XVIII. Recoletos y el Barquillo

A la izquierda de la puerta de Alcalá y hasta la de Recoletos (reconstruida de nueva planta en el reinado de Fernando el VI, y que ha sido derribada) se empezó a formar ya en el siglo XVII, con destino a hornos y tahonas, un caserío que se llamó Villa Nueva, compuesto de cuarenta y dos edificios inmediatos al que tenía allí desde más antiguo el Ayuntamiento de Madrid; si bien los grandes edificios delanteros, conocidos luego con este nombre, eran obra posterior, de mediados del siglo pasado. En él se construyó, también en el reinado de Fernando el VI, la gran panera en figura de rotonda que daba al paseo de Recoletos, y era capaz de 100.000 fanegas de grano. Los otros edificios que continuaban hasta la puerta de Alcalá y servían de cuartel de ingenieros eran otras de las obras más importantes del reinado de Carlos III. En esta inmensa manzana, destinada desde hace muchos años a extraños usos, es donde, a nuestro entender, debió colocarse la nueva Aduana[171].

Después de los edificios del Pósito, hasta la puerta de Recoletos, estaban, como ya expresamos, el antiguo convento de agustinos recoletos y su huerta, que comprendía nada menos de 515.459 pies, y la casa y huerta del Conde de Oñate, marqués de Montealegre, con cerca de 200.000; la huerta que después ocupó el Colegio de Veterinaria, que perteneció a San Felipe Neri, conservó la misma forma, con un gran saliente fuera de la puerta y la enorme superficie de 523.716 pies[172]. Por el lado opuesto al principio del paseo, después de la huerta del regidor Juan Fernández, la gran casa y jardín del almirante de Castilla D. Juan Gaspar Enriquez de Cabrera, que daba vuelta por la calle llamada entonces del Escorial, y que después recibió el título del Almirante, que aun conserva, hasta la de los Reyes Alta, hoy de las Salesas. Cedida esta posesión en gran parte por aquel ilustre magnate para la fundación del convento de San Pascual, y convertida en iglesia la sala-teatro del propio palacio, enriqueció a esta con su preciosa colección de pinturas de los mejores maestros; rico tesoro que desapareció en tiempo de la dominación francesa. Cavó también en nuestros días la iglesia para ensanche del paseo, y ha vuelto a ser construida alineando con los nuevos palacios. El resto de la huerta fue después del general de artillería D. Juan Brancacho, con cuyo apellido es aún conocida, y el antiguo palacio o retiro del Almirante desapareció también a impulso del tiempo. A la otra esquina de esta calle del Almirante, y entre ésta y la llamada hoy de la Veterinaria (antes de San José), se alzaba ya en principios del siglo pasado la casa y lamoso jardín del Conde de Baños, después del de Altamira, y luego del Duque de Medina de las Torres, conocida modernamente por las Delicias, cuando estaba abierta al público con bailes, conciertos, baños, fonda y otros excesos; pública recreación enseñoreada después del sitio de la huerta contigua de Brancacho o el Almirante, con los nombres de la Camelia, el Elíseo, etc. Hoy todo se ha transformado en palacios, circos, etc.

Más allá de dicha calle antigua de San José, en diversidad de sitios, que todos fueron comprados para este objeto, se fundó por la reina doña María Bárbara y su esposo D. Fernando el VI, en 1758, el suntuoso monasterio de la Visitación de religiosas Salesas, con su extendida huerta y jardín, que, en unión del monasterio, comprenden el inmenso espacio de 750.523 pies, y todavía se agregaron a él otras posesiones contiguas; habiendo invertido en esta Grandiosa fundación la enorme suma de 83 millones de reales, según una nota puesta en la copia del testamento de dicha reina, que existe en la Biblioteca Nacional. En cuanto a la grandeza y mérito artístico del edificio, dirigido por los arquitectos Carlier y Moradillo, no podría negársele sin injusticia, si bien no es todo lo que hubiera sido algunos años después, con los adelantos del arte y del buen gusto, y mucho menos correspondiente todavía a las inmensas sumas prodigadas en él. El templo, sin embargo, por su elegante forma, por la riqueza de su materia y la preciosidad de su ornato y accesorios, entre los que sobresale el sepulcro de los reyes fundadores, que yacen en él, es, sin duda alguna, el más ostentoso de Madrid[173]. El convento puede llamarse un verdadero palacio regio, especialmente la parte designada con este nombre por la reina fundadora, que destinaba a su habitación la que mira a los jardines. Estos y la huerta son primorosos, y la extendida cerca que los limitaba por los paseos de Recoletos y de la Ronda, hasta incorporarse con la otra del extinguido convento de Santa Bárbara, acaba de ser demolida para el ensanche del paseo[174].

