Apéndice Número 3º

Real aparato y sumptuoso recelamiento con que Madrid (como casa y morada de S. M.) rescibió a la serenísima reina doña Ana de Austria viniendo a ella nuevamente, después de celebradas sus felicísimas bodas. Púnese su itinerario. Una breve relación del triunfo del serenísimo don Juan de Austria. El parto de la Reina nuestra señora. Y el solene baptismo del SS. príncipe D. Fernando, nuestro señor.

Dirigido al ilustrísimo y reverendísimo cardenal don Diego de Espinosa, obispo y señor de Sigüenza, presidente del Consejo Real, inquisidor apostólico general en los reinos y señoríos de España, etc.

Compuesto por el maestro Juan López de Hoyos, catedrático del Estudio de esta felice y coronada villa de Madrid.

Con privilegio impreso en la coronada villa de Madrid por Juan Gracian,1572. Un tomo en 8.º, de 264 fojas.

En el extracto que vamos a hacer en este curioso libro, prescindiremos de la relación que precede a la de la entrada de la Reina, y que cuenta prolijamente su viaje desde que desembarcó en Santander, en 3 de Setiembre, hasta que llegó a Segovia, donde se verificó el casamiento; la de esta solemnidad y la de la continuación del viaje hasta Madrid; limitándonos sólo a trascribir la descripción de esta entrada, de los festejos con que se celebró y de las localidades en que éstos tuvieron lugar, que es lo que hoy nos interesa, y descartando, por supuesto, la declaración prolija y ridícula de los arcos triunfales, sus emblemas e inscripciones, cu que luce el maestro Hoyos su empalagosa erudición histórico-mitológica y su pesado y chabacano estilo, y con que ocupa las nueve décimas partes de su libro.

Preparativos para la entrada de S. M.

Primeramente, por todos los caminos por donde Labia de venir S. M., se dio orden de muy gran copia de bastimentos, y los pasos dificultosos y de grandes atolladeros allanó, así con calzadas de argamasa, como con ingenios y otros instrumentos fortalesció para que queden perpetuas. En particular se remedió uno de los más importantes puertos o entradas que había a un pago, que llaman de Valnigral, distancia de media legua de Madrid. Han trabajado en él más de un mes ciento y cincuenta hombres cada dia; gastóse grande número de carretadas de piedra; allanóse un cerro y queda enlosado, que se representan aquellas vías stratas romanas (de esto y de la puerta de Guadalajara y su ornato fue comisario Pedro de Herrera, regidor antiguo de este pueblo, varón celoso en lo tocante a las cosas del bien público), y otros muchos barrancos y obras harto necesarias, que la buena venida de S. M. ha remediado.

El Prado de Sant Hierónimo, sus fuentes y su ornato.

Esta planicie y llanura llega hasta la entrada del pueblo, donde se ha hecho una de las mejores y más delectables recreaciones públicas que hay en todo el reino, porque es una salida a Oriente junto a uno de los muy Reales y aventajados monasterios, así en calidad y aposento de S. M. como en la mucha religión que en él se profesas de la orden de Sant Hierónimo, de cuya antigüedad y fundación dijimos en el libro que de la reina doña Isabel de Valois (que en gloria es) compusimos. Esta tan santa vecindad hace esta recreación pública muy calificada, y a esta causa le llaman el Prado de Sant Hierónimo, en el cual se ha hecho una calle de más de dos mil pies de larga y ciento de ancha, plantada de muchas y diferentes suertes de árboles muy agradables a la vista. Al lado izquierdo como entramos, hay otra calle muy fresca, de la misma longitud y tamaño, y de muy gran arboleda de una parte, y de otra muchos frutales en las huertas que la cercan. Los árboles están plantados por sus hileras muy en orden, haciendo sus calles proporcionadamente, mezclando las diferencias de árboles para que sean más umbrosos y agradables.

En esta calle a sus lados se hicieron cuatro fuentes de singular artificio, suntuosa fábrica y particular compartimiento; todas cuatro son de una muy excelente piedra berroqueña; hace cada una una bacía, que hace una taza redonda; tiene de diámetro diez pies, media vara de borde, vaciadas por de dentro y aovadas por de fuera, asentadas sobre un balaustre de cinco pies de alto y grande corpulencia en su contorno. Tiene cada fuente unos adoquines de piedra labrados harto pulidamente, que tienen de diámetro diez y siete pies.

Antes que se entre en el Prado se hizo un pilar, que en castellano más tosco llaman Abrevadero, todo de cantería de piedra berroqueña. Tiene de largo más de setenta pies, de hueco más de doce, dos gruesos caños de agua en los dos testeros, el uno sale por la boca de un delfín de bronce, que se levanta del agua más de dos pies; tiene una palabra de letra de relieve que dice (Bueno); el otro caño sale por la boca de una culebra; a ésta rodean otras dos a revueltas, y en la esfera que hacen tienen un espejo de bronce, y en medio de él dice (Vida y gloria), que corresponde con la letra del delfín, y así dice todo: (Del fin bueno vida y gloria).

Las cinco fuentes del Prado hacen tan gracioso murmullo y salen los caños por ellas tan artificiosamente, que no nos notará el discreto lector de afectados en por extenso dar noticia de ello.

A la mano derecha de la entrada del Prado da luego la vista en una fuente, de enmedio de la cual salen cinco caños, que suben los cuatro tres pies en alto, y al caer hacen cuatro arcos, que resuenan en el borde de la bacía harto graciosamente. De enmedio sale otro, que sube más que ninguno.

De la que a ésta corresponde a la mano izquierda se levantan de enmedio mucha abundancia de caños, que hinchen toda la bacía en su contorno y hacen muy suave sonido. Tiene alrededor, labrados de cantería, unos asientos en un semicírculo para que de verano se goce de una tan excelente recreación, porque el agua sale tan desparcida y por tantos caños, que parece siempre llover.

