalina Flores, casada con Lázaro Ramírez, de ejercicio buhonero, habiendo quedado tullida a consecuencia de un parto, determinó hacer una novena a cierta devota imagen de Nuestra Señora, que estaba en la calle del León, esquina a la de Santa María, y para obligarla más, pasaba las noches en la calle, siendo tanta su fe, que el último día de ella (que fue el 15 de Julio de 1624) se sintió buena del todo y colgó las muletas al pie de dicha imagen; y que de esta milagrosa curación tomaron ocasión los cómicos para elegir por su patrona y abogada a esta sagrada imagen, con el título de Nuestra Señora de la Novena, trasladándola a la parroquia de San Sebastián (donde se conserva) y fundando en ella una capilla y congregación, y más adelante el hospital propio, que existe todavía en la travesía del Fúcar y calle de la Leche.

Consta, pues, por los escritos y memorias de aquellos tiempos, que todos los actores y actrices de los siglos XVII y XVIII, desde los célebres Agustín de Roja y Alonso de Olmedo hasta Manuel García Porra y Mariano Querol, y desde María Riquelme y María Calderón hasta la Ladevenant y la Tirana (María del Rosario Fernández), todos vivieron en aquellas calles de las Huertas, del Amor de Dios, de San Juan, de Santa María, de Francos, de Cantaranas y del León[150].

Los autores siguieron el mismo rumbo. El insigne CERVANTES, que habitó, como dijimos, un tiempo, en la calle de las Huertas, hacia, el número 16 nuevo, frontero de las casas donde solía vivir el Príncipe de Marruecos, moró otra vez en la plazuela de Matute, detrás del colegio del Loreto; otra en la calle del León (o Mentidero), número 9 antiguo y 8 moderno; y en fin, vino a fallecer en la misma calle, en la casa número 20 antiguo de la manzana 228, que hace esquina a la de Francos, y que fue demolida por ruinosa en 1833.

Reconstruida entonces esta casa de nueva planta, dándole la entrada por la calle de Francos, se impuso a esta calle el nombre del eminente escritor, y se colocó sobre la puerta su busto en relieve y la inscripción que expresa haber vivido y muerto en aquel sitio. Esta casa tiene la nota siguiente en la visita general y numeración practicada a mediados del siglo pasado. «Pertenece a D. Mariano Pérez de La Herran; fue de herederos de Gabriel Muñoz, que la privilegió en 3.000 mrs. en 14 de Febrero de 1615. Tiene su fachada a la calle de Francos, 59 pies, 3 octavos, y a la del León, a que hace esquina, 45, y en total, 2.988». Posteriormente se unió a esta casa la contigua número 21, que perteneció al mismo Pérez de La Herran a mediados del siglo pasado, y a Pedro Haedo en 1665, y tenía 26 pies de fachada, y en todo, 998. La nueva casa, construida en 1834 sobre aquellos solares, era propiedad de D. Luis Franco[151].

Poco más abajo, a la izquierda, en la misma calle antigua de Francos, señalada con el número 11 antiguo y 15 moderno, manzana 227, existe todavía en muy buen estado de conservación la casa, de su propiedad, en que vivió y murió, en 1635, el Fénix de los ingenios LOPE DE VEGA CARPIO. De los títulos originales de dicha casa, que sus actuales dueños nos han permitido reconocer prolijamente, resulta que por los años de 1570, siendo solar, se lo dieron a los señores cura y beneficiados de la iglesia parroquial de Santa Cruz, con la carga de un censo perpetuo a su favor, con laudemio, tanteo, licencia, veintena, etc. Por los de 1587 estaba ya edificada la casa, y era dueña de ella Inés de Mendoza, viuda de Juan Pérez, vecino de la ciudad de Segovia. Hacia 1590 la poseían el capitán Juan de Villegas Denuncibay y su mujer Mariana Avala. Por muerte de ambos otorgó escritura de venta judicial el licenciado Gregorio López Madera, del Consejo de S. M. y alcalde de casa y corte, fecha 10 de Enero de 1608, a favor del mercader de lanas, vecino de Madrid, Juan Ambrosio Leva; y por otra de fecha 7 de Setiembre de 1610, ante Juan Obregón, la compró el doctor «D. Frey Lope Félix de Vega Carpio, familiar del Santo Oficio de la Inquisición, presbítero, de la sagrada religión militar de San Juan de Jerusalén, doctor en Teología, capellán mayor de la congregación de presbíteros naturales de Madrid, promotor fiscal de la reverenda cámara apostólica y notario escrito en el archivo romano, etc., conocido por el Fénix de los Ingenios, que nació en Madrid, en 25 de Noviembre de 1562». (Tales son los términos de la escritura). El mismo Lope la redimió de huésped de aposento de corte, con cargo de 4.500 maravedís, de tercera parte en cada año, por privilegio de S. M. D. Felipe III, firmado y refrendado de su secretario D. Alonso Ordoñez de Valdivieso y Mendoza, fecha en el Pardo, a 14 de Febrero de 1613.

