XVII. Línea centro oriental entre el Prado y la Puerta del Sol

Tócanos ahora penetrar en el distrito central oriental de la nueva población por su ingreso natural del Prado Viejo, frente al antiguo monasterio de San Jerónimo, por donde en principios del siglo XVII, y antes de existir el sitio del Buen Retiro, venía el camino de Valnegral (Broñigal), según aparece claramente en la relación de la entrada de la reina D.ª Ana de Austria, prolijamente hecha por el maestro Juan López de Hoyos. En un capítulo anterior, y con referencia a la prolongación del arrabal desde la Puerta del Sol hacia el Prado, dudamos que la tapia o cerca que se supone a dicho arrabal continuara más allá de la misma Puerta del Sol; y efectivamente, ni dicho maestro Hoyos, ni los escritores contemporáneos, hacen mención de ella, deduciéndose solamente de sus indicaciones que el caserío de uno y otro lado de la Carrera se fue extendiendo naturalmente hacia San Jerónimo, y que ya en 1569 (época de la entrada de D.ª Ana de Austria) llegaba hasta donde poco después se fundó el convento del Espíritu Santo, y que allí, en la entrada del pueblo, se elevó el primer arco triunfal, que tan prolijamente describe el dicho autor. No paró aquí la prolongación, sino que continuó hasta el mismo Prado de San Jerónimo, y ya en los límites que hoy tiene dicha Carrera la vemos claramente pintada en el ya citado cuadro, que la representa en principios del siglo XVII y que posee el Excmo. Sr. Marqués de Salamanca. Mírase en su primer término la alameda del Prado y la torrecilla que había donde ahora la fuente de Neptuno, y en que se colocaban las músicas que amenizaban el paseo; a la izquierda la casa-palacio del Marqués de Denia (después duque de Lerma), y hoy del de Medinaceli, que tenía a su esquina una torre, que conservó hasta fines del siglo pasado; a la derecha algunas casas particulares y las del Duque de Maceda, la de la Marquesa del Valle (después la Dirección de Minas y hoy reconstruida de planta), y enfrente la manzana del convento de Santa Catalina (entonces Hospital General).

De suerte que desde principios del siglo XVII presentaba este sitio, con corta diferencia, el aspecto con que ha llegado a saludar al actual. Convertido este distrito, por su ventajosa posición, en el más importante del nuevo Madrid, desde entonces fue el favorito de las clases más elevadas de la antigua y moderna aristocracia, y vióse pronto cubierto de importantes edificios religiosos, de espléndidas casas particulares, algunas verdaderos palacios, que en la serie de los tiempos han desaparecido para dar lugar a otras aun más ostentosas.

El primero de estos edificios, y acaso el más antiguo también en techa, es el ya indicado, y que aun subsiste, de los duques de Medinaceli, inmenso edificio, que, con sus jardines y dependencias, ocupa una superficie de 244.782 pies. Creemos que fue mandado construir por el opulento duque de Lerma D. Francisco Gómez de Sandoval, siendo marqués de Denia y favorito ya de Felipe III; era además suya, según ya queda expresado, toda la manzana que desde el paseo del Prado llegaba a la calle de San Agustín, y desde la Carrera de San Jerónimo a la calle de las Huertas, en una extensión prodigiosa, que bastó, no sólo a dotar a su palacio de amplias huertas y jardines, picadero y otras oficinas, sino a las dos fundaciones religiosas que ya dijimos hizo antes y después de ser electo cardenal de la S. I. R.; una de la casa profesa de Jesuitas (después convento de San Antonio), donde colocó el cuerpo de su glorioso antecesor San Francisco de Borja, duque de Gandía, y la otra, la de Trinitarios de Jesús; y no satisfecha aún su piedad opulenta con estas fundaciones, de que rodeó su palacio ducal, adquirió el edificio que ocupaba el Hospital General para colocar en él a las monjas de Santa Catalina, estableciendo por medio de un arco sobre la calle del Prado la comunicación de su palacio con la tribuna de esta iglesia.

Este palacio pasó después, por entronque de la familia de los Sandovales con los La Cerdas, a ser propiedad de los duques de Medinaceli, y acaba de ser espléndidamente decorado interior y exteriormente por su ilustre poseedor actual (1860); conserva además gran parte del rico tesoro de su armería, biblioteca y galería de pinturas, con infinidad de objetos preciosos de interés artístico y de utilidad histórica. Con decir que en esta casi regia mansión vivió el poderoso ministro de Felipe III, su fundador, durante su inmenso valimiento, y después, siendo cardenal, queda manifiesta la importancia histórica de este palacio. No fue menor el interés literario de que le revistió después el ilustre duque de Medinaceli D. Antonio de la Cerda, gran protector de los célebres ingenios de aquel brillante siglo XVII, haciéndole servir de teatro, donde en suntuosas fiestas palacianas ostentaban las claras dotes de su ingenio los Lopes y Calderones, Guevaras y Moretos y demás que formaban la pléyade luminosa de nuestra república literaria. Habitando en esta casa el insigne Quevedo fue preso, por una sátira que se le atribuyó, en la noche del 7 de Diciembre de 1639.