Más distante de enmedio de la que a ésta corresponde, salen cuatro golpes de agua gruesos, que suben más de cuatro pies en alto; al caer cada uno de ellos hace un gracioso arco, que da en el borde de la bacía, hace grande ruido y suave armonía.

La cuarta, que graciosa y agradablemente se ofrece a la vista al fin de la calle y arboleda campeando, hace muy vistosa perspectiva, como objeto y blanco en que la vista se recrea; de enmedio de ésta brota con grande ímpetu una espadaña de agua más ancha que dos palmos, de enmedio de la cual salen dos caños a los lados, gruesos de medio real, suben cerca de una vara, hacen una apariencia y vista tan graciosa y de tan gran artificio, que quisiera yo poderlo particularmente significar.

Hay otra fuente que mira al monasterio de Sant Hierónimo, ochavada, de cantería bien labrada; tiene de alta cinco pies, y doce de diámetro, asentada sobre dos gradas de cantería, con sus molduras relevadas por la parte de afuera. De enmedio de todo esto se levanta una columna dórica con su basa y capitel, encima tiene una bacía con un cobertor, que hace un globo o bola redonda, con un bocel; por enmedio de la junta tiene cuatro serafines, en la boca de cada uno de ellos un caño de bronce hecho un balaustre, por do sale el agua; está singularmente acabado. Con que esta recreación y salida es la más insigne que en todos estos reinos se halla, por ser tan espaciosa y desenfadada, con tanto ornato de fuentes y arboledas, huertas y aires, que en esta parte soplan tan plácida, suave y saludablemente, que parece dilatarse los ánimos y desechar gran parte de melancolía, extendiendo los ojos por tan agradable espectáculo, donde ninguna parte se puede mirar ociosa o baldíamente. De este tan ilustre aparato y su buen término fue comisario Diego de Vargas, más antiguo regidor y de la antigua y valerosa familia de los Vargas de Madrid.

Entrada de S. M. en Madrid y orden de su Real rescibimiento.

Llegados 26 de Noviembre del 1569, domingo, continuándose la claridad y clemencia del cielo para que la venida de S. M. fuese más cómodamente solemnizada, y se pudiese el gran concurso de gente que de toda España (por verla) había concurrido extender y dilatar por los campos, fue cosa de admiración la frecuencia y gran concurso de gente que más de una legua antes que S. M. llegase a Madrid se había desparcido por una parte y por otra del camino. Parecía un muro la espesura de gente que por doquiera había. La gente de infantería que se previno de todos los oficios fueron más de cuatro mil infantes, muy lucidos y de singular bizarría soldadesca, con más de mil quinientos arcabuceros. Quince banderas, que hermoseaban todo el campo y eran muy gratas a la vista. Don Francisco de Vargas Manrique (patrón de la capilla de San Juan de Letran, fundada por su tío el muy ilustre y reverendísimo señor don Gutierre de Vargas Carvajal, obispo de Plasencia), en esta villa de Madrid muy calificado, y de superbo edificio, fue capitán general, como tan ejercitado en el arte militar, como paresce en el suceso de Malta, y en la gente que llevó a la guerra de Granada este año pasado de 1569, ordenaba y disponía su campo con tanto acierto como si hubiera de dar en efecto una campal batalla. Anduvieron más de un mes antes que S. M. en Madrid entrase, por todo el pueblo, con sus pífanos y tambores regocijándolo. Los días de fiesta se hacía muestra y alarde de cada compañía en particular, donde sus capitanes hacían bravos gastos de comidas francas y tiendas particulares para ello.

Poco antes que S. M. llegase a vista del pueblo, el Duque de Feria, capitán de la guarda de S. M., ordenó toda su gente, así de pie como de a caballo, y dende sus casas, con gran concierto y música, salió a rescibir a S. M. Al principio de la vanguardia iba D. Lorenzo Xuarez de Figueroa, marqués de Villalva, heredero de la casa del Duque de Feria, su padre, con Mons de Sela, capitán de los archeros, precediendo los areneros, muy lucidamente aderezados con la librea de S. M., con sus celadas y morriones en las cabezas, adornadas con sus plumas. Campeaba mucho su ornato, orden y majestad. A éstos siguió la guarda de a pie española, la cual notablemente representaba la braveza y autoridad española. Tras ellos iba el Duque con un bastón en la mano. Luego se seguía la guarda alemana y borgoñona bien lucida. En la retaguarda iba la guarda de a caballo española, con sus lanzas jinetas en sus manos; parescia bien el triunfo y magnificencia Real en el copioso número, lucido ornato, orden y valor de tanta caballería. Todos así juntos salieron buen trecho hasta que llegó S. M., y acercándose a Madrid, comenzando a entrar por el Prado (que habernos dicho), estaba de graciosa pintura Pales, diosa de los prados, que los antiguos poetas fingieron ser diosa de los pastos. Esta ofrecía a S. M. una guirnalda de flores, y le suplica reciba y mire con clemencia un espectáculo de tanta recreación, como allí S. M. tan aficionadamente miraba, con esta letra dándole la guirnalda:

Recibid la de las flores,

Pues, con ser tan sin segundo.

Gozáis la de todo el mundo.

Las ninfas que a ésta acompañaban, estaban algo distantes, parecían humillarse a la hermosura de S. M., con este soneto, en el cual habla la diosa de los prados:

Serenísima Reina, con clemencia

Os suplico miréis mi nuevo Prado,

Con sus hermosas fuentes adornado,

Al cual ilustra más vuestra presencia.

Ya las silvestres ninfas obediencia

Han hoy a vuestra gran belleza dado,

Y con suaves canciones celebrado

Vuestra gran hermosura y excelencia.

Dichosa Mantua, dichosos collados,

Dichosas ninfas, muy dichosas fuentes,

Gózaos con nuevo triunfo aqueste dia.

