Notas del autor

(1) Claudio Bernard nos parece exagerar algo cuando, a guisa de ejemplos probatorios de sus tesis, afirma que «no sabremos nunca por qué el opio tiene una acción soporífera, y por qué de la combinación del hidrógeno con el oxígeno brota un cuerpo tan diverso en propiedades físicas y químicas como el agua». Esta imposibilidad de reducir las propiedades de los cuerpos a leyes de posición, de forma y de movimiento de los átomos (hoy diríamos de los iones y electrones) es real, pero no parece que lo sea en principio y para siempre.

(2) Es singular la coincidencia de esta doctrina con la desarrollada por Schopenhauer (desconocida de nosotros al redactar la primera edición de este discurso) en su libro El mundo como voluntad y como representación, tomo I, páginas 98 y siguientes. Al tratar de la lógica, dice «que el lógico más versado en su ciencia abandona las reglas de la lógica en cuanto discurre realmente». Y más adelante: «Querer hacer uso práctico de la lógica es como si para andar se quisiera tomar antes consejos de la mecánica». Parecido sentir expresa modernamente Eucken cuando afirma «que leyes y formas lógicas no bastan a producir un pensamiento vivo».

(3) Hoy creo menos en el poder de la selección natural que al escribir, treinta años hace, estas líneas. Cuanto más estudio la organización del ojo de vertebrados e invertebrados, menos comprendo las causas de su maravillosa y exquisitamente adaptada organización.

(4) En reciente libro, Ostwald corrobora esta reflexión, haciendo notar que casi todos los grandes descubrimientos fueron obra de la juventud. Newton, Davy, Faraday, Hertz, Mayer son buenos ejemplos.

(5) La brillante serie de descubrimientos eléctricos que siguieron al encuentro de la pila de Volta, a principios del siglo pasado, la pléyade de trabajos histológicos provocados por el descubrimiento de Schwann acerca de la multiplicación celular, y la repercusión profunda que el no muy alejado hallazgo de los rayos Roentgen ha producido en toda la física (encuentro de la radiactividad, descubrimiento del radio, del polonio, del fenómeno de la emanación, etc.) son buenos ejemplos de esa virtud creadora, y en cierto modo automática, que posee todo gran descubrimiento, el cual parece crecer y multiplicarse como la semilla arrojada al azar sobre terreno fértil.

(6) La opinión vulgar aquí combatida ha sido repudiada elocuentemente por casi todos los sabios. No resisto, sin embargo, a la tentación de copiar una comparación presentada bajo diversas y brillantes formas por nuestro incomparable vulgarizador científico don José Echegaray, cuya desaparición ha dejado a la ciencia española huérfana de un gran talento:

La ciencia pura es como la soberbia de oro y grana que se dilata en Occidente, entre destellos de luz y matices maravillosos: no es ilusión, es el resplandor, la hermosura de la verdad. Pero esa nube se eleva, el viento la arrastra sobre los campos y ya toma tintas más obscuras y más severas; es que va a la faena y cambia sus trajes de fiesta, digámoslo así, por la blusa de trabajo. Y entonces se condensa en lluvia, y riega las tierras, y se afana en el terruño, y prepara la futura cosecha, y al fin da a los hombres el pan nuestro de cada día. Lo que empezó por hermosura para el alma y para la inteligencia, concluye por ser alimento para la pobre vida corporal

(Academia de Ciencias, sesión solemne del 12 de marzo de 1916).

(7) Esto se escribía en 1896. Actualmente, la fábrica de instrumentos ópticos de Jena cuenta al frente de sus secciones nada menos que 33 investigadores matemáticos, ópticos, mecánicos y químicos, todos de primera fuerza. Legiones de químicos trabajan también en las grandes fábricas de productos químicos alemanes demostrando que el único medio de que la industria evite la ruina y el estancamiento es convertir el laboratorio en antesala de la fábrica.

(8) «Es el sentido común trabajando a alta tensión», según la frase gráfica de nuestro Echegaray.

(9) Es singular la coincidencia de esta doctrina con la clasificación en clásicos y románticos(talentos de reacciones lentas y talentos de reacciones rápidas), dada por Ostwald en su reciente e interesante libro sobre Los grandes hombres.