A este palacio, en fin, se retiró Felipe V, a la muerte de su primera esposa D.ª María Gabriela de Saboya, en Febrero de 1714, por consejo y disposición de la intrigante y poderosa Princesa de los Ursinos[161].

Frontero a este palacio se eleva hoy el elegante y moderno de los duques de Villa-Hermosa, suntuosa obra de primeros años de este siglo, construida por orden de la duquesa viuda D.ª María Pignatelli y Gonzaga, bajo los planes y dirección del arquitecto D. Antonio López de Aguado. Este bello edificio es una de las construcciones más dignas e importantes del moderno Madrid. Su interior es correspondiente a sus elegantes fachadas, distinguiéndose notablemente su grandiosa escalera, la magnífica capilla ducal y el suntuoso salón de bailes, en que estuvo el teatro de la brillante sociedad del Liceo Artístico y Literario, y las principales habitaciones ocupadas por los duques propietarios, y que en 1823 habitó el delfín de Francia, Duque de Angulema, generalísimo del ejército francés. Antes de la construcción de este palacio, y en la ¿poca a que más precisamente se refieren estos paseos, existía en aquel sitio el de los duques de Maceda, y otras casas, entre las cuales una pertenecía al famoso licenciado Gregorio López Madera[162], y otra a los condes de Atares, de Monterey, de Fuentes y de Arion, en una extensión inmensa, que quedó comprendida en el nuevo palacio y su orando y bellísimo jardín al Prado, sus cocheras y accesorios a la calle del Turco. Dentro de esta escuadra, que forma el mismo, está aún en pie una casa antigua y baja, de aquel siglo, perteneciente a los mayorazgos de Porras y Bozmediano, que no sabemos si por corrupción se refieren a los marqueses de Valmediano y de Corres, que hoy poseen y habitan dicha casa. La única que formaba la manzana 270, entre las calles del Turco y del Florín, perteneció en el siglo XVII a la famosa marquesa del Valle, D.ª María de la Cerda, descendiente de Hernán Cortes; luego fue de D. Luis Spínola, conde de Siruela, y posteriormente creemos que recayó en el Duque de San Pedro, que residía en Genova, poseyéndola en su nombre la hermandad del Refugio, por cierta cláusula testamentaria del antecesor. Esta casa fue vendida hace pocos años y reconstruida magníficamente.

Seguía a esta casa el convento e iglesia de padres clérigos menores del Espirita Santo, fundado primeramente por el ilustre caballero modenes Jácome de Gratis o de Gracia, en sus propias casas y calle que hoy lleva su nombre, y que después pasaron a ocupar las del Marqués de Tábara, que estaban en este sitio, donde se construyó la iglesia y convento, terminándose aquélla en 1684. Era edificio poco notable bajo el aspecto artístico, y además sufrió una casi destrucción a consecuencia de un violento incendio ocurrido en 1823, en ocasión de hallarse oyendo misa el Duque de Angulema, generalísimo del ejército trances de ocupación, con todo su estado mayor, sobre cuyo suceso se hicieron entonces muchos comentarios.

Retirados los padres, a consecuencia de esta catástrofe, al convento de Portaceli, a la muerte de Fernando VII, y con ocasión de congregarse las Cortes generales del reino en 24 de Julio de 1834, fue designado este edificio para la reunión del Estamento de Procuradores; y habilitado convenientemente el templo para salón de sesiones, y dándole un ingreso decoroso por esta plazuela y otro por la accesoria de la calle del Sordo, se hizo en el resto del edificio la distribución oportuna, y continuó sirviendo a este objeto en las diversas y borrascosas legislaturas siguientes, hasta Mayo de 1841, en que, habiéndose declarado ruinosa una gran parte de la obra, se trasladó el Congreso de Diputados al salón del teatro de Oriente. Acordada después por ley expresa la construcción del nuevo palacio sobre el sitio mismo que ocupaba el antiguo[163], se colocó por S. M. la reina D.ª Isabel II la primera piedra el día 10 de Octubre de 1843; y siguiendo la obra bajo la dirección y planes del arquitecto D. Narciso Pascual y Colomer, quedó terminada en 1850, habiéndose celebrado en él la sesión regia de apertura de las Cortes el día 3 de Noviembre de dicho año. No es de esta ocasión entrar en la descripción crítica ni artística de este moderno palacio, apreciado de diversas maneras, pero que, tal cual es, constituye uno de los principales monumentos artísticos del Madrid moderno, y el más importante acaso de los construidos en nuestros días.