Derramad vuestras aguas y corrientes

Con suave murmullo por los prados,

Pues con razón mostráis gran alegría.

Al reverso habla la diosa Pales:

No porque sea rústica pastora,

Criada al sol y al viento por los prados,

En estos regocijos deseados

Tengo de ser ingrata a tal señora.

El Indo ofrezca el oro que atesora,

Tajo sus ricos dones y dorados,

Presente Aricie olores regalados

Y aquel santo licor que mirra llora.

Las tres Gracias ya han dado lo más alto

Que jamas pudo darse en gentileza,

El cielo ya ha influido mil favores;

Y porque sola soy yo la que falto,

A tanta majestad y a tanta alteza

Ofrezco aqueste Prado con sus flores.

Mucho gusto rescibia S. M. de ver el gracioso murmullo de los caños de agua que de las fuentes hemos dicho iba gozando, las cuales se ofrescian mirando a una y otra parte; y así, al fin del Prado, con grandísima brevedad y diligencia, se hizo, en espacio de diez días, un estanque de más de quinientos pies de largo y ochenta de ancho, con buena profundidad. A un lado del Prado, a la mano izquierda por la parte superior de la parte de Sant Hierónimo, se hizo un castillo muy formado con cuatro rebellines a las esquinas. Del medio se levantaba una torre, que llaman del homenaje, éste muy poblado de artillería; su planta fue a la orilla del estanque, que parescia el agua batir cu la muralla. Representaba una muy formada fortaleza, y en la artillería y disposición parecía a Argel. Armáronse ocho galeras en tan poco tiempo, que en ocho días se echaron al agua, que no es mediano argumento de la diligencia, suntuosos gastos y copia de artífices que en ello se ocupó; páreselo bien la industria de Juan Baptista, extranjero, así en esto como en la arquitectura de los arcos; cada galera llevaba sus remeros con ropillas y bonetes azules y zaragüelles, hasta en pies encadenados, y en cada una un muy diligente cómitre, haciéndolos bogar; llevaba cada galera veinte soldados de pelea, bravamente aderezados, cuatro tiros en cada una, con gran número y cantidad de cohetes; llevaban las galeras en sus mástiles y antenas banderas de tafetán carmesí, y en la capitana las armas Reales, trompetas y músicas, que páresela armada copiosa y muy a punto de guerra. Junto a este estanque se hizo un cadahalso, a manera de trono, de muy gran majestad, que tenía catorce gradas en contorno, para que sin confusión por una parte se pudiese subir a besar las manos a S. M., y por la otra bajar. Todas las gradas, y por lo alto que hubo un buen espacio de cadahalso, se cubrieron de brocado de tres altos. Había también un dosel muy suntuoso, debajo del cual se puso un sitial, en el cual S. M. se sentó para gustar de las danzas e invenciones y bailes y folias que allí se le representaron. Hubo en el cadahalso otras dos sillas a los lados del sitial.

Combate naval, batería del castillo y besamanos.

Llegada S. M., descendió del coche con el príncipe Alberto de Austria, y subiendo al cadahalso y sentada en su trono, se le hizo la salva y su batería al castillo con gran alarido de los moros, que en efecto paresció un prelio naval que antiguamente los emperadores romanos en estas fiestas, regocijos y triunfos solían representar. Aunque en éste no será atrevimiento decir que fue más estruendo por la artillería y pólvora con que se representó, batiendo el castillo las galeras por el agua con mucha música y artillería, la infantería por la parte de la tierra, y hizo un tan animoso asalto, que en poco tiempo pusieron sus banderas en la torre más alta del castillo, aunque él se defendió con su artillería, y el número de turcos y de moros que en él había era grande, la grita y alaridos, ingenios de pólvora y alcanciazos fueron tan furiosos, que cayeron muchos soldados de la muralla.

Fue ésta una muy soberbia batalla, que, a testimonio de todos los extranjeros, afirmaban no haber visto más formado campo, ni que con tanta destreza hubiese representado este acto militar.

Había en este tiempo una confusión y ruido que no nos entendíamos unos a otros, así por el sonido y estruendo de los atambores, como por la música de los menestriles, resonancia de las trompetas, la tabaola de los tamboriles de las danzas, que fueron más de cincuenta, de maravillosos aderezos y de diferentes invenciones, y el apretura de la gente, con ser un campo harto espacioso y desenfadado.

Habiendo S. M. gustado mucho de este espectáculo, el Ayuntamiento y Senado de esta villa, habiendo ya venido dende su tribunal todos juntos con muy acertada música de trompetas, atabales y menestriles, precediendo todos sus ministros de justicia, con libreas de grana de polvo, franjas de carmesí; a éstos siguiendo los escribanos de Ayuntamiento y procurador general de la república, que en el pueblo romano llamaron Tribuno del pueblo, con jubones de raso y calzas de terciopelo blanco, medias de aguja, zapatos de terciopelo, espadas doradas, vainas y tiras de terciopelo blanco, capas que llaman rozagantes, de terciopelo turquesado, aforradas en raso amarillo, gorras de terciopelo negro con plumas del color del vestido.

Seguíanse el Corregidor y los señores de Ayuntamiento y el licenciado Gaspar Duarte de Acuña, su teniente, y toda la más justicia, con aquellas vestiduras senatorias hasta los pies que acerca de los romanos fueron tan celebradas. Eran de terciopelo carmesí aforradas en tela de oro, jubones de raso blanco con botones de oro, muchos de terciopelo con tafetanes de tela de oro, y medias de aguja y zapatos de terciopelo, espadas doradas, gorras de terciopelo con sus plumas y piezas de oro, collares de oro con mucha pedrería, gualdrapas de terciopelo, frenos, estribos y guarniciones de los caballos doradas.

