Notas

1)

RÉPLICA AL FILO O CANTO

Para don Miguel de Unamuno.

Permítame, querido don Miguel, una breve réplica a sus palabras admirables, publicadas en estas mismas columnas, acerca del canto o filo, el revés y el envés. Una réplica un tanto retrasada, porque vivo como un forzado, remando día y noche en galeras donde mi voluntad está presa. Pero no es nunca tarde para que, al fin, como un modesto Eriximaco, conteste a sus razones socráticas.

Yo estoy siempre dispuesto a dejarme convencer por cuanto usted dice, aun en esas ocasiones en que su actitud inesperada encrespa la mía de ciudadano de conducta sencilla y nada intelectual, aunque muchos me incluyan en el gremio, tan excelso como peligroso, de los intelectuales. A veces siento a contrapelo las cosas que usted escribe o pronuncia, y aunque no pienso en la cicuta, a que usted noblemente aspira, no dejo de encontrar, al pronto, algo justificado ese brebaje, amargo pero inofensivo, de simple acíbar, que quieren hacerle beber sus contradictores —hoy los de esta acera, ayer los de la de enfrente—, sorprendidos por el filo de sus razones.

Yo me contengo siempre, y me alegro después de haberme contenido, porque acabo indefectiblemente dándole la razón o, por lo menos, comprendiendo que tiene usted derecho a no tenerla. Pero eso del filo o canto de las ideas y su preferencia a la cara o cruz no me deja del todo tranquilo.

Toda mi vida es una pura duda sobre cuál será el anverso o el reverso de las cosas, y sobre si, después de averiguado, se debe preferir la cara o la cruz. La solución de usted es quedarse con el canto. Pero pienso que el canto no es, en realidad, casi nada: ambigüedad, cruz para la cara y cara para la cruz. Por el canto no se conoce nunca lo legítimo de lo falso, y apenas el oro del cobre, aun siendo verdadero. Con el canto se puede hender, tajar: pero no se trata de eso, sino de convertir un instrumento duro en un valor representativo y humano, el que da el cuño, ajeno a la materia bruta. El canto o filo que usted aconseja es como la espada, y ahora quisiéramos suprimirlas y cambiarlas por razones; no siempre, es cierto, verdaderas. En la misma moneda, el dinero de metal se sustituye por el de papel, pura representación, que puede también ser falso, pero que ya no tiene canto, ni lo tendrá jamás, en el sentido contundente.

¿Para qué el filo? Es preferible seguir buscando la verdad por el lado ancho, el que no sirve para tajar, sino para dudar. Que es, después de todo, a lo que usted nos ha enseñado: a dudar de cuanto hay, para no dejar de creer en nada, porque la fe de los que no dudan, el viento se la lleva, y ahora es tiempo de huracanes. Y en nada se nota el aire de tempestad como en esa duda inesperada y trágica, que nos tiene sobrecogidos, acerca de las cosas en que creíamos con mayor firmeza: como la libertad, por ejemplo. La libertad nuestra, de la cual, en efecto, no volveremos ni usted ni yo a gozar. Usted me arguye que seguirá defendiéndola y que se ríe de los que han perdido su fe en ella. Pero esto ¿qué es, sino seguridad en un cuño que usted cree legítimo y que tal vez no lo sea? Usted mismo añade, y con razón, que los cuños se borran o se cambian, y el que ahora se está borrando más aprisa es ese de nuestra libertad. La última que queda en el mundo es, a pesar de cuanto se dice, la de la España de ahora.

Algo que no es libertad ni juridicidad, sino disciplina arbitraria, y, a la larga, juridicidad nueva y libertad futura, se va extendiendo por las sociedades humanas. Y sólo las acuñadas así son las que resisten cuando todo cae a su alrededor. Eso mismo lo veremos aquí, y ya no veremos otra cosa, aunque construido sobre otros moldes y regido por hombres muy distintos de lo que se imaginan los eternos despistados. Contra esto, que se impone como una fatalidad cósmica, no hay canto o filo que valga. El problema está en saber, si puede saberse, si esto es el envés o el revés de la verdad. He aquí mi duda y mi tortura y la de muchos como yo. Pero también la raíz de nuestra fe, porque sólo se cree en aquello que nos interesa en lo profundo de las entrañas.

Esta duda universal, que ningún filo puede tajar, es la forma más honda de la revolución que usted, don Miguel, y también otros, niegan a todas horas. Ustedes, los del filo, siguen creyendo, a pesar de sus lecciones de duda, en sus ilusiones de siempre, y así no se enteran de que la tierra que pisamos hoy es ya distinta de la de ayer. Y usted, querido don Miguel, es quien más ha contribuido aquí en España, a removerla a fuerza del equívoco grandioso de su vida intachable, a fuerza de enseñarnos a buscar la verdad en el revés de nuestra fe, para acabar blandiendo una fe de filo, sin cuño, para no dudar, como la fe de los simples. Que acaso sea, como dijo quien decía las verdades eternas, la mejor de todas.

Y aquí terminan mis razones de aspirante a Eriximaco, aquel médico de arte y no de ciencia, que podía hablar con Sócrates y que tal vez curaba mejor que nosotros los de los laboratorios y la bioquímica. Y usted siga socarrándonos en las entendederas, con la certeza de que por mucho que nos irrite no pediremos su muerte a los tiranos —los de ahora son, además, usted lo sabe, tiranos de mentirijillas—, sino a Dios, y para usted, una vida centenaria y colmada de venturas.

Gregorio Marañón. [Ahora, Madrid, 15-11-1933.] 

2)

En esta edición, sustituimos en estos casos los guiones por las tradicionales /. 

3)

En el artículo original, Unamuno escribe Virgilio. En un artículo posterior corregirá el error. 

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