Frente a este moderno palacio y antiguo convento del Espíritu Santo estaba la casa que, desde el reinado de Felipe II, servia de Hospital general, y después, ocupada por las monjas franciscas de Santa Catalina, demolida por los franceses, fue sustituida, hacia 1818, por una manzana de casas particulares, siendo de lamentar que no se hubiese aprovechado entonces aquel preferente sitio para la construcción de un gran edificio público de majestuoso aspecto y grandeza.

Al costado de la iglesia del Espíritu Santo, hoy palacio del Congreso, estaba la casa de los duques de Híjar, notablemente mejorada con el rompimiento de la nueva calle de Floridablanca, entre ella y dicho palacio, que creemos hizo construir el Marqués de los Balbases, o reformar la que entonces existía, propia del Marqués de Spínola, y antes del caballero D. Carlos Stratta, famoso y opulento comerciante, natural de Genova, aunque avecindado en España, y tan considerado en la corte de Felipe IV, que mereció de él la merced del hábito de Santiago para sí, y para su hijo D. José la encomienda de las casas de Toledo y el título de marqués de Robledo de Chavela.

En su casa se vistió el mismo rey D. Felipe, el domingo 15 de Febrero de 1637, a efecto de salir con todo el tren para la mascarada Real que tuvo en el Buen Retiro, en celebridad de la elevación al imperio de su cuñado el Rey de Hungría; magnífica función, muy señalada en los anales de Madrid y que describiremos en el capítulo del Buen Retiro. Los ostentosos adornos y grandeza con que estaba enriquecida la casa del caballero Stratta; el festín y regalos que tributó al Monarca este opulento magnate, fueron cosa que ocupa algunas páginas en los anales de esta villa; y de esta solemnísima ocasión databa acaso la señal que ostentó esta casa hasta nuestros días, de una cadena sobre el dintel de la puerta, que también tenían otras casas, como distintivo de haberse aposentado en ellas la persona Real. Este palacio, vendido hace pocos años, fue derribado, y construida en su solar, por la Sociedad apellidada La Peninsular, una manzana de elegantes casas.

El palacio de los señores duques de Híjar era moderno y digno de tan ilustres personajes, en quienes han venido a reunirse los marquesados de Orani y de San Vicente, los condados de Aranda, Salvatierra, de Rivadeo y otros muchos; mereciendo especial mención en aquélla el suntuoso salón del solio, apellidado de los Tapices, en que todos los años recibe S. E. con gran solemnidad el vestido que llevó S. M. el día de la Epifanía[164].

Era igualmente notable su lindo teatro, en que se representaron, hasta los primeros años del siglo actual, por las personas más distinguidas de la aristocracia, diversas funciones dramáticas y líricas, algunas de ellas, como la tragedia de Las Troyanas, obra del ilustre duque don Agustín de Silva, a que algunas veces asistieron los mismos monarcas[165].

Contiguo a este palacio está el Hospital Pontificio y Regio de San Pedro de los Italianos, establecido en 1598 bajo la protección del nuncio Camilo Gaetano, y destinado a los naturales de aquel país. Tiene su pequeña iglesia, muy concurrida, y en la que se celebra el culto con notable aparato; pero bajo el aspecto artístico ofrece poco digno de atención.

Frente a esta iglesia y hospital había un convento de monjas bernardas, llamadas de Pinto, por haber sido fundado en aquella villa en 1539, y trasladadas a ésta en 1588. Era un edificio muy poco notable, y su iglesia, pobre y desnuda de adornos; pero con su jardín accesorio comprendía 66.779 pies entre la Carrera de San Jerónimo y la calle del Baño; y habiendo sido demolida hacia 1837, se construyeron en él tres magníficas casas particulares. También se demolió la moderna de los duques de Tamámes, por el saliente que hacía estrechando la calle, y la contigua de la Marquesa de Valdegama, en cuya esquina estaba el sotanillo llamado la Botillería de Canosa, que hacía las delicias de nuestros padres y abuelos.