De todo este ornato de guarniciones fue comisario Miguel de Cereceda y Salmerón, regidor de esta villa. Por este concepto llegaron al sitial donde S. M. estaba. El Corregidor, después de haber besado a S. M. la mano, hizo este breve razonamiento que se sigue, y dijo:

«La venida de V. M. sea tan próspera y felice y por tan largos años como el bien universal de estos reinos lo ha menester y todos a Nuestro Señor suplicamos. V. M. reciba con la clemencia que acostumbra el servicio que esta villa tan aficionadamente, como casa y morrada de V. M., hace, deseando en todo acertar, como tan fieles y leales vasallos». Dicho esto, todos los regidores por sus antigüedades besaron las manos de S. M. y vinieron al primer arco triunfal, adonde esperaron a S. M. con el palio, como adelante diremos.

El ilustrísimo y reverendísimo cardenal D. Diego de Espinosa salió con grande y muy ilustre acompañamiento de todos los señores del Consejo Real y sus ministros, los alcaldes de corte y mucha frecuencia de caballeros. Por este orden salieron los demás consejos y tribunales de la corte Real de S. M., con sus presidentes y ministros, todos los cuales salieron a este campo de Sant Hierónimo, aguardando que S. M. llegase.

El orden que en besar las manos a S. M. se tuvo y guardaron los Consejos fue éste. Después (como hemos dicho) del regimiento, besaron las manos a S. M. todos los consejos. El primero fue la Contaduría Mayor de Cuentas, donde iban D. Pedro Nuño y el Conde de Olivares, como contadores mayores de cuentas. En seguida, la Contaduría Mayor de Hacienda. El tercero, el Consejo de las Ordenes, cuyo presidente es D. Fadrigue Enriquez de Rivera, mayordomo del Rey. El cuarto, el Real Consejo de Indias. El quinto, el Consejo de Italia, y con él su presidente el doctor D. Gaspar de Quiroga. El sexto, el Consejo de Aragón, donde iba el vice-canciller de Aragón y el Conde de Chinchón, como su tesorero general de este reino de Aragón. El sétimo y postrero de todos fué el Consejo Real, donde el cardenal D. Diego de Espinosa, etc., como presidente y cabeza, fue el primero que llegó a besar las manos a S. M. La cual, usando de su generosidad de ánimo, se levantó a él y le mandó dar una silla, preguntando a S. S. I. por su salud (porque en íSegovia había estado indispuesto). S. S. I. respondió e hizo un razonamiento de subido concepto y singular elocuencia, dando a S. M. el parabién de su felice venida y significándole la voluntad con que tan aficionadamente todos recibían a S. M. Y habiéndose S. S. I. y R. sentado, comenzaron a besar las manos a S. M. los señores del Consejo por sus antigüedades, nombrando el cardenal a S. M. cada uno quien era.

En el cadahalso hubo gran frecuencia de glandes y señores de título acompañando a S. M. Entre ellos estaba (-1 príncipe su hermano Alberto de Austria, al lado izquierdo, apartado de S. M., sentado en una silla. Halláronse allí el Conde de Benavente, el Duque de Medina de Bioseco, el Marqués de Mondéjar, el Conde de Alba de Listé, el Marqués de Ayamonte, D. Fernando de Toledo, prior de Sau Juan; el Conde de Arambergue, y las damas que con S. M. vinieron.

Después que todos los consejos hicieron este oficio con la autoridad y decencia que de tan grandes señores y letrados padres de la república a S. M. se debia, todos precedieron a caballo con los grandes, y toda la nobleza de España que a S. M. acompañaba.

Ornato de S. M. a su entrada en Madrid.

La Reina subió en un palafrén blanco mosqueado, ricamente aderezado, con un sillón de oro con mucha pedrería, muy bien labrado, gualdrapa de terciopelo negro guarnescida y bordada con franjas de oro. S. M. se mostró este día hermosísima, y con aquella majestad y señorío que tan natural y tan fundado y con tantos dotes del ánimo esmaltado tiene, representó muy bien su ser y monarquía. Llevaba S. M. vestida una saya de tela de plata parda bordada de oro y plata. Un gualdres de terciopelo negro aforrado en tela de plata, prensado y guarnescido con unas franjas de oro; collar y apretador de muchos diamantes, rubíes y piedras de mucho valor; un sombrero adornado con una cinta de oro, con unas plumas blancas, coloradas y amarillas, que son los colores del rey N. S. El príncipe Alberto y el ilustrísimo Cardenal iban cerca de S. M. acompañándola. El orden con que el demás acompañamiento iba, diremos adelante.

Procediendo un poco más adelante, S. M. recibió muy grande contento en ver dos estatuas de mármol aparente. La una representaba a Baco y la otra a Neptuno. (Sigue aquí la descripción alegórica de estas estatuas, y los versos y artificios que las engalanaban, y continúan).

Habiendo S. M. gustado de este tan agradable espectáculo, llegándose poco a poco a Madrid, no era de menor recreación ver la copia de gente que desde este lugar hasta el primer arco poblaban los cadahalsos y talleres que se habían hecho desde esta fábrica de Bacoy de Neptuno.

Arcos triunfales y descripción de la carrera.

A la entrada de Madrid se fabricó un arco triunfal de la mayor máquina y majestad que hasta hoy a ningún príncipe se ha fabricado ni jamas hecho. Fue cierto, exquisitamente elegido, etc. (Este sitio era en la Carrera de San Jerónimo, hacia donde después se fundó el convento del Espiritu Santo).

Este arco, cuya descripción ocupa setenta fojas del libro, representaba las victorias de los Reyes Católicos y de la Casa de Austria.

Orden de la procesión.