Antes de la fundación de este magnífico monasterio, y según el plano del siglo XVII, ocupaban aquel sitio varias y huertas; y desde el altillo qué hoy forma la plazuela de las Salesas corría recta la calle del mismo nombre (entonces llamada de los Reyes Alta) a salir a la do Alcalá, por donde después fue jardín conocido por el del Valenciano, y entre donde después se alzaron los edificios de Buena-Vista y la Dirección de Infantería. Todo esto ha variado completamente con la rotura al paseo de Recoletos de las calles del Saúco, Piamonte y Salesas, en donde se ha formado el barrio más elegante de Madrid.

En el lugar que ocupaba el convento y huerta de las monjas de Santa Teresa estaba la casa del Príncipe Astillano, fundador del mismo convento; en 1656 las calles del propio nombre, de San Lucas, Piamonte, del Rincón, del Saúco, de la Emperatriz, de la Buena-Vista y la plazuela del Chamberí, todas tenían salidas a las ya citadas de los Reyes Alta o Salesas; varias de ellas quedaron suprimidas o cortadas con la construcción del palacio de los Duques de Alba, que incorporaron a la dilatada manzana 277 las 286 y 287, donde entonces estaban las casas de los Valenzuelas, Yermos, Alvarados y otras. Las domas casas entre dichas calles del Saúco y del Piamonte, donde después se alzó el edificio construido en el reinado anterior con destino a las misiones de San Vicente Paul, y ocupado luego por una prisión de mujeres, y la elegante y moderna casa contigua del señor Conde de Vegamar, pertenecieron al Conde de Molina, y después al de Torrehermosa. Destruido hoy el convento, rotas las calles y establecidas otras nuevas.

Esta calle Real del Barquillo (según dice D. Nicolás Moratin) correspondió en un principio a la jurisdicción de Vicálvaro, sin duda por estar fundada en tierras de su término, y se hizo desde luego una importante vía de comunicación entre la parte central y alta de Madrid; importancia que ha ido creciendo sucesivamente, y hecho necesaria la reconstrucción y alineación de esta calle y sus avenidas en los presentes años. Ya queda dicho en los términos en que estaba fundada por la derecha, y las comunicaciones que la ponían en contacto con el paseo de Recoletos; todas han sido restablecidas, aunque hubiera sido conveniente que al verificarse los rompimientos y nuevas construcciones se procediera a rebajar el terreno, disimulando, cuando no suprimiendo del todo, el gran desnivel ocasionado por la colina que media entre dicha calle y el paseo del Prado[175].

