El antiguo Madrid. Paseos histórico-anecdóticos por las calles y casas de esta villa
Ramón de Mesonero Romanos, 1861

Las notas o episodios más significativos de la vida de Mesonero Romanos se deben a la pluma del propio autor en sus Memorias de un setentón. Gracias a este preciso documental, salpicado en contadas ocasiones con alguna «travesura de su pluma», como el episodio que refiere su encuentro con Fernando VII en una mañana del mes de junio de 1814, las Memorias aportan un material noticioso de gran valor para el conocimiento de la ideología y talante del autor. Otro tanto sucede con los datos referentes a su familia y amistades, aspectos que conjugados con otros estudios alusivos a su vida y obra forman un núcleo compacto para el análisis de ambas.

Ramón de Mesonero Romanos nació en Madrid el 19 de julio de 1803 en la madrileña calle conocida con el nombre del Olivo, denominación que ya figuraba de esta forma en los planos de Texeira, Espinosa, Felipe de Monlau… Arteria madrileña que más tarde llevaría los apellidos del propio autor, tal como figura en los repertorios dedicados a las calles y plazas del Madrid de la época. La fecha de 1803 será recordada años más tarde por el propio Galdós en su novela Fortunata y Jacinta gracias a la introducción de un personaje, Plácido Estupiñá, que «había venido al mundo en 1803, y se llamaba hermano de fecha de Mesonero Romanos, por haber nacido, como éste, el 19 de julio del citado año». El Curioso Parlante referirá noticias de sus padres, amigos y del ambiente familiar en general de sus primeros años. El desfile ininterrumpido de personas que solían acudir a la casa paterna a pedir algún favor o a requerir los servicios de su padre, don Matías, quedará grabado en su mente: «Alternaban, pues, en ella toda clase de sujetos, desde el Consejero de empolvado peluquín hasta el humilde paje de bolsa; desde la bordada casaca del covachuelista (oficial de las Secretarías del Despacho) hasta el diligente escribano o procurador; desde el opulento Cubano o Perulero que venía a pretender la merced de un hábito de las Órdenes, o por lo menos una cruz chica (supernumeraria de Carlos III), hasta el anciano labriego que solicitaba la exención de su hijo único del servicio militar». Alcaldes, acaudalados comerciantes, cosecheros, frailes y personas de muy dispar oficio o profesión solían visitar el despacho de don Matías, «hombre de carácter bondadoso como buen castellano viejo que era», según palabras del propio autor. Las referencias a su padre en las Memorias son numerosísimas y en la mayoría de las ocasiones relacionadas con su vocación por la literatura. En el capítulo Salamanca y los Arapiles el lector observa esta sentida admiración del entonces novel escritor por su progenitor, persona que narraba a su hijo todo tipo de historias, anécdotas, chascarrillos o cuentos que tenían como telón de fondo la tierra salmantina, lugar de origen de la familia paterna de Mesonero. Su indiscreta curiosidad infantil, tal como señala el autor, le haría conocedor de las intimidades de Palacio, de las intrigas cortesanas y devaneos amorosos de los principales personajes de la Corte. Indiscreta curiosidad infantil que se convertirá años más tarde en el rasgo más significativo de su propia personalidad. La adopción del pseudónimo El Curioso Parlante manifiesta con claridad el talante de un hombre que registra y escudriña la realidad madrileña con una precisión admirable. El día 5 de enero de 1820 fallecía su padre, haciéndose cargo Mesonero Romanos de los negocios familiares. El inicio del Trienio Liberal marcará profundamente el estado anímico del autor, y no sólo por el triste lance referido con anterioridad, sino por la nueva atmósfera política que cambiaría totalmente la historia por un corto periodo de tiempo. El propio autor en sus Memorias describe la atmósfera revolucionaria: «todos, y especialmente la juventud, aspirábamos aquellos vientos y veíamos venir aquella borrasca con entusiasmo, hijos del más sincero patriotismo y sin asomo de interés egoísta». Con gran precisión describe Mesonero Romanos todo este periodo constitucional, desde las tertulias más significativas de la época, prensa, políticos y composición de los gabinetes ministeriales hasta las representaciones teatrales y centros culturales más importantes del momento. No faltan en este registro minucioso las anécdotas que configuran la pequeña historia de un Madrid abrumado por los hechos, ni tampoco los sucesos que gravitarán de forma harto elocuente en el propio autor, como su alistamiento voluntario a los dieciocho años en la Milicia. Sus andanzas, aventuras y desventuras como miliciano en este episodio histórico reflejan con una objetividad fuera de lo común aquellos años del llamado Trienio Liberal.

