XIII. El Rastro y la Inclusa

A la izquierda de la calle baja de Toledo, y entre ésta y la de Embajadores, se encierra el famoso distrito conocido por el Rastro, nombre significativo, según el Diccionario de la Academia, del «lugar público donde se matan las reses para el pueblo», en cuyo sentido lo usaron también Cervantes, Covarrubias y otros célebres hablistas. En los documentos oficiales de Madrid se dice también el Rastro de la Corte para designar el territorio hasta donde alcanzaba la jurisdicción de los alcaldes; pero la primera calificación es, sin duda, la apropiada a este distrito, en que desde tiempos remotos estuvieron situados los mataderos, las tenerías o fábricas de curtidos, como lo indican los nombres mismos de sus calles, Rivera de Curtidores, del Carnero, Cabestreros, de las Velas, etc., y la misma existencia hasta el día de aquellas fábricas y oficios, a que se presta también por otro lado la misma localidad por sus condiciones materiales, mayor surtido de aguas, desniveles, ventilación y amplitud. Divide en dos trozos este extenso distrito la espaciosa vía que, comenzando con el título de Plazuela del Rastro, sigue con el de Rivera de Curtidores hasta las tapias de las casas y huertos que avecinan a la cerca de Madrid. Aquella celebérrima plazuela es el mercado central adonde van a parar todos los utensilios, muebles, ropas y cachivaches averiados por el tiempo, castigados por la fortuna, o sustraídos por el ingenio a sus legítimos dueños. Allí es donde acuden a proveerse de los respectivos menesteres las clases desvalidas, los jornaleros y artesanos; a las miserables covachas de aquellos mauleros, cubiertas literalmente de retales de paño, de telas de todos colores; a los tinglados de los chamarileros, henchidos de herramientas, cerraduras, cazos, sartenes, velones, relojes, cadenas y otras baratijas; a los montones improvisados de libros, estampas y cuadros viejos, que cubren el pequeño espacio del pavimento que dejan los puestos fijos, asisten diariamente en busca de alguna ganga o chiripa los aficionados veteranos, rebuscadores de antiguallas, arqueólogos y numismáticos de deshecho, bibliógrafos y coleccionistas de viejo; a los corredores, en fin, ambulantes, que circulan o se deslizan difícil y misteriosamente entre todos aquellos grupos de marchantes y baratillos, es donde llama con más o menos probable éxito todo aquel desdichado que en cualquier concurrencia se vio aliviado del peso de su bolsillo o de su reloj; especie de Corte de los Milagros, de lonja de contratación de los tomadores del dos, en donde se cotizan los efectos producidos por las operaciones del día anterior; sumisos todos a la voz del Monipodio respectivo, quien, para investigar el paradero de una alhaja hallada tintes de perderse, suele preguntar con toda formalidad: —«¿Cuál de vosotros estuvo ayer de cuarenta horas o de teatro?— Aquí», responde el interpelado, con la alhaja en cuestión.

La espaciosa calle, continuación de aquella plazuela, y denominada Rivera de Curtidores, sería aun más importante para ciertos comercios incómodos, aunque indispensables, de consumo que la ocupan, y para la circulación de las carreterías que conducen las reses y sus despojos, las pieles, curtidos, etc., si a su mucha espaciosidad correspondiera su entrada por la calle de los Estudios de San Isidro; hoy, por fin, va tiene salida directa al paseo de la Ronda desde el sitio llamado Campillo del Mundo Nuevo, circunstancia reclamada mucho tiempo había para la salubridad y facilitar salida a aquella importante, aunque humilde, barriada. Para completar esta mejora es de absoluta necesidad que se facilite igualmente por la parte alta, desapareciendo por completo la manzana 71, que la obstruye, con lo cual se reformaría este barrio en términos convenientes, y se facilitaría también la comunicación entre las calles de la Arganzuela, Mira el Rio, del Rastro, de los Cojos, del Peñón y otras, que bajan desde la de Toledo; y las de Pasión, de Rodas, de la Huerta del Bayo, de Mira el Sol y del Casino, que desembocan en la de Embajadores.

Los expresivos nombres ya citados de todas estas calles, su mezquino caserío, su gran desnivel, el descuido e incuria de su pavimento y de su policía, revelan desde luego el más infeliz y abandonado distrito de la villa. Su pobre historia está consignada también en aquellos mismos nombres, en este propio destino, aspecto y condiciones, con que viene hasta hoy atravesando los siglos; pero no por esto deja de tener su importancia en la riqueza de la villa, por el gran número de fábricas de curtidos, de papel, velas, tahonas y otras; y, aunque lentamente, también va reformándose el antiguo caserío y desapareciendo las casas bajas y de reducidísimos espacios, para dar lugar a construcciones más importantes[133]. No tiene tampoco ningún edificio público, ni más iglesia que la reducida casa y capilla provisional, adonde se retiraron los padres del convento de la Pasión, que fue derribado en tiempo de los franceses, y estaba situado entre la plazuela de San Millán y la calle de las Moldonadas.