(10) Este ingenuo optimismo ha sufrido actualmente, con la horrenda guerra internacional iniciada en 1914, franco y rotundo mentís. Todo hacía creer, cuando esto se escribía, que la era de las grandes contiendas europeas había pasado. Ferrocarriles, telégrafos, periódicos, congresos, conferencias internacionales, difusión de idiomas, etc., parecían órganos destinados a realizar, tarde o temprano, la generosa aspiración de solidarizar y aproximar cordialmente a las naciones europeas.

Espectáculo consolador era contemplar cómo por encima de las fronteras se apretaban efusivamente las manos filósofos, sabios y obreros. Por desgracia, gobiernos militares y logreros insaciables actuaban en sentido contrario, y ahogaban de continuo, merced a inoculación intensa iniciada desde la escuela, la semilla del amor con el veneno del odio. Al siglo xxi tocará comenzar nuevamente la obra, acaso quimérica, de la reconciliación definitiva de los Estados de Europa, y de someter definitivamente al derecho atávicas codicias y desapoderadas ambiciones territoriales.

(Esta nota se escribió en 1916. Hoy, firmada la paz, arruinada Europa, visto el fracaso de la candorosa concepción wilsoniana de la Sociedad de las Naciones, enconado el odio de los pueblos vencidos, que sueñan ya con próximo desquite, miramos con amargo escepticismo todo intento jurídico de paz perpetua. ¡Triste es reconocerlo!, pero todo pueblo, modelado en monarquía o en república, se hace ferozmente imperialista en cuanto puede serlo. ¡Ay de los débiles o de los antipatriotas!)

(11) Tal estado de cosas ha variado algo en la actualidad. El tipo de inventor que trabaja por afán de lucro abunda mucho hoy en Alemania y, en general, en las naciones más adelantadas. La lucha por la patente y la fiebre de la competencia industrial han turbado la calma augusta del templo de Minerva. ¿Es un mal o un bien?

(12) Actualmente, en virtud de una emulación creciente, los focos de producción biológica se multiplican por doquier. Italia, Francia, Inglaterra y singularmente los Estados Unidos compiten y en muchos puntos sobrepujan a la hace algunos lustros insuperable labor de las Universidades alemanas.

(13) Aunque, merced a plausibles iniciativas, figura la lengua alemana en nuestro cuadro de asignaturas del Instituto, por desgracia, el fruto obtenido hasta hoy por nuestros escolares ha sido casi nulo, tanto por la influencia del tiempo destinado a tal estudio, cuanto por el vicioso método de enseñanza. Cuando falta el tiempo indispensable para dominar una lengua difícil, lógico sería no empeñarse en enseñar todo el alemán, sino el alemán científico, es decir, la suma relativamente escasa de reglas gramaticales y el caudal no muy cuantioso de voces necesario para traducir las monografías científicas. Lograr esto es obra de seis u ocho meses de labor asidua. Al aficionado a los trabajos biológicos le aconsejamos que se suscriba desde luego a una revista alemana de su especialidad, por ejemplo a un Zentralblatt cualquiera. La lectura, al principio muy trabajosa, de las monografías científicas, le resultará cada día más accesible. El placer de obtener desde el principio algún fruto de sus afanes, aumentará progresivamente su afición al trabajo.

(14) Si los celos internacionales lo consintieran, fuera mucho más sencillo y práctico convenir en el empleo de una lengua viva, el francés, por ejemplo, como idioma científico. A los entusiastas del esperanto cabría preguntarles: cuando viajéis por Francia, ¿os resignaréis a no hablar francés?

(Conforme era de presumir, hoy —1920— el flamante volapück ha sido definitivamente olvidado. Presagiamos que le ocurrirá lo mismo al esperanto).

(15) Cuando los españoles asisten a un congreso científico, deploran que nuestra lengua tenga que eclipsarse ante el alemán, francés o inglés. Estos patriotas inoportunos harían bien, antes de formular sus quejas y provocar la sonrisa de los sabios, en meditar estos tres irrebatibles asertos: 1.° Nuestra producción científica es, cualitativa y cuantitativamente, muy inferior a la de las cuatro naciones que gozan del privilegio de usar su lengua en los congresos. 2.º A consecuencia de esto, el castellano es desconocido de la inmensa mayoría de los sabios. Si inspirándonos en un patriotismo quijotesco nos empeñáramos en usarlo en los congresos internacionales, provocaríamos la deserción en masa de nuestros oyentes. 3.° En fin, naciones como Suecia, Holanda, Dinamarca, Hungría, Rusia y Japón, cuya producción científica supera con mucho a la española, jamás tuvieron la inmodestia de imponer en dichos certámenes su lengua respectiva; sus sabios son harto avisados para desconocer que, siendo ya excesiva la tarea de dominar las cuatro lenguas citadas, resultaría tortura insoportable aprender una o dos más.

