EL ROMANCE VEINTITRÉS

dice por otra su manera cómo el rey moro quería ganar la ciudad del Cid

¡Helo, helo por do viene
el moro por la calzada!,
caballero a la jineta
encima una yegua baya;
borceguíes marroquíes
y espuela de oro calzada;
una adarga ante los pechos
y en la mano una azagaya.
Mirando estaba a Valencia
cómo está bien torreada:
«¡Oh Valencia, oh Valencia,
de mal fuego seas quemada!,
primero fuiste de moros
que de cristianos ganada;
si la lanza no me miente,
a moros serás tornada,
y aquel perro de aquel Cid
prenderélo por la barba;
su mujer doña Jimena
será de mí captivada,
y doña Urraca su hija,
la mi linda enamorada;
después de yo hartarme de ella,
la entregaré a mi compaña».
El buen Cid no está tan lejos
que todo no lo escuchaba:
—Venid vos acá, mi hija,
la mi hija doña Urraca,
dejad las ropas continas
y vestid ropas de pascua;
aquel moro hi de perro
detenémelo en palabras,
mientras yo ensillo a Babieca
y me ciño la mi espada.

La doncella muy hermosa
se paró a una ventana;
el moro desque la vido
de esta suerte le fablara:
—¡Alá te guarde, señora,
mi señora doña Urraca!
—¡Así faga a vos, señor,
buena sea vuestra llegada!
Siete años ha, rey, siete,
que soy vuestra enamorada.
—Otros tantos ha, señora,
que os tengo dentro en mi alma.

Ellos estando en aquesto,
el buen Cid que ya asomaba.
—¡Adiós, adiós, mi señora,
la mi linda enamorada!,
que del caballo Babieca
yo bien oigo la patada.

Do la yegua pone el pie,
Babieca pone la pata;
allí fablara el caballo,
bien oiréis lo que fablara:
«Reventar debía la madre
que a su hijo no esperaba».
Siete vueltas la rodea
alrededor de una jara;
la yegua que era ligera
muy adelante pasaba,
fasta llegar cabe un río
adonde una barca estaba.
El moro desque la vido
con ella mucho se holgara;
grandes gritos da al barquero
que le allegase la barca;
el barquero es diligente,
túvosela aparejada;
embarcó muy presto en ella,
que no se detuvo nada.

Estando el moro embarcado,
el buen Cid que llega al agua,
y por ver al moro en salvo,
de coraje reventaba;
mas con la furia que tiene
una lanza le arrojaba,
diciendo: —¡Recoged, yerno,
recogedme aquesa lanza,
que quizá tiempo verná
que os será bien demandada!

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