Del lado de la izquierda aparecía esta calle aun más solitaria y triste, ocupada por el convento y huerta de Carmelitas Descalzos, que, como hemos dicho, avanzaba hasta ocupar casi todo el espacio que ahora se llama Plazuela del Rey, y primero del Almirante (Godoy), en cuyos últimos años de privanza, primeros de este siglo, fue formada para dar mayor desahogo a las casas que hacen esquina y a la frontera, propias ambas de su esposa la Condesa de Chinchón; dichas casas se comunicaban por medio de un pasadizo por cima de la calle a la altura de los pisos principales, que ha sido, por fortuna, suprimido; si bien éste no aparece en el plano del siglo XVII, y no sabemos si fue obra del mismo Príncipe de la Paz, o anterior[176]. Las casas contiguas, procedentes del doctor Sandi, doña Beatriz Vargas y otros varios, estaban ya, poco más o menos, en los mismos términos que hoy a mediados del siglo pasado, cuando pertenecían a D. José Ignacio Goyeneche; y a ellas seguía luego la extendida tapia de la huerta de los duques de Frías, que ocupaba nada menos que 187.200 pies, con inclusión del palacio que da a la plazuela del mismo nombre y a la calle de Góngora, antes de Santa Bárbara la Vieja. Esta inmensa posesión, recientemente suprimida y rota por varios lados, ha sido poblada de nuevo y elegante caserío, dando salida a las dos calles, cerradas por ella, de Santa María del Arco y de Válgame Dios (ahora de Gravina). Todavía la enorme manzana 307, aún convertida ya en tres trozos, debe romperse por la calle cerrada de San Marcos, según la alineación proyectada. El resto de las casas de dicha acera ningún interés ofrecen, si se exceptúa sola la señalada con los números 4 y 5 antiguos y 27 moderno de la manzana 324, que hace esquina y vuelve a la calle de Belén, y era y es muy célebre desde tiempo antiguo por su numeroso vecindario y demás condiciones, y designada con el nombre popular de la Casa de Tócame-Roque. Este apodo (cuyo origen desconocemos) es también aplicado al famoso sainete de D. Ramón de la Cruz, titulado La Petra y la Juana, sin que tampoco podamos asegurar, como quiere la tradición, que fuese la intención de aquel escritor colocar en esta casa • el lugar de su escena, que por otro lado hallamos poco apropiado a ella. Esta casa fue de D. Martín Herce, y actualmente del Sr. Conde de Polentinos, y está renovada en estos últimos años.

A espaldas de la calle del Barquillo, y hasta la de Hortaleza, está el extendido trozo de caserío que llegará a ser en breve tiempo uno de los más importantes de Madrid, cuando haya acabado de recibir los cortes, rompimientos y mejoras reclamados por la necesidad y propuestos y aprobados en el plano de nueva alineación. Consisten aquéllos en el ya dicho rompimiento de la calle cerrada de San Marcos a la del Barquillo, y desde esta misma calle de San Marcos otra lateral a la de Góngora, por la huerta de las monjas de San Fernando, además del de la calle del Soldado, ya verificado hasta la de las Infantas; la supresión del cuartel, y continuación por su terreno de la calle llamada de la Libertad (antes de San Fernando y de Gravina); igualmente la de los viejos edificios en que estuvieron la Galera y las prisiones militares. Todo esto, vitalizando uno de los trozos más importantes del Madrid moderno hasta nuestros días se ha realizado ya.

Poco hay en el día que mencionar para nuestro propósito en este abandonado distrito. La calle de San Antón (hoy de Pelayo), que va desde la de San Marcos a la de Santa Teresa, era y es la arteria central de él, y célebre en el siglo pasado por el bullicio e intrepidez de las clases que la ocupaban, y sus contiguas de Regueros, de Belén, de Jesús y María, de San Lucas, las de San Gregorio, de San Francisco y Válgame Dios y del Soldado. Todas estas calles, aunque en la parte alta de Madrid, formaban parte de los barrios apellidados bajos, y eran preferidas por los famosos chisperos, ramificación de la manolería, fabricantes y mercaderes de utensilios de hierro; y lo humilde de su caserío, casi todo de un solo piso, y lo ennegrecido y solitario de sus revueltas las hacían muy propias para las escenas inmorales y alevosas que aspiraron a poetizar D. Ramón de la Cruz en sus sainetes y D. Francisco Gregorio de Salas en su festiva pintura de dicha calle de San Antón.

