ROMANCE DIEZ Y OCHO

Cuenta cómo Arias Gonzalo se preparaba para lidiar el reto

Tristes van los zamoranos
metidos en gran quebranto;
retados son de traidores,
de alevosos son llamados;
más quieren todos ser muertos
que no traidores nombrados.

Día era de san Millán,
ese día señalado,
todos duermen en Zamora,
mas no duerme Arias Gonzalo;
aún no es bien amanecido
que el cielo estaba estrellado,
castigando está a sus hijos,
a todos cuatro está armando,
las palabras que les dice
son de mancilla y quebranto:
—Yo he de lidiar el primero
con don Diego el castellano:
si con mentira nos reta,
vencerle he y hágoos salvos;
pero si cualquier traidor
hay entre los zamoranos.
y él nos reta con verdad,
muerto quedaré en el campo.
Morir quiero y no ver muerte
de hijos que tanto amo.

Las armas pide el buen viejo,
sus hijos le están armando,
las grebas le están poniendo;
doña Urraca que allí ha entrado,
llorando de los sus ojos
y el cabello destrenzado:
—¿Para qué tomas las armas?
¿Dónde vas, mi viejo amo:
pues sabéis, si vos morís,
perdido es todo mi estado?
¡Acordaos que prometistes
a mi padre don Fernando
de nunca desampararme
ni dejar de vuestra mano!

Caballeros de la infanta
a don Arias van rogando
que les deje la batalla,
que la tomarán de grado;
mas él sólo da sus armas
a su hijo don Fernando:
—¡Dios vaya contigo, hijo,
la mi bendición te mando;
ve a salvar los de Zamora;
como Cristo a los humanos!

Sin poner pie en el estribo
don Fernando ha cabalgado.
Por aquel postigo viejo
galopando se ha alejado
adonde estaban los jueces,
que ya le están esperando;
partido les han el sol,
dejado les han el campo.

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