(16) Hoy no suscribiría yo, sin algunas restricciones, este concepto mecánico, o si se quiere estrictamente físico-químico de la vida. En ella (origen, morfología de células y órganos, herencia, evolución, etc.) se dan fenómenos que presuponen causas absolutamente incomprensibles, no obstante las jactanciosas promesas darwinianas y los postulados de la escuela bioquímica de Loeb.

(17) Conocemos algunos que no se contentan con cerrar los armarios del laboratorio, sino que los precintan y lacran al ausentarse.

(18) Existen actualmente (1923) laboratorios en España tan suntuosamente dotados que los envidian los sabios más grandes del extranjero. Y, sin embargo, en aquéllos se produce poco o nada. Es que nuestros ministros y corporaciones docentes se han olvidado de dos cosas importantes: que no basta declararse investigador para serlo y que los descubrimientos los hacen los hombres y no los aparatos científicos y las copiosas bibliotecas.

(19) Esto se escribía hace muchos años. Claro es que hoy (1923), después de la guerra mundial, habría que aumentar estos modestos presupuestos en más de una mitad.

(20) El que esto escribe, el más humilde de los profesores españoles, pecaría de ingrato si no hiciera constar un hecho que habla muy alto en pro de la generosidad de nuestros gobiernos. Bastó la mera noticia telegráfica de que el premio llamado de Moscú, otorgado por el Congreso Internacional Médico de París (1900), había sido adjudicado a un español, para que in continenti se nos buscara en el rincón donde elaborábamos en silencio y se pusiera a nuestra disposición espléndido laboratorio. La medalla de Helmholz, y el premio Nobel, nuevos dones de nuestra buena estrella, obtenidos después (1906), sin contar las altas distinciones recibidas de las principales corporaciones científicas del mundo, nos proporcionaron la satisfacción de pensar que el modesto sacrificio hecho por el Estado español no había sido estéril para la Ciencia.

Y nuestro caso, afortunadamente, no es único. Todo el que en nuestro país ha sido consagrado por la ciencia extranjera, consigue, sin desearlas ni buscarlas, honra y prebendas. iA veces, hasta demasiadas!… Sepan, pues, los egoístas que anteponen siempre el galardón al merecimiento, que también en nuestra patria —y estoy por decir que mejor que en el extranjero— el cultivo serio de la ciencia constituye razonable negocio.

(21) Conocida es la frase célebre de Bonaparte, pronunciada ante el Consejo de Estado cuando era cónsul: «Si el hombre no envejeciera, desearía que se pasase sin mujer.»

(22) Aludimos aquí especialmente a los efectos de la concentración mental y del trabajo intensivo, capaces de convertir el sabio en perpetuo distraído, tan flojo y descuidado en la educación de sus hijos como en la administración de sus bienes.

(23) Podríamos citar más de veinte jóvenes de gran capacidad y excelente preparación, cuya labor inquisitiva, apenas empezada, naufragó con el matrimonio. Actualmente, y por lo que toca a la biología, casi todos nuestros mejores productores son celibatarios.

(24) Citado por el notable profesor Pou y Orfila en un excelente folleto donde trata del estudio de la Anatomía: Observaciones sobre la enseñanza de la Medicina, Montevideo, 1906.

(25) El culto a la consecuencia, que en política pasa por virtud, en ciencia resulta casi siempre señal inequívoca de orgullo o de cortedad de luces. La variabilidad es uno de los rasgos que mejor traducen la honradez del investigador. En nuestro concepto, quien no sepa abandonar una opinión falsa se declara a sí mismo necio, viejo o ignorante, porque, en efecto, sólo los tontos, los decrépitos y los que no leen se obstinan en el error. Los consecuentes a ultranza parecen declarar con un olímpico desdén a toda novedad científica: «Valgo y sé tanto, que todo cuanto la ciencia descubra no me hará corregir en un ápice mis opiniones». El cerebro es un árbol cuyo ramaje se desarrolla y complica con el estudio y la meditación; pretender, pues, que en materias opinables no cambie, es querer que el árbol futuro no pase de arbusto o no críe jamás ramas torcidas. La ciencia nos enseña que el hombre, en el transcurso de su vida, se renueva material y mentalmente muchas veces, que en la vida individual hay diversos avatares que llegan casi a interrumpir la continuidad de la conciencia y el sentimiento de la propia personalidad. Las nuevas lecturas y la mudanza del medio moral e intelectual cambian y mejoran continuamente el ambiente interior y depuran y refinan nuestros juicios. Transcurridos los cincuenta años, ¿quién se atreverá a defender sinceramente todas las concepciones de su personalidad de los veinte, es decir, del pensar de la juventud inexperta y generosa?

