VI. Desde la Puerta de Guadalajara a la Puerta de Balnadú y al Alcázar

El último trozo de los en que hemos subdividido nuestro paseo mental por el morisco Madrid estaba comprendido dentro del lienzo de muralla que, partiendo de la puerta de Guadalajara en dirección al Norte, penetraba cerca de la actual calle de Milaneses, y más adelante por el sitio que ocupan las casas entre las calles del Espejo y la del Mesón de Paños y los Tintes (hoy de la Escalinata)[84], a salir sobre las fuentes o Caños del Peral o de peraylo) y revolviendo después al Occidente, abría la última entrada por la puerta llamada de Balnadú, cerca de donde después estuvo la calle y casa del Tesoro, que va no existen, hasta cerrar, en fin, con el ángulo meridional del Alcázar.

De todo el caserío contenido en este recinto, no sólo en tiempos remotos, sino aun de las construcciones posteriores de los siglos XVI y XVII, apenas queda ya uno u otro edificio, habiéndose renovado completamente en nuestros días, y desaparecido hasta las memorias que formaban las páginas de su historia. Procuraremos, sin embargo, traerá nuestro recuerdo aquellas que aun hayamos podido reunir.

Sobre las ruinas, sin duda, de la muralla, y como a la embocadura de la calle del Espejo, dando frente a la calle de Milaneses, existe aún, aunque renovada, la casa número 4 antiguo y 2 nuevo, en que nació, en 8 de Diciembre de 1664, la beata Mariana de Jesús, célebre por su santidad y virtudes, hija de Luis Navarro, pellejero andante en corte, que vivía en dicha casa[85]. Esta humilde sierva de Dios murió en 17 de Abril de 1624, en una casilla aislada que ha existido hasta hace pocos años convertida en capilla, y fue construida para ella inmediata al convento de Santa Bárbara; mereciendo ser beatificada por la santidad de Pío VI en 1783, y hoy se conserva su cuerpo incorrupto en la iglesia de monjas de D. Juan de Alarcón, calle de Valverde.

La calle de Santiago, que va a Palacio, compuesta, hasta bien entrado el siglo actual, de un antiquísimo, elevado y apiñado caserío, se ha renovado por completo, quedando sólo del antiguo, a la entrada de dicha calle por la de Milaneses, una casa grande, que creemos fue de los Victorias, familia muy estimada de Madrid; y hasta la primitiva Parroquia de iglesia parroquial de Santiago Apóstol (cuyo origen pretenden los historiadores remontar a los tiempos de la monarquía goda), y que por lo menos existía ya desde el siglo XII, inmediato a la conquista de la villa, arruinada a impulsos de los tiempos, en el actual siglo fue reedificada de nueva planta en 1811, bajo los planos del arquitecto don Juan Antonio Cuervo.

Por la misma época desapareció también el inmediato convento de monjas franciscanas de Santa Clara, fundado en 1460 por doña Catalina Nuñez, viuda de Alonso Álvarez de Toledo, tesorero del rey D. Enrique IV, que tenía sus casas contiguas y con tribuna a ambas iglesias de Santa Clara y Santiago, y formaba con la misma parroquia la manzana 429, en el sitio en que hoy está la casa de baños de la Estrella[86]. Hoy no existen tampoco dichas casas de Álvarez de Toledo, señor de Villafranca, que debieron ser tan extensas, como que en ocasiones sirvieron de alojamiento a los reyes D. Juan II y D. Enrique IV. En 1453 vivió en ellas el famoso condestable y maestre de la Orden de Santiago D. Álvaro de Luna, y en las; mismas nació su hijo D. Juan, conde de Santisteban y de Alburquerque y señor del Infantado, siendo sus padrinos el Rey y la Reina, que regalaron a la parida, doña Juana de Pimentel, mujer del Condestable, un rubí de valor de mil doblas, e hicieron celebrar grandes festejos con este motivo. Estas casas pertenecieron después a los Condes de Lémus, hasta que fueron derribadas por los franceses, como otras varias contiguas de la antigua nobleza castellana, tales como la del Marqués de Auñon, de los Herreras, las de los Riberas, Pimenteles, Noblejas, y otras, que formaban de distinta manera las manzanas 420 y contiguas, entredicha calle de Santiago, la del Espejo, los Caños del Peral y pretil de Palacio, según expresamos anteriormente.