Otras varias casas, propias de la grandeza, se levantaron en esta Carrera, en los siglos XVII y XVIII, alguna de los cuales, como la señalada con el número 5 antiguo y 40 moderno, propia de los marqueses de Iturbieta, esquina a la calle del Baño, ha sido reconstruida de planta; la del número 38, propiedad, después, del general Liñan, que fue de los marqueses de Casa-Pontéjos, esquina a la del Lobo, existe en pié; habiéndose derribado, pocos años ha, la del Príncipe de las Torres, en donde estuvo la famosa fonda y café de la Fontana de Oro, y después el hotel y librería de Morder; y a la acera izquierda existen también las modernas del Marqués de Santiago (donde ahora está el Casino) y la del Conde de Villapaterna, D. Antonio Pando y Bringas, hoy del señor Marqués de Miraflores[166].

Terminaba la Carrera en la Puerta del Sol con los dos edificios religiosos de la Victoria y el Buen Suceso. Del primero ya hablamos en el capítulo anterior: del Hospital de Corte, y de su iglesia titulada del Buen Suceso, trataremos en el capítulo de la Puerta del Sol.

Las calles que ponen en comunicación esta elegante Carrera con la aun más espléndida calle de Alcalá no corresponden en modo alguno a la importancia de ambas y a la numerosa y activa circulación que existe entre ellas. Son, por el contrario, de las más estrechas, incómodas y mal decoradas de Madrid.

Empezando por el lado más inmediato a la Puerta del Sol, se nos presenta desde luego (y cabalmente en el ponto más interesante, por la confluencia de las calles del Príncipe y de la Cruz) la mezquina y sombría apellidada antiguamente de los Panaderos, después de los Peligros (¡ancha!), y en la actualidad de Sevilla, y que por su estrechez ha habido necesidad de cerrar al tránsito de carruajes, asfaltándola, y hay precisamente que ensanchar en otro tanto, si ha de corresponder a la importancia del punto que ocupa.

Flanquean a este callejón por ambos lados los dos, aun más inmundos, apellidados el primero, en lo antiguo, de los Bodegones, después de Hita, y actualmente travesía de los Peligros (¡y tan peligrosa travesía!), y frontero a él el de los Gitanos, verdaderos albañales de inmundicia social, dignos en un todo de sus menguados nombres y reputación. La calle de los Cedaceros, también estrecha, aunque habilitada, por la necesidad, para el tránsito de carruajes, ha reformado en estos años su caserío, quedando en pie todavía del antiguo dos únicas casas principales, una señalada con el número 11 nuevo, que fue del Marqués de Valparaíso, y después de los condes de Parsent, y otra, número 13, con vuelta a la calle del Sordo, del Marqués de Santiago. Dicha calle del Sordo y su paralela la de la Greda sufrieron plena trasformación, por la importancia que han adquirido con la construcción del palacio del Congreso y del teatro de la Zarzuela en estos últimos años, y con la prolongación recientemente hecha hacia el Prado por el jardín de Villahermosa.

La de la Greda ha aprovechado para su reforma total de la venta, hecha hace algunos años, del inmenso jardín y corralón que pertenecieron al palacio del Duque de Maceda, y después a la Duquesa de Mediuaceli, entre dicha calle, la del Sordo y la del Turco. En este terreno, además de haberse roto una nueva calle traviesa, titulada de Jovellanos, se han construido varias casas nuevas, algunas de ellas casi unos palacios, y en la nueva de Jovellanos, el lindísimo teatro, ya mencionado, de la Zarzuela.

La calle del Turco (apellidada antes de los Siete jardines, cuyo nombre cambió por el que hoy lleva, a causa de haber sido alojado, en la gran casa de la esquina a la de Alcalá, el Embajador del Gran Turco, que vino a Madrid en 1649)[167] no ofrece otro objeto notable que el sencillo y prolongado edificio, construido en los últimos años del siglo anterior bajo la dirección del arquitecto D. Manuel Martín Rodríguez, sobrino y discípulo del famoso D. Ventura, y con destino a almacén de cristales procedentes de la Real fábrica de la Granja. Después estuvo ocupado por la Sociedad Económica Matritense, que tenía en él sus cátedras de Economía política, Taquigrafía y otras y el Colegio de sordomudos y ciegos, institución de la misma Sociedad. También estuvo en él establecido el Conservatorio de Artes, y en sus salas se celebró la primera exposición de industria en 1828. Hoy, roto este edificio para la continuación de la calle de la Greda, está ocupado una parte por la Escuela de Caminos y Canales, y otra y principal por la Caja de Depósitos.

