¿Qué es esta FLOR NUEVA?

El que compare los textos incluidos en esta FLOR NUEVA DE ROMANCES con los publicados antes por Grimm, Duran, Wolf o Menéndez Pelayo, advertirá que aquí se funden a veces dos versiones consagradas en esas grandes colecciones, y sentirá extrañeza ante otras variantes que le son totalmente desconocidas; la mayoría de éstas proceden de textos antiguos ignorados por los críticos antedichos, o de nuevas versiones modernas obtenidas de la tradición oral; algunas son de mi propia inventiva.

Al introducir esas variantes creo que no hago sino seguir los mismos procedimientos tradicionales por los que se han elaborado todos los textos conocidos. La mezcla de dos o más versiones de un mismo romance se observa en todos los cancioneros viejos; y por su parte, todo recitador, tanto antiguo como moderno, retoca y refunde el romance que canta. La tradición, como todo lo que vive, se transforma de continuo; vivir es variar. Y las variantes del Romancero fueron de juventud y esplendor cuando se producían lo mismo bajo los artesanados del Alcázar de Segovia, en los labios de la Reina Católica, que bajo el olmo de la plaza de Arévalo, en los cantos de los labradores: cuando brotaban de la imaginación de un Lope de Vega lo mismo que de la de un Agustín Castellanos.

Hoy la tradición está decaída porque sólo vive entre los rústicos, pero ¿acaso no podrá revivir también en un ambiente de cultura? Por lo menos ha revivido en mi ánimo; y en él se han producido variantes que juzgo de la misma naturaleza que aquellas con que Timoneda refundía los romances que publicaba. Y aun alego en favor mío una más íntima compenetración con esta poesía tradicional.

Yo aprendí desde la niñez los romances en una tierra empapada de ellos, en la arcaizante Asturias. Su canto alegraba las siempre alegres excursiones muchachiles por el puerto de Pajares, por los encinares de El Pardo, por las entonces solitarias cumbres del Guadarrama; y reanimados por frescas voces femeninas, contagiadas de la afición, afirmaban en mi ánimo la verdad del consabido verso: «Viejos son, pero no cansan». Yo después, para estudiar la esencia y la vida de la poesía tradicional, he buscado los restos antiguos del Romancero en las bibliotecas principales de Europa, los he buscado con avidez en la tradición viva y los he oído cantar en multitud de pueblos, desde las brañas de los vaqueros asturianos hasta las cuevas del Monte Sacro, a la vista de la romancesca Granada; los oí en las orillas del Plata y al pie de la gigantesca mole de los Andes.

Yo me encuentro así que soy el español de todos los tiempos que haya oído y leído más romances. Las versiones que agradan mi imaginación tan llena de recuerdos tradicionales, las que me gusta repetir, las que doy aquí al público, creo que son una partecilla de la tradición, como las refundidas en cualquier Flor, Primavera o Romancero del siglo XVI, como las de cualquier Timoneda, Moncayo o Escobar de los tiempos pasados.

Y las palabras que hace cuatrocientos años decía el editor de Amberes cuadran perfectamente a mi nuevo intento: «Yo hice toda diligencia por que en estos romances hubiese las menos faltas que fuese posible y no me ha sido poco trabajo juntarlos, y añadir y enmendar algunos que estaban imperfectos, pareciéndome que cualquiera persona para su recreación y pasatiempo holgaría de los tener».

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