Dicho Lope de Vega vivió en esta casa muchos años hasta su muerte, ocurrida en 27 de Agosto de 1635; y por su testamento, que acompaña a los títulos, otorgado en 26 de Agosto, día anterior al de su muerte, ante el escribano Francisco de Morales, heredó esta casa su hija única doña Feliciana de Vega Carpio, esposa de Luis de Usátegui, vecino de Madrid; por el otorgado por dicha señora en 5 de Junio de 1657, ante Juan Caballero, y bajo el cual falleció en la misma casa, la heredó su hijo don Luis Antonio de Usátegui y Vega Carpió, capitán de infantería española en los Estados de Milán; el cual, por escritura de 13 de Julio de 1674, otorgada ante Manuel Álvarez Aldana, la vendió a Mariana Romero, mujer divorciada de Luis Orti, la cual era religiosa novicia del convento de Trinitarias descalzas, con el nombre de hermana Mariana de la Santísima Trinidad[152]. Después hubo en el siglo anterior varias sucesiones y ventas, hasta la que se verificó, en 21 de Junio de 1825, en favor de D. Francisco María López de Mórelle, vecino y del comercio de esta corte, cuyos hijos la poseen en el día.

La fachada ha sufrido alguna alteración sustancial, y especialmente la de haber sido mudado más al centro el portal, que estaba antes donde ahora la primera reja, y haberse quitado entonces, al revocarla, la piedra que había hecho colocar Lope sobre el dintel de la puerta con esta inscripción:

D. O. M.

PARVA PROPRIA, MAGNA.

MAGNA ALIENA, PARVA.

Conservóse, sin embargo, la antigua escalera, y en general la distribución interior de la casa en sus dos únicos pisos, bajo y principal, aunque ha desaparecido el oratorio que Lope tenía, y donde celebraba misa diariamente. El patinillo que hoy queda debió ser en su tiempo mayor, como se observa en las construcciones añadidas en uno de sus costados, y es sin duda el huerto que cultivaba el mismo Lope, a que hace referencia Montalbán en su Fama póstuma, cuando dice «haberle hallado muy de mañana regando su huerto, después de haberse desayunado con un torrezno y escrito el primer acto de una comedia». La casa ocupa una superficie de 5.533 pies, con 57 de fachada ala calle de Francos, con cuatro balcones en su único piso principal[153].

Frente de dicha casa conduce a la contigua de Cantaranas la pequeña titulada del Niño (hoy de Quevedo), cuya casa número 4 antiguo y 9 moderno (que aun existe en parte, aunque segregadas de ellas las accesorias que daban a la calle de Cantaranas) fue propiedad del esclarecido ingenio D. FRANCISCO DE QUEVEDO Y VILLEGAS. En el Registro primitivo de Aposento de 1651 dice así, aunque sin designarla fijamente, por no estar efectuada todavía la numeración: «Traviesa de la calle del Niño a la de las Huertas, una casa de D. Francisco de Quevedo, que fue de María de la Paz y fue compuesta y tasada en 30 ducados». Y en la Visita general practicada a mediados del siglo pasado dice: «Manzana 229, número 4, pertenece a D. Francisco Moradillo; se compone de tres sitios; el primero fue de D. Francisco de Quevedo y doña María de la Paz en 3.750 mrs., y los réditos de 130 ducados, con los que la privilegió D. Francisco de Quevedo, y de los herederos de Juan Pérez, que los compuso el licenciado D. Juan Pérez de Espinosa, con 18 educados, en 30 de Agosto de 1752. Tiene su fachada a la calle del Niño 49 pies, y su todo 7.917; renta 1.900 reales, carga 11.952 maravedises». Quiere decir que dicha accesoria de la calle de Cantaranas (en el solar que hoy se ha construido la casa del señor Arango) pudo ser segregada después de la de Quevedo, que es la de la calle del Niño, número 9 nuevo ya citado[154].