Los edificios algún tanto notables de este distrito, ya hemos dicho que contribuyen a entristecerle más que a darle importancia. Los dos conventos de monjas, el uno de mercenarias calzadas, titulado de San Fernando, en la calle llamada actualmente de la Libertad, fue fundado a fines del siglo XVII por la Marquesa de Aguilafuente, y no llegó a terminarse, ni su iglesia, que está reducida a una pequeña capilla[177]. El otro de trinitarias descalzas, apellidado de Góngora (por haber corrido la fundación, de orden de Carlos II, a cargo de D. Juan Felipe de Góngora, ministro del Consejo de Castilla), fue obra de fines del siglo XVII y es poco notable, como lo era también el palacio frontero de los duques de Frías, cuya sala-teatro fue convertida en anejo de la parroquia de San Luis, con el título de parroquia de San José, en 1745, por el mismo duque de Frías D. Bernardino Fernández de Velasco; después, como parroquia independiente, la hemos visto pasar en nuestros días a la iglesia de dichas monjas de Góngora y a la del Hospitalito de flamencos, calle de San Marcos (que se hundió en 1848) y está actualmente, como ya queda dicho, en el Carmen calzado, calle de Alcalá. En cuanto al referido cuartel del Soldado, que fue de Guardias Walonas y que ocupa toda la manzana 317, con 64.648 pies, y la casa llamada de la Galera, y el otro edificio, apellidado Prisiones militares, ya queda dicho que han de desaparecer muy pronto por su inoportuna colocación y mal estado de sus fábricas[178].

El resto de este distrito entre la calle de San Marcos y la del Caballero de Gracia tiene ya otra importancia, por su situación más céntrica, lo bien cortado de sus calles y comunicaciones, y la mayor brillantez consiguiente de su caserío, especialmente desde la formación de la Plaza de Bilbao con el derribo verificado en 1837 del convento e iglesia de Capuchinos llamados de la Paciencia. Éste había sido fundado en 1639, por el rey D. Felipe IV, sobre el mismo sitio que ocupaba la casa del licenciado Barquero, en que unos judíos que la habitaban solían maltratar en ciertos días y ceremonias a un crucifijo; y denunciados a la Inquisición, fueron quemados hasta siete en persona y cuatro en estatua, y demolidas sus casas para la fundación de dicho convento e iglesia. Hoy, con el arbolado y verja de dicha plazuela y las elegantes casas modernas que la rodean, es uno de los sitios preferentes de Madrid. La calle frontera de las Infantas, especialmente en su último trozo, abierto, como queda dicho, por la huerta del Carmen en tiempo de Godoy, ha adquirido mayor importancia con las nuevas casas construidas en dicha huerta por el señor Murga, y el teatro del Circo, en donde ahora se llama la plazuela del Rey, y antes era una callejuela en escuadra, que se llamaba de las Siete Chimeneas. La casa conocida con este título (que es la de la esquina y propia del señor Conde de Polentinos) debió ser en los principios una hermosa casa de campo, rodeada de extendidos jardines y huertas, y cuya sólida y elegante construcción en su parte principal, que da a dichos jardines y a la plazuela (pues la que mira a la calle de las Infantas, se ve palpablemente que es añadida), revela el

gusto especial de las construcciones de Juan de Herrera, en cuyo tiempo pudo ser fabricada, a mediados del siglo XVI, para el mayorazgo fundado por el doctor D. Francisco Sandi y Mesa, que hoy posee el Sr. Conde de Polentinos. Su extensión comprendía los jardines, posesiones y casas contiguas, incluso el teatro del Circo, y pasa de 100.000 pies. Es también histórica, por haber habitado en ella el Príncipe de Gales en 1623, cuando vino a pedir la mano de la infanta doña María; luego el ministro de Carlos III Marqués de Esquilache, cuando el día 23 de Marzo de 1766 estalló el célebre motín de las capas y sombreros, atacando el populacho la morada del Ministro (cuyas señales se han conservado hasta nuestros días), y presentando el mismo terrible aspecto que medio siglo después ofreció delante de la inmediata casa del Príncipe de la Paz. La de las Siete Chimeneas ha sido después morada de los embajadores de Nápoles, de Francia y de Austria. En esta calle de las Infantas y su número 13, hoy reconstruido de planta, falleció en 1847 el insigne defensor de Zaragoza, general Palafox.

