Apéndice Número 1º

CARTA

Al Ilustre Senado de la muy noble villa de Madrid, el maestro Juan López de Hoyos.

«Es muy averiguado y doctrina muy clara entre filósofos y varones de raras prendas y singular erudición, que no menos gloria y triunfo se debe al historiador que escribo, y con perpetua memoria de escritura celebra las hazañas, proezas y cosas memorables de algún príncipe, valeroso capitán o ilustre ciudad, que al mismo que las hace. Porque bien se deja entender que ninguna de las naciones que desde el principio del mundo ha habido hasta ahora, ni ningún capitán, adquirió tanto para su tierra, ni ninguno de los Césares tanto fue celebrado en vida por sus hazañas, cuanto todos los sobredichos han adquirido y se han perpetuado, y su nobleza ha sido más dilatada y conocida por lo que sus historiadores con sus escritos los han hecho inmortales entre las gentes, y de ellos por sus historias hemos conocido, que no por lo que ellos hicieron. Porque ¿quién supiera de los triunfos y monarquía del emperador Alcibíades, ni del gran rey de Ponto Mitrídates? ¿Ni la potencia y riqueza del rey Darío, ni su competidor Alejandro el Magno? ¿Ni de las grandes antigüedades que en este volumen he recogido, si los escritores no las hubieren eternizado con sus escritos y librado de la injuria de los incendios y pérdidas de ciudades, destrucciones y diluvios de naciones, y la variedad de los tiempos y antigüedad de siglos que suelen ordinariamente arruinar y traer su ignominia y desautoridad de perpetuo olvido?

Pues pretendiendo yo que las cosas que tan ilustremente en servicio de los SS. reina y príncipe D. Carlos, SS. nuestros, en sus honras y recomendación que V. S. hizo, quedasen en perpetua memoria, acordé historiarlas con el mejor y más cortesano lenguaje y elegante estilo que en mí ha sido.

De adonde todo el mundo conocerá la obediencia, lealtad y amor con que, en cualquier género de servicio que a S. M. pertenezca, V. S. pone por obra aficionadísimamente todo en decreto y autoridad. Pues por la misericordia de Dios nuestra patria no debe ser pospuesta a las muy nobles y muy felices en clemencia y serenidad de cielo, sus aires salutíferos, en fertilidad de todo género de bastimento de toda su comarca y términos, que tan celebrados son por el universo, llamados los lomos de Madrid, con la ribera del Jarama, la cual es de tanto renombre, que no hay nación a quien no sean muy conocidos y notorios los toros, caza y pesca sabrosísima, pasto y sotos gravísimos, humbriosos y deleitables. No diciendo de los bosques y Real casa del Pardo, la cual en policía y pintura y grandes riquezas, caza, cielo y sitio y compartimiento y buena traza, es la mejor y más rara que príncipe alguno en el mundo tiene. Y la floresta graciosísima de Aranjuez y los jardines, fuentes y recreación de la casa (que vulgarmente llaman del Campo en esta villa de Madrid). Ni la casa y Peales palacios, tan antiguos y tan ilustrados con nuevos edificios y presencia de la majestad del rey D. Felipe II, nuestro señor; los cuales son de tanta majestad, que son tenidos, a dicho de todos los extranjeros, por edificio muy raro y de gran magnificencia y digno (como desde su antiquísima fundación lo ha sido, como paresce en todas las crónicas) de ser perpetuo palacio de reyes y príncipes.

Entre las antigüedades que evidentemente declaran la nobleza y fundación antigua de este pueblo, ha sido una que en este mes de Junio de 1569 años, por ensanchar la Puerta Cerrada, la derribaron, y estaba en lo más alto de la puerta, en el lienzo dé la muralla, labrado en piedra berroqueña, un espantable y fiero dragón, el cual traían los griegos por armas y las usaban en sus banderas[209], como paresce en las historias, y particularmente recopilado por Juan Pierio, libro quince, dice cómo el clarísimo emperador Epaminondas, griego, traía por bandera un dragón, el cual ponía en las obras y edificios que edificaba, de donde inferimos estos tan excelentes y superbos muros haber sido edificados por esta tan antigua e ilustrada gente, pues en ellos hallamos sus armas y memoria. Y siendo yo de pocos años, me acuerdo que el vulgo, no entendiendo esta antigüedad, llamaban a esta puerta la Puerta de la Culebra, por tener este dragón labrado bien hondo y con unas imágenes que en yeso sobre esta culebra se pusieron, se atapó de manera que no pudiera ser visto. Y esto no piense nadie que es lisonja, o que los griegos nunca descendieron tan al riñón de España. Pues Ulises, griego, descendió tanto, que a la entrada de Tajo en el mar, edificó aquella celebrada ciudad española que de su mismo nombre llamó Ulisípolis, que en nuestro vulgar llamamos Lisbona, etc.