Últimamente, para que nada faltase a aquel distrito de su especialidad literaria, nació también en él, el día 10 de Marzo de 1760, y en la casa última de la calle de San Juan, con vuelta a la de Santa María (señalada hoy con los números 43 y 45), el restaurador de nuestra musa dramática y fundador del moderno teatro español, D. Leandro Fernández Moratín. El dueño de esta casa, D. Narciso Ureta, me invitó a consignar una inscripción conmemorativa, que ha colocado en una lápida en su fachada.

Pero volviendo a la calle de Cantaranas (hoy impropiamente apellidada de Lope de Vega)[155], existe en ella la iglesia y convento de monjas trinitarias descalzas, fundado por doña Juana Graitan, en 1609, hija del general don Julián Romero. En él fue sepultado en 1616 Miguel de Cervantes Saavedra; su diligentísimo biógrafo el Sr. Navarrete consignó la duda (acreditada en el convento, y que nosotros seguimos también ligeramente en las primeras ediciones del Manual de Madrid) de que pudo haber sido sepultado en la calle del Humilladero, donde, al decir de las mismas monjas, permanecieron algunos años, mientras la obra de su convento, si bien afirmaban que cuando se trasladaron a este sitio hicieron traer a él los huesos de las religiosas y sus parientes enterrados en aquélla, en cuyo caso vendrían también los de Cervantes, cuya hija natural doña Isabel profesó en este monasterio en 1614. Pero en el artículo Madrid del Sr. Madoz se resuelve terminantemente esta cuestión, asegurando que las monjas permanecieron en este convento de la calle de Cantaranas desde su fundación en 1609 hasta 1639, en que por algún tiempo se trasladaron a la casa que les cedió en la calle del Humilladero una señora de la casa de Braganza; y por lo tanto, parece indudable que Cervantes, que falleció allí inmediato en 1616, y que se mandó enterrar en este convento, yace sepultado en él. Mas, desgraciadamente, y a pesar de las exquisitas diligencias practicadas en varias ocasiones, y muy especialmente en tiempo de la dominación francesa, por el arquitecto don Silvestre Pérez y los médicos Luzuriaga y Morejon, no ha sido posible hallar dichos preciosos restos.

En el mismo convento profesó también otra hija natural de Lope de Vega, doña Marcela, y el suntuosísimo entierro del mismo, verificado en 28 de Agosto de 1635, con una pompa y concurrencia nunca vistas, pasó desde la casa mortuoria de la calle de Francos, por la de San Agustín, que da frente a las rejas del mismo convento, para que pudiera verle su hija sor Marcela; la de Cantaranas, la del León, plazuela de Antón Martín y calle de Atocha hasta San Sebastián, siendo tan inmenso el concurso, que ya había entrado la cruz parroquial en la iglesia y aun no había salido el cadáver de su casa. Este convento, sin embargo, no avanzaba tanto entonces hacia el frente a la calle de San Agustín, pues en el plano de 1656 vemos que ésta (llamada entonces de San José) continuaba recta hasta la de San Juan, y no existía a su lado la costanilla llamada de las Trinitarias[156]. Este reducido distrito, aunque casi renovado en su caserío de muy pocos años acá, conserva todavía, como vemos, recuerdos interesantes para nuestra historia literaria del siglo XVII, representada en los tres grandes nombres de Cervantes, Lope y Quevedo, con que hoy se enaltecen tres de sus calles, perpetuando dichas memorias.

En el número 6 de esta calle, y su cuarto bajo, vivió la célebre impostora apellidada la beata Clara, y en el mismo se representaron las sacrílegas escenas que escandalizaron la corte en los primeros años de este siglo; después pasó a vivir a la casa del Campillo de San Francisco (hoy calle de los Santos), que hace esquina a la Carrera, en donde fue presa y llevada a la Inquisición de Toledo.

En la misma calle de Cantaranas, número 45 nuevo, murió, en 23 de Marzo de 1844, el célebre orador parlamentario D. Agustín Arguelles, y posteriormente, en la misma, sus compañeros D. Martín de los Heros y D. Ramón Gil de la Cuadra.