A la entrada de este arco, con toda la música dicha, el Ayuntamiento y Senado de Madrid, después de haber S. M. con mucho contentamiento extendido los ojos por esta tan maravillosa fábrica, la rescibió con un muy suntuoso y Real palio de tela de oro frisada, brocado de tres altos riquísimos, en el cual entraron cuarenta y cuatro varas; tuvo dos pares de goteras con su flocadura rica de graciosas labores, franjones de oro y plata, con los pendientes de supremo y suntuoso valor; fue esta comisión de D. Pedro de Bozmediano, regidor. Este estaba puesto en veinticuatro varas doradas, las cuales tenían veinticuatro regidores, porque aunque es más su número, no se hallaron todos aquí.

Entrando S. M. debajo del palio, comenzó toda la gente a caminar por este orden: delante de todos precedían las trompetas y atabales de S. M., y con ellos los de la villa, los cuales iban alegrando todo el pueblo con su maravillosa armonía.

A éstos seguían gran concurso y copia de caballeros; tras ellos, los señores de título, españoles y extranjeros. A éstos seguían cuatro maceros con sus mazas de oro con las armas Reales de todo relieve. Estos representan aquellos lictores que Rómulo, fundador de Roma, ordenó para que le precediesen, representando Su Majestad e imperio, y de allí fueron ministros de los cónsules.

A éstos seguían luego los grandes que habernos dicho, y con ellos D. Francisco Laso de Castilla, como mayordomo mayor de S. M. En su seguimiento, cuatro reyes de armas con sus cotas. Luego se seguía S. M. debajo del palio, y poco atrás, junto al palio, iban el príncipe Alberto de Austria y el ilustrísimo y reverendísimo cardenal don Diego de Espinosa, etc. A estos dos príncipes seguía el guión, que es una bandera pequeña con una asta con las armas Reales. Este se lleva de camino para notar que va allí la persona Real. Luego le seguía doña Leonor de Guzman, camarera mayor de S. M., a la cual acompañaba el Duque de Feria. Seguíase luego doña Catalina Laso de Castilla, mujer de D. Francisco Laso de Castilla. Luego iba la guarda mayor, y tras ellas las damas ricamente vestidas, con muchas perlas, collares, cintas, apretadores de oro riquísimos, sentadas en sus palafrenes con sillones de plata, gualdrapas de terciopelo guarnecidas, acompañadas de príncipes y señores opulentamente aderezados. La guarda de a pie acompañaba a un lado y a otro, haciendo plaza, apartando los molestos encuentros del gran concurso de la gente. A la postre de todos iba la guarda de a caballo y areneros por retaguarda. Este fue el orden con que S. M. partió deste primer arco.

Procediendo poco a poco, no era pequeño espectáculo dilatar los ojos por el ornato de colgaduras de brocados, rasos, damascos y otras tapicerías de oro y seda de grandioso valor. Las ventanas eran tan adornadas con grande frecuencia de señoras y damas, que adornaban e ilustraban la fiesta.

La Puerta del Sol y la calle Mayor.

Llegando cerca del monasterio de Nuestra Señora de la Victoria, que es de frailes de la Orden de los mínimos, junto al Hospital Real de esta corte, se le ofreció un arco exquisitamente fabricado y medianamente elegido, porque, en efecto, es uno de los más heroicos e inmortales triunfos que a ningún príncipe ni monarca hasta hoy se le ha ofrecido ni solemnizado, como el discreto lector, considerándolo bien y notando lo que en él se comprende, verá claramente ser verdad.

Éste se fabricó en un lugar harto espacioso, que llaman la Puerta del Sol: ésta tuvo este nombre por dos razones. La primera, por estar ella a Oriente, y en naciendo el sol, paresce ilustrar y desparcir sus rayos por aquel espacio. La segunda, porque en el tiempo que en España hubo aquellos alborotos que comunmente llamaban las Comunidades, este pueblo, por tener guardado su término de los bandoleros y comuneros, hizo un foso en contorno de toda esta parte del pueblo y fabricó un castillo, en el cual pintaron un sol encima de la puerta, que era el común Tránsito y entrada a Madrid. Y después de la pacificación y quietud de estos reinos, por lo mucho que el invitísimo emperador Carlos V, rey de España, N. S., trabajó en allanar los grandes y pacificar todos los reinos de España, este castillo y puerta se derribó para ensanchar y desenfadar una tan principal salida como es esta de esta puerta; por el sol que allí estaba, llamaron todos este término la Puerta del Sol.

Sigue la descripción del arco, que representaba los reinos y poderío de España en las Indias; ocupa desde la foja 104 a la 123, llena de digresiones de indigesta erudición, y continúa así:

Habiendo S. M. recibido gran contentamiento en haber visto y entendido un tan soberbio triunfo de tantos reinos como aquí se le ofreció, porque el Conde Ladrón, que hacía el oficio de caballerizo, brevemente declaraba a S. M. la sustancia de lo que se la ofrecía.

Prosiguiendo la Reina N. S. con la majestad y triunfo dicho, llegó al tercer arco, el cual se fabricó en medio de la calle Mayor (hacia la calle ele Coloreros), que así por la comodidad del lugar, porque en él concurre una encrucijada, como por el sujeto en cuyo servicióse fabrica, porque en él se pone alguna de las muchas grandes y heroicas virtudes que resplandecen en la majestad del rey don Felipe II, N. S., fue la más aventajada cosa que en estos reinos se ha visto.

Su elección y compostura, etc.

La descripción de este arco, sus alegorías y leyendas alusivas al apoteosis que representaba del Monarca, no coge menos que cien hojas del libro. Dice luego:

Procediendo S. M. por el orden que hemos dicho desde este arco hasta la puerta que llaman de Guadalajara, era grandísimo contentamiento dilatar y extender los ojos por tanta variedad de riquezas de oro y plata y sedas con que todo este trecho estaba adornado, pasando en silencio las damas y señoras que a una parte y a otra por las ventanas con su espectáculo ilustraban y regocijaban las fiestas. Antes que entremos con la historia dentro de la muralla, me pareció poner aquí un encomio y loa, en que se verá claramente su antigüedad, y el que más quisiere saber, remítole al libro que de la muerte de la serenísima reina doña Isabel de Valois compusimos, porque allí hicimos un particular capítulo de las armas de este pueblo y su declaración.