No es menos notable y valerosa su nobleza de caballeros, pues en ella hay sesenta y cuatro mayorazgos, no de granjería, sino de muy buena renta y cualidad en nobleza de sangre, ilustres familias, entre los cuales hay muchos señores de vasallos[210].

De todo lo cual no es mal argumento tantos comendadores en todas las órdenes de Caballería y Tanto número y frecuencia de ciudadanos de este pueblo en la casa Real, como es el licenciado Juan Zapata, oidor del Consejo Real, gobernador electo del arzobispado de Toledo. Don Gómez Zapata, del Consejo Real de Indias. Don Iñigo de Cárdenas, del Consejo de Ordenes. Francisco de Eraso, de la Orden de caballería de Calatrava, secretario de S. M, Melchor de Herrera, tesorero mayor de S. M. Antonio Gómez de Eraso, secretario de S. M. Antonio Pérez, secretario del Consejo de Estado de Italia. Don Gabriel Zapata, gentil-hombre de la boca de S. M. Y D. Ladrón de Guevara, gentil hombre de la boca de los serenísimos príncipes de Bohemia y Hungría.

Contadores, Luis de Peralta y Juan de Galarza, y Luis de Rivera, superintendente de todas las obras. Médicos de la casa Real, el doctor Santiago, el doctor Madera y el doctor Pedro de Torres. Dejo los demás acrois y pajes de oficios, porque pocos, o sea ninguno, son (como adelante hemos dicho) los oficios en que no hay gentes y vecinos de nuestra patria.

Pues en la capilla Real están D. Hierónimo Zapata, arcediano de Madrid en la santa iglesia de Toledo, y Antonio de Eraso, arcediano de Coria y canónigo de Sevilla, y D. Iñigo de Mendoza y otros muchos que, por no ser molesto (aunque perdonen), paso por alto. No callando a Melchor de Valdés, maestro mayor de la capilla Real, una de las raras prendas que hay de su arte. Dejo los tiples y demás cantores famosos en la capilla Real, naturales de nuestra patria.

No es de callar, ver cómo en el Palacio sacro hay también vecinos de Madrid, el doctor D. Diego de Vargas, camarero de S. S. y canónigo de Toledo. Pues en el santo Consejo de la Inquisición también tenemos el señor Tapia, varón de gran confianza en las cosas muy arduas, por sus excelentes dotes de ánimo.

Dejo aparte todos los señores de títulos que en este pueblo se han avecindado. Todo lo cual hace muy feliz y muy ilustre a nuestra patria, no tratando de los antepasados por no hacerles la injuria de en breves palabras historiar lo mucho que de ellos hay que decir.

Pues a lo mucho que hay que notar de este beatísimo padre pontífice San Dámaso, natural de este pueblo, dejando aparte su santidad, con la cual ordenó que al fin de los salmos se dijese Gloria Patri et Filio, etc., y que al principio de la misa se dijese la Confesión. Sus letras fueron tan grandes, que dio harto ejemplo a los sucesores, como elegantemente lo declara el maestro Matamoros en el libro que compuso de Viris illustribus. Y esto mismo también afirma Lucio Marineo Sículo, tratando de las calidades de Madrid.

Los capitanes y gentes valerosas en armas que de Madrid han salido, y al presente sirven a S. M.; en defensa de nuestra Santa Fe católica, en Flandes, en Granada y en otras muchas partes tocantes a su servicio[211].

Y por concluir, debe V. S. dar muchas gracias a Nuestro Señor de que por su misericordia son todas estas partes, para que se desvele en ordenar y conservar su república tan santa y piadosamente, que en virtud, en ciencia, autoridad, se vaya siempre mejorando.

Sólo una cosa diré, que entre todos los dichos de los filósofos, recopilados por Erasmo, Roterodamo, en un libro que llamó Antibarbarorum, que quiere decir libro contra bárbaros, hallo yo que reprende a los que tienen el gobierno de las repúblicas, dos cosas: primera, los que consienten malos vicios, porque ellos corrompen y dañan los cuerpos humanos y con sus adobos engendran piedra y dolor de ijada y otras muchas indisposiciones, de a donde se viene a destruir la salud de la república y acortarse la vida de los hombres. El segundo yerro es de los que consienten en sus repúblicas malos preceptos, porque éstos destruyen y corrompen las buenas costumbres de los ánimos tiernos de sus discípulos. Y no solamente se pierde el tiempo y la hacienda; pero queda tan habituado a vicios el estudiante, que en breve tiempo, de ruin niño va vicioso mancebo, y de ahí sube poco a poco a ser verdugo de sus padres, con justo juicio y permisión de Dios. Pues un labrador rústico para encargar un par de mulas y su carro a quien se le administre, le busca con toda diligencia que sea discreto, cuidadoso, honesto, diligente y ejercitado en aquel negocio, y con ser importancia de doscientos ducados, cuando mucho, se pone este cuidado. Y para dar ayo o maestro a un príncipe, para criar un caballero, para ser preceptor, y por mejor decir, padre universal de la república, cualquier cosa basta.