Entremos ya en la hermosa calle de Alcalá, la primera, más autorizada y digna vía del Madrid moderno, desde la Puerta del Sol al paseo del Prado, o más bien al arco de triunfo erigido al gran Carlos III, que sirve de entrada al camino real de Aragón con el nombre de Puerta de Alcalá. Hemos dicho en otro artículo que cuando Madrid estaba limitado a la parte oriental por la Puerta del Sol, existía entre dicho sitio y el Prado de la Villa un extenso olivar, que dio su nombre a la nueva calle, formada a mediados del siglo XVI, con el nombre de calle de los Olivares y de los Caños de Alcalá. Prolongación de la espaciosa línea de Poniente a Oriente, que venía dividiendo a Madrid desde la antigua puerta de la Vega, la calle de Alcalá, como su paralela la Carrera de San Jerónimo, no tardó en ser preferida por las clases más elevadas para la construcción de sus aristocráticas mansiones y para la fundación (de moda en aquellos tiempos) de suntuosos conventos y casas religiosas.

De éstos (ademas de la iglesia y hospital Real del Buen Suceso, que ocupaba el ingreso de esta calle y la Carrera de San Jerónimo) se trajo ya a la de Alcalá, y cuando aun era arrabal, a mediados del siglo XVI, el de monjas bernardas que existía en la villa de Vallecas, fundado por Alvar Garcidiez de Rivadeneyra, maestresala de Enrique IV; construyéndoselas de orden del cardenal Silíceo, Arzobispo de Toledo, el convento e iglesia que ocuparon hasta nuestros días, con vuelta a la callejuela que fue titulada con el nombre de una imagen llamada Nuestra Señora de los Peligros, de poco más de tercia de alta, que trajo el doctor Herrera de Jaén, y a quien, por los trabajos de que le había librado, puso dicha advocación y colocó en este mismo templo.

Por otro lado, la tal callejuela justifica muy bien este título, y anteriormente aun más que en el día, porque hasta fines del siglo pasado avanzaba tanto la cerca del convento, que reducía aquélla a una suma estrechez, hasta que el Conde de Montarco, presidente de Castilla, a despecho de las monjas, y con una dosis de energía muy notable en aquella época, la hizo retirar hasta el sitio que ocupó después, que no era mucho. Este edificio desdichado y viejo, que después de la traslación de las monjas fue sucesivamente destinado a instrucción de quintos y de milicianos, a colegio electoral, a museo filarmónico, a bolsa de comercio, a teatro lírico, a colegio de enseñanza y d almacén de plomos, ha desaparecido para dar lugar a la construcción de magníficas casas, muy propias de tan privilegiada localidad, permitiendo al mismo tiempo ensanchar y regularizar considerablemente la estrecha y pasajera calle, que debe pronto cesar de ser y llamarse de los Peligros.

A principios del siglo XVII se trasladaron también a Madrid, desde la villa de Almonacid de Zurita, las señoras comendadoras de la Orden de Calatrava, y con la protección y dones del Monarca pudieron construir su iglesia y convento, que no carecen de ostentación, en el sitio que hoy ocupan en lo alto de la calle de Alcalá, a la cual favorece mucho la hermosa cúpula que cubre el crucero del templo. Este convento y su religiosa comunidad no se han salvado de la destrucción y trasiego general de esta última época, quedando sólo la iglesia, en que se continúa sin interrupción el culto divino, con gran solemnidad y pompa, a que se asocian las órdenes militares de Calatrava y Montesa, que asisten en ella a sus solemnes funciones y ceremonias. Todavía más adelante, en la misma calle y en el terreno convertido hoy en jardín del Marqués de Casa-Riera, había otro convento de monjas Lasuaronesas, carmelitas recoletas, denominadas las Baronesas, por su fundadora la baronesa D.ª Beatriz Silveira, que fue demolido, y vendido su solar en 1836.

Últimamente, enfrente de éste se construyó, con puerta a la calle de los Caños de Alcalá, en los primeros años del siglo XVII, el convento de padres carmelitas descalzos de San Hermenegildo, aunque la iglesia actual fue construida en 1742; hoy sirve de parroquia de San José, y es acaso la más hermosa y capaz de las iglesias parroquiales de Madrid. Fue trasladada a ella la parroquialidad a la extinción de los regulares en 1836, habiendo estado antes en el hospital de Flamencos, calle de San Marcos, en las monjas de Góngora y en la capilla que fundó para este objeto, en 17-15, en la sala teatro de su propio palacio, el Duque de Frías D. Bernardino Fernández de Velasco. La iglesia actual de San José, o del Carmen, tiene contigua la capilla de Santa Teresa, fundada primitivamente por el célebre y desdichado ministro D. Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias, y en ella estuvo depositado su cadáver hasta ser trasladado a las monjas de Portaceli de Valladolid. El convento, que ocupaba toda la inmensa manzana número 288, entre las calles de Alcalá de las Torres, de las Siete Chimeneas y del Barquillo, en una extensión de 202.668 pies, y la huerta, que ya había sido mermada en tiempo en que vivía en la casa frontera el Príncipe de la Paz, para formar la plazuela que tomó del mismo el título de Almirante, hoy del Rey, han sido vendidos después, y construidas en ella diversas casas particulares y el teatro de Apolo.