Paralelamente Mesonero Romanos refiere sus primeros pasos literarios, sus lecturas, amistades, costumbres… Sus Memorias ilustran una vez más aquellos aspectos más notables en la vida del autor. Gracias a este preciso material conocemos el temprano entusiasmo por Moratín, Gallardo, Miñano… De igual forma mostrará una gran admiración y respeto por la dramaturgia del Siglo de Oro. Autores como Tirso, Lope, Calderón, Moreto o Rojas yacían, según palabras del autor, en un injusto olvido. No falta en las Memorias su sentido entusiasmo por la ópera italiana, género que fascinaba a la sociedad de la época. La Italiana en Argel, L’Inganno felice, El Turco en Italia, La Gazza ladra, Tancredo, El barbero de Sevilla produjeron una verdadera revolución. Mesonero Romanos analiza detenidamente todo este mundo de la ópera, afirmando que los ídolos del público madrileño eran Adelaida di Sala, arrogante y hermosísima donna en el Tancredo y la Dalmani Nadi, de admirable voz y maestría. No faltan en estos capítulos las referencias al entonces joven escritor, convertido a los veintitrés años en fiel seguidor de la moda. Su identificación con los jóvenes leones así como su asistencia a salones y paseos de buen tono quedan perfectamente reflejados en el inicio de la segunda parte de sus Memorias. Mesonero Romanos referirá, igualmente, sus comienzos literarios, sus amistades, sus preferencias artísticas… La conocida tertulia de El Parnasillo la recordará con no poca nostalgia en sus escritos. Su amistad personal con los componentes de la llamada Partida del Trueno aparece grabada en la mente de un anciano que rememora con nostalgia los episodios literarios más significativos del momento. Espronceda, Vega, Escosura, Santos Álvarez, Larra, Romero Larrañaga, Pelegrín, Segovia… formarán parte de este círculo en el que también figuraba Mesonero Romanos. Artistas, dramaturgos y conocidos empresarios serán igualmente contertulios y amigos del autor. José M. Carnerero, conocido periodista y dramaturgo que ejercería una notable influencia en los jóvenes escritores de la época. Personaje muy unido a Mesonero Romanos y que lo introduciría en los medios periodísticos más importantes del momento. Don Juan Grimaldi, director del teatro del Príncipe y autor de la célebre comedia de magia La pata de cabra, será otro de los afamados hombres de su tiempo que gozará de especial importancia por parte de El Curioso Parlante. Su afición por el teatro quedará también reflejada en sus Memorias. Las obras de nuestros clásicos, así como las versiones y adaptaciones del teatro greco-latino, despertarán la admiración del entonces novel escritor. No menos interesantes al respecto son las puntuales citas y referencias a los actores y actrices de la época, como en el caso del célebre Isidoro Máiquez, actor de superior inteligencia que había transformado el arte escénico. Pocas veces encontrará el lector tan encendidos elogios en las páginas de sus Memorias, documento imprescindible para el conocimiento de sus inquietudes y gustos literarios.

