ROMANCE DE LA CONQUISTA

de Alhama, con la cual se comenzó la última guerra de Granada

Paseábase el rey moro
por la ciudad de Granada,
desde la puerta de Elvira
hasta la de Vivarrambla.
Cartas le fueron venidas
cómo Alhama era ganada.

¡Ay de mi Alhama!
Las cartas echó en el fuego,
y al mensajero matara;
echó mano a sus cabellos
y las sus barbas mesaba.
Apeóse de la mula
y en un caballo cabalga;
por el Zacatín arriba
subido había a la Alhambra;
mandó tocar sus trompetas
sus añafiles de plata,
porque lo oyesen los moros
que andaban por el arada.

¡Ay de mi Alhama!
Cuatro a cuatro, cinco a cinco,
juntado se ha gran compaña.
Allí habló un viejo alfaquí,
la barba bellida y cana:
—¿Para qué nos llamas, rey,
a qué fue nuestra llamada?
—Para que sepáis, amigos,
la gran pérdida de Alhama.

¡Ay de mi Alhama!
—Bien se te emplea, buen rey,
buen rey, bien se te empleara;
mataste los bencerrajes,
que eran la flor de Granada;
cogiste los tornadizos
de Córdoba la nombrada.
Por eso mereces, rey,
una pena muy doblada,
que te pierdas tú y el reino
y que se acabe Granada.

¡Ay de mi Alhama!

La ciudad de Alhama, muy internada en el reino granadino, fue sorprendida por el marqués de Cádiz, don Rodrigo Ponce de León la noche del de febrero de 1482, gracias a la pericia del escalador y al arrojo de un vecino de Carrión, Juan de Ortega, quien sin ser sentido, echó la escala al castillo de la ciudad y entró el primero en él; los cristianos ganaran después las calles de la población con grandes trabajos y la defendieron de dos ataques del rey de Granada, empeñado en recobrar la gran pérdida sufrida en su reino.

El romance que cantó esta hazaña estuvo muy de moda en el siglo XVI, en que fue objeto de varias glosas. El padre Mariana gustaba también de él: «Sobre la toma de Alhama anda un romance en lengua vulgar que en aquel tiempo fue muy loado, y en éste, en que los ingenios están más limados, no se tiene por grosero, antes por elegante y de buena tonada». Como vemos, el gran historiador, aunque cree en la antigüedad del romance, no piensa para nada en el origen arábigo que afirmaba por entonces el fantástico Pérez de Hita en su novela granadina. Ya sabemos que todo romance morisco parte del artificio de situarse el poeta en medio del campo moro.

Igual que en Castilla fue en Portugal popular el ¡Ay minha Alfama!: y todavía hoy en Miranda do Douro se canta en una danza del país:

Passeabase ’l rei moro

pu’-les rúes de Granada,

cun el resplandor del sol

le relhumbraba la spada.

Literariamente, este romance es también famoso en el extranjero; fue de los más traducidos: al inglés, por Rodd, Southey, Lord Byron, Gibson y otros; al alemán, por Geibel; al francés, por Damas Hinard, Mérimée, etc.

En el tiempo de su gran boga, la melodía con que se cantaba fue acogida por los principales vihuelistas cortesanos; se halla en el Delfín de Música de Luis Narváez (1552), así como en los libros de cifra de Pisador (1552), de Fuenllana (1554) y de Venegas (1557).

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