V – MARCHA DE LA INVESTIGACIÓN MISMA

Siguiendo a E. Naville, consideramos en toda investigación científica tres operaciones mentales sucesivas, a saber: observación, suposición o hipótesis, y verificación. En algún caso, la indagación misma tiene como precedente, no la observación personal, sino un acto de crítica, una repugnancia sentida a priori por nuestro espíritu respecto de ciertas doctrinas más o menos generalmente admitidas; pero hay que convenir que semejante desacuerdo supone a menudo alguna experiencia personal, siquiera sea ligera, sobre el tema o sobre materias afines del sujeto de la investigación.

a. Observación.

Debe realizarse en las mejores condiciones posibles, aprovechando el efecto de los instrumentos analíticos más perfectos y los métodos de estudio merecedores de más confianza. A ser posible, aplicaremos varios métodos al mismo tema, y corregiremos las deficiencias de los unos con las revelaciones de los otros. Importa, asimismo, evitar toda ligereza en la apreciación de los hechos, reproduciéndolos de mil maneras, hasta cerciorarnos de su absoluta constancia y de no haber sido víctimas de alguna de esas falaces apariencias que detienen (particularmente en los estudios micrográficos) a los jóvenes exploradores.

Si nuestro estudio versa sobre un objeto de Anatomía, Historia Natural, etc., la observación correrá paralela al dibujo; porque, aparte otras ventajas, el acto de copiar disciplina y robustece la atención, obliga a recorrer la totalidad del fenómeno estudiado, y evita, por tanto, que se nos escapen detalles frecuentemente inadvertidos en la observación ordinaria. En ciencias naturales sólo podemos lisonjearnos de conocer una forma o una estructura cuando sepamos representarlas fácil y detalladamente. Por algo todos los grandes observadores son habilísimos dibujantes.

Cuando, a pesar de haber aplicado los medios conducentes, la preparación del objeto no salga enteramente a nuestro gusto, hay que reproducirla cuantas veces sea preciso para obtener del método el máximo rendimiento. Será de gran provecho, al efecto, tener a la vista, para confrontarla con las nuestras, alguna preparación excelente ejecutada por el autor del método o por alguno de sus discípulos esotéricos. Tendremos presente que el hecho nuevo lo descubre, no el que lo ve primeramente, sino el que, merced a una técnica habilísima, supo presentarlo con entera evidencia, logrando llevar la convicción al ánimo de todos.

b. Hipótesis directriz.

Observados los hechos ,es preciso fijar su significación, así como las relaciones que encadenan la nueva verdad al conjunto de verdades de la Ciencia. En presencia de un fenómeno insólito, el primer movimiento del ánimo es imaginar una hipótesis que dé razón de él y que venga a subordinarlo a alguna de las leyes conocidas. La experiencia falla después definitivamente sobre la verosimilitud de nuestra concepción.

Meditando sobre el carácter de las buenas hipótesis, se cae en la cuenta de que, en su mayor parte, representan generalizaciones prematuras, inducciones arriesgadas, en cuya virtud el hecho recién descubierto se considera provisoriamente como caso particular de un principio general, o como un efecto desconocido de una causa conocida. Así, la hipótesis evolucionista, tan fecunda en las ciencias biológicas, representa exclusivamente una generalización a todos los seres de la ley de la herencia, sólo positivamente demostrada en la ontogenia de cada especie. Cuando Lavoisier creó la teoría del calor animal, no hizo más que reducir el fenómeno respiratorio de los animales, desconocido antes en su esencia, a la ley general de la producción del calor por la oxidación del carbono, etc.

Para la creación de la hipótesis tendremos en cuenta las reglas siguientes: 1.a, que la hipótesis sea necesaria, es decir, que sin ella no quede arbitrio para explicar los fenómenos; 2.a, que sea, además, verificable, ó, por lo menos, concebirse, para un plazo más o menos remoto, su verificabilidad; pues las hipótesis que se substraen por completo a la piedra de toque de la observación dejan, en realidad, los problemas sin esclarecer, y no pueden representar otra cosa que síntesis artificiales coordinadoras, pero no explicativas, de los hechos; y 3.a, que sugiera, a ser posible, también investigaciones y controversias que, si no zanjan la cuestión, nos aproximen, al menos, al buen camino, promoviendo nuevas y más felices concepciones. Aun siendo errónea, una hipótesis puede servir eficazmente al progreso, con tal que esté basada en nuevas observaciones y marque una dirección original al pensamiento científico. Y, en todo caso, la explicación, rechazada por falsa, siempre tendrá una ventaja: la de restringir, por exclusión, el campo de lo imaginable, eliminando soluciones inaceptables y causas de error.

