NOTAS A LOS ROMANCES DE LOS INFANTES DE LARA

l.° El largo romance primero es un brillante destello del muchísimo más largo relato que en los cantares de gesta o poemas del siglo XIV refería las pródigas fiestas, la algazara y el tumulto de las bodas de doña Lambra. El romance estaba ya muy divulgado en el siglo XV: el autor de la famosa Cárcel de Amor, Diego de San Pedro, hacia 1475, contrahízo el fragmento de las quejas de doña Lambra; y han llegado hasta nosotros nada menos que tres versiones, bastante diferentes, de todo o casi todo el romance, conservadas en pliegos sueltos y en cancioneros impresos antes de mediar el siglo XVI. Haciendo una atenta comparación de esas tres versiones, procuro reflejar en mi texto el estado más antiguo de las mismas.

La popularidad de este romance fue muy persistente, como lo prueban varios de sus versos, que pasaron a ser elementos fraseológicos del idioma. El bufón de Carlos V, don Francesilla de Zúñiga, utilizaba a menudo el verso «Los hijos de doña Sancha / mal amenazado me han». La frase «Y faltaban por venir / los siete infantes de Lara», se cita como usual por Gonzalo de Correas en su Vocabulario, compuesto en el primer tercio del siglo XVII. También la amenaza afrentosa de cortar las faldas «por vergonzoso lugar» (antigua pena de las prostitutas), no sólo fue copiada en otro romance del Cid, sino que, se usaba como proverbial, según se ve en el Tesoro de la lengua (1611), de Covarrubias, y en el Quijote (1615). Y a ella aludía cierto gracioso, recordado por Melchor de Santa Cruz en su Floresta española, de 1598, el cual, viendo un lebrel a quien habían cortado la cola muy cerca del espinazo, que quedaba muy en descubierto, exclamó: «Con este lebrel han encontrado los hijos de doña Sancha».

2.º Una de las tres versiones del romanee primitivo anterior continúa más que las otras el relato, y de ella tomamos el presente fragmento de los agüeros.

3.º Este romance debió de ser escrito hacia por un poeta aficionado a leer en las Crónicas generales de España los relatos heroicos. Además de seguir en su romance la narración de la Crónica, imita el estilo y algunos pormenores de los romances viejos, que en aquel tiempo estaban muy de moda, y lo hizo con tal habilidad, que el crítico alemán Fernando Wolf lo creyó muy antiguo, clasificándolo entre los que él llamó «romances primitivos o tradicionales». Yo lo acorto algo, omitiendo ciertos versos más disonantes, especialmente aquel en que supone que los moros de España traían por enseña la media luna, como los turcos.

4.º He aquí una de las muestras más singulares de un romance derivado de los antiguos cantares de gesta. Conserva la majestuosa amplitud del estilo épico y la grandeza trágica de su original, que no es otro sino el segundo Cantar de Gesta de los infantes de Lara, los ciento cincuenta versos de la Gesta, repartidos en nueve asonancias, se reducen en el romance a sesenta versos con dos asonancias no más; algunas pasajes, al ser abreviados, en lugar de perder, ganaron en elocuencia y poesía.

5.º Este romance, sin duda tardío, anduvo muy divulgado a fines del siglo XVI y principios del XVII. No nos es hoy conocido en su forma original, sino en una refundición hecha por Lope de Vega en su comedia el Bastardo Mudarra (1612), y en otra, debida probablemente a Alfonso Hurtado Velarde, quien la incluyó en su Gran tragedia de los siete infantes, que escribió hacia 1615. De la comparación de estas dos versiones y de vestigios de otras, conservadas en diversas comedias, puede deducirse lo que seria su versión primitiva. Tan famoso fue, que en forma refundida lo conservan aún los judíos de Oriente, como único recuerdo que la tradición actual guarda de toda la leyenda de los infantes, en otro tiempo tan cantada.

6.º Así como el llanto de Gonzalo Gustios nos muestra el comienzo de la evolución de un romance derivado de cantar de gesta, la muerte de Ruy Velázquez nos da el último término del mismo proceso evolutivo. Los centenares de versos de la Gesta y las múltiples escenas de la persecución de Ruy Velázquez por Mudarra se encuentran en el romancero felizmente reducidas al brevísimo episodio que, como un relámpago, desarrolla la venganza final de esta historia. Víctor Hugo, en una de sus Orientales, bordó en espléndidas rimas francesas el misterioso dramatismo de este romance, y lo enriqueció con el brillante detalle de la daga siempre desnuda de Mudarra. No obstante, la hermosa composición huguesca, comparada con su modelo castellano, languidece algo en pormenores de color local hispanomorisco, hijos de la moda romántica.

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