Entre los edificios civiles que ostenta esta hermosa calle de Alcalá, sobresale por su belleza e importancia, y ocupa el primer lugar, después del Real palacio, entre todos los públicos de Madrid, el construido en el reinado del gran Carlos III con destino a Aduana, y que hoy ocupan el Ministerio de Hacienda y sus dependencias. Los planos y dirección de este suntuoso palacio, terminado en 1769, corrieron a cargo del general D. Francisco Sabatini, y su elegante arquitectura y el buen gusto de su ornato traen a la memoria los primeros y mas celebrados palacios de Italia, al paso que por su extensión, solidez y grandeza, puede sostener la comparación con los buenos de otras capitales. Desgraciadamente, no húbola mejor elección en cuanto al sitio en que está construido, costanero e intercalado entre otras casas, que no le permiten ostentar fachadas laterales a Levante y Poniente, y campear con la independencia y desahogo que requerían su importancia y mérito artístico; y lo peor fue que, para adquirir aquel sitio tan inconveniente, hubo necesidad de comprar a gran costa hasta diez y seis casas que ocupaban aquella superficie de 80.000 pies próximamente, y demolerlas, en vez de haberse fijado en otro sitio aislado; no renunciamos todavía, sin embargo, a que algún día llegue a ostentar una nueva fachada al lado que mira a la Puerta del Sol, rompiéndose por allí una calle o pasaje de comercio por el sitio que ocupa la casa del Marqués de la Torrecilla, que sale a la calle angosta de San Bernardo, hoy de la Aduana.

Lindante con este suntuoso edificio luce todavía (proporción guardada) el otro que ocupa en su parte principal la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando, y en el piso segundo el Gabinete de Historia Natural, a cuya reunión alude la elegante inscripción que D. Juan de Iriarte compuso y está colocada sobre la puerta principal: «Carolus III rex, naturam et artem sub uno tecto in publicam utilitatem consociavit». Efectivamente, en los salones bajos y principales, ocupados por la Academia, se encuentran sus bellas galerías de pintura y escultura y algunas de sus enseñanzas, y en la parte alta de este edificio el precioso gabinete de Historia Natural; pero esta reunión de ambos importantísimos establecimientos, que pudo tolerarse en una misma casa cuando eran, puede decirse, nacientes, no tardó en hacerse incompatible con el aumento y prosperidad sucesiva de ambos; y ya en el reinado del mismo Carlos III dispuso aquel gran monarca la ««instrucción del magnífico Museo del Prado, con destino a la colocación del de Ciencias Naturales; pero como este untuoso edificio ha recibido otra aplicación, al paso que el Gabinete ha crecido extraordinariamente en preciosos objetos de los tres reinos, que no pueden ser disfrutados ni colocados científicamente en las estrechas y sombrías salas de esta casa, es de absoluta necesidad su traslación a otro edificio, si puede ser, construido expresamente; sobre lo cual creemos que existan planes y aun cesión por parte de S. M. del sitio conveniente en el Retiro; reuniendo así, como deben estarlo, los tres establecimientos que forman el Museo de Ciencias Naturales, a saber: el Gabinete, el Botánico y el Observatorio Astronómico. Esta casa fue obra del arquitecto D. Pedro Rivera, y sirvió primero para el Estanco del tabaco, siendo adquirida a censo, por el Gobierno, de D. Francisco de Goyeneche, conde de Saceda, marqués de Belzunce; no carece de grandiosidad, especialmente en su portal y hermosa escalera, si bien recargó la portada con los adornos acostumbrados de su gusto, que fueron mandados quitar, y reformada aquélla, cuando Carlos III colocó allí la Academia y Gabinete; tiene de sitio 36.695 pies.

Aunque no precisamente en la calle de Alcalá, sino mirando a ésta desde larga distancia, se levanta el ostentoso palacio de Buenavista, que hoy ocupa el Ministerio de la Guerra, obra verdaderamente regia, mandada construir en los últimos años del siglo pasado por la célebre duquesa de Alija D.ª María del Pilar Teresa de Silva y su esposo el Marqués de Villafranca, que no llegaron, sin embargo, a verle concluido ni a habitarle. En 1805 fue comprado este palacio a los herederos de la Duquesa por la villa de Madrid, y regalado al almirante Príncipe de la Paz, que tampoco lo llegó a ocupar; y secuestrados en 1808 los bienes de éste, ha venido recibiendo distintas aplicaciones, tales como Parque de Artillería, Museo militar, habitación del regente del reino Duque de la Victoria[168], del embajador turco Fuad-Efendí, y por último Ministerio de la Guerra. En él también fueron recientemente alojados el príncipe Muley-El-Abbas y los embajadores de Marruecos que vinieron a Madrid después de la paz en 1860.