Si todos estos aspectos configuran los rasgos más señalados de su biografía, no menos significativa es su actitud ante el nuevo cambio social y urbano que experimenta Madrid durante estos años. Sus salidas al extranjero están motivadas, entre otras causas, por su interés y curiosidad por la fisonomía urbana que impera en distintos contextos geográficos. Desde agosto de 1833 a mayo de 1834 Mesonero Romanos viajará a Francia tal como aparece en una concisa nota inserta en sus Memorias, referencia que remite al lector a la ciudad de Marsella en el preciso momento en que se produce el fallecimiento de Fernando VII. Mesonero tuvo la intención de recoger todas sus impresiones de viaje en un Diario, propósito que no llegó a realizar. Sólo muy parcialmente han llegado hasta nosotros los Fragmentos de un Diario de Viaje, publicados por los hijos del escritor en el centenario de su nacimiento. Su segunda salida al extranjero queda reflejada en su obra Recuerdos de Viaje por Francia y Bélgica. Sabemos, sin embargo, que El Curioso Parlante había recorrido diversos países extranjeros en los tiempos de la regencia de María Cristina, tal como consta en los Trabajos no coleccionados publicados por sus hijos. De todo este material noticioso el autor pudo confrontar los aspectos más diversos existentes entre Madrid y las principales ciudades europeas. Mesonero Romanos saldrá al extranjero como un curioso observador que analiza los progresos, el civismo y las reformas efectuadas en todos estos núcleos urbanos. A diferencia de un nutrido grupo de escritores románticos que conocen el extranjero como desterrados o diplomáticos, Mesonero Romanos actuará del mismo modo que otros escritores costumbristas, es decir, como meros observadores de una realidad y sin ningún propósito o matiz ideológico. Recordemos los viajes de Larra a Francia, Portugal, Inglaterra y Bélgica. El mismo Estébanez Calderón, compañero de Mesonero Romanos en la redacción del periódico Cartas Españolas, visitará París y Londres en 1843. Modesto Lafuente escribirá Viajes de Fray Gerundio por Francia, Bélgica, Holanda y orillas del Rhin; Antonio Mª. de Segovia publicará su conocido Manual del viajero español de Madrid a París y Londres. No menos interesantes serían al respecto las descripciones ambientales realizadas por Eugenio de Ochoa y Antonio Flores en sus obras París, Londres y Madrid y Un viaje a las Provincias Vascongadas asomando las narices a Francia, respectivamente. Mesonero Romanos, al igual que un buen número de escritores costumbristas, no se cerrará en su concha, ni desdeñará lo extranjero por el mero hecho de ser, precisamente, extranjero, sino que viajará a otros países como si con ello quisiera encontrar el justo término de comparación. La xenofobia del escritor costumbrista, aspecto que analizaremos en páginas posteriores, no se canaliza a través de estos derroteros, sino por otros cauces que atañen especialmente a la corrupción de las costumbres españolas y a la dudosa moralidad de ciertas piezas literarias de procedencia francesa.

Las vivencias personales de Mesonero Romanos encuentran feliz acogida en sus Memorias hasta el periodo comprendido entre 1845-1850. Fechas que remiten al lector a los años dedicados al Ayuntamiento de Madrid como concejal. Su Proyecto de mejoras generales, leído en la sesión de la Corporación municipal el día 23 de mayo de 1846, supone una auténtica remodelación del Madrid de la época. Años más tarde redactó unas nuevas Ordenanzas municipales que rigieron durante un largo periodo de tiempo, hasta que el aumento de la población y la construcción de nuevos edificios y arterias urbanas hicieron necesaria la publicación de nuevas ordenanzas municipales. Entre el periodo de su renuncia como concejal del Ayuntamiento de Madrid y su vinculación al mismo como cronista oficial mediaron unos diez años de intensa labor literaria. Sus ediciones dedicadas al estudio de los dramaturgos contemporáneos y posteriores a Lope de Vega y Rojas Zorrilla para la Biblioteca de Autores Españoles, así como su intensa labor como cronista oficial a partir del 15 de julio de 1864 son una prueba evidente de su ininterrumpido quehacer literario. Quedan atrás sus colaboraciones en El Indicador de las Novedades, El Correo Literario y Mercantil, Cartas Españolas, Revista Española, Diario de Madrid, Semanario Pintoresco Español…, trabajos que analizaremos en páginas posteriores. No menos fecunda sería su intensa labor como promotor y fundador del Ateneo y del Liceo. Su ingreso en la Real Academia sería de igual forma uno de los momentos más significativos en la vida del autor, justa recompensa a un hombre dedicado por completo a la literatura y a las mejoras sociales de Madrid desde su posición como hombre de letras. El 3 de mayo de 1838 la Real Academia Española le nombró académico honorario y el 25 de febrero de 1847 figuraría como miembro de número. Bibliotecario perpetuo de la villa de Madrid, el Ayuntamiento le compró su biblioteca en la cantidad de 70.000 reales, venta que a juicio de C. Seco Serrano denota escasa generosidad por parte de El Curioso Parlante, harto sobrado de dinero como para vender sus libros. La simple cesión al Ayuntamiento madrileño de estos fondos que, por lo demás, iba a seguir administrando el propio autor, «hubiera sido un gesto elegante a la par que un sacrificio muy relativo para el bibliotecario perpetuo de Madrid». Mesonero Romanos, hombre de negocios, estaría tal vez cansado o escarmentado de haberse comportado con no poca generosidad en su larga vida. El autor, tan poco dado a comentar episodios personales, declarará, sin embargo, en un romance que ha actuado siempre con generosidad, formando parte de sociedades, juntas y otros organismos sin sueldo alguno y con numerosas obligaciones.

