PROEMIO

España es el país del Romancero, se ha dicho; pero ¿es esto verdad?

Los romances son poemas épico-líricos breves que se cantan al son de un instrumento, sea en danzas corales, sea en reuniones tenidas para recreo simplemente o para el trabajo en común. Pero esto no es nada especial en España; otros países tienen narraciones épico-líricas muy análogas. Las francesas, por ejemplo, son tan semejantes, que varios de los editores modernos adoptan el hispanismo Romancero para denominar las colecciones de cantos de Champaña, de Forez o de Francia en general; las baladas inglesas y escocesas han sido tenidas por congéneres de los romances desde Percy, desde Southey y Longfellow hasta hoy; comparables son a nuestros romances las viser de Suecia y Dinamarca, los cantos narrativos del norte de Italia, de Alemania, de Servia, de Grecia, de Finlandia…, y, sin embargo, España es el país del Romancero. El extraño que recorre la Península debe traer en su maleta, según consejo de cierto viajero entendido, un Romancero y un Quijote, si quiere sentir y comprender bien el país que visita. ¿Por qué, pues, de tal modo los romances son una creación literaria original y representativa del pueblo donde nacieron, mucho más que lo puedan ser los cantos épico-líricos de otros países?

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