En este terreno, y por donde ahora van las nuevas manzanas de casas que han sustituido a aquéllas, y se forman las calles alineadas y regulares de la Amnistía, la Unión, la Independencia, Santa Clara, Vergara, Velázquez[87], Ramales, el Lazo y Lémus, corrían otras, informes, estrechas y costaneras, tituladas plazuela de Garay, Quebrantapiernas, del Gallo, del Recodo, de Santa Catalina, del Carnero, del Buey, de la Parra, plazuela y calles de Santa Clara, de Rebeque, de Noblejas y de San Juan, en donde estaban todas aquellas casas principales de las familias ya citadas, construcción las más de ellas de los siglos XV y XVI; y que, si no gran mérito artístico, tenían, por lo menos, el recuerdo histórico de los personajes que las habitaron.

Todas ellas, repetimos, hasta el número de cincuenta o sesenta edificios, desaparecieron por consecuencia de los planes de reforma que para las avenidas del Real Palacio ideó el intruso rey José Bonaparte en los primeros años del siglo actual.

Con ellas cayó, además de las ya dichas iglesias de parroquia de Santiaqo y Santa Clara, lo que es más sensible, la inmemorial parroquia de San Juan, que formaba la manzana 430, al desembocar de las calles de Santiago y de la Cruzada, y era tan antigua, que los autores matritenses la suponen fabricada en tiempo de los emperadores romanos, y fue consagrada a mediados del siglo XIII. A esta parroquia estaba agregada desde 1606 la de San Gil el Real y San Miguel de Sagra, contiguas a Palacio, que estaban en el convento de franciscos descalzos de San Gil, que también sucumbió en la demolición general. En la bóveda de dicha parroquia de San Juan fue sepultado el insigne pintor de cámara D. Diego Velázquez de Silva, y en nuestros tiempos se han hecho, aunque sin fruto, a costa de los apasionados de aquel gran artista, algunas excavaciones, para tropezar con dicha bóveda, que encierra sus restos. La feligresía de esta parroquia se incorporó a la de Santiago, que hoy se titula de Santiago y San Juan.

Algo más conservado, aunque con notables y reciente modificaciones, existe el otro trozo de caserío, entre las calles de Santiago y Mayor, formando las tituladas do Luzón (antes de San Salvador), de la Cruzada, del Biombo, de San Nicolás, del Viento y de los Autores, hasta salir a donde estuvo el antiguo pretil de Palacio. En la primera de ellas existe, señalada con el número 4 nuevo, la antigua casa solar de los Luzones de Madrid, de cuyo ilustre apellido ya se hace mención en tiempos de Juan II, de quien fue tesorero y maestresala Pedro Luzon, alcaide de los alcázares de esta villa, y su alguacil mayor, y cuyos sucesores vienen figurando siglos después en la historia de esta villa, siendo todos sepultados en la capilla propia que tenían en el antiguo convento de San Francisco. Después, creemos que a principios del siglo XVII, pasó esta casa y apellido a incorporarse a la del Conde del Montijo, y posteriormente a la de Aranda, donde su ilustre poseedor, el famoso ministro de Carlos III y IV, hizo colocar una fábrica de loza.

Formando la esquina de dicha calle, frente a la iglesia de Santiago, existe otra casa notable, que fue de la ilustre familia de los Lodeñas[88], y labró de nuevo, a principios del siglo XVII, D. Sancho de la Cerda, marqués de la Laguna, cuyos escudos de armas se ven en la fachada, y a la esquina de ella se alza una torrecilla como las que solían tener todas estas casas principales de la nobleza madrileña, y un ancho zaguán de dos puertas. La inmediata, que forma con ella la manzana 428 y tiene su entrada por la calle de la Cruzada con vuelta a la de Santiago, perteneció a la familia de los Guzmanes.

La familia de los Herreras, fundada en Madrid por Alonso Gómez de Herrera, a principios del siglo XV, y en la que su nieto D. Melchor tuvo el título de primer marqués de Auñón, regidor y alférez de Madrid en 1583, poseía varias otras casas en esta demarcación y capilla propia en esta parroquia; las principales de aquéllas eran las que estaban a la esquina, frente a la iglesia de San Juan, por la puerta que miraba a Palacio, y otras en la plazuela de Santiago y detrás de Santa Clara; ninguna de ellas existe, y sí sólo las de enfrente, que fueron de Pedro de Herrera el Viejo, del Marqués de Auñón y Conde de Olivares, que reedificó después el consejo de la Santa Cruzada, para establecerse en ella, y hoy poseen los Condes de Campo Alange, por el mayorazgo de Negrete. Dichas casas son suntuosas y de buena fábrica, con frentes a la calle de la Cruzada y de San Nicolás.

En la misma calle de Luzón, y frente a la casa del propio apellido, existe todavía otra casa que, según Quintana, fue del regidor Velázquez de La Canal, en que solía vivir el canciller de Aragón, y recayó después en los Marqueses de Villatoya. También fue de la misma familia de La Canal y de la de Cabrera y Bobadilla, de los Condes de Chinchón, y luego del Marqués de Tolosa, el desmantelado e inmenso caserón de la manzana 436, que da a las calles de San Nicolás y del Factor, y sirvió en nuestros días de cuartel de veteranos[89].

