V. Desde Puerta Cerrada a Puerta de Guadalajara

El trozo comprendido entre dicha calle del Sacramento y la antigua de la Almudena, o sea Mayor, hasta las Platerías y Puerta de Guadalajara, aunque limitado su espacio, es sumamente interesante bajo el aspecto histórico. Verdadero centro del Madrid primitivo, siempre en la inclinación a Oriente, como las posteriores ampliaciones ya efectuadas, y probablemente como las que tendrán lugar después, la calle Real de la Almudena, que partía desde la iglesia, o más bien desde el arco del mismo nombre, de que antes hicimos mención, era desde un principio, por su situación central, su piso ligeramente inclinado y su dirección oriental, la principal arteria de comunicación entre los barrios más opuestos de la antigua villa y sus arrabales; creciendo aun más en importancia a medida que, extendiéndose considerablemente el caserío por ambos lados, Norte y Sur, fue preciso prolongar aquélla, primero hasta la Puerta del Sol, y después hasta la de Alcalá.

Contrayéndonos por ahora a dicho trozo primero, o sea calle principal en la época a que nos referimos, en que estaba limitada la población, al medio de ella, por la antigua muralla, nos detendremos en el sitio en que, interrumpiendo ésta la continuidad de su fortísimo lienzo, daba al pueblo su entrada oriental por la suntuosa Puerta de Guadalajara, en aquel punto mismo que hoy retiene su nombre; esto es, entre la embocadura de la Cava de San Miguel y la calle de Milaneses.

El origen de esta puerta (la principal, sin duda, de la antigua villa) se atribuye, como de costumbre, por los unos, a los romanos; por los otros, a los godos; pero lo probable, sin duda, es que fuera, como las demás, obra morisca, y así parecen indicarlo su nombre y su misma forma, que, según la minuciosa descripción que de ella hace el maestro Juan López de Hoyos, que la alcanzó a ver (por no haber sido destruida hasta 1570), «tenía dos torres colaterales, fortísimas, de pedernal, aunque antiguamente tenía dos caballeros a los lados, inexpugnables. La puerta, pequeña, la cual hacía tres vueltas, como tan gran fortaleza. Estas se derribaron para ensanchar la puerta y desenfadar el paso, porque es de gran frecuencia y concurso. Estas torres o cubos hacen una agradable y vistosa puerta de veinte pies de hueco con su dupla proporción de alto, y en la vuelta que el arco de la bóveda hace, todo de sillería berroqueña fortísima, hace un tránsito de la una torre a la otra, con unas barandas y balaustres de la misma piedra, todas doradas. Sobre este arco se levanta otro arco de bóveda, que hace una hermosa y rica capilla, toda la cual estaba canteada de oro, y en ella un altar con una imagen de Nuestra Señora, con Jesucristo Nuestro Señor en los brazos, de todo relieve, o como el vulgo dice, de bulto, todo maravillosamente dorado y adornado con muchos brutescos». Todavía continúa el maestro Hoyos su minuciosa descripción, expresando con toda escrupulosidad los remates y adornos de aquella suntuosa fábrica, que consistían en una multitud de chapiteles, barandas, pirámides y torrecillas, incomprensibles ciertamente a una mera descripción, y amenizado el todo con otras imágenes, una del Santo Ángel de la Guarda (que es la, misma que hoy se venera, a costa de los maceros de la Villa, en la ermita del paseo de Atocha), «cuatro colosos o gigantes de relieve, varias cruces, escudos de armas, y un reloj, que era una hermosa campana, que se oía a tres leguas en contorno». Así la describe en sus últimos tiempos el referido maestro contemporáneo, y no hay motivo razonable para dudar de su veracidad[72]. Pero D. Diego de Colmenares, en su famosa Historia de Segovia, con motivo de encarecer la parte más o menos fabulosa atribuida a los segovianos en la conquista de Madrid, dice terminantemente que «en memoria de haber entrado a Madrid por aquel lado, se mandaron colocar sobre dicha puerta las armas de Segovia, sostenidas por las estatuas de los dos caballeros D. Fernán García y don Díaz Sanz», todo en los términos que se ve en el grabado de dicha puerta que acompaña el mismo Colmenares y que ofrece una absoluta contradicción, en forma y accesorios, con la descrita por Hoyos; verdad es que, según Colmenares, existió ésta en dichos términos hasta 1542, en que se arruinó una parte de ella; aunque Quintana contradice abiertamente la existencia nunca de dichas armas y estatuas segovianas. Pero de todos modos, y bajo una u otra forma, es lo cierto que aquella ponderada fábrica desapareció en una noche del año 1580, en que, haciendo festejos la Villa por haber terminado el rey Felipe II la conquista de Portugal, fueron tantas las luminarias que en ella mandó poner el corregidor don Luis Gaytan, que se incendió del todo; lo cual, ciertamente, no depone en gran manera en pro de su pretendida fortaleza. Verdad es que dicha destrucción acaso no fuese toda obra del incendio, sino que, habiéndose extendido ya tan considerablemente Madrid por aquel lado, y cesado, por consecuencia, el objeto de la puerta de Guadalajara, se aprovecharía, tal ocasión para derribar aquella masa, que sólo, servía ya de estorbo en sitio tan principal y céntrico de la nueva villa y corte.