Aquí reproduce el grabado de las armas de Madrid del otro libro, e inserta además el de la culebra de Puerta Cerrada en los términos que, copiado en facsímile, va en la página siguiente.

Esta es una figura del dragón que los griegos pusieron, como fundadores de esta tan superba muralla, y vese claro haber sido ellos los que la fabricaron, pues en las puertas principales pusieron sus armas, como es en esta puerta que llaman la Puerta Cerrada. Y en la puerta de Moros, que mira al Septentrión, pusieron una cruz de medio relievo, en lo alto de la puerta, con un encasamiento de piedra, la cual señal tuvo aquella sabia gente por pronosticó de mucha felicidad, salud, victoria, triunfo y perpetuo adelantamiento, lo cual se debe conservar y tener en mucho, pues conforme a esto, tiene Madrid mayor nobleza de antigüedad que Roma y muchos pueblos comarcanos.

Denotat hic præsens coluber monumenta priorum,

Mantua qui patrun te muniere sibi;

Et tibi gestamen græcorum pulcra vetistas

Mænia fuit nobis, docet unde tua.

Puerta de Guadalajara y su ornato.

Llegando a esta puerta, que es de la soberbia y antiquísima muralla, se le ofreció toda renovada desde su planta hasta la punta de las pirámides de los capiteles. Esta tiene dos torres colaterales tortísimas, de pedernal, aunque antiguamente tenía dos caballeros, a los lados, inexpugnables; la puerta, pequeña, la cual hacía tres vueltas, como tan gran fortaleza. Estos se derribaron para ensanchar la puerta y desenfadar este paso, porque es de gran frecuencia y concurso. Estas torres o cubos en que al presente están hacen una agradable y vistosa puerta de veinte pies de hueco con su dupla proporción de alto, y en la vuelta que el arco de la bóveda hace, todo de sillería berroqueña tortísima, hace un tránsito de la una torre a la otra, con unas barandas y balaustres de la misma piedra, todos los cuales se doraron. Sobre este tránsito se levanta otro arco de bóveda, que hace una hermosa y rica capilla, toda la cual está canteada de oro, y se hizo un altar con una imagen de Nuestra Señora con J. C. N. S. en los brazos, de todo relievo o, como el vulgo dice, de bulto, todo maravillosamente dorado y adornado con muchos brutescos. Esta imagen está en un encasamento que hace una muy devota capilla, y acompaña mucho la imagen con todo buen ornato de sus términos y frontispicios dorados. Sobre esto, en un encaje que hace otra manera de baranda, está el Ángel de la Guarda, que los antiguos llamaban tutelar, porque guarda y ampara al pueblo de los ángeles malos. El cual tiene en la mano derecha una espada desnuda, y al otro lado un modelo de Madrid de todo relievo.

Sobre todo lo dicho, en contorno de todas las torres viene una baranda de hierro bien formada. De enmedio de esta fábrica suben tres torres con tres pirámides, que el vulgo llama chapiteles. Éstos son de grande altura, muy resplandecientes, porque todos son de hoja de hierro colado, y cada uno tiene cuatro chapiteles pequeños; a sus cuatro ángulos de sus remates tiene cada uno un globo, y por lo alto tienen los de enmedio unas cruces con sus velas doradas, que suben sus globos o acroterías; esto es, en los colaterales, en los cuales hay diez chapiteles. La torre de enmedio sube algo más con toda buena proporción de arquitectura. En el remate de ésta de los cuatro ángulos suben cuatro columnas de mármol muy bien estriadas. Sobre éstas se levanta otro chapitel de maravillosa fábrica y singular artificio, en medio del cual, en el hueco que hacen las columnas, pende el reloj, que es una maravillosa campana, que se oye tres leguas en contorno del pueblo. Éste también tiene su cruz y vela dorada, con las armas de Madrid sobre los globos y acroterías.

Este es un cimborrio que levanta por alto treinta y seis pies, es sexevado y va en diminución como pirámide. Tiene a los cuatro ángulos otras cuatro pirámides pequeñas de a doce pies de alto; en los huecos de las torres se pusieron cuatro colosos, hechos de todo relievo, representando unos gigantes de grande altura, con sus guirnaldas de laurel y bastones en las manos: miran por la delantera y el reverso de estas torres a la mano índice, que señala las horas en el reloj, porque es de singular artificio que a dos haces se parece, con que hace una agradable y muy suntuosa perspectiva, y el pueblo tiene mucho ornato.

El altar este día tuvo muy rico frontal de brocado, con media docena de candeleros altos de oro, con sus velas de cera blanca, que causaba harta devoción.

Habiendo S. M. dilatado la vista por esta tan maravillosa fábrica, y las joyas, tan ricas preseas y brocados, con que los mercaderes habían adornado todo este tránsito. Pasando más adelante, no estaba menos ataviada la Platería de riquezas y joyas, aunque al fin, la parte que es de la cárcel, los toldos que allí hubo fueron los lamentables gritos y profundas voces con que los presos pedían a S. M. misericordia. Lo cual oyendo S. M., preguntó al corregidor, D. Antonio de Lugo, que qué gritos eran aquéllos; él respondió que eran los presos, que pedían merced y libertad a S. M. A los cuales se les hizo la merced como de S. M. se esperaba.

Saliendo de la Platería, se da luego en la plaza de San Salvador, que es el concurso de todos los nobles, donde está todo el colegio de los escribanos de número y donde se bate el cobre de todos los negocios, porque en ella está la audiencia y foro judicial, con las casas del ilustre Ayuntamiento.

