LA MUERTE OCULTADA

A cazar iba don Pedro
por esos montes arriba;
caminara siete leguas
sin encontrar cosa viva,
si no fuera cuervos negros,
que los perros no querían.
Apeóse a descansar
al pie de una seca encina;
caía la nieve a copos
y el agua menuda y fría.
Allegósele la Muerte
a tenerle compañía.
Don Pedro vuelve hacia casa,
el alma en penas metida.
—¡Albricias, hijo don Pedro,
que dármelas bien podías,
pues tu querida doña Alda
un varón parido había!
—Albricias pedís, mi madre,
tristes albricias serían;
¡mala caza es la que traigo:
la Muerte en mi compañía!
Hágame, madre, la cama:
allá en la sala de arriba:
que nada sienta doña Alda
de este mal que yo traía,
y no le digan mi muerte
hasta los cuarenta días.

Mientras que le hacen la cama
entrara a ver la parida:
—¡Dios te bendiga, doña Alda,
y al infante que tenías!
Dios te bendiga en mi ausencia,
que el rey a llamarme envía.

A eso de la medianoche
la casa se estremecía:
en el cuarto de don Pedro
grandes lamentos hacían;
en el cuarto de doña Alda,
al niño hacen alegrías.
—Diga, diga, la mi suegra,
dígame, mi siempre amiga,
¿por quién tocan las campanas,
que suenan tan doloridas?
—No tocan sino por ti,
que con bien parido habías.
—Paréceme oír responsos,
¿a quién enterrar irían?
—Es la fiesta del patrono
y hay procesión en la villa.

Llegara Pascua de Flores;
doña Alda quiere ir a misa:
—Diga, diga, la mi suegra,
¿qué vestido me ponía?
—Como eres rubia y muy blanca,
lo negro bien te estaría.
—¡Viva, viva mi don Pedro,
la prenda que más quería!,
que para vestir de luto
bastante tiempo tendría.

Las doncellas van de negro
ella de oro y grana fina.
Encontraron un pastor
que de su hato volvía:
—¡Qué viudita tan hermosa;
viuda y de grana vestida!
—Diga, diga, la mi suegra,
ese pastor, ¿qué decía?
—Que caminemos, doña Alda,
que perderemos la misa.

Al entrar para la iglesia,
al tomar agua bendita:
—Diga, diga, la mi suegra,
diga la mi siempre amiga,
¿por quién son esos hachones
que arden en nuestra capilla?
—Dirételo, doña Alda,
pues de saberlo tenías:
aquí se entierran los grandes
caballeros de Castilla;
aquí se enterró don Pedro,
la prenda que más querías.

¡Llorar como ella lloraba!,
¡plañido el que ella plañía!;
los anillos de sus dedos
con sus dientes retorcía;
vestidos de grana y oro,
en pedazos los rompía.
—¡Desgraciado de mi hijo,
sin padre y madre sería!
¡Cuídesmelo tú, mi suegra;
yo con don Pedro me iba!

¡Válgame la Virgen santa,
válgame santa María!

Canciones semejantes a ésta existen en Francia. Italia, Escandinavia, Alemania; sus relaciones mutuas son muy difíciles de establecer. En España existe una forma antigua de hacia fines del siglo XV, compuesta en versos de seis sílabas y en variedad de asonancias; se conserva hoy en Extremadura, Salamanca, Cataluña y Marruecos; su protagonista se llama don Bueso; en su muerte se mezcla un elemento misterioso y sobrenatural. Posteriores en fecha son otra versión, también de seis sílabas, y la de ocho, que es la que aquí publicamos y parece, muy tardía, acaso de fines del siglo XVII. En estas versiones posteriores el elemento fantástico está o atenuado o eliminado totalmente, suponiendo la mayoría de ellas que el protagonista vuelve herido de la guerra.

Licencia

Flor nueva de romances viejos Copyright © by Ramón Menéndez Pidal. All Rights Reserved.

Compartir este libro