Bajando a la izquierda de dicha puerta por la Cava de San Miguel, que ocupó luego el sitio del antiguo foso extramuros, y que, por su gran desnivel respecto a la inmediata altura, donde estaba la Plaza del Arrabal (hoy la Mayor), da lugar a que las accesorias de las casas nuevas de la misma hacia donde hoy está el arco y escalerilla de piedra, presenten una altura formidable y sean las únicas en Madrid que tienen ocho pisos, lo primero que se presenta es el solar irregular denominado Plazuela de San Miguel, convertido hoy en mercado de comestibles. Parte de este solar o plazuela estaba ocupado, desde principios del siglo XIV al menos, por la antigua iglesia parroquial de San Miguel de los Octoes, apellidada así por el nombre de una rica familia feligresa y bienhechora de esta parroquia, y para diferenciarla de la otra, aun más antigua, de San Miguel de Sagra, que ya dijimos estuvo situada cerca del Alcázar.

El templo de la parroquia que ahora nos ocupa era moderno, del reinado de Felipe III, capaz y hermoso, contenía sepulcros notables[73] y otros objetos primorosos de arte, entre ellos, el precioso tabernáculo de piedras finas y bronces, trabajado en Roma, en precio de 6.000 ducados, a costa del cardenal D. Antonio Zapata de Cisneros, hijo del Conde de Barajas, madrileño insigne, que hizo presente de él a esta iglesia[74].

Es el único objeto que pudo salvarse de ella en el horroroso fuego de la Plaza Mayor y calles contiguas, ocurrido en 16 de Agosto de 1790, y hoy se halla colocado en la iglesia de San Justo, a cuya parroquia se unió igualmente la feligresía y el título de la arruinada de San Miguel. Después del incendio, acabó ésta de ser demolida en tiempo de la dominación francesa, así como también la manzana de casas número 172, que desde dicha plazuela daba frente a las Platerías y formaba los dos callejones laterales de la Chamberga y de San Miguel; hoy sirve aquel solar de ingreso y parte del mercado, con una portada de ladrillo, construida hace pocos años para cubrir algún tanto el mal aspecto de los cajones a la parte de la calle Mayor, que ciertamente debieran suprimirse en aquel sitio. En esta manzana de edificios debió estar, en el siglo XVI, la cárcel de Villa, pues el maestro Hoyos, en su obra del Recibimiento de la reina doña Ana, hace mención de que al llegar a este sitio, antes de las Platerías y de la plazuela del Salvador, «se oyeron los lamentos de los presos, que pedían gracia a los Reyes».