Muchos sabios ilustres, y singularmente el gran físico Tyndall, han insistido elocuentemente sobre la importancia de las hipótesis en la ciencia, y acerca del gallardo papel que desempeña la imaginación en la creación de las buenas y fecundas teorías. Por nuestra parte opinamos lo mismo, y creemos que, si la hipótesis es un arma de que se abusa demasiado, es también un instrumento lógico, sin el cual ni la observación misma, con ser de suyo tan pasiva, puede realizarse. Buena o mala, una conjetura, un intento de explicación cualquiera, será siempre nuestro guía; pues nadie busca sin plan, y aun los llamados hallazgos casuales se deben comunmente a alguna idea directriz, que la experiencia no sancionó, pero que tuvo virtud, no obstante, para llevarnos a un terreno poco o nada explorado. Si me perdonara lo vulgar del símil, diría que en esto sucede lo que con los amigos, que aparecen en la calle, entre la multitud de las gentes que trajinan, en el preciso instante en que pensamos en ellos, por la razón bien sencilla de que, cuando en ellos no pensamos, pasan cerca de nosotros sin que nos apercibamos de su presencia. Impulsados por la hipótesis, acaso ocurrirá que hallemos en los hechos distinta cosa que lo buscado; pero, en todo caso, mejor es esto que no hallar nada, que es justamente lo que le sucede al mero e inerte contemplador de los fenómenos naturales.

Inútil será recordar que todos los grandes investigadores han sido fecundos creadores de hipótesis. Con profunda razón se ha dicho que ellas son el primer balbuceo de la razón en medio de las negruras de lo desconocido; la sonda tendida en el misterioso abismo; el bastón que nos guía en las tinieblas; el puente, en fin, aéreo y atrevido que junta la playa amiga con el inexplorado continente.

Difícil es dictar reglas para imaginar hipótesis. Quien no posea cierta intuición de la verdad, cierto instinto adivinatorio para columbrar la idea en el hecho y la ley en el fenómeno, pocas veces dará, cualquiera que sea su talento de observador, con una explicación razonable. Cabe, empero, señalar, por lo que toca a las hipótesis biológicas, algunos conceptos o nociones generales, cuyo recuerdo podrá ser provechoso a la hora de explicar los hechos descubiertos. He aquí algunas de ellas:

1. La Naturaleza emplea los mismos medios para iguales fines.

En virtud de este principio nos será, en muchos casos, dado reducir una disposición desconocida a otra conocida. Por ejemplo: cuando la mitosis o kariokinesis fue descubierta en las gruesas células de las larvas de tritón y salamandra, pudo racionalmente esperarse hallar parecidos cambios de estructura nuclear en la división celular del hombre y vertebrados superiores, así en estado normal como en condiciones patológicas; y, en efecto, la experiencia confirmó la previsión. Una vez esclarecida en los vertebrados, gracias a las investigaciones de Kühne, Krause, Ranvier, etc., la terminación libre, mediante arborizaciones varicosas, de las fibras nerviosas motrices y sensitivas, podía preverse, en virtud de la citada ley, que el hecho se repetiría en los centros nerviosos, no sólo de los vertebrados, sino de los invertebrados. Y esta sospecha racional vino a ser luego plenamente confirmada por nosotros, por Kölliker, Lenhossék, van Gehuchten, etc., para los vertebrados, y por Retzius, Lenhossék y otros para los invertebrados. Inútil multiplicar los ejemplos.

2. Natura non facit saltum.

Dado que la ontogenia, como la filogenia, representan dos series paralelas de formas que van de lo sencillo a lo complicado, nada mejor podemos hacer, para esclarecer la estructura de un órgano complejo y casi inabordable por difícil en los vertebrados superiores, que estudiar éste en sus formas simples, ora del desarrollo individual, ora de las especies. Método excelente es, para determinar la significación de una cosa, averiguar cómo llega a ser lo que es; porque, al señalar el lugar que ocupa en la cadena evolutiva, esclarecemos, sin pensarlo, su valor anatómico y fisiológico.

3. Toda disposición natural, por caprichosa que parezca, tiene un fin utilitario.

Abstracción hecha de los órganos atróficos, este principio teleológico es aplicable a todas las particularidades de estructura de animales y plantas. Al enunciar esta ley, no pretendemos, como supusieron Linneo, Cuvier y Agassiz, que cada órgano represente una encarnación directa del principio creador: aspiramos no más a establecer que, sea por la causa que quiera, toda variación conservada por la Naturaleza, es decir, fijada por la herencia, representa una disposición útil al individuo o a la especie; puesto que las disposiciones inútiles o desfavorables provocadas por variación, no dando asidero a una selección positiva, deben ser rápidamente eliminadas. En armonía con este principio, hay que atribuir una función importante a cuantos órganos o tejidos se mantienen tenazmente al través de la escala animal, y una actividad menos urgente, por lo menos para la vida del individuo, a aquellos otros exiguamente representados en la serie zoológica. De este principio usa y abusa continuamente el fisiólogo al tratar de interpretar el dinamismo de órganos como los de la circulación, digestión y locomoción: dinamismo en el cual tanta luz arroja nuestro conocimiento de la Física y de la Química, o, como dice Letamendi, el estado actual de nuestros conocimientos industriales.