Las otras calles paralelas a la de las Infantas, tituladas de la Reina, de San Miguel y del Caballero de Gracia, y sus travesías de las Torres, de San Jorge y del Clavel, también nos ofrecen algún interés histórico local.

La manzana 296, formada entre las calles de la Reina y de San Miguel, del Clavel y de Hortaleza, recuerda la memoria del celebérrimo autor dramático D. Agustín Moreto y Cabaña, a cuyo padre pertenecieron varias casitas que ocupaban gran parte de dicha manzana, y en una de las cuales creemos que nació aquel insigne ingenio.

Según el primitivo Registro de Aposento, que empezó en 1625, a su folio 133 vuelto, se Luce mención de siete de estas casas de la acera izquierda de la calle de San Miguel desde su entrada por la de Hortaleza, que poseyó Agustín Moreto, padre del autor, y que libertó de aposento en 1623. Posteriormente estas casas (que debían ser muy reducidas) se refundieron, con otros sitios mayores, en dos grandes casas, que constan registradas en la Planimetría y visita general de 1751 con los números 2 y 3 por la calle de la Reina, en estos términos: «Calle de la Reina, número 2, pertenece a D. Francisco Antonio Salazar, como marido de doña Ana Salazar y Albis; se compone de cinco sitios, el tercero de los cuales le privilegió Agustín Moreto, en 1623, con 1.750 maravedises y con réditos de 100 ducados anuales a censo; pies de sitio, 10.682. Fachadas a la calle de la Reina, 60 3/4 pies, y a la de San Miguel, 66». «Ítem, número 3; pertenece a D. Feliciano de la Vega; se compone de cinco sitios, el primero, de herederos de Mosquera, la privilegió Agustín Moreto, en 30 de Enero de 1623, con 2.256 maravedises y réditos de 100 ducados a censo. Fachada a la calle de la Reina, 67 1/2 pies, y a la de San Miguel, 65 1/2, y el sitio, 10.980 pies». Estas casas tienen hoy, por la calle de la Reina, los números 4 y 6 nuevos, y por la calle de San Miguel, el 5 y 7. Más adelante, en la misma acera izquierda de la calle de San Miguel, pero antes de salir a la del Clavel, fue señalada con el número 10 antiguo otra casita que perteneció al mismo Moreto, padre, según se expresa en el Registro y Planimetría, en estos términos: «Número 10, pertenece a D. Juan Manuel Diaz del Corral; fue de herederos de Luzon, con dos ducados, con los que, y los réditos de 100 ducados a censo, la privilegió Agustín Moreto, en 11 de Enero de 1653. Fachada a la calle de San Miguel, 27 pies, y su todo, 2.003». Esta casita, aunque incorporada hoy, o refundida, en la señalada con el número 15 nuevo (que hace esquina y vuelve a la del Clavel), es la única que se conserva en pie del grupo de ellas pertenecientes a Moreto; y en su estrecha fachada se ven aún los dos balcones penúltimos, bajo los cuales está el azulejo de la numeración antigua. Quizás esta casa, que pudo ser entonces la mayor de todas, fue la que habitó el padre de Moreto, y donde nació este insigne ingenio, en 1618[179]. Todas estas casas han desaparecido últimamente para dar lugar a nuevas construcciones.

La inmediata casa, en la calle de la Reina, número 8 moderno, es la que habitó, en principios de este siglo, el general Príncipe Maserano, y que ocupó también algún tiempo, mientras la dominación francesa, el general Abel Hugo, gobernador de la provincia de Guadalajara y nombrado por el rey José marqués de Cogolludo, teniendo en su compañía a su hijo, el famoso poeta Víctor Hugo, a quien colocó de paje del Rey en el Seminario de Nobles. En esta casa estuvo, después, la fonda de Genyeis, y en ella pararon, en 1831, el celebérrimo maestro Joaquín Rossini y su compañero de viaje el marqués de las Marismas, D. Alejandro Aguado.