Por una fatalidad de la suerte, estos mismos barrios de las Huertas, de Santa María, de San Juan y del Amor de Dios, tan enaltecidos con sus recuerdos histérico-literarios, despiertan al mismo tiempo otros de fama más equívoca, habiendo obtenido desde el mismo siglo XVII hasta nuestros días el triste o alegre privilegio de servir de centro principal al comercio amoroso al pormenor. La forma de sus casas, bajas en la mayor parte hasta estos últimos tiempos, con sus indispensables rejas a flor de calle; su apartamiento misterioso del bullicio, y su vecindad al Prado, y hasta sus mismas poéticas tradiciones, consignadas en las comedias de Moreto, Rojas y otros autores, hicieron que las calles de las Huertas, de Santa María, del Amor de Dios, del Infante, de Santa Polonia, San Juan, Costanilla, etc., fueran las preferidas por la razón social de Venus y compañía; y hasta jefe político de Madrid hubo, no hace muchos años, que intentó vincular en ellas este funesto privilegio, obligando a reducirse a este distrito a todas las adoradoras de aquel culto, hasta que, a instancias de los vecinos honrados de dichos barrios, se levantó esta ridícula y arbitraria designación, que los convertía en especie de sucio lazareto. ¡Singular coincidencia, la aproximación instintiva hacia los hospitales de los favoritos de las musas y las sacrificadoras de Venus Citerea!

La última manzana de este distrito, señalada con el número 233, que consta de más de millón y medio de pies, y que comenzando en dicha calle de San Agustín a la esquina de la del Prado, se prolonga hasta este paseo, revolviendo luego por la calle de las Huertas y cerrando indebidamente las salidas a aquel paseo de las de Francos y Cantaranas[157], fue toda propiedad del famoso D. Francisco Gómez de Sandoval, duque de Lerma, ministro y privado de Felipe III, y cardenal después de la S. I. R. Ocupa su parte principal el extendido palacio de Medineceli, de que hablaremos después, y a sus espaldas el convento que fundó el mismo Duque de Lerma en 1606, de trinitarios descalzos de Jesús Nazareno, que después de la exclaustración de los frailes, fue cedido por el actual señor Duque de Medinaceli a las monjas del Caballero de Gracia, y posteriormente a las de la Magdalena, con la parte de huerta que le corresponde, y la otra parte, que da a la calle de las Huertas (propiedad después del Estado), se ha cedido por el Gobierno a las hermanas de la Caridad para la construcción, que ya han realizado, de su casa principal. La iglesia de Jesús fue destruida en tiempo de la dominación francesa; pero en una capilla habilitada para el culto se venera la célebre efigie de Jesús Nazareno (que parece estuvo cautiva en Fez), y es la misma que sale en la procesión del Viernes Santo, y a que tiene tanta devoción el vecindario de Madrid. No contento el Duque de Lerma con esta fundación religiosa contigua a su casa, destinó una gran parte de aquel terreno, por el lado de las calles del Prado y San Agustín, a casa profesa de jesuitas, haciendo construir una iglesia dedicada a colocar el cuerpo de su glorioso antecesor San Francisco de Borja, duque de Gandía, traído expresamente desde Roma para este efecto. Posteriormente, cuando la traslación de dichos jesuitas a San Felipe Neri, ocuparon este convento los padres capuchinos de San Antonio del Prado, y hoy, a la extinción de los regulares, está alquilado a un colegio de enseñanza de señoritas, y la iglesia, con el título de San Antonio, ha vuelto a reivindicar y ostentar en sus altares los venerables restos del Duque de Gandía.

Ademas de esto, el mismo cardenal Duque de Lerma trajo, en 1610, ala casa frontera (en que antes, según dijimos, estuvo el Hospital general) a las religiosas de Santa Catalina de Sena, que estaban en la calle de Leganitos, y allí las reconstruyó el convento e iglesia, que fue demolido por los franceses y ocupa hoy la manzana de casas nuevas. Desde este convento al de San Antonio había un arco o pasadizo al término de la calle del Prado, para comunicar a las tribunas que en ambas iglesias tenía la casa de Medinaceli.

También fue propiedad de la misma la hermosa casa-palacio a la otra esquina de la calle de San Agustín, conocida por la casa de Abrántes, y que hoy creemos pertenece al señor Conde de Ezpeleta[158].

Con la demolición de dicho convento de Santa Catalina, que ocupaba 77.607 pies y la construcción en 1818 de la nueva manzana de casas, no sólo se ensanchó y regularizó la estrecha y tortuosa calle contigua del mismo nombre, sino que quedó una extensa plaza dando frente al Prado. En medio de ella mandó colocar (por disposición muy memorable y digna de alabanza) el monarca don Fernando VII la estatua en bronce del escritor ameno, del regocijo de las musas, del inimitable Cervantes, encargada en Roma al célebre escultor español D. Antonio Sola, y que, según nuestra opinión, debe ser trasladada a la plazuela del Ángel o a la de Antón Martín, como sitios más oportunos que el que hoy ocupa; al designar el cual el difunto monarca, estaba bien lejos de pensar que la colocaba a las puertas del futuro palacio del CONGRESO DE LOS DIPUTADOS.

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