4. La Naturaleza procura, en virtud de su tendencia al ahorro, organizar las diversas funciones con el menor número posible de células, y formar éstas con el menor gasto posible de protoplasma.

Este principio explica muchos cambios de forma y de posición de las células de los órganos a medida que se acentúa la diferenciación funcional; da cuenta también de esa progresiva centralización administrativa de los ganglios nerviosos, que se observa en la serie animal, al compás del desarrollo adquirido por las asociaciones dinámicas de los ganglios, ora entre sí, y ora con los aparatos motores y sensoriales.

5. Las funciones complicadas exigen en el órgano una urdimbre histológica compleja.

En virtud del principio de la división del trabajo, cada uno de los oficios encomendados a un órgano reclama un substractum anatómico específico, es decir, particularmente diferenciado química y morfológicamente para el mejor cumplimiento de su cometido. Bajo la inspiración de esta verdad, patentizada por la Anatomía y Fisiología, el biólogo buscará, a despecho de las engañosas apariencias de homogeneidad, partes diferenciadas en órganos de actividad compleja. Por haber menospreciado este principio de simple buen sentido, cayeron en graves errores sabios tan eximios como Huxley, Haeckel, Ranvier, Cl. Bernard, etc., quienes osaron suponer, fiando harto de la insuficiente Anatomía de su tiempo, que la vida de la célula está ligada, a pesar de sus múltiples actividades, a un substractum protoplásmico homogéneo en lo morfológico, aunque complejo en lo químico. Afirmación tan aventurada como sería la suposición de que la compleja función de una locomotora resulta exclusivamente del informe amasijo de agua, cobre, hierro y carbón, de que se compone.

6. La vida y la estructura van más allá de nuestros recursos amplificantes y de la potencia reveladora de nuestros métodos.

Caso raro sería que la estructura celular acabase allí donde termina la capacidad amplificante y resolutiva del microscopio. Corolario obligado de semejante principio será el considerar toda apariencia de homogeneidad de células y tejidos, no como un hecho irreductible, sino como expresión transitoria de la insuficiencia de los métodos analíticos: por donde se ve cuán oportuno es revisar de tarde en tarde todo caso de amorfismo celular, con ocasión de cualquier perfeccionamiento deparado por la Química o la Optica.

7. La interpretación fisiológica de los órganos y tejidos no acaba forzosamente allí donde termina la aplicación de nuestros conocimientos de las ciencias auxiliares, hasta hoy legítimamente aprovechadas para el esclarecimiento del mecanismo vital.

O, en otros términos, se dan partes orgánicas cuyas actividades, con ser rigurosamente físico-químicas, resultan por ahora irreductibles a los principios de la Mecánica, porque en ellas el organismo utiliza resortes que la Ciencia actual desconoce. No queramos, por tanto, aplicar constantemente a la interpretación de los fenómenos celulares hipótesis físico-químicas. En la ausencia de datos suficientes para formular una explicación racional, cuando la inextricable estructura de un órgano, o el mecanismo de una función, opongan insuperable resistencia a nuestros métodos, abstengámonos de imaginar hipótesis; que vale más confesar paladinamente nuestra impotencia, que no lisonjearnos con la cándida ilusión de haber resuelto un problema, del cual ni siquiera hemos sabido barruntar la extraordinaria dificultad. De esta pueril manía de cazar leones con mostacilla, si nos es lícito lo vulgar de la expresión; de esta excesiva confianza en los recursos teóricos que para la resolución del supremo enigma de la vida pueden ofrecernos las ciencias auxiliares, adolecen casi todos los modernos creadores de teorías biológicas generales, aunque éstos tengan nombres tan justamente célebres como Herbert Spencer, Darwin, Haeckel, Heitzmann, Bütschli, Noegeli, Altmann, Weissmann, etc. En el presente estado de la Ciencia, las buenas explicaciones o teorías biológicas sólo pueden abarcar grupos relativamente restringidos de fenómenos.

