LA SERRANA DE LA VERA

Allá en Garganta la Olla,
en la Vera de Plasencia,
salteóme una serrana
blanca, rubia, ojimorena;
trae recogidos los rizos
debajo de la montera;
al uso de cazadora,
gasta falda a media pierna,
botín alto y argentado
y en el hombro una ballesta;
de perdices y conejos
lleva la pretina llena.
Detúvome en el camino
y ofrecióme rica cena.
Tomárame por la mano
para guiarme a su cueva;
no me lleva por caminos,
ni tampoco por veredas,
sino un robledal arriba
espeso como la hierba.
Al entrar en la cabaña
me mandó cerrar la puerta,
pero yo de prevenido
la dejé un poco entreabierta.
Diome yesca y pedernal
para que lumbre encendiera,
y al resplandor de la llama
vi un montón de calaveras:
—¿Cúyos son aquestos huesos?
¿Cúyas estas calaveras?
—Hombres fueron que he matado
por que no me descubrieran.
Tú alégrate, caminante,
buena noche nos espera.

De perdices y conejos
sirvióme muy rica cena,
de pan blanco y de buen vino
y de su cara risueña.
Si buena cena me dio,
poco pude comer de ella;
si buena cena me dio,
muy mejor cama me diera;
sobre pieles de venado
su mantellina tendiera.
Viendo que no me rendía
por que el sueño me rindiera,
a mi me dio un rabelillo,
ella toca una vihuela;
por un cantar que ella canta,
yo cantaba una docena;
pensó adormecerme a mí,
mas yo la adormecí a ella.
En cuanto la vi dormida
fui muy pasito a la puerta,
los zapatos en la mano
para que no me sintiera.
Salí y comencé a correr
sin atrás volver cabeza.
Dos leguas llevaba andadas,
la siento de peña en peña,
saltando como una corza,
bramando como una fiera:
—¡Caminante, caminante,
que la cayada te dejas!
—Mucho palo hay en el monte
para hacer otra más buena.

Una honda que traía
la cargó de una gran piedra;
con el aire que la arroja
derribóme la montera,
y la encina en que pegó
partida cayó por tierra.
—Aguárdate, lindo mozo,
vuélvete por tu montera.
—La montera es de buen paño,
pero, ¡aunque fuera de seda!
—¡Ay de mí, triste cuitada,
por ti seré descubierta!
—Descubierta no serás…
hasta la venta primera.

He aquí una última evolución de las serranillos medievales. Las serranillas antiguas refieren el encuentro de un caminante con una serrana guiadora en los senderos de los montes y a la vez salteadora. En nuestro romance, la serranilla decae en el tono de las modernas historias de bandoleros. Sin duda es tardío, por eso no se halla entre los judíos españoles; las primeras versiones que han llegado a nosotros son del siglo XVII. A varios literatos de esa centuria impresionó la sensualidad sanguinaria de la Serrana de la Vera, y dieron de ella varias interpretaciones dramáticas en el teatro profano y en el religioso; Lope de Vega, Vélez de Guevara, Enciso y Valdivieso escribieron sobre este romance sendas comedias o autos.

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