En este lugar se pusieron cuatro colosos, que representaban a Paris, Juno, Venus y Palas, o sea el Juicio de Paris, sobre cuya declaración se extasia el autor en veinte y tantas hojas de mitología.

Entrada de la segunda muralla, y lo que en ella se hizo.

Llegando S. M. a la puerta de la segunda muralla de este pueblo, que vulgarmente llaman el Arco de la Almudena, la cual, con una torre-caballero fortísima de pedernal, se derribó y rompió para ensanchar el paso. Estaba tan fuerte, que con grandísima dificultad muchos artífices con grandes instrumentos no podían desencajar la cantería, que entendieron que no era pequeño argumento de su grande antigüedad. Pero para servir a S. M., ninguna cosa había que se pusiese delante, teniendo respeto a lo mucho que se debe hacer en su Real servicio. Quedó un Tránsito muy claro, espacioso y desenfadado, todo blanqueado y canteado, con sus puntas de pirámides y acroterías, que difinen y rematan por lo alto.

Entrando, se ofreció luego a S. M. en la plaza de la iglesia mayor un coloso, estatua y figura del gigante Atlas. (Declárase quién fue Atlas, alusión a Felipe II, y lo que sobre él fingieron los poetas).

Llegada a Santa María y Te Deum.

De aquí S. M. llegó con mucho contentamiento (aunque cansada y maravillada de ver tan gran variedad de cosas) al templo de Santa María, que es la iglesia mayor y más antigua de Madrid, donde toda la clerecía y cabildo se había congregado, esperando la felice venida de Su Majestad, todos con capas de brocado muy ricas, y las catorce cruces de las parroquias salieron de la iglesia a rescebir a S. M. El Vicario, con una cruz muy rica, llegó a un sitial, donde S. M. se apeó, y tomando la cruz el Ilmo, y Rmo. cardenal Espinosa, etc., la dio a besar a S. M., la cual, hincadas las rodillas devotamente, adoró y besó la cruz. Y procediendo la procesión con mucha música, volvieron al templo.

Su Majestad, con el príncipe Alberto de Austria de la mano, y el limo, cardenal Espinosa, etc., al otro lado, entró en el templo a hacer oración, el cual estaba muy adornado, con muchos toldos y paños de sedas y brocados toda su entrada y pórtico, renovado y canteado con ilustre ornato. Junto al altar mayor se puso un rico sitial de brocado y dos cojines de lo mismo, donde S. M., hincada de rodillas con mucha devoción, se detuvo buen espacio de tiempo, mientras la capilla Real, con muy concertada música, cantó el Te Deum laudamus, dando todos muchas gracias a Dios por la merced que a todos estos reinos ha hecho.

Esta es una muy santa, muy religiosa y muy antigua costumbre de los reyes de España, que la primera visita es dar gracias a Nuestro Señor, y reconocer como todo el triunfo y gloria se le ha de dar y referir a Su Divina Majestad; pues viniendo de su divina mano, será perfecto y no habrá lugar para que la polilla ambiciosa y soberbia del mundo estrague aquello que, recibido por Dios, ilustra al cuerpo y al alma. Este afecto de religión guardaron muy bien los romanos cuando, entrando por Roma, triunfando, todo el acompañamiento, con el que triunfaba, iban al Capitolio, donde estaba el templo de Júpiter, y allí, dando gracias a Dios por la victoria y triunfo alcanzado, hacía muchos sacrificios.

Llegada a Palacio.

Acabado, pues, el Te Deum laudamus, y dicha la oración, la cual dijo el Vicario (como capellán de S. M.), la Reina nuestra señora partió de la iglesia con todo su acompañamiento y triunfo. Y procediendo poco a poco, llegó a vista de Palacio, una de las más principales y suntuosas casas Reales que hay en el orbe, tan ilustrada con la asistencia de todos los reyes de España, como su antigua casa, y tan Real aposento, y de nuevo amplificada, y tan feliz por el asiento y habitación del D. Felipe, rey nuestro señor, el cual con muy suntuosas y exquisitas fábricas, dignas de tan gran Príncipe, cada día de nuevo la ilustra, de manera que es (consideradas todas sus cualidades) la más rara casa que ningún príncipe tiene en el mundo.

Con este tan agradable espectáculo y concurso, toda la infantería que en el asalto del castillo, como ya dijimos, se halló, la cual toda con sus banderas y muy buen orden y concierto concurrió a la puerta de Palacio, en el cual lugar hay un campo y plaza muy espaciosa, hechos sus escuadrones de gente tan lucida y tan bizarra, que fue una de las cosas de que S. M. más gustó.

Entrando S. M. en Palacio, toda la infantería, con sus atambures y pífanos, las trompetas y menestriles, con toda la artillería de una y otra parte, y la que la guardia de a caballo trae y dispara en estas solemnidades, toda a un tiempo, con grandísimo estruendo, hizo una de las más solemnes y graciosas salvas, y (a dicho de todos los que con S. M. venían) que más gusto diese, que en todos estos reinos jamas se ha visto.

Llegada S. M., y entrando dentro de Palacio, la salieron a rescebir hasta el zaguán la serenísima princesa de Portugal, doña Juana de Austria, y las infantas doña Isabel Eugenia, doña Catalina, y los Sermos. príncipes Rodolfo y Ernesto salieron del aposento de las serenísimas infantas y con este orden:

Precedían el Duque de Nájera y el Marqués de Sarria, y el Marqués del Adrada, D. Antonio de la Cueva, mayordomo mayor, y D. Gonzalo Chacón y D. Pedro Lasso de Castilla, señor de San Martín, mayordomo de S. M., todos con sus bastones en las manos. Luego los serenísimos príncipes; tras ellos las infantas, que llevaba la serenísima Princesa delante de sí, y detrás de S. A. iba doña Aldonza de Bazan, marquesa de Fromesta, camarera mayor de la Reina; llevábanla de la mano la Duquesa de Feria y el Marqués de Fromesta, su hijo. Luego doña Isabel de Quiñones, camarera mayor de la Princesa, y doña Maria Chacón, aya de las infantas; luego doña Teresa de Guevara y otras muchas señoras de título. Últimamente iban las damas de las SS. Infantas y Princesa, con grande ornato y compostura.