Pero la calle de Embajadores, que continúa la de los Estudios y de San Dámaso , hasta el portillo de aquel nombre, cuenta ya bastante caserío y edificios públicos de consideración. La iglesia y convento de San Cayetano, principal edificio religioso de aquel extenso distrito, y situada en el número 19 de dicha calle, con vuelta a la inmediata del Oso, es lástima ciertamente que se halle escondida en sitio tan extraviado y en una calle estrecha, donde no puede lucir su grandeza. Este hermoso templo, construido en principios del siglo pasado bajo la dirección de los célebres arquitectos D. José Churriguera y D. Pedro de Rivera (aunque con diseños venidos de Roma, según D. Antonio Ponz), es suntuoso, despejado en su planta interior y magnífico en su fachada, aunque el abuso de adornos superfinos con que, siguiendo su escuela y gusto particular, quisieron recargarla los arquitectos directores haya dado lugar a las severas censuras de los críticos rigoristas, entre otros del mismo Ponz, que no hallaba otro arbitrio para remediar la suntuosa fachada de piedra que picarla toda y dejarla lisa; hasta este punto llegó el encono de los críticos a fines del siglo pasado. Esto no obstante (y a pesar de tan acerbas censuras y académicos anatemas), la iglesia de San Cayetano continúa figurando entre los más bellos templos de Madrid, y su magnífica fachada constituiría uno de sus más ricos ornamentos, a estar situada en punto conveniente, por ejemplo, en el que ocupaba el Buen Suceso o la casa de Astraerena. Este templo padeció un horroroso incendio hace algunos años, pero ya se halla restaurado. El convento, fundado en 1644 para casa de seglares de San Cayetano, estuvo ocupado últimamente por la comunidad de San Gil, y ha sido vendido después de su extinción, aunque el templo continúa dedicado al culto[134]. Más abajo, en la misma calle de Embajadores, está el colegio de niñas huérfanas, llamado de la Paz, unido al piadoso establecimiento de la Inclusa, situado a la espalda, en la calle de Mesón de Paredes, y de que hablaremos luego. Este colegio está destinado a recibir y educar en él a las niñas expósitas en aquél, desde que cumplen la edad de siete años, y uno y otro establecimiento corren a cargo de una Junta de Señoras de la primera nobleza. Es una filantrópica y excelente institución, fundada en 1679 por la señora doña Ana Fernández de Córdoba, duquesa de Feria, y dirigida con notable acierto por la expresada Junta de Señoras.

Al terminar dicha calle de Embajadores, en la acera izquierda, se alza el extenso edificio construido en los últimos años del siglo pasado con destino a fábrica de aguardientes y licores, estancados entonces por la Real Hacienda, barajas, papel sellado y depósito de efectos plomizos, y hoy destinado a la de Tabacos, desde 1809, en que comenzó en él la elaboración de cigarros y rapé, hasta el día, en que cuenta más de cinco mil operarios, principalmente mujeres, con inmensos talleres, en que se labran al año sobre dos millones de libras de cigarros. Este considerable edificio, que ocupa una superficie de 101.406 pies, tiene su fachada principal a dicha calle en 428 pies de línea, 29 balcones y una decoración seria y apropiada al objeto[135]. Frente de este edificio, y terminando por su derecha la misma calle de Embajadores, está el precioso jardín llamado el Casino de la Reina, que mide nada menos que la considerable extensión de más de 13 fanegas de tierra, y en su centro tiene un lindísimo palacio, decorado con bellas pinturas al fresco y suntuoso adorno de muebles. Este magnífico jardín y mansión Real, una de las más preciadas curiosidades de Madrid, fue conocido en lo antiguo por la Huerta del clérigo Bayo, y adquirido por la villa de Madrid en 1816 para regalarlo a la reina doña María Isabel de Braganza. El principal ingreso a esta Real posesión por la parte de la Ronda consiste en una elegante portada de granito, decorada con dos columnas dóricas a cada lado, con remates y adornos correspondientes y separados por una verja de hierro[136]. Entre esta posesión y la Fábrica de cigarros, dando frente a la citada calle de Embajadores, se alzaba el portillo del mismo nombre, moderno, de piedra y de regular construcción, derribado también inútilmente. Sobre el origen, en fin, del encumbrado nombre de esta calle, nada cierto podemos asegurar; únicamente consignaremos la tradición de que en la epidemia que padeció Madrid, como gran parte del reino, en 1597, parece que se refugiaron en aquellos sitios los embajadores o enviados de las potencias extranjeras, y desde entonces le fue aplicado este nombre, dejando el de calle de la Dehesa de la Villa, con que la vemos designada en los títulos antiguos de las casas.