(26) Piadosa con los viejos, la Naturaleza ha otorgado al cerebro el excelso privilegio de resistir más que ningún órgano al implacable proceso de la degeneración.

(27) Hoy nos preocupamos de la autonomía universitaria. Está bien. Mas si cada profesor no mejora su aptitud técnica y su disciplina mental, si los centros docentes carecen del heroísmo necesario para resistir las opresoras garras del caciquismo y favoritismo extra e intrauniversitario, si cada maestro considera a sus hijos intelectuales como insuperables arquetipos del talento y de la idoneidad, la flamante autonomía rendirá, poco más o menos, los mismos frutos que el régimen actual. ¿De qué servirá emancipar a los profesores de la tutela del Estado, si éstos no tratan antes de emanciparse de sí mismos, es decir, de sobreponerse a sus miserias éticas y culturales? El problema central de nuestra Universidad no es la independencia, sino la transformación radical y definitiva de la aptitud y del ideario de la comunidad docente. Y hay pocos hombres capaces de ser cirujanos de sí mismo. El bisturí salvador debe ser manejado por otros.

(28) El relato de los extranjeros que visitaron España en la época de su grandeza o en el comienzo de su declinación, y los testimonios de nuestros escritores de los siglos XVI y XVII, demuestran que nuestra preponderancia en Europa fue meramente militar y no cultural. Ciencia, industria, agricultura, comercio, todas las manifestaciones del espíritu y del trabajo eran en la época de los Reyes Católicos y de Carlos V sumamente inferiores a las del resto de Europa. Citando un caso entre mil, Simón Abril, en sus Apuntamientos a Felipe II, se lamentaba ya de que careciéramos de matemáticos, «con afrenta de la nación y de gran perjuicio de la república, pues España debe ir a buscar los ingenios a extrañas naciones, con daño grave del bien público». Avergüenza saber que casi todos nuestros generales y almirantes de las guerras de Italia y Flandes fueron extranjeros. Cristóbal de Villalón, que escribió también en el Siglo de Oro de nuestra historia, se lamenta, amén de los defectos del carácter nacional, de la mediocridad de nuestros gramáticos y humanistas, muy inferiores a los extranjeros. (Véase su Viaje de Turquía.)

(29) En la cuenca del Ebro (Aragón especialmente), la columna del pluviómetro rara vez alcanza 300 milímetros, y en Murcia y Almería es raro el año en que se eleva a 250. En cambio, en todo el litoral cantábrico pasa de 1500, a veces sube a 2000.

(30) La cifra de 40 millones supuesta por algunos, y sobre todo por Macías Picavea, representa pura fantasía. Si hoy, no obstante el florecimiento industrial de algunas regiones, el ensanche creciente de las ciudades, el progreso notable de la agricultura y de la minería, etc., nuestro territorio no produce mantenimiento ni aun para los 20 millones de habitantes que lo pueblan, ¿por qué arte milagroso pudo antaño mantener 40 millones (no los tiene todavía la riquísima Francia) con un suelo en gran parte sin roturar y con ciudades —salvo alguna excepción– reducidísimas, según atestiguan todavía las murallas subsistentes de las más populosas?

(31) Antes de Buckle fueron muchos los extranjeros que atribuyeron nuestra decadencia a la exaltación del principio religioso y al desprecio de las artes útiles. Recuérdese, entre otras, la observación de Montesquieu: «Mirad una de sus bibliotecas (las de España): las novelas por un lado, y la escolástica por otro, ¿no es verdad que todo ello parece obra de algún secreto enemigo de la razón humana?» Gráfica es también esta frase de Voltaire: «La Inquisición y superstición perpetuaron aquí (en España) los errores escolásticos, las matemáticas fueron tan poco cultivadas de los españoles, que en sus guerras emplearon siempre ingenieros italianos.» Juicio análogo dejamos estampado ya de nuestro Simón Abril, escritor de la época de Felipe II.