Llegadas, pues, todas se recibieron con grande amor, y abrazándoso muy enternecidamente, subieron al aposento de la Reina, llevando la Princesa a la Reina a la mano derecha, delante las infantas, y a la Serma. infanta doña Isabel llevó el limo, cardenal Espinosa de la mano, las cuales hospedaron a S. M. donde por muchos años Nuestro Señor sea servido conservar con suprema felicidad esta tan santa compañía, para que con el fruto de su bendito matrimonio se amplifique toda la república cristiana, con la paz y contentamiento que de tan dichoso matrimonio al presente goza. El limo, cardenal D. Diego de Espinosa, etc., dejando a S. M., volvió a su posada, acompañado de toda la nobleza de la corte, el corregidor y Ayuntamiento, el cual tenía prevenidos doscientos soldados lucidamente aderezados, los cuales llevaban en contorno de su lima, señoría sus hachas de cera blanca.

Y dejando a S. S. Ilma. en su posada, anduvieron regocijando al pueblo con otras muchas diferencias de luminarias e ingenios de fuego, con que hubo un público regocijo muy solemnizado.

Fue comisario de todo el aparato de las hachas y luminarias Pedro Rodríguez de Alcántara, regidor.

El concurso de la gente fue muy grande, como hemos dicho; la abundancia de bastimentos y de todas las cosas necesarias fue tan notable, que valió este día todo muy barato, más que los otros días ordinarios. Por caer todos tan cansados de haber visto tantos y tan agradables espectáculos, todos se retiraron a descansar y reposar.

Festejos al siguiente día.

Otro día el Corregidor mandó pregonar se holgase por todo el pueblo y concurriesen a Palacio todas las compañías de infantería, las cuales, con tanto número de pífanos y tambores, y sus lucidas banderas, vinieron con harta secuencia de muy bizarros y dispuestos soldados, anduvieron por todo el Campo del Rey a vista de S. M., haciendo reseña y muestra lucida y curiosa, que se gustó de este ensayo y preludio militar, como si fuera un campo muy formado. Al cual, por ser cosa hermosa y tan agradable, los latinos le llamaron Bellum, que quiere decir hermoso, bello y agradable.

En esta parte los plateros habían hecho un muy hermoso castillo, con sus rebellines y muchos ingenios de fuego en su contorno. Venida la noche, después de haber Sus Majestades cenado, el Corregidor, con todos los caballeros del Ayuntamiento y algunos ilustres de Madrid, lucieron un juego de alcanciazos con muy suntuosas libreas. Fueron ocho cuadrillas de a veinte caballeros, que hacían ochenta. Cada cuadrilla fue de diferentes libreas de sedas de varios colores.

La del Corregidor fue de marlotas de tafetán carmesí y capellares de tafetán amarillo, turbantes de terciopelos del mismo color.

Don Francisco de Vargas Manrique, con su cuadrilla, marlotas negras, capellares blancos.

Don Lope Zapata, con su cuadrilla, marlotas blancas y capellares morados.

Don Diego de Ayala, con su cuadrilla, marlotas 1 llancas y capellares morados.

Juan de Villafuerte con su cuadrilla, marlotas encarnadas y capellares morados.

Don Pedro de Rivera con su cuadrilla, marlotas amarillas y capellares morados.

Pedro de Herrera con su cuadrilla, marlotas amarillas y capellares colorados.

Bartolomé Vázquez de la Canal con su cuadrilla, marlotas azules y capellares verdes.

Todos con turbantes de terciopelo y guarniciones a los caballos de lo mismo, trompetas y atabales y menestriles, con libreas de damasco colorado y fajas de terciopelo amarillo; todos así juntos, con hachas de cera blanca en las manos, salieron muy ordenadamente de las casas de Ayuntamiento, precediendo toda la música, vinieron a vista de palacio, donde, en presencia de SS. MM., después de haber hecho una muy concertada escaramuza, se dieron de alcanciazos en sus adargas, que fue una muy agradable y concertada fiesta.

En el interior del castillo se desparcian y tiraban a diversas partes muchos cohetes, ardían en su contorno unas acroterías e ingenios de fuego, con que a modo de pirámides remataban los rebellines. Toda la infantería cercando el castillo le combatió y subieron las banderas a lo alto, donde, con grande estruendo, se desparcian muchos ingenios de fuego. Hecho este asalto harto animosamente, se desbarató el juego, y por todo el pueblo con grande regocijo anduvo la caballería solemnizando la fiesta; fue de gran contento, porque en todo el discurso que hemos contado ninguna infelicidad ni desgracia ha habido, antes con mucha paz y tranquilidad (que no ha sido pequeña merced de N. S. habiendo habido tan gran concurso de gente) se remataron estas fiestas.

La corte de S. M. está muy florida, con gran concurso de grandes, libreas muy costosas, gran abundancia de todas las cosas, concordia y paz en todos sus reinos, la cual N. S. por muchos años con larga vida de estos serenísimos príncipes, reyes y señores nuestros conserve, para que de su deseado fruto se alcance la feliz prosperidad que todos estos reinos con tanto amor y afecto desean. Lo cual por su divina clemencia y misericordia conceda.

Qui vivit et regnat trinus

et uno, in sæcula

sæculorum.

Amen.

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El antiguo Madrid, 1861 by Ramón de Mesonero Romanos is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial 4.0 International License, except where otherwise noted.

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