En el sitio eme ahora ocupa este suntuoso palacio y sus cercanías estaban las casas del Marqués de la Ensenada, de D. Francisco de Rojas, Diego de Vargas, D. Rodrigo de Silva y otros, formando las calles de la Emperatriz, de Buenavista (hoy cerradas), y que salían a la del Barquillo, y la plazuela de Chamberí, dentro del inmenso término comprendido ahora bajo el número de la manzana 277, y que ha absorbido también las 286 y 287. A su límite por la calle de Alcalá a la del Barquillo se alza hoy la moderna casa del Marqués de Casa-Irujo, y a la esquina del paseo de Recoletos la casa que fue Dirección de Infantería, y después habitación del Presidente del Consejo de Ministros[169]. Este edificio (considerado también como del Estado, aunque procedente igualmente del secuestro de Godoy, y en que vivió su hermano don Diego en 1808) no merecía ciertamente detenernos en él, y únicamente como recuerdo histórico repetiremos que su hermoso jardín era la misma famosa huerta del regidor Juan Fernández, célebre por su amenidad, y relacionada con las memorias poéticas del siglo XVII, como sitio que era entonces de pública recreación, y a que aludieron y en el que colocaron algunas ingeniosas escenas de sus dramas los célebres escritores de aquella época, entre ellos Tirso de Molina, que la dedicó y consignó su nombre en una comedia entera: La Huerta de Juan Fernández.

Estos son los principales edificios de la hermosa calle de Alcalá, que, como tan principal y señalada, no tardó en ser escogida por la nobleza de la corte para su residencia y mansión, construyendo desde principios del siglo XVII considerables casas particulares; hoy existen ya muy pocas de ellas, habiendo sido sustituidas casi todas con otras aun más suntuosas y decoradas. Entre las que aun existen de aquella época, apenas podrá citarse alguna otra, como la última de dicha calle con vuelta al Prado, propia hoy de los marqueses de Alcañices y antes de los duques de Arion y de Béjar, construida por D. Luis Méndez Carrion, marqués del Carpio, y que aun conserva la torrecilla sobre su esquina, que era el distintivo de todas las casas principales de la antigua nobleza madrileña.

La que estaba contigua, que fue del Marqués de Villamaina y después de los condes de Campo Alange, sirvió desde muy antiguo de residencia a la embajada inglesa. En ella se refugió, en 16 de Mayo de 1726, el famoso ministro de Felipe V, Duque de Riperdá, y de ella fue extraído, en 25, con notable allanamiento y violencia, de la mansión del embajador Stanhope, que ocasionó tan vivas reclamaciones de parte del gobierno británico. En ella, en fin, hemos conocido en nuestros días de ministros de la Gran Bretaña a sir Enrique Wellesley, hermano del célebre lord Wellington, sir Jorge Williers (lord Clarendon), después ministro de Negocios Extranjeros en Inglaterra; mister Asthon y otros, hasta que, adquirida dicha casa por el rico banquero Sr. Santa Marca, hizo construir en su solar una de las más ostentosas y magníficas entre las particulares.

La casa-palacio número 64, que hoy posee el Marqués de Casa-Riera, y ha enriquecido con obras de consideración y con un nuevo jardín en el solar del convento de las Baronesas, es también moderna, de principios del siglo actual, y fue construida y señalada en dote para la señora Duquesa de Abrantes, por cuya circunstancia era designada con el nombre de la Casa de los Alfileres. En lo antiguo existía en este solar la que el Marqués de Auñon (de quien ya hablamos en el capítulo correspondiente a la parroquia de Santiago) hizo labrar para su hijo natural D. Rodrigo de Herrera, célebre poeta dramático, autor de las comedias Del Cielo viene el buen rey y La Fe no ha menester armas. Después fue del Conde de Miranda y de las memorias fundadas por el Marqués de Mancera. Ya queda dicho que a mediados del siglo XVII fue alojado en esta casa el embajador turco, que dio nombre a la calle contigua; en el edificio nuevo vivieron en nuestros días los marqueses de Ariza, el embajador de Rusia Príncipe Tatischef, y el célebre provisionista francés y gran financiero Mr. Ouvrard en 1823 y 24, en cuyo tiempo se celebraron en sus salones magníficos saraos y festines, hasta que la adquirió el señor Riera, que ha invertido en su decoración grandes sumas. La extensión de esta casa y sus dos jardines es considerable; además tiene enfrente, en la calle del Turco, otra también grande para cocheras y oficios, con la que se comunica por una galería subterránea.