(32) Recuérdese la célebre polémica sostenida entre Sanz del Río, Revilla, etc., por un lado, y los tradicionalistas, reforzados con el valioso apoyo de Menéndez Pelayo, por otro. Los krausistas sostenían «que el espíritu español se halla desarrollado sólo parcialmente, desdeñando la razón y el entendimiento, y que, no habiendo existido ciencia ni filosofía españolas, la historia de estas disciplinas podía hacerse sin citar otros nombres que los de los marinos heroicos que descubrieron América y dieron la vuelta al mundo. Al contrario, los tradicionalistas afirmaban que durante el Siglo de Oro habíamos creado ciencia y filosofía altísimas y originales, y que ello se debió, en gran parte, al fervor religioso y al despotismo paternal de los reyes. En cuanto a mi humilde opinión, formada después de pesar serenamente los argumentos de entrambas escuelas, coincide casi completamente con el juicio de un escritor francés, imparcial, de nuestros días. Dusolier, que siguió con interés los incidentes de la famosa controversia, afirma: «Contrariamente a los asertos, demasiado modestos o demasiado desdeñosos, de la escuela krausista, creemos que ha existido, en efecto, una ciencia y una filosofía españolas, pero pensamos también que todo el talento de Menéndez Pelayo no basta para probar que esta filosofía y esta ciencia hayan sido muy importantes.» (Dusolier: «Apercu historique sur la Médecine en Espagne», etc., París, 1906.) Con relación a las matemáticas, el mayor de nuestros actuales geómetras, el señor Rey Pastor, hace notar, en bien documentado discurso, que nuestros geómetras del Siglo de Oro y siguientes trabajaron a menudo sin conocer suficientemente las grandes conquistas matemáticas del Renacimiento, singularmente las debidas a los sabios italianos, franceses o ingleses.

(33) Cristóbal de Villalón, a quien debe considerarse como el precursor de nuestros modernos regeneradores, decía ya un poco crudamente en el siglo xvi (Viaje de Turquía) aludiendo al orgullo e insolencia hispanos: «Entre todas las naciones del mundo somos los españoles los malquistos de todos, y con grandísima razón, por la soberbia, que en dos días que servimos queremos ser los amos y si nos convidan una vez a comer alzámonos con la posada.» Villalón tuvo también una visión muy certera de la esterilidad de nuestro suelo y de nuestra penuria militar cuando, comparando España con Italia, preguntaba: «iParéceos que podría mantener tantos ejércitos como Italia? Si seis meses anduviesen cincuenta mil hombres dentro la asolarían, que no quedase fanega de pan ni cántaro de vino, etc.» Y si esto se escribía por un español patriota en tiempos de Felipe II, ¿cómo extrañarnos de que durante reinados posteriores hayan repetido lo mismo numerosos extranjeros?

(34) Sabido es que el verbo cerrar, tan expresivo de nuestro grito de guerra, significa embestir, acometer. Pero el pensamiento de Bunge de que España vivió casi aislada de las naciones cultas es, desgraciadamente, verdadero y por eso lo citamos.

(35) Por lo demás, Saavedra participaba, como no podía menos, de los sentimientos y prejuicios de su época. Ni se ha de olvidar que en sus Empresas defiende el interés egoísta del príncipe, no siempre coincidente con el de la nación. Hay, pues, que perdonarle sentencias como ésta: «La ruina de un Estado es la libertad de conciencia… Muy quietos y felices viven los esquízaros que no se ejercitan mucho en las ciencias… Sobran Universidades… Con la atención de las ciencias se enflaquecen las fuerzas y envilecen los ánimos… Con el estudio se crían melancólicos los ingenuos; aman la soledad y el celibato», etc.

(36) Estos intereses fueron casi del todo abandonados, salvo alguna excepción, al advenir la dinastía austriaca. Y estoy muy cerca de pensar que la independencia española acabó prácticamente con los Reyes Católicos y el cardenal Cisneros. Después, con excepción de algunos períodos de cordura patriótica, fuimos a remolque de las ambiciones dinásticas y de las codicias de monarcas que recibían a menudo el santo y seña de las cortes extranjeras.