Detrás de esta plazuela, Lacia Puerta Cerrada, se halla escondida otra en una rinconada que forma la irregularísima manzana 169, a cuyo frente está la casa principal de los Condes de Barajas, de la familia de los Zapatas, enlazada después con los Cárdenas y Mendozas, de quienes eran la mayor parte de las casas principales de aquel distrito. Ésta, que después estuvo ocupada por la Comisaría general de la Santa Cruzada, y luego por la Dirección de Ultramar, es hoy la principal de aquel mayorazgo, y en ella nacieron o habitaron muchos ilustres personajes de dichos apellidos. En ella también, según nuestras noticias, vivió, a principios del pasado siglo, el famoso Duque de Riperdá, ministro de Felipe V, cuya historia aventurera es tan conocida.

A espaldas de dicha casa, en la misma manzana, y dando frente a la otra retirada plazoleta denominada del Conde de Miranda, están las casas conocidas por las de los Salvajes, sin duda por alusión a dos figuras de piedra que hay a los lados del balcón principal; estas casas fueron también del mayorazgo fundado a mediados del siglo XV por D. Juan Zapata y Cárdenas, primer Conde de Barajas de Madrid. Forman escuadra y comunican por medio de un arco con la otra de la manzana 174, del dicho mayorazgo de Cárdenas, y de ambas es hoy poseedora la señora Condesa de Miranda y del Montijo[75]. Otro de los frentes de dicha plazuela le forma la iglesia y convento de las monjas Jerónimas de Corpus Christi, apellidado de la Carbonera, por una imagen de la Concepción que se venera en él, y fue extraída de una carbonera. Este convento fue fundado por la señora doña Beatriz Ramírez de Mendoza, condesa del Castellar, a principios del siglo XVII, en las casas propias del mayorazgo de los Ramírez de Madrid.

Las demás callejuelas que desde Puerta Cerrada y calle del Sacramento conducen a la calle de la Almudena y plazuela de la Villa, y llevan hoy los títulos de la Pasa, del Codo, de Puñonrostro, del Cordón (antes de los Azotados), del Rollo, del Duque de Nájera y Traviesa, no nos ofrecen cosa digna de llamar la atención, como tampoco el mezquino callejón que con el pomposo nombre de calle de Madrid corre a espaldas de las Casas Consistoriales.

Pero saliendo luego a la plazuela llamada de la Villa, y antes de San Salvador, nos encontramos ya en un sitio altamente interesante por su importancia y recuerdos históricos. Formada esta plazuela por los considerables edificios del Ayuntamiento o Casas Consistoriales a Oriente, las de los Lujanes al opuesto lado, las accesorias de la del cardenal Cisneros en el fondo, y al frente la antiquísima parroquia del Salvador, que la daba nombre, fue largo tiempo considerada como la principal plaza de la villa, puesto que la Mayor actual caía del otro lado de la muralla, en el arrabal.

El humilde origen de la villa de Madrid, y su limitada importancia hasta los siglos XV y XVI, es la causa de que no se encuentren en ella edificios públicos de consideración anteriores a dicha época, careciendo, bajo este punto de vista, del atractivo que para el arqueólogo y para el poeta tienen otras muchas de nuestras ciudades, hoy de segundo orden, como Toledo, Valladolid, Burgos, Segovia, etc.

Aunque quedó establecida la corte en esta villa en 1561, el Ayuntamiento de Madrid, respetuoso observador de su sencilla costumbre, siguió celebrando sus reuniones en la pequeña Sala Capitular, situada encima del pórtico de la parroquia de San Salvador, según consta de muchos documentos, y entre otros, de unos acuerdos que hizo la villa para trocar ciertos terrenos, cuyo documento empieza así: «En la villa de Madrid, seis días del mes de Octubre, año del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo de mil y quinientos y tres años, estando ayuntado el Concejo de la dicha villa en la sala que es encima del portal de la iglesia de San Salvador de la dicha villa, según que lo han de uso y costumbre», etc.[76]