La otra parte de este distrito, a la izquierda de la calle de Embajadores, ya que denominamos de la Inclusa, está cruzada por las calles paralelas del Mesón de Paredes y de la Comadre hasta el Barranco de Embajadores, y de Este a Oeste por las tituladas de Juanelo (en que vivió el célebre ingeniero flamenco Juanelo Turriano, en tiempo del emperador Carlos V)[137]; la de la Encomienda de Moratalaz, de las Dos Hermanas, de los Abades, del Oso, de Cabestreros, del Sombrerete, del Tribulete y otras, todas bastante rectas, desahogadas y con un regular caserío, pero absolutamente desnudas para nosotros de interés artístico e histórico.

Únicamente en la principal, o sea la del Mesón de Paredes (en que estaba la casa del Conde del mismo título), existe (como ya dijimos anteriormente), a su número 74, el precioso establecimiento de beneficencia titulado de la Inclusa[138], casa de Expósitos, cuya dirección corre a cargo de la Junta de Señoras, y es de tan alta importancia, que suelen ingresar en ella anualmente más de 1.600 criaturas, existiendo siempre, un año con otro, más de 4.000.

Esta excelente institución tuvo principio en 1572 por la piadosa cofradía titulada de Nuestra Señora de la Soledad, sita en el convento de la Victoria (de que ya hicimos mención cuando tratamos de los Corrales de comedias); tuvo primero su casa e iglesia en la Puerta del Sol, entre la calle de Preciados y del Carmen, según se dijo también anteriormente; después se trasladó a la del Soldado, en el edificio conocido por el nombre de Galera Vieja, que hoy no existe, y, ya entrado este siglo, vino a ocupar el edificio que hoy ocupa, y que, aunque no todo lo espacioso y bien dispuesto que requiere tan importante establecimiento, es, sin embargo, muy digno de ser visitado por su buena distribución, organización y gobierno.

Algo más abajo, en la misma calle, o más bien en una plazuela que se forma delante de él, está el Colegio de San Fernando, a cargo de los padres Escolapios, fundado en 1729, y colocado bajo la protección de la villa de Madrid en 1734, en el cual reciben la instrucción primaria gratuitamente unos 2.000 niños, y además se admiten alumnos internos, que pagan una pensión diaria, y para los cuales hay cátedras de Gramática, Latinidad, Historia, Geografía, Matemáticas, etc. El templo propio de esta casa es uno de los más bellos de Madrid, por su planta, que consiste en una amplia rotonda precedida de un espacio cuadrangular, que Lace veces de nave, y cubierta por una hermosa cúpula, que sobresale notablemente entre todas las de Madrid. Fue construido por el hermano Miguel Escribano, y terminado en 1791, y la bella colección de esculturas que decoran sus altares, obras todas de los artistas modernos, llama justamente la atención de los inteligentes. Algo más arriba, frente de la fuente y calle de Cabestreros, se ha habilitado la casa número 39 para convento de las monjas de Santa Catalina de Sena, que antes estuvo donde hoy las casas nuevas frente al palacio del Congreso, y fue demolido por los franceses[139].

En las demás calles de este distrito, muy poco o nada merece mención; únicamente diremos que la contigua, llamada de la Comadre, y anteriormente de la Comadre de Granada, que corre paralela a la del Mesón de Paredes hasta el barranco de Embajadores, es una de las más pobladas de Madrid, como que cuenta más de 3.000 habitantes, y la numeración de sus casas, la mayor parte bajas y humildes hasta hace pocos años, alcanza al 95. Todas estas calles y sus travesías, especialmente a la parte baja, están habitadas por jornaleros, artesanos y dependientes de la Fábrica de Tabacos y otras, y la ya indicada de la Comadre se ha distinguido siempre por la animación de su vecindario, del que (si hemos de creer a un viajero inglés contemporáneo, muy inteligente en esta materia)[140], forma una buena parte la raza trashumante de los gitanos. Otras calles más altas de este distrito, y que desembocan en la nueva plaza del Progreso, como la de la Espada, de Jesús y María, y las mismas del Mesón de Paredes y de la Comadre, han mejorado mucho su caserío en estos últimos años, en términos que muy pronto perderán por completo el humilde aspecto y mezquinas proporciones que hasta aquí las afrentaban.

Al extremo de la antes conocida por calle de la Hoz Baja, y entre el portillo de Valencia y el de Embajadores, se extiende el erial inmenso conocido por el Barranco de Embajadores, sitio indebidamente abandonado, y que debe regularizarse por la Villa, plantando en él un paseo que sirva de desahogo y salida a las calles del Mesón de Paredes, del Espino, de la Comadre y demás de aquella, populosa barriada, quedando todavía espacio, por su forma irregular, para construir un amplio mercado de caballerías, donde pueda celebrarse sin peligro el que se tiene todos los jueves en el mismo sitio[141]. Para ambos objetos fue solicitado este terreno, en 1847, a nombre del Ayuntamiento; pero el Gobierno, a quien corresponde por amortización, no tuvo a bien acceder a ello, y así permanece sin utilidad de nadie, antes con detrimento de la salubridad, comodidad y ornato de aquella parte de la población.

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El antiguo Madrid, 1861 by Ramón de Mesonero Romanos is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial 4.0 International License, except where otherwise noted.

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