ROMANCE DEL PRISIONERO

Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor;
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión;
que ni sé cuándo es de día
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero;
déle Dios mal galardón.

Entre las avecicas que promueven la melancolía de un prisionero (recordemos The prisoner of Chillon, de Lord Byron; Lamento della Prigioniera en el Marco Visconti, de Tomaso Grossi, etc.), la del romance español es la que trina con más intensa dulzura y con absoluta ausencia de elementos patéticos. De las dos versiones antiguas escojo la fragmentaria, donde con sabio tino se han eliminado los recargados detalles que la completaban como canción carcelera, y se concreta todo el interés en una simple nota de emoción.

Varios versos de este romance se hicieron famosos; todavía su viejo canto subyuga a Azorín cuando en Doña Inés, el corazón, que se siente invadir por el amor, trasfunde su exaltado arrobamiento a la naturaleza que le rodea: «El aire es más resplandeciente ahora. Los pájaros cantan con más alegría. Canta la calandria y contesta el ruiseñor. Las flores tienen sus matices más vivos».

Hay numerosas traducciones de este romance: en inglés, por Lockhart, The Captive night and the Blackbird; en alemán, por Geibel, Der Gefangenen; en francés, por D. Hinard; en danés, por Thor Lange, en su balada Fangen, etc.

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