De otros documentos que hemos reconocido en el archivo de esta villa, consta que el lunes 19 de Agosto de 1619 celebró Madrid el primer Ayuntamiento en las casas que fueron de D. Juan de Acuña, presidente de Castilla, en la plazuela de San Salvador (hoy de la Villa); y aunque nada sabemos de la obra que en ellas se hizo con este motivo, si fue completa o parcial, ni el arquitecto que la dirigió, debemos suponer que fue en lo principal, según hoy se ve, consistiendo su edificio en un cuadro de bastante extensión, con dos pisos, bajo y principal, torres en los cuatro ángulos y dos puertas iguales por la parte de la plazuela, construidas, a lo que parece, a fines del siglo XVI, con hojarascas, que acaso se le añadirían después, como lo fue más adelante, en el siglo pasado, bajo la dirección del arquitecto Villanueva, el espacioso balcón de columnas que da a la calle de la Almudena. El interior de este edificio tampoco ofrece nada notable, ni por su forma, ni por su decorado, y está muy lejos de responder a la importancia que debiera tener la casa comunal, el Hotel de Ville de la capital del reino. En sus salones, modestamente decorados, no hay que buscar primores de arte, ni objetos de interés histórico; el antiguo Concejo de Madrid y su Ayuntamiento durante tres siglos cuidaron poco de enriquecer su mansión con tales ornamentos, que creerían superfluos y pegadizos; ni siquiera una mala colección de retratos o de bustos de los monarcas de Castilla, desde los Católicos Isabel y Fernando, que enaltecieron y dispensaron tantas mercedes a la villa de Madrid; ni siquiera una inscripción, ni una lápida, ni una imagen de ninguno de sus hijos célebres; ni un libro raro, ni una Memoria curiosa de su historia antigua: ni nada, en fin, de lo que en otros pueblos de menos importancia ostentan con religiosa veneración sus cusas comunales. ¡Y esto, en el pueblo que vio nacer a Carlos III y Fernando el VI, al gran Duque de Osuna y a Castaños, a Lope de Vega y a Tirso, a Quevedo y a Mondéjar, a Calderón y a Moreto, a Moratín y a Quintana! ¡En la patria adoptiva de Jiménez de Cisneros y de Jovellanos, de Hernán Cortés y de D. Juan de Austria, de Mariana y de Cervantes![77]).

Al lienzo frontero de las Casas Consistoriales están las antiguas, llamadas de los Lujanes, que pertenecieron a esta antigua familia madrileña en la rama que se llamaba del Arrabal, y continuó después en los Condes de Castroponce, para diferenciarla del tronco principal, que eran los de la Morería, que habitaban en las casas antes referidas de los Vargas, contiguas a la parroquia de San Andrés.

Estas de la plazuela de San Salvador fueron anteriormente de Gonzalo de Ocaña, señor de la casa de los Ocañas, y regidor y guía de esta villa, y de su esposa doña Teresa de Alarcón, parienta muy cercana del capitán Hernando de Alarcón, el cual trajo a esta villa, y colocó en dicha casa, al rey Francisco I de Francia, prisionero en la batalla de Pavía por el soldado Juan de Urbieta. Aun se conserva, aunque muy deteriorado, el torreón en que fue guardado dicho Monarca durante poco tiempo, hasta ser trasladado al Alcázar, y la pequeña puerta lateral en forma de arco apuntado, que daba entrada a dicho torreón, fue tapiada, según se dice, desde entonces, con este motivo[78]. En medio de la plazuela se alzaba hasta hace pocos años una fuente pública, de la extravagante construcción que estaba en moda a principios del siglo pasado, y ha sido demolida en estos últimos años; debiendo, sin embargo, a nuestro entender, ser sustituida por un monumento público, y ninguno más oportuno que la estatua del triunfador de Pavía, que estuvo colocada anteriormente en el Retiro y en la plazuela de Santa Ana, y en la actualidad (aunque de bronce y revestida con pesadas armaduras) se halla a cubierto de la intemperie en la galería de Escultura del Real Museo.

