EL INFANTE ARNALDOS

¡Quién hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar
como hubo el infante Arnaldos
la mañana de San Juan!
Andando a buscar la caza
para su falcón cebar,
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar;
las velas trae de sedas,
la ejarcia de oro torzal,
áncoras tiene de plata,
tablas de fino coral.
Marinero que la guía,
diciendo viene un cantar,
que la mar ponía en calma,
los vientos hace amainar;
los peces que andan al hondo,
arriba los hace andar;
las aves que van volando,
al mástil vienen posar.

Allí habló el infante Arnaldos,
bien oiréis lo que dirá:
—Por tu vida, el marinero,
digasme ora ese cantar.
Respondióle el marinero,
tal respuesta le fue a dar:
—Yo no digo mi canción
sino a quien conmigo va.

El romance completo y primitivo sólo se conserva en la tradición de los judíos de Marruecos; es, según apuntamos ya en el prólogo, un romance de aventuras: el infante Arnaldos se embarca en la nave desconocida y encuentra en ella a sus familiares y criados, que andaban buscándole, y ésta fue la gran aventura anunciada en el primer verso. Las cuatro versiones antiguas que se conservan son todas incompletas. Dos de ellas acaban con el corte repentino que acepto como final de más tensión política, pues da a la canción del marinero un misterio inefable. Esta versión fragmentaria, tan superior a la total, fue divulgada por cancioneros y pliegos sueltos en el siglo XVI, y desde entonces es tenida como obra maestra del Romancero. Un crítico inglés juzga nuestro romance del infante Arnaldos superior a la célebre, balada de Heine, de la mágica canción de Loreley. Longfellow la glosa en The secret of the sea: los líricos y no rimados versos del romance le encantan con su dulce y monótona cadencia como las amplias olas que en la playa se tienden sobre la arena reverberante de plata; al evocar la mística canción del marinero, los abismales secretos del mar embargan el alma del poeta, y el corazón del gran océano le comunica su latido estremecedor.

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