Al fin de esta calle está el colegio de Nuestra Señora de la Presentación, de niñas, que llaman de Leganés, fundado, en su propia casa, por el caballero D. Andrés Spínola, de la de los marqueses de los Balbases y Léganos, en 1630, con su pequeña capilla, abierta al público. Otras casas notables hay en dicha calle, como la del Conde de Montealegre, que fue del de Villacastel, entre ella y la de las Infantas, y entre las de San Jorge y San Miguel la del Marqués de la Vega de Armijo, derribada ésta, y construida en su solar otra nueva, y la del jardín de Valero, propia del Duque de Arion.

En la del Clavel, señalada con el número 11 nuevo y 16 antiguo, contigua a la nueva del señor Maquieira, y reedificada de planta en el año último, estaba la linda casa que habitó, según sus Memorias y novelas, la célebre escritora francesa, esposa del mariscal Junot, titulado Duque de Abrántes, durante el tiempo que fue éste gobernador de Madrid. Igualmente, y según noticia reciente dada por él mismo. Víctor Hugo habitó también esta casa con su padre en 1809. También vivió en ella, por la misma época, la Condesa de Jaruco, señora célebre por su hermosura y altas relaciones en la corte de José Bonaparte, y madre de otra persona no menos célebre después, en la corte parisiense, con el nombre de la Condesa de Merlin, apreciable escritora, distinguida artista, y dotada, además, de un excelente carácter y amenidad de trato. Esta señora, nacida en la Habana, donde su padre mandaba como gobernador segundo cabo, fue casada de tierna edad, por el rey José, con uno de sus ayudantes, el general Merlin[180].

La calle del Caballero de Gracia lleva este nombre del caballero de la Orden de Cristo, Jácome o Jacobo de Gratüs, virtuoso sacerdote, natural de Módena, que vino a España con el üíuncio de S. S. y se avecindó en Madrid, hasta que, en 1619, falleció a la edad de ciento dos años. El mismo fundó, en sus propias casas, un convento de padres clérigos menores, que después pasaron al Espíritu Santo, ocupando entonces aquéllas la comunidad de Recoletas de la Concepción, conocidas también por el nombre del mismo Caballero de Gracia. Su convento e iglesia, que tenían en dicha calle esquina a la del Clavel, fueron demolidos en 1838, y sustituidos después por tres elegantes casas, entre las que sobresale la suntuosa que construyó la sociedad del Crédito Mobiliario. En la iglesia de aquel convento se veneraba el cuerpo del virtuoso caballero, en un sepulcro de mármol, que ha sido trasladado y colocado en el Oratorio de la misma calle y advocación.

Este Oratorio, que la venerable Congregación de esclavos del Santísimo, fundada por el mismo caballero, labró a sus expensas, en 1654, en la casa que fue de doña Elvira de Paredes, en que acaeció la muerte violenta de don Antonio Escon, enviado del Parlamento de Inglaterra[181], fue renovado completamente a principios de este siglo bajo los planes del arquitecto Villanueva, y en su iglesia, muy linda aunque pequeña, se celebra con mucha solemnidad el culto divino.

De la dificultosa comunicación de esta calle con la de Alcalá por medio de la angostísima llamada justamente de los Peligros (aunque ya dijimos que recibió este nombre, no por esta razón material, sino por una imagen de Nuestra Señora que se veneraba, con el título de los Peligros, en el templo del inmediato convento de monjas de San Bernardo) nada más nos ocurre que mencionar, ni tampoco de las otras dos contiguas de San Bernardo (hoy de la Aduana) y de los Jardines, que no tienen importancia más que por la situación tan privilegiada que ocupan entre las de Alcalá y de la Montera.

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