(37) Si la teoría de la superioridad de las razas hiperbóreas de Europa, creada por el ingenuo francés Gobineau y coreada por sajones y alemanes para su glorificación, hubiera detenido a los japoneses, a estas fechas careceríamos de la prueba más decisiva acerca de la eficacia del contagio y de la imitación, como generadores de la grandeza de un pueblo. La Ciencia, el Arte, la Industria y la Milicia habrían perdido colaboradores soberanos. Y nosotros los médicos no podríamos aplaudir, entre otras vidas gloriosas, la de un Kitasato, descubridor del microbio de la peste bubónica y fundador, con el alemán Behring y el francés Roux, de los principios de la seroterapia.

(38) Han seguido después, con inesperado apoyo de la opinión pública, la Residencia de estudiantes femeninos, dirigida por la incomparable educadora María de Maeztu, la Residencia de párvulos, y, en fin, el Instituto-Escuela, que aspira a ser una Escuela-liceo de tipo europeo, donde se junten las excelencias de una instrucción selecta encomendada a profesores eméritos, con los beneficios de una sana y confortadora educación del cuerpo y espíritu.

(39) La guerra ha disminuido notablemente esta cifra, con daño grave para la celeridad de nuestro progreso científico e industrial.

(40) No por unas docenas, como solemos nosotros, por centenas se cuentan los japoneses pensionados en Berlín, Viena, Londres y París. Aún hoy, en que el Imperio del Sol Naciente ha recogido ya frutos gloriosos de su educación europea, existen en Berlín más de 400 pensionados japoneses. ¿Cuántos de ellos se contarán en Inglaterra, Francia y los Estados Unidos? Trátase de un formidable ejército de intelectuales que asaltan los laboratorios, devoran los libros de ciencia y laboran heroicamente por la hegemonía intelectual y política de su país.

(41) El éxito japonés ha contagiado a la China, que prepara su renacimiento intelectual sosteniendo en el Japón 10.000 estudiantes becarios, 600 en los Estados Unidos y unos 300 en Europa, con delegaciones permanentes en estos países para vigilarlos y cuidarlos.

(Esto se escribía en 1913. Claro es que la horrenda guerra europea habrá acarreado en estos países iguales deplorables consecuencias que en España.)

(42) En Alemania los jóvenes suelen entrar en la Universidad a los dieciocho o veinte años, para abandonarla a los veintisiete o veintiocho, porque aunque la ley señala un mínimo de cinco años de estudios académicos y otro de voluntariado en otras Universidades (en junto seis años), la formalidad y reflexión del estudiante tudesco, admirablemente secundadas por la previsión del padre de familia, le llevan a prolongar la carrera, ampliando el conocimiento de las disciplinas más importantes o de aquellas para las cuales siente viva predilección.

(43) Las noticias que hemos podido procurarnos de Chile y de la Argentina revelan que, exceptuados unos pocos profesores alemanes, atenidos a su misión de crear e inocular la ciencia, los demás, es decir, la inmensa mayoría, fueron arrollados por la fiebre del negocio, a que pocos emigrantes resisten.

(44) Después de la guerra mundial, es casi seguro que aumentará en proporciones considerables el éxodo de los sabios, a causa de agobios económicos insoportables en Alemania, y desconocidos o muy atenuados en las naciones neutrales.

(45) El método actual de invitar a ciertas lumbreras extranjeras para dar algunas conferencias en nuestros centros docentes, lo consideramos poco provechoso. Es preciso que el sabio invitado profese por lo menos un curso y que, asistido del material necesario, enseñe a sus discípulos la técnica de la investigación.

(46) Hoy añadiría también a los políticos de altura. Una ley que excluyera de los Consejos de Estado a todo político que no hubiera permanecido por lo menos tres años en las escuelas extranjeras (singularmente en las de Alemania, Inglaterra y Francia), sería decisiva para el éxito de nuestra renovación cultural, agrícola e industrial. Si esto se hubiera hecho antes del 98, habríase evitado la pérdida de las colonias, porque aparte otros factores de que no debo ocuparme aquí, casi ninguno de nuestros ministros y generales de entonces tenía la menor idea del arrollador poderío marítimo, militar e industrial de los Estados Unidos. Nadie está capacitado para salvaguardar eficazmente los intereses de su patria, si previamente no conoce a fondo las fuerzas políticas y los recursos morales y materiales de las ajenas naciones.

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