Dando frente y hasta nombre a esta plazuela, se alzaba también en la calle Mayor, hasta 1842, en que fue derribada por ruinosa, la antiquísima iglesia parroquial de San Salvador, una de las primitivas de Madrid, y notable en su historia por más de un concepto, pues ya queda dicho que el Concejo de Madrid, por antigua costumbre, celebraba sus reuniones en la pequeña sala capitular, situada encima del pórtico de la iglesia, y hasta se afirma que en éste y la lonja formada delante de la iglesia se reunieron alguna vez dicho Concejo y aun las antiguas Cortes del Reino. La torre de la misma iglesia, apellidada la atalaya de la Villa, era bastante elevada, y así ella como las campanas y el reloj pertenecían a Madrid. En la pila bautismal de esta parroquia se leía una inscripción moderna expresando haber sido bautizado en ella el papa San Dámaso, natural de Madrid[79].

En las bóvedas de esta parroquia estuvieron enterrados el gran poeta D. Pedro Calderón de la Barca; trasladado, antes del derribo de aquella iglesia, al cementerio de San Nicolás, extramuros de la puerta de Atocha[80]; el célebre magistrado Conde de Campomanes, el Duque de Arcos, D. Antonio Ponce de León y otras personas notables; hoy la ha sustituido una casa particular, así como a las solares de la ilustre familia madrileña del apellido de Gato (que estaban contiguas a dicha torre de San Salvador), familia rica en sujetos notables por su travesura y su valor, con alusión a los cuales quieren derivar el origen del proverbio de llamar a los madrileños despiertos Gatos de Madrid. (Véase el Apéndice).

En el trozo bajo de calle desde San Salvador apenas se encuentra edificio alguno que merezca parar la atención por su antigüedad o importancia, a excepción del ya citado de las Casas Consistoriales, cuya fachada septentrional da a dicho trozo de calle. La inmediata, que forma independiente la manzana 184, perteneció antes a los Marqueses de Cañete y luego a los de Camarasa, hasta que la adquirió últimamente el Estado para colocar en ella el Gobierno civil de la provincia, aunque, según nuestra opinión, esta autoridad estaría más dignamente colocada en el edificio de la Plaza Mayor conocido por la Real Panadería, y en varias ocasiones he propuesto al Ayuntamiento que solicitase este cambio entre ambos edificios. Por último, la casa que da frente al balcón grande de la del Ayuntamiento y hace esquina a la del Luzón (antes de San Salvador) era, acaso, la más antigua de toda la calle Mayor, y perteneció también a la familia de Acuña, y después a los Duques de Alburquerque y del Parque. En ella vivió, a mediados del siglo XVII, el virrey de Sicilia que llevó el primero de aquellos títulos, y en la misma falleció su ayudante o capitán de armas, el distinguido poeta cómico D. Agustín de Solazar y Torres[81]. Contiguo a esta casa, y formando parte de la misma manzana, se alzaba hasta 1840, en que fue derribado, el convento e iglesia de monjas franciscas, apellidado vulgarmente de Constantinopla, por una imagen de la Virgen traída de aquella ciudad, que se veneraba en su altar mayor. Hoy, en vez de aquel edificio, se ha roto una calle, denominada, a propuesta mía, de CALDERÓN DE LA BARCA; se han construido varias casas particulares, así como sobre el sitio que ocuparon más abajo las antiguas del mayorazgo de Ramírez de Vargas, que llevan los Condes de Bornos y tenían su entrada por San Nicolás, se ven hoy las nuevas de Pulgar.

