Orígenes literarios diversos.

Los romances de Tristán, de Lanzarote, de Dido y Eneas, del rey Alejandro, de Progne y Filomena, de Tarquino y Lucrecia, de París y Elena, y otros así en que se refleja la novelística literaria de la Edad Media y del Renacimiento, tienen sus análogos en otros países. Tristán. Orfeo, Hero y Leandro, etc. se hallan en canciones de países románicos y germánicos; acaso tales asuntos abundan menos en otras partes que en España.

Pero donde mejor podemos descubrir otra singularidad del Romancero es en la adopción de algunos temas literarios que pertenecen en propiedad a la poesía lírica. La «serranilla» era en España, como la «pastourelle» en Francia, un tema lírico medieval; el encuentro, ya del caballero, ya del letrado o clérigo, con la serrana, pastora o vaquera, se desarrollaba líricamente, es decir, en una versificación dividida en estrofas; las serranillas conocidas son estróficas y con estribillo:

Cerca la Tablada,
la sierra pasada,
falléme con Aldara,
a la madrugada.

Encima del puerto
coidé ser muerto
de nieve e de frío
e dese rocío
e de grand elada.

Cerca la Tablada…, etc.

Pero el Romancero se apropió este tema, dándole la versificación monorrima del romance, más propia del estilo épico-dramático. Daré una muestra; la serranilla de la Zarzuela, ignorada en todos los Romanceros. La acción de este romance-serranilla no pasa en los puertos del Guadarrama, entre Segovia u Madrid, donde se desarrollan todas las serranillas líricas del Arcipreste de Hita y muchas del Marqués de Santillana, sino en los pasos de Toledo a Ciudad Real, cuando esta población se llamaba aún Villa Real, es decir, antes de 1420. Dos siglos después, el romance tenía una popularidad inmensa; Lope de Vega lo incluyó y lo glosó en tres de sus obras dramáticas. No carece de gracia maliciosa ni de encanto descriptivo, evocando las vastas escabrosidades al sur de los montes de Toledo, entonces yermas y despobladas:

Yo me iba mi madre,
a Villa Reale,
errara yo el camino
en fuerte lugare.

Siete días anduve
que no comí pane,
cebada mi mula,
carne el gavilane.
Entre la Zarzuela
y Daruzutane,
alzara los ojos
hacia do el sol nace;
vide una cabaña,
della el humo sale.

Picara mi mula,
fuime para allá;
perros del ganado
sálenme a ladrar;
vide una serrana
del bello donaire,
—¡Apeaos, caballero,
vergüenza no hayades,
mi padre y mi madre
fueron al lugar,
beberéis de la leche
mientras el queso se hace!

Otro tema lírico que vino a parar al Romancero es el lema de la malcasada. En la literatura antigua provenzal u francesa existen multitud de cantos de Mayo, probablemente restos de antiguos ritos licenciosos de las fiestas paganas de primavera, chansons de mal mariées, inspiradas siempre en el encomio del amante y en la irrisión del marido; todas respiran la más insolente negación de la moral, el más descarado impudor, que, como dice Jeanroy, sería monstruosidad si fuese otra cosa que un juego poético.

En España hay canciones de mal maridada, aunque crea que no el doctísimo Jeanroy. Y cabe observar desde luego que aquella esencial inmoralidad de la canción francesa desaparece por lo común en las adaptaciones españolas.

¿Qué me queréis, caballero?,
casada soy, marido tengo.

Casada soy sin ventura,
nada ajena de tristura;
y pues hice tal locura,
de mi misma yo me vengo.
Casada soy, marido tengo.

Esta poesía lírica, estrófica, pasó también al Romancero; se hizo canción épico-dramática, y también con asonancia uniforme:

La bella mal maridada
de las lindas que yo vi,
miróte triste, enojada,
la verdad dila tú a mí.
Si has de tomar amores,
vida, no dejes tú a mí:
que a tu marido, señora,
con otras dueñas lo vi,
festejando y retozando,
mucho mal dice de ti…

La infidelidad del marido, el desprecio y las brutales amenazas a su mujer justifican el desvío de ésta en el romance: la mal casada pide a su interlocutor que la saque de la triste vida que lleva, y ella le sabrá servir «como a caballero gentil». Pero todavía esta moralización del asunto pareció poca, y en una variante del romance, publicada el año 1551, sobreviene el marido; a su presencia, la mujer, sintiéndose culpable, aunque sólo en pensamiento, le pide que la ahorque «con cordones de oro y sirgo»:

en la huerta de los naranjos

viva entierres tú a mí,

en sepultura de oro

y labrada de marfil,

y pongas encima un mote,

señor, que diga así:

«Aquí está la flor de las flores;

por amores murió aquí».

En las canciones francesas de mal casada el marido aparece a veces, pero es para que la mujer le escarnezca abiertamente, dando que reír a costa de él. Insisto en esto para mostrar cómo el romance de «la bella mal maridada», aunque de tema extranjero, es muy significativo. En otra ocasión señalé como carácter fundamental de la literatura española su tendencia ética, tendencia que a menudo vemos confirmada en el Romancero, y muy especialmente en este romance, pues en él se contradice la misma esencia de sus originales franceses. El Romancero confirma lo que sucede en el teatro: en Francia el marido de la adúltera es tipo de vaudeville, en España es personaje de drama calderoniano. Por esto, el romance de «la bella mal maridada» merece nuestra atención de romance representativo, y porque además fue uno de los más divulgados en el siglo XVI; no hay libro de vihuela que no tenga 8, 12, 30 variaciones de «la bella»; en los cancioneros, las glosas de «la bella» se cuentan por centenares; razón tenía un poeta en exclamar ante tan extraordinaria popularidad:

¡Oh bella mal maridada
a qué manos has venido,
mal casada y mal trobada,
de los poetas tratada
peor que de tu marido!

Licencia

Flor nueva de romances viejos Copyright © by Ramón Menéndez Pidal. All Rights Reserved.

Compartir este libro