La Biología es una ciencia joven, apenas posesionada de sus principales métodos de estudio. Temeridad, y grande, es acometer la síntesis suprema cuando ni siquiera se hallan acopiados los primeros materiales con los cuales se ha de construir el gran edificio de aquella ciencia. La incomprensión de tan patente dificultad, el ciego afán de encerrar el Universo en un sencillo esquema, proviene a veces de un superior espíritu filosófico; pero dimana más a menudo de estrechez de miras y de pereza de pensamiento. Las cabezas impacientes, pero ambiciosas, no parecen percatarse de la pobreza de nuestros recursos mentales, para llegar a la síntesis suprema; y, en su natural deseo de ahorrar trabajo analítico y fatiga de memoria, gustan formarse la ilusión de poder condensar, en fórmula sencilla y arquitectural, la serie inacabable de los hechos particulares. No caen en la cuenta de que, en vez de resolverlo, han descartado el problema: que, en lugar de abarcar con su mirada el horizonte entero de la Creación, sólo han logrado explorar un grano de arena perdido en la inmensidad de la playa, desde el cual, y sin penetrarse del engaño, proyectan sobre el Universo la verdad parcial, hallada por su fatigosa e insignificante labor.

8. Verificación.

Imaginada la hipótesis, es menester someterla a la sanción de la experiencia, para lo cual escogeremos experimentos ú observaciones precisas, completas y concluyentes. Imaginar buenas experiencias es uno de los atributos característicos del ingenio superior, el cual halla manera de resolver de una vez cuestiones que los sabios mediocres sólo logran esclarecer a fuerza de largos y fatigosos experimentos.

Si la hipótesis no conforma con los hechos, hay que rechazarla sin piedad, e imaginar otra aplicación exenta de reproche. Durante el proceso de la verificación, pondremos la misma diligencia en buscar los hechos contrarios a nuestra hipótesis que los que pueden confirmarla. Evitemos encariñamientos excesivos con las propias ideas, que deben hallar en nosotros, no un abogado, sino un fiscal. El tumor, aunque propio, debe ser extirpado. Harto mejor es rectificar nosotros que aguardar la corrección de los demás. Por nuestra parte, no sentimos contrariedad ninguna al modificar nuestros juicios, porque creemos que, caer y levantarse, sólo revela pujanza; mientras que, caer y esperar una mano compasiva que nos levante, acusa debilidad. Confesaremos, sin embargo, los propios errores siempre que alguien nos los demuestre, con lo cual obraremos como buenos, probando que sólo nos anima el amor a la verdad, y granjearemos una superior consideración y estima a nuestras opiniones. Si nuestro orgullo opone algunos reparos, tengamos en cuenta que, mal que nos pese, todos nuestros artificios no serán poderosos a retardar el triunfo de la verdad, que se consumará por lo común en vida nuestra, y que será tanto más ruidoso cuanto más enérgica sea la protesta del amor propio. No faltará, sin duda, algún espíritu superficial, y acaso mal intencionado, que nos eche en cara nuestra inconsecuencia, despechado sin duda porque nuestra espontánea rectificación le ha privado de obtener a nuestra costa fácil victoria; más a éstos les contestaremos que el deber del hombre de ciencia no es petrificarse en el error, sino adaptarse continuamente al nuevo medio científico; que el vigor cerebral está en moverse, no en anquilosarse; y que en la vida intelectual del hombre, como en la de las especies zoológicas, lo malo no es la mudanza, sino la regresión y el atavismo. La variación supone vigor, plasticidad, juventud; la fijeza es sinónima de reposo, de pereza cerebral, de inercia de pensamiento: de la inercia fatal, nuncio seguro de decrepitud y de muerte.

Cuando el trabajo de verificación arroje poca luz, imaginemos nuevas experiencias, y procuremos colocarnos en las mejores condiciones para valuar el alcance de la hipótesis. En Anatomía, por ejemplo, ocurre frecuentemente la imposibilidad de esclarecer la estructura de un órgano complejo: lo cual depende de que atacamos el problema por su lado más difícil, pretendiendo resolverlo en el hombre o en los vertebrados superiores. Mas, si acudimos a los embriones o a los animales inferiores, la Naturaleza se nos muestra más ingenua y menos esquiva, ofreciéndonos el plan cuasi esquemático de la estructura buscada, con lo que, a menudo, nuestra teoría recibirá plena y definitiva confirmación.

En resumen: la marcha seguida por el investigador en la conquista de una verdad científica suele ser:

1.° Observación de los hechos, presentados, a favor de métodos terminantes, con toda la corrección necesaria.

2.° Eliminación de las hipótesis erróneas, y creación de una teoría racional de los hechos, en cuya virtud éstos queden subordinados a una ley general.

3.° Verificación de la hipótesis mediante la ejecución de nuevas observaciones y experiencias, y tentativas de generalización a otros dominios científicos.

4.° De no conformar con la realidad, sustitución de la hipótesis por otra, que será, a su vez, sometida a la sanción de la experiencia.

5.° Aplicaciones y ramificaciones de la hipótesis, ya convertida en verdad firme, a otras esferas del saber.

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