Las dos casas modernas que están más arriba, conocida una por la de los Heros y por el almacén de cristales (que S. A. el infante D. Sebastián después ocupó, y hoy ocupa la Presidencia del Consejo de Ministros), y la otra, en que se baila el Depósito Hidrográfico, fueron también de la antigua nobleza; y la del Conde de Saceda, que sólo tenía piso bajo, aunque en la grande extensión de 32.284 pies, también ha sido sustituida por un nuevo edificio, propio del Sr. Casariego. Otros opulentos capitalistas han construido en estos últimos años elegantes casas en el sitio que ocupaban las antiguas, entre ellas la Hospedería de los Cartujos, sobre cuya puerta estaba colocada la famosa estatua de San Bruno, obra muy excelente del escultor Pereira[170].

En toda aquella acera no ha quedado, pues, en pié, de las casas nobiliarias antiguas, más que la señalada con el número 44 nuevo, que hace esquina y vuelve a la de Cedaceros, y fue del mayorazgo fundado por Baltasar Gil Imon de la Mota. Todas las demás son nuevas, construidas sobre las ruinas de las antiguas, y obra de la opulencia mercantil y de la clase media, que ha desalojado de allí a la antigua aristocracia. Lo mismo sucede en la acera opuesta, donde, a excepción de la casa del Marqués de la Torrecilla, número 15, inmediato ala Aduana, y la señalada con el número 25 nuevo, del Conde de Pino-Hermoso, que fue del de Villareal, donde hoy está el Veloz-Club, ninguna otra queda ya de las del siglo XVII, habiendo sufrido las restantes renovación completa o parcial en manos de los capitalistas modernos.

Tal como hoy se ostenta esta magnífica calle, puede sostener la comparación con las primeras de otras capitales europeas, y recientemente, con el ensanche de la Puerta del Sol, aunque pierde en longitud, gana en anchura por su entrada, que antes era de 47 pies por aquel extremo, mientras que llega a contar 233 a la entrada del Prado. También pudiera allanarse algo más el desnivel del pavimento, de suerte que permitiera disfrutar su vista de un extremo al otro, si bien es preciso confesar que en estos últimos años ha recibido considerables mejoras en este punto, y con la colocación de sus espaciosas aceras, de las columnas para el alumbrado y el plantío de los árboles en toda la mitad baja, que lo permite por su anchura, se ha acercado mucho al grado de elegancia que reclamaba la primera calle de la capital. Bajo este carácter (que no adquirió, sin embargo, hasta ya entrado el siglo XVIII, venciendo a su rival y paralela la Carrera de San Jerónimo) la calle de Alcalá viene ocupando las páginas de la historia madrileña en esta última época, y figurando desde entonces en primera línea en las demostraciones solemnes a que dieron lugar las guerras, los levantamientos y tumultos populares, las entradas triunfales, y las ceremonias y festejos de la corte y villa. En unas ocasiones, y según lo han requerido las circunstancias, se ha visto cubierta de tropas y cañones, de fosos y barricadas; en otras, por fortuna más frecuentes, se ha mirado engalanada con los arcos de Tito y de Trajano, con las agujas de Luksor, con los templetes alegóricos de Atenas y Corinto.

El último trozo de esta hermosa calle, más allá del paseo del Prado, está embellecido por la derecha con la verja de los jardines del Retiro, y las construcciones modernas a su izquierda. Hasta el reinado de Felipe III no se construyó puerta de ingreso por este lado, y entonces, y con motivo de la entrada de la reina doña Margarita en 1599, se levantó ésta como hacia el sitio donde hoy está la entrada del Retiro por la Glorieta. Era mezquina, y consistía en dos torrecillas con un arco en medio, y fue derribada en 1764, cuando, con ocasión del advenimiento del gran Carlos III al trono español, se acordó levantar, bastante más apartado, el magnífico arco de triunfo que hoy sirve de puerta, que dirigió el teniente general don Francisco Sabatini, y es una de las más preciadas obras de aquel reinado, terminada en 1778, según se ve por la dedicatoria de su frontis:

Rege Carolo III. Anno MDCCLXXVIII.

Hoy, demolido todo el caserío y la parte del Retiro y cerca que circundaba el arco, se ha formado la anchísima plaza titulada de la Independencia, dejando aislado en su centro el monumento.

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El antiguo Madrid, 1861 by Ramón de Mesonero Romanos is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial 4.0 International License, except where otherwise noted.

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