Pues todos han de ir a beber de la fuente y leche de su doctrina, la cual si estuviere atosigada y corrompida con el mal ejemplo y barbarie, todos los que allí bebieren lo irán, y así será gran daño en la república por el un error de éste o del otro. Tenían en Atenas en tanta veneración, y trataban tan regaladamente, y favorecían tan por el cabo a los que se empleaban en este ejercicio de enseñar y tenían cargo de historiar las cosas de su patria, que para solo este efecto edificaron una casa muy superba, que llamaron Pritaneo, donde eran sustentados y conservados en mucha paz y sosiego con las rentas del Erario público. Pues es así que, como dice Marco Tulio, en el tercer libro de Divinatione, que no podemos hacer otro beneficio mayor a la república que enseñar e industriar los mancebos, de donde salen buenos ciudadanos y para cualquier estado bien instruidos, especialmente en tiempo que tan necesarias son las buenas costumbres, y tanta corrupción vemos, por nuestros pecados, en todas las edades, lo cual declara el buen filósofo con estas palabras: «Nullum munus Reipublicæ affere majus nulliusve possumus quam si docemus atque erudiamus juventutem ejus præsertim moribus quibus ita prolapsa est, ut omnium opibus refrenanda atque cœrcæda sit». Ningún bien (dice) ni mayor don, ni ningún género de servicio podemos hacer a la república mayor, que enseñar y encaminar a virtud los ánimos de los mancebos y niños, principalmente en tiempos donde va el negocio tan de rota, que, con todas las vías, modo y riqueza de todos, se debían refrenar y constreñir a la virtud.

De lo cual, y de toda esta obra, y de todo lo que yo he hecho en servicio de mi patria, verá V. S. si cumplo en lo que dijo Platón, en decir que no sólo nacimos para nosotros, sino que parte de nuestro nacimiento debemos a nuestra tierra, y parte a los amigos. No diré yo esto, sino que todo me debo a mi patria, y nunca a mis amigos, y toda mi vida y tiempo gasto en enseñar, así en el Estadio de V. S., con buenas letras, como en la declaración del Sagrado Evangelio en los púlpitos. De donde confío en la misericordia de Dios conseguiré mi intento de salir con el fruto que todos desean, teniendo por averiguado que a quien es tan razonable hijo de V. S. corresponderá como buena madre, y en ninguna cosa permitirá V. S. ser llamado madrastra. Cuyo lustre y valor Nuestro Señor por muchos años conserve. Amén».

Sigue la relación pesadísima y empalagosa de la enfermedad de la Reina, día por día y hora por hora, hasta su fallecimiento, en 2 de Octubre de 1568; ocupa buena parte del libro luego la disposición y orden del enterramiento, que se verificó con gran pompa en la iglesia del monasterio de las Descalzas Reales, y después la descripción del templo, túmulo y exequias, que llena todo el texto del tomo. Siguen los sermones y la minuciosa explicación de las alegorías y traza del túmulo, con el sinnúmero de inscripciones y versos latinos y castellanos que le adornaban, la mayor parte compuestos por el mismo maestro Hoyos y sus discípulos del Estudio de la villa, entre los cuales hay unas quintillas, un soneto y una elegía de Miguel de Cervantes, a quien apellidaba nuestro caro y amado discípulo, y que (a pesar de su escasísimo mérito) han hecho de este libro una rara curiosidad bibliográfica, por referirse al insigne autor del Quijote, y que acredita su existencia en Madrid, cursando en el Estudio de la villa en 1569. No los reproducimos aquí, por haberlo hecho ya los biógrafos de Cervantes, Sres. Rios, Pellicer, Navarrete, y más extensamente el Sr. Aribau en la Biblioteca de Autores Españoles.

Licencia

Icon for the Creative Commons Attribution-NonCommercial 4.0 International License

El antiguo Madrid, 1861 by Ramón de Mesonero Romanos is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial 4.0 International License, except where otherwise noted.

Compartir este libro