No quisiéramos terminar esta breve semblanza biográfica sin hacer alusión a testimonios de la época, a páginas que describen a Mesonero Romanos como hombre displicente y pensador juicioso. A. Ferrer del Río en su Galería de la Literatura Española señala que su fisonomía risueña contrastaba con su gusto descontentadizo, inclinado a la severidad más que a la indulgencia. El citado crítico, contertulio y amigo de Mesonero Romanos, lo define de la siguiente forma:

Bajo de cuerpo y no muy envuelto en carnes, representa menos edad de la que tiene; sin embargo se asemejan bastante sus costumbres a las de un señor mayor en lo arregladas y apacibles. Su conversación es más grave que su rostro; su amistad es leal y sincera, no expansiva, hace más de lo que dice, expresa menos de lo que siente.

Joaquín de Olmedilla refiere aquellos largos paseos de El Curioso Parlante, casi siempre solo y en contadas ocasiones con alguno de sus íntimos amigos. Los recuerdos de su mocedad, las inquietudes juveniles eran referidas con singular gracejo y fácil expresión. Mesonero Romanos no era, según el juicio de Olmedilla, batallador ni polemista, «pero tenía, sin embargo, firmeza profunda en sus convicciones, fe en sus juicios, constancia en sus resoluciones, decisión en sus propósitos y prudencia en su manera de proceder».

B. Pérez Galdós, al igual que otros novelistas y críticos de su época, describirá también su talante y peculiar comportamiento. Análisis que se asemeja en gran manera al personaje de ficción que aparece en Fortunata y Jacinta, Plácido Estupiñá, pues al igual que éste su mirada escudriñadora recorrerá hasta los lugares más recónditos del Madrid de la época. No menos significativa sería la semblanza realizada años más tarde por Ramón Gómez de la Serna, prologuista de las Escenas Matritenses y admirador de la obra de El Curioso Parlante. La crítica ha sido en este sentido unánime, añadiendo a sus dotes de pintor y retratista de una realidad social unas cualidades humanas poco comunes. Todo ello propiciará una serie de nombramientos y honores que nunca actuarán en detrimento de su invariable personalidad. Su fallecimiento, 30 de abril de 1882, supuso un auténtico acontecimiento en la villa y corte de Madrid, una manifestación de duelo poco frecuente en este periodo histórico. Su legado se proyectará siempre como un copioso caudal de noticias de su época, imprescindible para todo aquel que quiera adentrarse en la pequeña historia de una España abrumada por los hechos y acontecimientos sociales.

Enrique Rubio Cremades

(*) Esta biografía está tomada del portal dedicado al autor Ramón de Mesonero Romanos por la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

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