El otro trozo de calle Mayor, conocido por las Platerías, estuvo desde un principio formado de casas de comercio en reducidos solares y con tres o cuatro pisos de elevación. Las tiendas (que estuvieron hasta poco ha en gran parte ocupadas por las escribanías de número) lo eran en los siglos XVI y XVII por los ricos artífices y mercaderes plateros de Madrid, que ostentaban su floreciente comercio y aventajada industria en ocasiones tales como en las entradas de las reinas D.ª Margarita, esposa de Felipe III, en 1599, y D.ª Mariana de Austria, esposa de Felipe IV, en 1649; haciendo alarde, en sendos aparadores colocados al frente de sus comercios, de una cantidad prodigiosa de alhajas de oro y plata, hasta en valor de dos, tres y más millones de ducados, según se lee en las prolijas relaciones de aquellos festejos.

En una de las casas más contiguas a la puerta misma de Guadalajara (la señalada con los números 7 y 8 antiguos y 82 moderno de la manzana 415) nació, en 25 de Noviembre de 1562, hijo de Félix de Vega y Francisca Fernández, personas de conocida nobleza en esta villa, el Fénix de los ingenios, Lope de Vega Carpio. La casa actual es moderna y está reunida con otros sitios que pertenecieron a Gaspar Rodríguez Cortés y Francisco López, y a los herederos de Jerónimo de Soto, con accesorias al callejón sin salida de la costanilla de Santiago, formando una superficie de 3.340 pies; fue después de las memorias que fundó D. Pedro de Oribe y Salazar, y hoy es propiedad particular. Designamos esta casa como la que ocupa el lugar del nacimiento de Lope, porque todos los biógrafos dicen que nació en la puerta de Guadalajara y casas de Jerónimo Soto; y habiendo reconocido los registros de todas las de aquellas inmediaciones, sólo hallamos en ésta la circunstancia de haber pertenecido a herederos de dicho Jerónimo Soto. Contra esta deducción nuestra pudiera oponerse un párrafo de una carta autógrafa de Lope, que posee el Sr. D. Agustín Duran y que dice: «Yo nací pared por medio del sitio en que Carlos V puso a la Francia a sus pies». Lo cual indicaría que fue en la manzana de enfrente y a la esquina de la plazuela donde están las casas de Lujan; pero ninguna de las de estas manzanas perteneció a Jerónimo de Soto; y sospechamos que la expresión pared por medio, que usa Lope, es una locución poética para expresar su proximidad a la torre de los Lujanes[82].

Por una coincidencia singular (que no ha sido hasta ahora notada por nadie), en otra casa casi enfrente de aquélla, en la acera opuesta (la señalada con el número 4 antiguo y 95 moderno de la manzana 173), murió, en 20 de Mayo de 1681, el otro no menos célebre poeta madrileño D. Pedro Calderón de la Barca. Dicha casa, que poseyó en vida el mismo Calderón, como perteneciente al patronato real de legos que en la capilla de San José de la parroquia de San Salvador fondo D.ª Inés Riaño y fue de Andrés de Henao, sus ascendientes maternos, existe todavía, probablemente con la misma distribución interior que en tiempo en que la habitó el gran poeta en su piso principal (único entonces), ofreciendo no escaso motivo de admiración en su misma modesta exigüidad, reducida toda ella a una superficie de 849 pies con 17 y medio de fachada, y un solo balcón en cada piso a la calle Mayor; y al contemplar al grande ingenio de la corte de Felipe IV, al octogenario capellán de honor, al noble caballero del hábito de Santiago, ídolo de la corte y de la villa, subir los elevados peldaños de aquella estrecha escalera, y cobijarse en el reducido espacio de aquella mezquina habitación, donde exhaló el último suspiro, no puede prescindirse de un sentimiento profundo de admiración y de respeto hacia tanta modestia en aquel genio inmortal, que desde tan humilde morada lanzaba los rayos de su inteligencia sobre el mundo civilizado.

MANTUAE URBE NATUS, MUNDI ORBE NOTUS[83].

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El antiguo Madrid, 1861 by Ramón de Mesonero Romanos is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial 4.0 International License, except where otherwise noted.

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