Entre dichas calles de San Nicolás y la de Luzón, y a las accesorias del demolido convento de Constantinopla, se formaban unos recodos y callejuelas estrambóticas, propiamente apellidadas el Biombo, que se han regularizado en parte con el derribo de dicho convento, en cayo solar, además de las casas construidas recientemente, se han abierto las calles tituladas, también a propuesta nuestra, de Calderón de la Barca y de Juan de Herrera. La manzana 420 la ocupa la antiquísima y mezquina parroquia de San Nicolás, a que en el día esta incorporada también la feligresía de la demolida de San Salvador. En esta iglesia fue bautizado el famoso poeta y guerrero don Alonso de Ercilla[90], y en su bóveda estuvo sepultado el célebre arquitecto del Escorial Juan de Herrera.

Por la parte baja del pretil de Palacio y convento de San Gil, y próximamente al sitio por donde ahora corre la calle de Requena, lo bacía anteriormente la calle del Tesoro, donde estaba la casa del Tesoro, después Biblioteca Real, siguiendo la dirección de la antigua muralla hasta el ángulo del Alcázar. Cerca de esta casa se abría la puerta de Balnadú, quedando a la parte de fuera la huerta o Jardín de la Priora (que ocupaba casi todo el espacio que hoy los paseos y jardines de la plaza de Oriente), los Caños y lavaderos del Peral y la cava o foso del Alcázar.

Esta puerta de Balnadú, como hemos dicho, interrumpía por última vez los lienzos de la muralla, y era igualmente del tiempo de los árabes, fuerte, estrecha y con revueltas; miraba al Norte, dando frente lejano a la cuesta de Santo Domingo, y debió desaparecer cuando la muralla y ampliación de Madrid por aquel lado, hacia los siglos XIV o XV, pues aunque en la obra del señor Cean se lee que fue derribada en 1787, es evidente que hay una errata de tres siglos lo menos. Sobre la etimología del nombre de dicha puerta también han entablado las obligadas controversias los analistas madrileños, suponiéndole los más impertérritos defensores del origen romano, derivado de las dos palabras latinas balnea-duo, «que indica claramente que por allí se salía a los baños», y los del origen árabe, de las palabras de este idioma bal-al-nadur, que traducen puerta de las atalayas, o del Diablo, o de la frontera del enemigo.

Queda recorrido el recinto interior de Madrid, que debemos llamar primitivo, y dentro del cual hemos visto que no queda ya una sola piedra sobre piedra, no diremos de la época fabulosa de la pretendida Mantua griega, Ursaria y Majoritum de los romanos y los godos, pero ni aun del histórico Magerit de los musulmanes. Alcázares, castillos, mezquitas, baños, palacios, casas y calles, hasta la misma fortísima muralla que encerraba y defendía todos aquellos objetos, y fue conquistada a fuerza de armas a fines del siglo XI por las huestes vencedoras del monarca castellano D. Alfonso el VI; todo, absolutamente todo, desapareció en el trascurso de casi ocho centurias, sin dejar más que los nombres de algunos sitios, edificios y puertas, que recuerdan la larga dominación de los sectarios de la media luna.

Aun las construcciones que sucedieron a aquellas ruinas, en los siglos inmediatos a la conquista cedieron también a la segur del tiempo o de las dominaciones modernas, y ya hemos señalado los rarísimos edificios que todavía se conservan anteriores al siglo XVI. Baste decir que de las diez iglesias parroquiales intramuros que cita Gonzalo Fernández de Oviedo, a principios del dicho[91], y de «pie se hace va referencia en el fuero de Madrid en el XII, sólo existen ya, como hemos visto, con edificio antiguo, aunque considerablemente renovado, las tres, San Pedro, San Andrés y San Nicolás. Las de Santiago y San Justo tienen templos modernos, y las de San Miguel, de San Juan, San Gil y San Salvador perdieron sus templos y hasta su parroquialidad. En cuanto a las tres de San Martín, San Gines y Santa Cruz, fundadas en el arrabal extramuros, y de este mismo arrabal, que fue formándose después de la conquista, hasta constituir una nueva y más importante población que la primitiva, nos ocuparemos en los paseos siguientes.

Licencia

Icon for the Creative Commons Attribution-NonCommercial 4.0 International License

El antiguo Madrid, 1861 by Ramón de Mesonero Romanos is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial 4.0 International License, except where otherwise noted.

Compartir este libro