ROMANCE UNDÉCIMO

de la infanta doña Urraca, que se fue para Cabezón a quejarse muy malamente al rey su padre

—Morir vos queredes, padre,
¡San Miguel vos haya el alma!
Mandastes las vuestras tierras
a quien se vos antojara:
diste a don Sancho a Castilla,
Castilla la bien nombrada,
a don Alfonso a León
con Asturias y Sanabria,
a don García a Galicia
con Portugal la preciada,
¡y a mí, porque soy mujer,
dejáisme desheredada!
Irme he yo de tierra en tierra
como una mujer errada;
mi lindo cuerpo daría
a quien bien se me antojara,
a los moros por dinero
y a los cristianos de gracia;
de lo que ganar pudiere,
haré bien por vuestra alma.

Allí preguntara el rey:
—¿Quién es esa que así habla?
Respondiera el arzobispo:
—Vuestra hija doña Urraca.
—Calledes, hija, calledes,
no digades tal palabra,
que mujer que tal decía
merecía ser quemada.
Allá en tierra leonesa
un rincón se me olvidaba,
Zamora tiene por nombre,
Zamora la bien cercada,
de un lado la cerca el Duero,
del otro peña tajada.
¡Quien vos la quitare, hija,
la mi maldición le caiga!
Todos dicen: «Amen, amen»,
sino don Sancho que calla.

Don Sancho no quiere respetar el testamento paterno; el Cid le aconseja que acate la voluntad del difunto rey, pero no pudiendo hacer valer sus consejos, no le queda sino secundar la decisión de su joven señor y llevar el estandarte de Castilla a la victoria. El primer vencido fue el rey García de Galicia, el cual largos años vivió desheredado y entre cadenas en el castillo de Luna, en los montes altos de León. Don Alfonso perdió también su reino leonés y fue a padecer destierro a la corte mora del rey Alimenón de Toledo. Así Castilla triunfaba por primera vez sobre los demás reinos de España. Sólo faltaba al venturoso rey castellano, para ser dueño de todos los estados de su padre apoderarse de la fuerte ciudad de Zamora. Pero el hijo rebelde de don Fernando tenía contados los días en la flor de su mocedad. El Dios del Sinaí lo dijo: «Venera a tus padres, para que hayas larga vida sobre la tierra».

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